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— ¡Mary!

La mencionada se giró, aún con el puño apretado en torno a algunos pétalos de aquella bella rosa azul a la que le esperaba un terrible futuro en manos de la rubia.

—Mary, por favor...

Ib observaba a Mary con el rostro todo húmedo por las lágrimas que no cesaban de caer de sus ojos carmesí.

La de vestido verde entornó los ojos y desvió la mirada, tirando un poco más de los pétalos azules.

—Ib... Por favor, vuelve junto a Garry. Luego iré a buscarte, cuando él...

— ¡No! —Ib se acercó a ella, pero paró en seco cuando Mary arrancó repentinamente una de las coloridas hojas de la rosa— Por favor, no lo hagas... Podemos irnos todos juntos... No mates a Garry...

Mary frunció el ceño y bajó las dos manos, apretando el puño en torno al tallo de la flor. Al hacer esto, unas cuantas de las espinas se clavaron en su blanca piel.

—Déjame en paz, Ib. Vete.

—Mary...

— ¡Vete!

Ahora, ambas lloraban.

—Ven con nosotros, Mary...

La ojizul dejó caer la rosa para poder llevarse las manos a la cara.

—No puedo... ¡no puedo! —sollozó— Sólo dos pueden abandonar la galería...

Ib fue rápidamente hacia ella, y con cuidado tomó la delicada flor azul del suelo. Pensó que Mary se quejaría, pero esta ni se inmutó. Así que se atrevió a envolverla en un suave y tímido abrazo.

—Ven con nosotros, Mary...



El trío se tomó las manos y observó con temor aquel enorme cuadro que parecía llamarlos a gritos.

— ¿Listas? —susurró Garry, mirando a las niñas de reojo.

Ellas asintieron, y los tres dieron un par de pasos hacia atrás para coger carrerilla.

— ¡Mary!

La aludida se giró al escuchar como alguien la llamaba. Allí, en la oscuridad, se encontraba un hombre mayor, de cabello plateado recogido en una coleta y arrugas en su clara piel.

La niña abrió como platos los ojos.

— ¿Papá...?

— ¿Mary? ¿Sucede algo? —preguntó Garry al ver el extraño comportamiento de la menor.

Ella fingió no escucharlo y permaneció con los ojos muy bien abiertos, sin decir nada.

—Mary... —Guertena sonrió, abriendo los brazos en señal de bienvenida— Ven conmigo, hija mía...

— ¡Mary, date prisa!

La rubia cogió mucho aire y frunció el ceño.

—Lo siento, papá... Pero es tarde.

Miró a sus amigos y sonrió. Entonces, los tres saltaron, adentrándose en lo desconocido y dejando al último recuerdo de Guertena solo.

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