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La habitación quedó repentinamente en silencio, únicamente roto por la respiración jadeante de una asustada (aunque no lo pareciera) Eddo.

Si los juguetes pudieran sudar, definitivamente la tela de Bon ya estaría completamente empapada.

—Está bien... —murmuró Eddo, aproximándose a la estantería sin dejar de aferrarse al palo de la escoba—. Está bien.

Sin cuidado alguno agarró a Bon de un pie y abandonó el cuarto con él. Cruzó el pasillo y entró en el cuarto de baño, cerrando con un portazo tras de sí.

—Está bien —repitió. Bon ya no sabía si le hablaba a él o si era más para sí misma.

De pronto Eddo levantó la tapa del retrete y alzó a Bon dejándolo con la cabeza hacia abajo, completamente desorientado. Se acercó más al inodoro, se arrodilló junto a él y Bon entendió sus intenciones.

—Si no hablas de nuevo te dejaré caer y luego tiraré de la cisterna —amenazó Eddo con total seriedad.

Bon tragó en seco. ¿Qué hacer? ¿Qué debía hacer? Eddo estaba MUY convencida de lo que decía, pero no podía hacer lo que ella pedía. ¿Qué pasaría entonces? Tal vez Eddo se asustaría tanto que se desharía de todos los juguetes de su habitación, o creería haberse vuelto loca y empezara a sufrir por su propia salud mental. Tal vez creería que sus preciados compañeros de juego estaban poseídos por algún tipo de ende maligno, o los mandaría a grandes y siniestros laboratorios para que experimentaran con ellos. No, definitivamente no podía delatarse. Debía seguir fingiendo, incluso si eso significaba ser arrojado a las profundas aguas de alguna apestosa alcantarilla, o la misma muerte. Él se lo había buscado, tenía que sufrir las consecuencias.

Pero, sin embargo...

Sintió algo en su interior. Un vago pensamiento que le recordó que no podía morir o desaparecer así, sin más. Una sonrisa, un roce de manos, un destello morado entre los contenedores. No, no podía irse. ¡Debía salvar a Bonnie!

Y Eddo soltó su piececito.

Fue una caída corta. Primero se sumergió su cabeza en el agua, luego el resto del cuerpo. El serrín comenzó a mojarse y a volverse más pesado. Bon comprendió que era demasiado tarde. Eddo lo observaba desde arriba, respirando con agitación. Posó una temblorosa mano en la cisterna, observando cómo uno de sus más preciados bienes se hundía lentamente en el agua.

—Lo siento... pero... Estoy asustada...

Bon cerró los ojos con fuerza y se armó de valor. Pidió disculpas mentalmente a todos sus amigos, incluida Eddo. Sabía que lo que estaba a punto de hacer podría tener catastróficas consecuencias, pero Bonnie... Bonnie seguía allí fuera, y se negaba a morir sin poder verlo una vez más.

Así que hizo acopio de todas sus fuerzas, se impulsó hacia arriba y sacó la cabeza del agua justo cuando Eddo comenzaba a presionar el botón de la cisterna.

—¡¡¡Espera!!! —exclamó.

Eddo chilló, el agua comenzó a sacudirse y gran cantidad le cayó a Bon en la cara mientras todo empezaba a dar vueltas.

¿Cómo había podido permitir que eso sucediera...?

—¡¡Joder!!

Eddo metió de lleno la mano en el agua, justo cuando esta empezaba a arrastrar a Bon consigo, y una vez más agarró la pierna del peluche. Justo a tiempo.

Lo sacó velozmente y lo tiró contra una pared a la vez que ella caía sentada y se arrastraba hacia la pared paralela, sin quitarle un ojo de encima a Bon. Aferró la escoba con todas sus fuerzas, temblando como un flan.

Bon también temblaba. Había caído bocabajo y le dolía la cara. Con esfuerzo logró darse la vuelta, y quedó ahí tirado, respirando con dificultad, el agua de su cuerpo formando un charco bajo él.

Quedaron los dos en silencio un largo rato, inmóviles. Bon era consciente del lío en que acababa de meterse y comenzaba a arrepentirse. Eddo hacía grandes esfuerzos por permanecer consciente. Ambos tardaron varios minutos en tranquilizarse.

