Discernimiento

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04
Discernimiento




Empecé a soñar de nuevo con al amanecer. Estaba en un jardín, a la luz del sol que iluminaba todo a mi alrededor. Todo el aire que corría parecía nostálgico, parecía un recuerdo que no era mío. Aquel hombre estaba cantando frente a mí con una guitarra en sus manos. Empecé a llorar sin saber por qué. Mis lágrimas caían por mis mejillas sin poder pararlas, me sentía faltas. El aire se escapaba por mi boca sin poder evitarlo, ¿qué era todo aquello? La voz del hombre me tranquilizaba por momentos, pero aún no conseguía verle la cara, su rostro solo era un borrón en mitad de tanta claridad. Cantaba bajito y suave al ritmo de su guitarra, ¿me cantaba a mí realmente? ¿Acaso mi cabeza me estaba jugando una mala pasada? Me estaba volviendo loca.

- ¿Cariño? Preciosa, estás más distraída de lo normal, sé que estás triste y ¿sabes qué? Tengo algo para ti.

Él se levantó de la pequeña mesa de jardín y desapareció por la puerta doble, adentrándose en la casita de campo. Yo me levanté también y caminé por los alrededores de aquel jardín, había unas flores preciosas allí. Me agaché y arranqué un ciclamen de flor blanca y la miré a detalle frunciendo el ceño. Aquello no tenía sentido, esas flores solo sobreviven en invierno y aquí, esta tarde hacía un calor asfixiante.

- ¿Quieres la sorpresa o prefieres arrancar todas las flores que me hiciste plantar?

Me giré viendo su figura cerca de mí. Tenía una pequeña caja de colores en sus manos, la caja empezó a removerse entre sus dedos y reí acercándome a él. Miré sus manos y me llamó la atención sus anillos, tenía varios y de hecho, tenía una alianza en su dedo anular izquierdo. El humo de su cigarrillo llegó hasta a mí y me queje sin saber el porqué yo no podía pronunciar palabra. Quite la tapa de aquella caja y el sonido de un ladrido salió de allí, un cachorro marrón oscuro se encontraba ahí. Me tapé la boca con ambas manos emocionada, tenía una pequeña pajarita roja al rededor de su cuello, era precioso. Tenía una mirada adorable y no paraba de mover su cola chocándola contra el cartón de la caja.

- Parece emocionado, creo que le gustas.

Por un momento me pareció poder ver la sonrisa de aquel hombre, unos labios finos y bonitos. Cogí al cachorro entre mis brazos y lo levanté para mirarlo mejor. El perrito no paraba de ladrar y lo bajé al césped viendo como se esforzaba por rastrear toda el área con sus pequeñas patitas. Sonreí mirándolo, sintiendo como el hombre pasaba sus manos, acariciándome la piel de mis brazos.

- Ya somos una familia de tres.

Sentí mi piel arder y erizarse cuando él dejó un beso en mi hombro y empezó a retroceder cuando yo me giré a él para mirarlo. Fruncí el ceño cuando el perrito empezó a ladrar sin parar, miré en su dirección, me ladraba a mí.

- ¡Jara! ¡Despierta! ¡Jara!

Miré hacia el otro lado para ver al hombre de espaldas, encorvado, pronunciando aquel nombre. Gritaba con las manos pegadas a su cabeza mientras se movía de un lado a otro. Empezó a murmurar cosas que yo no lograba entender mientras me miraba, él se dirigía a mí. Sin entender el porqué él me llamaba así avancé hasta él intentando calmarlo. Su llanto era desconsolado como si hubiera perdido a alguien. Cuando termine de acercarme él parecía no notar mi presencia, se agachó en sus rodillas con ambas manos aún en su rostro, sin para de pronunciar ese nombre.

- Jara, Jara despierta. Por favor, despierta, ¡Jara!

- ¡Eva, despierta!

Abrí los ojos sobresaltada.

Me desperté sudando y revuelta entre las sábanas, tapando mi rostro al momento cuando la luz del sol me cegó. Abrí los ojos encontrándome de cerca con aquel chico joven. Su mirada sorprendida me estudiaba mientras yo apartaba las sábanas grises de mi cuerpo. Miré todo a mi alrededor, no reconocía nada de aquel lugar. El apartamento era espacioso, tenía paredes color crema y un sofá amarillo con una pared detrás de este llena de espejos. Me fijé en mi reflejo aún sentada solo por un momento y me di cuenta de que tenía un pijama verde puesto, lo miré de inmediato pensando lo peor.

- Oh, no, no, no. Yo no he hecho nada, mi madre vino anoche a ayudarme contigo. No sabía qué hacer cuando te desmayaste en aquella silla en mitad de la cocina de la cafetería y te traje a mi casa. No parabas de decir que no te lleváramos de nuevo al hospital, así que te traje aquí.

- ¿Él, donde está él?

- ¿Qué? ¿Quién? Estabas sola ayer. Decías que alguien te seguía, ¿estás segura de que no escapaste de ninguna clínica especial?

