Pensamiento Número 19

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Continuando con el pensamiento anterior, me gustaría implicarme más en aquella inmersión, la naturaleza de lo que llamamos "evolución". Aunque siempre ha habido dudas sobre la formación de los encéfalos a lo largo de la especie humana, se deduce que solo fue una acción natural surgida por el perfeccionamiento de la posición erguida, la alimentación cárnica (aunque este último punto entra en debate), la mejora de los alimentos con la coacción de los mismos, así como también el uso constante de materiales simples (como piedras o ramas) que perfeccionaron la actividad humana en mutua relación con sus necesidades. Así, el cerebro creció de forma natural para perfeccionar cosas tan simples como agarrar una piedra para romperla mejor, y, de forma indirecta, también contribuyó a que los humanos tuviesen un pequeño margen para mejorar en cada escala evolutiva.

Entramos en el sentido de la Labor Limae, como diría un artesano romano. Por no decir que siempre estuvimos en tal oficio, pero ya dejando solo el terreno netamente físico para pasar al mental. Nuestro cerebro creció con el tiempo y con ellas las deducciones. La cada vez mayor complejidad del cerebro ayudó a entender problemas más complejos a resolver que abriesen paso a más pulcritud en toda actividad preocupante al humano en su fabricación de útiles.

Pero, al mismo tiempo, cuando el ser humano abrió paso a la complejidad de la parte intelectiva del cerebro, hizo crecer también la parte emocional. Y, mezclando la parte emocional con la complejidad intelectual, partimos de sentimientos tan simples como reír o llorar, a unos que son distintas facetas del mismo punto de arranque.

Para que se entienda: como tal, llorar (o sentirse triste) es el eje de sentir melancolía, desolación, soledad o nostalgia. Igual que reír (sentirse feliz) es un eje con diferentes facetas como sentirse maravillado, extrovertido, excitado o vanagloriado. Nuestro intelecto fue aquello que aumentó el grado encrucijado de aquello que era simple, muy probablemente como un error o una particularidad evolutiva que surgió de forma colindante como consecuencia del positivo sentido intelectivo. La inteligencia nos hace ver más líneas divisibles en situaciones que podrían carecer de real significado, porque nos encanta ver enmarcasiones más exactas y un porqué de las mismas. Si habría de decirlo de otro modo, nuestra mente se complica la vida. Es la que formula nuevos problemas emocionales al racionalizar todo nuestros sucesos.

Por ejemplo, una persona que no se pone a pensar que está sola no "está triste". Una persona que no piensa en el paso del tiempo no "está triste". Y una persona que piensa que está ganando frente a todo pronóstico, "está feliz". ¡Racionalizamos tanto ahora, que ahora hasta minimiedades como esas se han vuelto contraproducentes!. Pensamos demasiado, y no es que el problema sea "sentir poco". ¡Ahora sentimos más que antes! Un perro no siente nostalgia, un gato no padece melancolía, ni menos verás una rata depresiva, como tampoco un lobo confiado o un león vanagloriado. Solo algunos animales con suficiente inteligencia, mínima capacidad cerebral en sus cabezas, tienen más sentimientos que el resto (como un elefante o un chimpancé).

El resto de animales son más simples; sienten sentimientos más llanos. La felicidad o la tristeza son los más propensos, y son producidos en extremos claros. Un perro que dejas solo en casa se pone triste al saber que te vas; necesita ausencia para sentir que estás fuera, lejos de él, para chillar en el sofá. En cambio, sin importar qué tanto le trates estando cerca, (siempre y cuando no sea maltrato animal), incluso en indiferencia, el perro te dará su amor incondicional. Son tales los polos que los animales manejan gracias a su simpleza, que se percibe que solo el hombre se complica todo. Y es que no podemos evitar esquematizar todo lo que vemos y vivimos para dar nuevos niveles que antes no existían, sino que inventamos de cero. Somos sus únicos testigos en este planeta, los elegidos de la depresión y la amargura.

Al indagar tanto en la falta de apoyo de otros, pensamos que es triste (solitario) la circunstancia; Al igual que al percibir la diferencia de tamaños entre nosotros y el cosmos, creamos el nihilismo, cosa que no existía tampoco hace menos de doscientos años (o al menos, no en el exagerado nivel de ahora).

Parte de este procedimiento de "enrevesar" nuestra forma de ver el mundo, se puede notar al crecer. Al crecer nuestros cerebros, somos capaces de ver más allá de los polos. O, para ser más acordes a lo promulgado, creamos algo que va más allá de los polos. Creamos hemisferios nunca explorados al querer configurar un mapa que nunca había sido concebido ¡Creamos líneas imaginarias y guerras sin razón al querer ver en nuestras cabezas problemas de poca importancia!. Al razonar que alguien tiene más comida que tú, inmediatamente se piensa en querer la misma porción, naciendo la envidia no de un simple deseo. La envidia nace cuando vemos, de manera matemática, la presencia de nuestro cero frente a un uno, y le otorgamos un espectro eterno a cada número allegado. Intuimos que el otro siempre ha tenido ese "uno" y que solo nosotros tenemos un "cero", por lo que sentimos enojo. Y en respuesta de nuestra envidia, hacemos que nuestro objetivo ansiado se revuelque en rechazo a su vez; cavila en la naturaleza de nuestra afrenta, y responde según sea el mismo nivel de actitud, pues no entiende su "enojo" y responde en emociones irónicamente paralelas. Todo, a la final, gira en discurrir en el exceso de la filosofía. En el exceso de separar todo, creamos ideas en sí mismas a corde a los sentimientos primordiales.

Yo indicaría, para cerrar este pensamiento, que las emociones realmente tienen tres puntos cardinales: La tristeza, la felicidad y el enojo. Serían los tres colores primarios de los que todos los seres sintientes gozan, mientras el resto es una paleta disponible según el nivel mental de cada uno.

Digo todo esto ignorando, únicamente, el dolor. Pues el dolor siempre me ha parecido que tiene una categoría distinta. Puede ser provocado por tantas razones, tanto por el enojo y la tristeza, como también por la ausencia de felicidad (que no conlleva, necesariamente, tristeza o enojo, pues estar sereno y recibir dolor físicamente que exprima, a su vez, tu cabeza). En conclusión, creo que el error de nuestro sentir, producido por nuestro avance sobre entendimiento, no es un "error", creo iría más por defenderlo como consecuencia obvia de la armonía mental. Ahora podemos actuar matemáticamente, pero ganamos con ello la matemática en todos los campos, y, como toda regla numérica, en distinguidos sentidos. Y es posible, si seguimos el camino evolutivo, que nos hagamos más sentimentales conforme nos perfeccionemos.

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