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El oso de peluche observó con sus ojos vagos e intimidantes a los juguetes en la ventana, con una mueca.

—Un poco más y nos pillan, demonios... —murmuró, para luego sonreír— Bueno, no importa~.

Caminó con paso seguro hacia el baúl, y con cuidado, logró meterse en el hueco que quedaba entre éste y la pared. En esta última había, tras el baúl, un agujero que le llegaba al oso por la cintura.

Se agachó y se deslizó por el agujero con habilidad, se notaba que no era la primera vez que lo hacía. Al encontrarse al otro lado, en el pasillo de la casa, rió con malicia y comenzó a caminar por la vivienda, a oscuras, recordando como de costumbre el camino que debía recorrer.

Paró una vez se encontraba frente a la gran puerta de madera de la entrada, aparentemente infranqueable para alguien de su tamaño.

O, eso parecía, si no te fijabas en la entrada de perros que había abajo del todo.

Un tiempo después de adquirir a Freddy y a Golden, Eddo había adoptado a un perro al que había llamado Dsaster, por lo que su padre tuvo que instalar una pequeña puerta para que el perro pudiera ser libre de salir al jardín cuando se le antojase. Lo cuidó durante bastantes meses, hasta que, como cualquier niña de seis años, se cansó de él. Cuatro años después, aquella entrada seguía allí, para alegría del oso que se hallaba frente a ella.

¿Era Freddy? No, ni mucho menos. No soportaba ese nombre. El llamado así era tan débil, tan "amable", tan... irritante...

Por eso, cuando él lograba tomar control de aquel cuerpo, prefería ser llamado Fred. Era un nombre mucho más rudo, fuerte, demostraba superioridad ante el otro.

Fred empujó con ganas la puertecita, elevándola, para después poder cruzar al jardín.

Lo cruzó con el sonido de los grillos de costumbre en sus orejas redondeadas. Simplemente tuvo que agacharse un poco para traspasar la valla de madera pintada de blanco que limitaba los territorios de la casa, y por fin se vio libre.

—Veamos, veamos... —Miró el reloj de pulsera que en alguna ocasión Eddo había dejado dentro del baúl, permitiéndole robarlo. La aguja pequeña se encontraba entre el seis y el siete, y la larga, en el nueve—. Tengo una hora y quince minutos para estar de regreso a casa, está bien... —Casqueó la lengua y rodó los ojos— Ese par de muñecos no se podía haber quedado en su sitio, me han hecho perder tiempo...

Caminó por las oscuras calles de la ciudad, únicamente iluminadas por la escasa luz que las largas farolas desprendían.

Una vez llegó al callejón de todas las noches, ocupado por contenedores de basura y bolsas negras rotas que desprendían asquerosos olores, se llevó los dedos a la boca y emitió un agudo y fuerte silbido.

A los pocos instantes, de entre las bolsas de basura aparecieron tres figuras de más o menos su tamaño, cuyas sonrisas de media luna y dientes afilados reflejaban la luz de la luna.

Se trataban de tres juguetes del mismo diseño, sólo que de formas diferentes, los tres de tela rellenos de algodón.

Uno de ellos era un oso al que le faltaba una oreja, y tenía varios arañazos por todo su cuerpo. Alrededor de su cuello grisáceo se encontraba un pañuelo azulado manchando con diversas sustancias. A su derecha se alzaba un zorro del mismo estilo, de piel sucia y anaranjada, piercings en orejas y cola y pañuelo similar al de su compañero, sólo que amarillo de rayas grises. En cambio, a su izquierda se hallaba, encorvado, una especie de conejo azul todo arañado y con marcas de mordidas de perro. Éste no llevaba pañuelo.

—Mirad quién ha llegado, ¡el viejo Fred! —habló el oso, acercándose al mencionado para saludarle con unas palmadas en el hombro.

—Buenas noches, Nightmares —saludó el chico con una sonrisa torcida— ¿Qué habéis hecho con Maggie? Fox y Onnie ya se la comieron, ¿eh?

—Agh, no —dijo este último esbozando una mueca de asco—. Maggie debe saber fatal.

—Se quedó durmiendo. No parecía tener ganas de salir esta noche —respondió el del pañuelo azul, encogiéndose de hombros—. Olvídalo, más diversión para nosotros.

Fred sonrió más ampliamente.

—Hehe, por supuesto~.

***

—Ugh...

Freddy se incorporó con cuidado de no golpear a nadie. En ese baúl todos se encontraban muy apretados entre sí, el más mínimo movimientos significaba un comienzo de patadas y puetazos por doquier.

—Buenos días, dormilón. Ya iba siendo hora.

El oso se volvió. No había nadie en aquel baúl excepto él, y lo que le costó identificar por la oscuridad como una chica rubia.

— ¿Tú no eres, eh...? —dijo, recordando a la muñeca nueva— ¡Joy, eso!

Ella rió tiernamente, haciendo creer a Freddy que se había equivocado y ruborizando por esto sus mejillas.

—Sí. ¿Freddy, no? —respondió la muñeca de porcelana— Tus amigos te han intentado despertar sin resultado, así que me ofrecí para quedarme vigilándote hasta que despertaras.

El castaño desvió la mirada, avergonzado con sólo pensar que una chica había estado un largo rato observándole dormir.

—No debías haberte molestado... —murmuró.

Ella se encogió de hombros y se levantó con elegancia.

—Siento que os lo debo... —dijo, con tristeza en sus ojos— Es como si fuera nuestra culpa que... os vayan a... —No pareció querer acabar la frase, pues la dejó flotando ahí.

—Entiendo... —suspiró Freddy, levantándose también— Gracias entonces, Joy.

Joy sonrió levemente.

— ¿Se puede saber qué hiciste anoche? Porque no parece que haya sido "dormir".

Él alzó una ceja.

—Eh... No te mentiré, no tengo ni idea —respondió.

Entonces, se le pasó algo por la cabeza.

"Mierda, tú otra vez no..." pensó para sus adentros.

"No tienes idea de lo bien que me lo pasé, deberías probar alguna vez a salir con esos chicos~."

—Ya veo... No tienes por qué contármelo, sólo era curiosidad, perdona —se disculpó la rubia, creyendo haber sido maleducada—. Por ahora será mejor que salgas, tus amigos esperan por ti y queda poco para que la niña vuelva.

—Ah, sí, claro. —Freddy volvió a la realidad, decidiendo que se encargaría de su problema en otro momento.

Aquel problema llamado "Fred".

—Hasta luego, Freddy. —Joy le guiñó un ojo al chico, haciendo que a éste se le subieran los colores, y escaló la pared del baúl apoyándose en los arañazos y salientes de éste hasta salir.

Freddy suspiró y se sentó, agarrándose la cabeza.

— ¿Algún día me dejarás en paz?

—Nunca~ —dijo con una voz que no era la suya.

Fred llevaba con él desde que tenía uso de razón. No sabía dónde exactamente, pero parecía esconderse en su interior, y a veces era difícil contenerlo. Pues Fred quería salir, quedarse con aquel cuerpo para él sólo, deshacerse del verdadero Freddy para siempre. Los dos, tan diferentes, teniendo que compartir aquel cuerpo de algodón tan fácil de manejar y de robar.

— ¡Freddy! —La tapa del baúl se alzó, dejando ver el rostro iluminado por la luz de la habitación de Chica— ¿Piensas salir o te vas a dormir otra vez?

Él sonrió y se levantó.

—Sí, ya voy —gritó para hacerse oír.

"Por favor, no fastidies nada" pensó.

"No intentes ordenarme cosas tan difíciles de cumplir, Freddy~"

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