Me levanté de aquel sofá con cuidado mirando por la ventana. Allí no había ningún jardín, ni se oía al cachorro ladrar, ¿había sido un sueño? Tenía que haberlo sido, aquel extraño con el que había soñado seguro era producido por todos los medicamentos que me habían estado administrando aquellos días.

- ¿Te ha seguido alguien? ¿Estamos seguros aquí?

El chico me miraba con cara de pánico, seguro que pensaba que estaba loca y seguramente me faltaba poco para estarlo, parecía una paranoica detrás de aquella cortina mirando a la calle como una criminal escondida.

- No creo que nadie me haya seguido hasta aquí, pero ¿podrías, por favor, apartarte de ahí y sentarte un momento para explicarme el por qué nadie te querría hacer daño? ¡Dijiste que te habían secuestrado!

Me aparté de la ventana y me senté frente a él mirándole seriamente, no podía contarle nada de esto a nadie aún, nadie que no fuera él. Tenía que hablar con Bobby, él me ayudaría.

- ¿Tienes un teléfono? Necesito llamar a alguien.

- Si, pero, ¿no crees que deberías de al menos darme las gracias? Mi madre se ha pasado la noche cuidándote en su día libre, has tenido la suerte de que sea enfermera.

Lo miré por un momento, parecía un chico amable aunque algo despistado. Debajo de sus ojos había manchas oscuras y seguro eran de haberse pasado la noche cuidándome. Se me ablando el corazón cuando vi encima de la mesa de café una foto de él con una mujer, seguramente sería su madre. Tenía que salir de allí antes de meterlos en problemas.

- Gracias, de verdad. Necesito ese teléfono Max, por favor.

- ¿Cómo sabes mi nombre?

El chico se sobresaltó levantándose de repente, me miraba con su ceño fruncido y no me quedó otro remedio que levantarme despacio y acercarme a él negando con la cabeza. Me puse frente a él y apunté a la pequeña placa en su camisa.

- Tranquilo, llevas tu nombre aquí grabado. ¿Por qué llevas todavía tu uniforme?

- Oh, claro, perdona, ¿podrías apartarte? Me pones nervioso. No es que me desagrades, pero estás demasiado herida y das miedo.

Me aparté de él mirando mi reflejo en los espejos de aquella pared. Tenía razón, estaba horrible. Las heridas de mi rostro no tenían buena pinta, estaban tomando un color púrpura poco agradable a la vista y los cortes por todo mi cuerpo tampoco tenían buena pinta. Mis pies aún tenían sangre seca y el pelo lo tenía revuelto y sucio. Toque mi pecho y abdomen y me di cuenta de que las vendas habían sido cambiadas y que tenía alguna que otra más en mis brazos y en mis manos.

- ¿Cómo sabes tú mi nombre?

- Anoche, murmurabas cosas muy raras, llegaste a decir que te llamabas Eva, ¿es tu nombre de verdad?

- Sí.

- ¿Cómo te hiciste todas esas heridas? No es por incomodarte, pero si estás en peligro necesito saberlo. He metido a mi madre en esto al traerla aquí para que te curara las heridas.

- Te lo agradezco, de verdad a tu madre y a ti. No era mi intención poneros en peligro de ningún modo, pero necesitaba ayuda. Un hombre me perseguía, me ha tenido dormida en una habitación de hospital, no sé cuántos días he estado encerrada y me escapé.

- ¿Por qué ha hecho eso ese hombre?

- Por qué está loco. Max, necesito pedir ayuda antes de que él me encuentre de nuevo, por favor, déjame hacer una llamada.

El chico aceptó y me tendió su teléfono. Le di las gracias y lo cogí marcando el número de Bobby, sabiendo que sería el único que guardaría el secreto de donde me encontraba. Me moría por avisar a mi familia que estaba bien, pero no podía. No mientras Wayne me buscara. Los repetidos sonidos de la llamada se escuchaban y empecé a desesperarme, tenía que cogerlo, tenía que contestar.

- ¿Hola?

Su voz sonó a través del altavoz y sonreí por un momento con lágrimas en los ojos. Mi cuerpo entero empezó a temblar y me aclaré la garganta para poder hablar sin que se me cortara la voz.

- ¿Bobby? Soy Eva.

- ¿Eva? ¿Eres tú? ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado, te han hecho daño?

- Estoy bien, gracias a Dios.

- Te hemos estado buscando por todas partes, todos estamos muy preocupados por ti. Eva, dónde estás, voy a buscarte ahora mismo.

- No, Bobby, todavía no. Necesito que vengas a por mí en cuanto termines de trabajar. Te lo contaré todo, te lo prometo.

- Eva, hemos quedado para buscarte por la zona de tu trabajo, tengo que decirle a tu familia que estás bien. No sabes lo que están pasando.

- Todavía no, Bobby. Aún no pueden saber dónde estoy.

- ¿Cómo? ¿De qué estás hablando? Están con el corazón hecho cenizas por ti, ¿y no quieres que sepan que estás bien?

- No es eso, no quiero ponerlos en peligro, Bobby. Llámame cuando termines y podremos vernos.

- ¡Puedo ir ahora mismo a por ti! Solo dime dónde estás.

- Vuelve a llamar a este número, estaré esperándote.

