La niña corría tras la única persona que en algún momento le podía haber importado algo, cuchillo aún en mano y pelo ondeando a sus espaldas. Veía a la castaña casi a cámara lenta, el de pelo morado parecía haber desaparecido para ella, sólo le importaba la de ojos rojos, la que se aferraba a aquel mechero metálico como si fuera su vida.

Las lágrimas se acumulaban una tras otra en sus ojos, luchando por salir. Pero Mary no se podía permitir llorar, quería gritarle a Ib que parase, que volviera con ella y dejara de obedecer a Garry.

Pero, era tarde.

Un chasquido fue lo único que la rubia escuchó antes de notar su corazón pararse por unos instantes. Comenzó a sentir un sofocante calor que la recorría de los dedos del pie hasta el cuello. Con su iris azul, asustada, observó como las llamas lamían los cristales y el marco de su adorado cuadro.

Recordó con nostalgia, el día que salió al mundo.

Tan inocente, tan deseosa de conocer. Dibujaba, era lo que más le gustaba. Escribía en diversos diarios que poseía y de vez en cuando agregaba dibujos a sus entradas. Esperaba con ansias amigos, un padre que la quisiera...

¿De verdad nunca podría tener aquello tan apreciado y ansiado?

Las lágrimas se evaporaban al fundirse con las terribles llamas que rodeaban su delgado cuerpo, poniendo negro el vestido que tanto le gustaba, haciendo desaparecer las puntas de su largo pelo, el cual había estado cuidando con esmero y cariño.

Entre el fuego, vio las cara de Ib y Garry. Se agarraban las manos, con expresiones de terror.

¿Por qué se asustaban, si era ella quien estaba muriendo? ¿Por qué no parecían siquiera un poco afectados por perderla?

¿Acaso nunca le había importado a nadie? 

Ni siquiera sus amigos de la galería, cuadros, muñecos, la ayudaban.

¿Y su padre? ¿Qué habría hecho de haber estado allí?

Eso fue lo último que pensó antes de desaparecer para siempre, dejando de ella un simple montón de cenizas negras, bajo un cuchillo de paleta ennegrecido y mojado por lágrimas.