Pensamiento Número 20

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Creo que la gente debería realmente lamentarse de la pérdida del juguetero. Ese típico artesano de escuetas manos manejando madera y tallando una pieza pequeña para las sonrisas de un niño; no era menos que un artista verdadero. Se reemplazó su técnica, dedicación, y su afición en cada pueblo, por una maquinaria industrial que se imponía sobre todos los pueblos con sede en una ciudad. Se deshizo este mundo de los grandes maestros de la sonrisa, perdiendo sus cuerdas, títeres y caballos de abedul. Claro que suponía talar, obviamente, árboles para su invención. Aunque ni era tan excedente ni tan contaminante como toneladas de plástico repartido en morbosas toneladas olvidadas en una caja de metal. Tanta cantidad que ni un niño quiere usarlas, pues abusan de su mente en una tontería repetitiva.

Yo también amo los legos, ¡quien no diese diez euros por solo un paquete pequeño! Pero, lastimosamente, es más orientado a adultos que a enanos, quienes se aburren si no tienen las piezas de su agrado. Y mira nomás que caras, que amontonadas, y que inservibles se vuelven sin el espacio claro. Se compran con una programada emoción corta que tenga que satisfacerse con otro empaquetado igual.

En definitiva, que el capitalismo en exceso nos agota sin darnos cuenta. Perdemos la calidad y la posibilidad de nuevas fronteras con lo poco, que deshacemos pronto nueva magia en lo mucho.

¿Tal vez me adelanto en esta apreciación? Pues ya he dejado de ser un niño, y solo veo que el arte de esta industria murió con la primera producción de una figurita plástica en prensa alienada.

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