Le colgué sabiendo que no haría el menor caso si le decía en donde estaba. Las lágrimas volvieron a caer de mis mejillas, necesitaba abrazarlo. Éramos amigos desde hace años, pero siempre había habido una conexión especial entre nosotros. Se había declarado un año atrás y yo aún no me había decidido a intentarlo. Estaba ocupada creyendo que iba a salvar miles de vidas al lado de Wayne. Qué gran error había comido al confiar en alguien como él, no podía entender como alguien como él, un hombre tan exitoso podía hacer tales cosas. Lo tenía todo, era un gran cardiólogo, tenía fama y dinero. No sabía si tenía vida amorosa o familia, lo cierto es que nunca le había visto con alguien románticamente, pero alguien como él no podía tener ningún problema en ese ámbito. No entendía el cómo había terminado de ese modo.

Miré a Max en la cocina preparando café con su tablet en la mano y me acerqué a la isla sentándome frente a él tendiéndole el teléfono.

- Gracias por dejarme llamar.

- No hay de que, ¿necesitas algo? ¿Te apetece un café?

- Me muero por un café.

- ¿Con leche y azúcar?

- Si puede ser y tienes sacarina mejor, gracias.

- Claro que tengo, vas a probar el mejor café de Manhattan en este mismo momento, echo por el mejor camarero del Harryscaffé's.

Hice un intento de sonrisa viendo como se movía por toda la cocina para servir el café en dos tazas negras. El aroma llenó toda la estancia y cerré los ojos un momento pensando en aquel sueño. Todo me parecía tan real allí, era como si de verdad hubiera estado allí. Aquel hombre que no podía ver me llenaba de una sensación de angustia. Pensar en él me ponía los pelos de punta, ¿cómo era posible que alguien que solo existía en mi subconsciente pudiera hacerme sentir de aquella manera tan rara? Abrí los ojos cuando el sonido de la taza contra la encimera sonó.

- Creo que es la milésima vez que te lo pregunto desde anoche, pero, ¿estás segura de que no quieres ir a un hospital? Nada en ti tiene... buena pinta.

- Lo sé.

- Eso es un no.

Él hizo una mueca con su boca y se encogió de hombros apoyándose en la encimera bebiendo su café. Yo estaba a punto de probar el mío cuando el sonido metálico de la puerta nos sorprendió a ambos. Me aferré al borde de la encimera esperando lo peor, estaba apunto de tirar la taza a quien fuera que estuviera detrás de aquella puerta, ¿me habrían encontrado? ¿Eran los hombres de Wayne? La puerta se abrió rápidamente seguido de un tomate rodando por el suelo.

- ¿Hijo? ¿No piensas ayudar a tu madre? No me puedo creer que tengas la nevera vacía, me dijiste que no te hacía falta nada.

Max suspiró mirando el techo y se acercó a ella haciendo señas con sus manos mientras hacía expresiones raras. Una sonrisa se me escapo al verlos discutir sobre que él era un adulto y que tenía que ser responsable si quería vivir solo y que ella no tenía que hacer nada de esto.

- Mamá, ya te he dicho que no quiero nada de esto, además, ¿para qué compras tomates? ¡Yo nunca como tomates! ¡Que desperdició!

- Eso ya lo sé, tú solo comes esa basura que viene en el cartón, que lo único que lleva son azúcares. Debería darte vergüenza, ¿acaso le cocinas a tu novia? Pena me da de esa chica.

Empezaron a colocar la compra, ambos siguiendo con su discusión al margen de mi allí sentada. Empecé a beber mi café mientras los miraba, su relación se parecía tanto a la de mi familia que me entró la nostalgia. ¿Cómo estarían en este momento? Posiblemente, pensaran que estaba muerta. Estaba tan adentrada en mis pensamientos que di un respingo cuando el pequeño grito de la mamá de Max me sorprendió.

- ¡Cariño! Estás despierta, déjame revisarte. Tienes buen aspecto, dentro de... todo lo que se ve.

La mujer me pasó las manos por la cara y los brazos, mirándome de cerca. Parecía una mujer estricta, pero cariñosa, no sé cómo explicarlo. Era de esas mujeres que te regañan, pero después te pasan la mano por el pelo y te dicen que es por tu bien.

- Las cicatrices cerrarán pronto y por las heridas no te preocupes, no quedarán muchas marcas visibles. Ahora lo importante, cariño es si tú estás bien y no me refiero a físicamente.

Ella me miro a los ojos cogiendo mis manos entre las suyas. Yo la miré y sin poder evitarlo mi mente empezó a recordar, había descubierto que mi trabajo era solo una tapadera y que había cosas turbias en las que me veía envuelta por culpa de alguien al que creía un ángel. Había sido golpeada, retenida, amenazada, perseguida, apuñalada y ahora también cargaba con la duda de no saber si este nuevo latir dentro de mí era realmente mío o se lo habían arrebatado a alguien. Empecé a llorar con la respiración atascada en la garganta. La mujer me abrazó en su pecho, acariciando mi pelo, consolándome.

- Gracias.

- No tienes que dármelas cariño.

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