Capítulo 9

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Pronto, el prospecto a héroe se vio rodeado por los ídolos que tanto admiraba, bombardeado con miles de preguntas acerca de su bienestar. Querían saber si se encontraba bien o si aquel "maldito", como lo denominaban, le había hecho algo. Los héroes preguntaban con preocupación si estaba bajo alguna influencia hipnótica, dispuestos a buscar un detonante para liberarlo de tal estado, e incluso formularon preguntas más sencillas, como si había comido algo recientemente.

—Comida... —susurró para sí mismo, pero algunos héroes que estaban muy cerca lo escucharon, interpretando su murmullo como una señal de que el joven no había comido nada. Supusieron que el monstruo lo había matado de hambre mientras estaba secuestrado. En parte, tenían razón; Izuku había resistido comer, pero eso había sido por voluntad propia y no porque lo obligaran. Según la leyenda, quien comiera alimento proveniente del inframundo estaría condenado por la eternidad.

Perdido en sus pensamientos, Izuku no notó en qué momento se habían desplazado hasta un puesto de la feria que vendía takoyaki. El aroma delicioso invadió sus fosas nasales, y su estómago gruñó, evidenciando su falta de comida. Esta vez, el gruñido sonó más como una advertencia de lo que vendría. Midoriya se llevó una mano a la cabeza, sintiendo un mareo provocado por el aroma, y apenas registró cuando alguien pronunciaba su nombre con urgencia.

—Joven Midoriya, ¿estás bien? —la voz de All Might, cargada de preocupación, penetró su aturdimiento. Los otros héroes se aglomeraron a su alrededor, sus expresiones reflejando un pánico creciente.

Izuku abrió la boca para responder, pero antes de poder emitir sonido alguno, su visión comenzó a oscurecerse. Sintió que sus rodillas flaqueaban y, en un instante, todo se volvió negro. Desmayado, cayó al suelo mientras los héroes a su alrededor gritaban su nombre y se apresuraban a ayudarlo.

—¡Joven Midoriya! —All Might lo sostuvo antes de que tocara el suelo, sus grandes manos amortiguando la caída. Mirko se inclinó rápidamente, verificando sus signos vitales.

—Está respirando, pero su pulso es débil —informó con voz tensa, mirando a los otros héroes. —Tenemos que llevarlo a un lugar seguro y asegurarnos de que reciba atención médica de inmediato.

Mientras lo transportaban cuidadosamente, la mente de Izuku flotaba en un limbo oscuro, llena de fragmentos de recuerdos y sensaciones. Las palabras susurradas por el señor del infierno resonaban en su mente, mezclándose con las voces de sus amigos y mentores. Una batalla interna se libraba dentro de él, entre el miedo a lo desconocido y la esperanza que sus compañeros le brindaban.

El joven Midoriya, afortunadamente rescatado, se encontraba en un hospital, donde su madre, Inko, lo visitaba constantemente. Sus compañeros de clase también acudían frecuentemente, alegrándose de que el peli-verde estuviera sano y salvo después de su traumático encuentro con el maniático que casi acaba con sus vidas y las de varios héroes profesionales. Los profesores que habían participado en su rescate no querían brindar detalles sobre cómo y dónde habían encontrado a su amigo, lo que llevó a los estudiantes a concluir que alguien había dado el aviso de manera anónima. Ignoraban por completo que la mitología griega estaba entrelazada con el destino de Midoriya y desconocían el pasado del alma que ahora habitaba su amigo.Midoriya, en sus sueños, no sabia donde se encontraba, pues era un claro con una construcción de toques blancos, verdes y dorados, lo que parecía ser un parteón si recordaba las clases de historia de la cultura griega. Se hallaba viendo los enormes paisajes verdes con varias chicas danzando y bailando, divertidas.

En sus sueños, Midoriya se encontraba en un claro con una construcción de toques blancos, verdes y dorados, que recordaba a un Partenón según sus lecciones de historia de la cultura griega. Observaba los vastos paisajes verdes, donde varias chicas danzaban y reían alegremente. La escena era vivida y nítida, como si estuviera presenciando un recuerdo en lugar de un simple sueño.

