9

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Y ganaron las dos marionetas. (?

Gracias a las únicas tres personas que votaron por hacerme caso. ;u;

-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~-~

Fueron regaladas unas frías navidades a una chica de unos doce años, castaña y de ojos verdes. Al verlas, esbozó una media sonrisa y las tomó entre sus manos, observando cada detalle en sus delgados cuerpos.

—Que marionetas más bonitas... —murmuró, recorriendo con los ojos cada centímetro de aquellas figuras talladas en madera.

Eran dos muñecas, ambas albinas, una de pelo largo recogido en dos colas y otra de muy corto. Se parecían bastante, sólo que la de peinado más largo vestía una bonita falda lavanda y su compañera unos pantalones anchos y negros.

Esto, a su dueña, no le gustaba.

—Casi no parece una chica... —gruñía, peinando el pelo de Marionette mientras fruncía el ceño. Su mirada crítica hacía a Puppet sentirse más pequeñas y débil de lo que ya era.

La chica sólo jugaba con Marionette y otros juguetes, dejando siempre a Puppet en un rincón.

Durante las noches, la de pelo largo consolaba entre sus brazos a su hermana, quien lloraba a más no poder.

—No entiendo por qué no me quiere... —sollozaba— No he hecho nada malo...

Hasta, que un día, la joven se dirigió a Puppet y la cogió con delicadeza del tronco. La pelblanca sintió una felicidad indescriptible en su corazón.

¿Iba por fin a jugar con ella?

La llevó junto a Marionette y las otras muñecas que estaba utilizando y la dejó junto a esta primera. Puppet miró a su alma gemela con una gran sonrisa de oreja a oreja.

Pero ésta fue borrada en seguida cuando vio la expresión de pena en el rostro de Marionette.

—Con esto estarás mejor... —escuchó la voz de su dueña a sus espaldas.

Al instante fue tomada de nuevo por las cálidas manos de la adolescente, que la giró para que pudiera ver bien lo que llevaba en su otra mano: un vestido amarillo y azul, bastante llamativo.

La mente de Puppet se desconectó mientras la chica se deshacía de sus ropas anchas y cómodas para poder vestirle aquella prenda tan ceñida y femenina que ni a Marionette le habría gustado. Lo único en lo que podía pensar era en lo desafortunada que era.

Sus cómodos pantalones fueron arrojados a la papelera de la habitación.

— ¡Ahora pareces una chica de verdad! —rió la chica, levantando el cuerpo de Puppet para poder verla mejor— Ahora, espera...

Los ojos de Puppet reflejaron con miedo aquellas tijeras metálicas que se alzaban sobre ella.

—Si me deshago de esas cuerdas, parecerás hasta una muñeca de verdad —dijo la castaña, sonriendo abiertamente—. Además, debe de ser incómodo llevar el vestido con ellas, ¿no?

Cinco cortes limpios fueron suficientes para deshacerse de los finos hilos que unían a Puppet con aquellas bonitas barras plateadas que servían para moverla. Quería llorar, pero sabía que no podía hacerlo en la presencia de aquella persona cruel que le estaba causando tantos daños.

Cuando todo parecía haber pasado, la de ojos verdes colocó de nuevo a Puppet junto a Marionette.

—Aún falla algo... —murmuró, frotándose la barbilla. Entonces, pareció caer en la cuenta de algo— Con el pelo tan corto, pareces un hombre travesti.

Puppet sintió un grito formarse en su interior cuando las tijeras se dirigieron, esta vez, al hermoso cabello de su hermana.

Quería cerrar los ojos para no ver lo que se avecinaba.

Pero no podía.

Observó con miedo y espanto cómo las frías tijeras recorrían lentamente una de las coletas del pelo blanco y sedoso de la marioneta, haciendo caer numerosos pelos falsos al suelo, alrededor del delicado cuerpo de madera.

Ya no sentía nada. Ni siquiera cuando la chica comenzó a pegarle pelos en la cabeza con cinta adhesiva para después cubrirla con un gorro. Sólo podía pensar en la pobre de su hermana, quien había amado tanto su pelo siempre, cuidándolo y peinándolo cada noche.

— ¿Cómo no puedes odiarme...? —le preguntó ya por la noche, cerrando los ojos mientras hundía el rostro en su pecho.

—No es tu culpa... —sollozaba Marionette, acariciando la espalda de su hermana— Ninguna quería esto...

Y pasaron dos años.

La niña no volvió a hacer nada malo con las marionetas, e incluso acabó dejando de jugar con ellas.

Pero nunca le quitó el vestido a Puppet o le devolvió los cabellos a Marionette.

Y un día, se sintió demasiado mayor como para tener muñequitas y llevó a las marionetas junto a más juguetes a un rastrillo que su madre había instalado en el jardín.

Día tras día, las cajas se iban vaciando, y más juguetes abandonaban el hogar. La gente solía asquearse al ver a las hermanas.

— ¿Has visto esa? Tiene una calva en la cabeza...

— ¿Ese pelo está pegado? Es... muy fea.

—Menuda marioneta, ni tiene hilos.

—Míralas, parecen tristes. ¿No son siniestras?

Ya no podían ni llorar, pues nunca sabían cuando aparecería alguien a husmear en la caja en la que se encontraban. No tenían más que su compañía y el apoyo que se daban mutuamente en silencio.

Pero, un día, cuando toda la esperanza estaba perdida, cuando ya no quedaban emociones en sus corazones de madera, llegó ella.

Una niña de pelo azul, con su madre, que al verlas, sonrió con entusiasmo y exclamó:

— ¡Mami! ¿Puedo quedármelas?

De alguna manera, acabaron en la habitación de la muchacha, sin creerse que de verdad hubieran escapado de aquella pesadilla.

Y la cosa no había hecho más que empezar.

— ¿Pero qué...? —dijo Eddo, tras levantar el gorro de Puppet— No me digas que... —Miró a Marionette y ahogó un grito— ¡Pero si te han cortado el pelo... y se lo han puesto a ella!

Con mucho cuidado de no arrancar ni uno de los cabellos verdaderos de Puppet, fue despegando el pelo de Marionette de su cabeza, mientras murmuraba:

—Que dueño más malo habéis debido de tener... Que cruel... ¿Cómo ha podido...?

Al terminar, Puppet se sintió como nueva. Miró agradecida a su nueva dueña, que fue rápida a deshacer la cola de Marionette para hacerle otro recogido de manera que la calva hecha años atrás no fuera visible.

— ¡Mucho mejor! —rió, abrazando a las marionetas.

Las dos hermanas se encariñaron velozmente con la niña, y lo mismo sucedió con ésta.

Y un maravilloso día de verano, apareció con dos modelitos del tamaño de las muñecas en sus manos.

— ¡Mirad lo que he comprado!

Eran conjuntos de aspecto similar. Uno de ellos se componía por una camisa blanca, una pajarita negra y una falda con tirantes del mismo color, junto a dos medias oscuras de líneas moradas. El otro era igual, aunque la pajarita era sustituida por una corbata y la falda por unos pantalones.

Vistió a Marionette y a Puppet respectivamente y se deshizo del vestido con el que Puppet había sufrido tanto.

— ¡Así pareces más feliz! —dijo Eddo, alzando a la de pelo corto como había hecho su antigua dueña hacía años— Y te sienta muy bien, de verdad.

Las marionetas por fin eran felices. Parecía que el destino no las odiaba tanto como ellas pensaban, pues les había dado el mejor regalo posible: Eddo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro