Cap. 6: Su manera de agradecer

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Esa noche dormí en casa de Henri. Mi madre llamó asustada porque se había hecho de noche y yo aún no había regresado. Elena fue con ella y le hizo compañía mientras que JJ se quedó en su puesto, por si me aparecía después de acabar mi turno en exótica, suponiendo positivamente que tal vez cumplía horas extras o solo se me había hecho tarde en el trabajo.

Al día siguiente tendría que pedir disculpas a la señora Cavalet... Si es que no me despedía, pasaron tantas cosas juntas que no pude ni avisar que faltaría.

Luego de que me encontraran y me llevaran a enfermería, el abuelo llamó a todos y les contó que me agredieron. Indiana se vino muerta de los nervios de inmediato con Elena a casa de los Blake, en espera de nuestro regreso. Una vez recuperé la consciencia, este les avisó y decidieron que durmiéramos allá, por el gran susto que pasamos y mi posible inestabilidad durante la noche.

Mi madre se puso a llorar mientras me abrazaba diciéndome lo preocupada que estaba. Estas personas me conocían tan bien que no me dejaron sola por el resto de la noche. Primero me consolaron un poco, luego intentaron desviar el tema y prepararon una rica cena, incluyendo mi plato favorito para que no me negara a comer.

Luego Jav se encargó de contarme todo tipo de cosas, para que no tuviera tiempo de pensar en lo sucedido. Cosa que se me hizo muy especial, porque, de todos, él era el que menos sabía el real grado del asunto. Jav era adoptado y formaba parte de la familia desde hace cuatros años; es decir, no estuvo para cuando estudié en el G.W.L.A y las cosas salieron terriblemente mal.

Cuando ya se hizo muy tarde, Henri me secuestró a su habitación. Indiana ya estaba dormida, así que ni notó que no llegué al cuarto de huéspedes. Por un momento me asusté y creí que pasaría otra cosa, pero luego de ver como Henri se sentaba en una colchoneta en el piso y a mí me dejaba su cama, solo pude respirar para intentar no llorar y lanzarme a abrazarlo de nuevo. Él era el mejor y lo sabía; conversó conmigo y, cuando vio que ya el sueño hacía lo suyo, apagó las luces y siguió hablándome hasta que se asegurara que estuviera dormida.

Solo por esta vez dejé que me consintiera sin contradecirlo, sabía que estaba preocupado, no quería darle más razones para ello. Sin embargo, al final se me hizo imposible.

A lo largo de la madrugada me desperté de una pesadilla.

Aunque más que una pesadilla, eran recuerdos de mi último día en el G.W.L.A.

Se sumaban progresivamente como una cadena. Enrollándose en un círculo vicioso que se repetía una y otra vez.

Había luchado por bloquearlo por años, pero siempre volvían uno peor que el otro.

Bueno, tal vez no todos. Al menos, hubo un recuerdo que no recordé nunca hasta esa noche.

A decir verdad, siento que ese si fue un sueño...

Apenas podía sostenerme. Me balanceaba de un lado a otro, intentando no caer en el siguiente paso.

—Hey, ¿estás bien? —Escuché a alguien, mis rodillas en algún momento tocaron el suelo.

No recuerdo que fue lo que le dije. Dolía hasta respirar.

—Cielos, ¿qué fue lo que te pasó?

No respondí.

—Está bien, no me digas... —susurró, viéndome en extremo preocupado—. Vamos, te llevaré a la enfermería.

No tuvo la fuerza suficiente para levantarme y yo me negué a facilitársela. No quería ir ahí. Por el contrario, quería irme lo más lejos posible de esa institución.

—Oye, debes colaborar conmigo. Intento ayudarte.

Negué de nuevo.

—No puede ser... —murmuró frustrado—. Está bien, tú ganas. Por favor, espera aquí mientras voy por ayuda entonces.

Mi garganta se cerró el llanto, recordando como apenas pude levantarme y escapar, otra vez.

Fue cuando Henri, sin vacilar, prendió las luces y se acercó a calmarme.

—Estoy aquí, ¿me escuchas?

—Lo siento, Hen... —Lloré en su pecho y pude sentir como se estremeció.

—No te disculpes... —Su voz ronca, casi se quiebra—. No estás sola, Lop... —agregó suavemente, acariciando mi rostro lloroso mientras yo regulaba lentamente mi respiración y asentían, tomando sus manos.

Creo que para este punto no hace falta decir que no era la primera vez que me ocurrían este tipo de cosas. Y, siendo sincera, debe ser una historia incluso más larga que la de mis padres, tanto que, para hacerlo, me saldría mejor escribirla por partes en un libro.

Siempre he sido la chica rara y aislada, a la cual les gustaban molestar. Varias chicas anteriores de mi curso creían que era gracioso hacerlo, otras simplemente les daba asco y unas no me soportaban. Luego estaban las que me atacaban por remordimiento, porque en algún punto me defendí, me defendí de nuevo y luego dejé de ser un blanco fácil, pasando a ser uno que, si lo intentabas, pagabas las consecuencias.

Claro que no físicamente. Escuchar, observar, juntar, concluir; son las bases para enterarse de lo que ocurre a tu alrededor. Es fácil oír la misma historia de diferentes bocas, observar los pasos de quienes transitan en tu vida, juntas los pedazos y hacer un análisis propio.