La chica fue la primera en tomar la palabra:

—Estás vivo —obvió.

Bon cogió una inmensa bocanada de aire y se incorporó.

—Lo sé —dijo.

Al escuchar de nuevo su voz, Eddo se estremeció.

—¿Cómo es posible? —susurró.

—No lo sé.

—¿Desde cuándo?

—Desde siempre.

—Pero... pero... —Eddo se había quedado sin palabras. Trataba de acostumbrarse a la presencia (viva) de Bon.

Él se llevó las manos a la cara y se concentró todo lo posible. Debía actuar con calma e inteligencia si quería que todo aquello saliera bien.

—Eddo —dijo, destapándose el rostro. Ella tragó saliva al escuchar su nombre—, ¿y si me secas y luego hablamos con tranquilidad?

Una vez Bon se encontró nuevamente seco y la tensión se había atenuado, Eddo lo llevó consigo al salón (petición de Bon, quien prefería excluir a los demás residentes de la habitación de aquel caos). Allí lo sentó en el sofá, y se colocó junto a él. Ya no llevaba la escoba.

Se miraron el uno al otro durante largos segundos. Eddo parecía mucho más tranquila, pero se notaba que permanecía alerta y que no se fiaba del todo de Bon. Este quiso romper el hielo de alguna manera.

—Azulito es un nombre espantoso —le dijo.

Silencio de nuevo. Bon creyó haberla molestado, pero entonces vio cómo se le escapaba una pequeña sonrisa.

—Lo sé. Es terrible.

Fue entonces cuando realmente desapareció el miedo. Comenzó la conversación, la explicación, el interrogatorio.

—¿Y cómo quieres que te llame entonces?

—Mi nombre real es Bon.

—¿Todos tenéis nombres reales?

—¿Te refieres a los juguetes? Sí; todos nosotros.

—O sea que todos estáis vivos.

—Sí.

—¿Y por qué nunca lo habéis dicho?

—Porque los niños se asustarían.

—Es comprensible.

Hablaron durante horas. Eddo de vez en cuando se pellizcaba para asegurarse de que todo aquello había sucedido de verdad, pero poco a poco lo fue asimilando. Bon se encontraba bastante tranquilo, pues había estado seguro de que las cosas habrían ido mucho peor, tenía suerte de que Eddo fuera tan dulce y comprensiva.

Sin embargo iba siendo la hora de regresar a la estantería, pues la madre de Eddo estaría al caer. Pero antes Bon debía hacer una petición importante.

—Eddo, escucha —comenzó—: ningún juguete puede saber que nos he delatado. Y mucho menos ningún humano, ni siquiera tu madre.

Eddo asintió, aunque se sintió algo decepcionada: le habría hecho ilusión poder charlas con sus demás juguetes.

—Entendido.

—Y otra cosa... —Bon se humedeció los labios, algo nervioso— Necesito tu ayuda. Nadie más puede hacer algo por mí.

Eddo acercó su rostro a Bon, toda oídos.

—Se trata de Bonnie. Moradito.

Eddo abrió los ojos con sorpresa. Recordaba bien a aquel muñeco viejo y desvencijado.

—¿Qué sucede con él?

—Tenemos que salvarlo, Eddo —dijo Bon—. Ayúdame. Por favor.


No me creo que esté escribiendo esto de nuevo jajaja. Supongo que debo pedir disculpas por haber abandonado la historia, pero hace mucho que dejó de gustarme FNAFHS y que dejé Wattpad a un lado. Además estoy pasando por una etapa terrible; he empezado a ir a un psicólogo debido a mi depresión y mis pensamientos suicidas. Sin embargo, me producía lástima ver que a tanta gente le estaba gustando y que yo ya no escribía, y pensé que tal vez escribir este capítulo sería un modo de evadirme de mis problemas.

No prometo que vaya a continuarla y mucho menos a terminarla. Sea como sea, prometo que, si finalmente decido desaparecer definitivamente, escribiré un último capítulo resumiendo todo lo que tenía pensado para esta historia, y así no tendréis que quedaron con la duda.

Lo siento por todo. Espero que no me odiéis.

Love you!   

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