—No, Perséfone —escuchó detrás de él. La voz resonaba con autoridad y una profunda preocupación. —Aquellas ninfas se encuentran coqueteando con los dioses para que alguno baje y haga su santa voluntad con ellas, preñandose por aquel contacto y tu, mi niña, debes de permanecer casta como mi querida hermana.

—Pero madre —respondió instintivamente, como si viviera un recuerdo en primera persona que jamás había experimentado. —Yo quiero saber que es el amor, ¿Por qué no puedo?

—El amor no existe, mi niña, y mucho menos que venga proporcionado por uno de los dioses del Olimpo.

—Pero los mortales... Los mortales se enamoran y pasan el resto de su vida juntos e incluso llegan a morir de tristeza si no están con aquella persona especial con la que conocieron miles de momentos, madre, por favor. Te prometo que...

—La respuesta es NO, Perséfone.

Midoriya guardó silencio ante la severa respuesta de la mujer que había sido su madre en el pasado. La diosa de la cosecha era realmente severa cuando se trataba de su hija y no dudaba en demostrarlo, incluso con Perséfone, condenándola a una vida de castidad que ella no había elegido. Perséfone veía cómo los mortales se cortejaban, se enamoraban, contraían nupcias y entrelazaban sus vidas ante la diosa Hera, diosa del matrimonio. Ella también quería eso.

El paisaje cambió, transformándose en un campo de flores. Midoriya vio a Perséfone, su yo pasado, caminando entre las flores, disfrutando de la brisa y el sol. De repente, la tierra se abrió a sus pies y surgió un carro tirado por caballos negros. De él descendió Hades, el dios del inframundo. Su mirada intensa se encontró con la de Perséfone, y en un instante, todo cambió.

Hades, con una mezcla de autoridad y anhelo, extendió su mano hacia Perséfone. —Ven conmigo, reina mía —dijo, su voz profunda resonando en el aire. Perséfone, atrapada entre el miedo y la curiosidad, extendió su mano y fue llevada al inframundo, su destino sellado en ese momento.

El inframundo era un lugar de sombras y misterios. Midoriya, viendo a través de los ojos de Perséfone, sintió la transformación del ambiente. Las sombras danzaban alrededor de ella mientras Hades la guiaba por su reino. Aunque el miedo persistía, Perséfone comenzó a descubrir una belleza oculta en el inframundo, una serenidad y una majestuosidad que no había esperado.

—Este es tu nuevo hogar —dijo Hades, mostrándole su reino. —Aquí, serás mi reina.

Con el tiempo, Perséfone y Hades desarrollaron una relación compleja. A medida que pasaban los días, la inicial aprensión de Perséfone dio paso a una comprensión más profunda. Hades no era el monstruo que había temido; en su corazón, descubrió una soledad que reflejaba la suya propia. Los jardines del inframundo florecieron bajo su cuidado, y la oscuridad del lugar se iluminó con su presencia.

Pero no todo era paz en el inframundo. Perséfone añoraba la superficie, el calor del sol y la compañía de su madre. Un acuerdo fue finalmente alcanzado: Perséfone pasaría parte del año en la tierra con su madre y parte en el inframundo con Hades. Este ciclo reflejaba las estaciones, trayendo vida y muerte al mundo.

En sus sueños, Midoriya revivía estas experiencias con intensidad. Vio cómo Perséfone y Hades se acercaban, sus corazones entrelazándose en un amor complejo y profundo. Pero también sintió la tristeza de Perséfone al dejar a su madre, Deméter, y la alegría de regresar a su lado cada primavera.

—Ahora lo entiendes...

El peli-verde se volteó, encontrándose con aquella chica pelirroja con una corona de flores sobre su cabeza y una túnica negra. Su piel blanca estaba esparcida con pecas. A simple vista, nadie diría que eran almas pasadas a excepción de una cosa: sus ojos.

—Lo que sientes al verlo, lo que sentiste al besar sus labios, tocar su piel, esas ganas de quedarte a su lado por la eternidad, son cosas normales, lo amas, lo amamos.

—Nunca he estado en contra de un día enamorarme —por fin habló. —Pero el sueño que he tenido desde que tengo memoria, al menos en esta vida, es convertirme en un héroe.

—Y puedes serlo.

—¿Qué pasará conmigo cuando despierte? —preguntó con duda, a lo que la chica le sonrió.

—Él te lo dijo.

Las clases habían comenzado, y ya habían pasado cinco días desde que Izuku había sido encontrado, pero no había señales de que fuera a despertar. Sus amigos estaban preocupados y planeaban aquella tarde ir a buscar a su madre y dirigirse al hospital para verlo. Sin embargo, lo que sucedió después fue algo que nadie se esperaría.

La puerta del aula se abrió, y casi todos corrieron a sus asientos pensando que se trataba de su profesor. Pero se quedaron boquiabiertos al ver a cierto peli-verde entrar. A pesar de su deseo de abalanzarse sobre su compañero, algo los repelía, algo les decía que no era buena idea acercarse a él.

Izuku caminó con una seguridad y una gracia que no le eran propias, sus movimientos parecían más fluidos, casi felinos. Una sonrisa enigmática curvaba sus labios mientras sus ojos verdes brillaban con una intensidad hipnotizante.

—¿Dónde puedo conseguir granadas? —preguntó Izuku al azar, como si nada hubiera pasado. La pregunta, hecha con un tono suave pero lleno de una extraña autoridad, dejó a sus compañeros en un rotundo e incómodo silencio.

¿Cuándo había despertado?
¿Por qué no les avisaron?
¿Por qué Midoriya les despertaba, en ese preciso instante, una especie de inquietud?

—Maldito, nerd de mierda, ¿Quien te dio permiso de regresar a la clase sin tener la jodida cortesía de avisar? —por fin, uno de los presentes tuvo el valor de alzar la voz, y para sorpresa de nadie, Katsuki Bakugo fue el impertinente que abrió la boca.

Izuku lo miró con una calma inquietante, sus ojos destellando con una chispa de algo oscuro y seductor.—¿Dónde puedo conseguir granadas? —repitió, su voz acariciando las palabras con una suavidad que hacía que la piel de sus compañeros se erizara.

—En la cafetería, lo más seguro —respondió con la voz más dulce que pudo la chica de cabello avellana, tratando de ocultar su incomodidad y preocupación. —Pero, la clase está a punto de empezar, podemos ir a buscar manzanas después de que acaben. Por lo que escuche hoy pelearemos en parejas y será un dos contra dos.

—Gracias —dijo Izuku alzando la mirada, sus ojos brillando con una intensidad que parecía atravesar a sus compañeros. —¿Ahora, quien quiere prestarme su vida? —añadió, su sonrisa tornándose más siniestra pero aún sutil.—Prometo devolverla.

El ambiente en el aula se tornó aún más tenso. Las palabras de Izuku resonaron en el aire como una amenaza velada, y sus compañeros intercambiaron miradas inquietas. La sensación de inquietud se apoderó de ellos, una sensación que nunca antes habían asociado con su amigo.

Katsuki frunció el ceño, sus instintos de protección y rivalidad se entrelazaban, creando un conflicto interno. —¿Qué demonios te pasa, Deku? —exigió, su voz más baja pero cargada de frustración y preocupación.

Izuku no respondió de inmediato. Su mirada parecía perdida en otro tiempo y lugar, como si estuviera viendo algo que los demás no podían percibir. Finalmente, su mirada se enfocó en Katsuki, y por un momento, sus ojos mostraron un destello de algo familiar, algo humano.

—No lo sé —dijo Izuku suavemente, sus palabras apenas audibles. —Pero necesito granadas.

El silencio volvió a envolver la sala. Uraraka, intentando mantener la calma, dio un paso adelante. —Izuku, ¿qué pasó mientras estabas... allá? ¿Hay algo que necesitemos saber?

Izuku parpadeó, como si estuviera regresando a la realidad. —Recuerdos —murmuró. —Recuerdos de algo antiguo, algo que no comprendo del todo.




















Gracias por leer y por su paciencia, los veo en el siguiente capítulo. 

Corregido; 12/jul/2024

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