Si la pegaba, bien, sino también. Existen quienes mentían y evadían el tema, pero los delataba su lenguaje corporal, y luego estaban los salían ahuyentados y no volvían a cruzarse en mi vista. Sí, podía parecer de mal gusto usar los secretos que conocía de mis agresores para evitar que movieran un dedo; sin embargo, era un buen escudo, a fin de cuentas, funcionó tan bien que terminó por convertirse en mi respuesta para todo.

Mentirosos, abusivos, manipuladores, interesados; hay todo tipo de personas en el mundo. E, irónicamente, precisamente los que más cansados estaban de sus heridas, son con los que más se frecuentaban.

Mi madre solía regañarme por haberme vuelto así: que actuara tan a la defensiva; le preocupó que llegara a importarme tan poco las otras personas y no hacer más amistades, ya que los espantaba a la primera oportunidad y nunca más volvía a saber de ellas.

Si cuento la cantidad de personas —que no sean mi familia o la de Henri— que llegaron a entenderme y persistieron a pesar de mis rechazos. Esos que se hicieron tan importantes en mi vida, no necesito los dedos de mi segunda mano.

Ely y... ese chico, fueron los primeros.

Los tenía en gran estima, los recordaba con genuino cariño. Me pegó muy fuerte el haber tenido que alejarme.

«Me gustaría reunirnos de nuevo...», me mordí un labio. Tal vez con Ely haya una posibilidad de recuperarnos.

Pero él...

—¿Ves que si sabes divertirte? —Me preguntó la última vez que pudimos vernos y no teníamos problemas. Estábamos bromeando sobre algo y me reía a cantaros.

—¿A qué dices que se debe la acusación? —Lo miré de reojo, escuchando las risas y el bullicio de nuestros amigos alrededor.

Estaba oscuro, pero incluso así pude ver la sonrisa llegar hasta sus ojos.

—Nada, solo... —Bajó la mirada y luego se recostó de su silla—. Solo pensaba en lo mucho que me gusta oírte reír.

Todavía recuerdo lo roja que me puse y el arrebato que tuve después, cuando me acerqué y, en lo que volteó, lo besé.

La ironía es una de la más fina de las maestras, ya que, hasta hace poco Félix, alguien totalmente opuesto a él, me lo dijo con la sinceridad y lealtad que, al llegar el momento del desastre, él no utilizó.

Cuando lo recuerdo... no puedo evitar sentirme tan rancia y actuar con crueldad, ¿por qué debería?

Aunque, quizás estaba haciendo una comparación injusta.

«Somos» un gran equipo —Sonrió hacia mí con el vaso inclinado hacia su boca—. Eres parte de él ahora.

Si el rulos pudiera leer mentes, estoy segura que me regañaría y me contradeciría. O, tal vez, intentaría comprenderme y luego hacer un comentario con una sonrisa que me haría sentirme mucho mejor; porque así es él, no intenta infundirme lo que pensaba, en su lugar procuraba hacerme reír y recordarme que no todo el mundo es así.

Porque sí... No todo el mundo es como Félix.

Suspiré por tercera vez.

—¿Estás segura de ir a clases hoy, hija? —y preguntó Indiana por tercera vez desde que me levanté a la misma hora de siempre para alistarme.

Asentí poniéndome una de mis camisas de manga larga y me levantaba para abrochar uno de mis overoles más viejos, pero con ese aire relajado que me encantaba. Creía que, si parecía relajada, me convencería que estaba relajada. Me dejé el cabello suelto para cubrir parte de los moretones y solo dejar a la vista, sin otra opción, el de mi rostro.

—Estaré bien... —susurré colocándome mi mochila al hombro. Omití un quejido cuando este hace presión sobre uno de los lugares donde recibí otro de los golpes.

Hoy sería un largo día y mi madre, sabiendo que no podría detenerme, se levantó de la cama y se acercó para darme un delicado abrazo, poniendo sus labios sobre mi cabello.

—No hagas ninguna locura, por favor... —susurró y yo, con media sonrisa, asentí correspondiéndole.

—¡¿Qué Lop qué?! —Nos separamos ante el sobresaltado grito de Henri—. ¡De ninguna manera!

Reí en voz baja y negué resignada. Como estuvo la mayor parte de la noche cuidándome, durmió muy poco y, cuando amaneció, estaba como un tronco tirando en su colchoneta y con las sabanas regadas en el piso. No me sintió levantarme y mucho menos escuchar mis planes de ir a Houston hoy, hasta ese momento.

—¡Lop! ¿En qué estás pensando? —reclamó frente a la habitación que acondicionaron hace décadas para nosotras, donde dormía con mi madre y guardaban parte de nuestras ropas.

Me encogí de hombros y le di una sonrisa, pidiendo permiso con una mano para pasar por el pasillo.

—Mejor apúrate, es tarde —Mentí riendo y me encaminé a desayunar.

. . .

—Sigo diciendo que es una de tus más estúpidas ideas. Lop, por favor, ¡apenas te mantienes en pie!

—¿Puedes dejar de tratarme como una discapacitada? —refunfuñé hastiada, dibujando una mal hecha sonrisa.

—Vamos, regresemos. Todavía es ridículamente temprano, hasta para ti.

—Nos vemos, Hen —Sentencié y me alejé de él.

—Oh, no, nada de eso —Me alcanzó y tomó mi mano, frenándome y tomando mi hombro para voltearme—. Aún no comienza mi turno, iré contigo.

—Henri... —susurré casi rogando paciencia.

—No puedes evitarlo, estoy preocupado, todos lo están.

Intenté disimular, pero notó como tragué saliva. Dio medio paso hacia delante e hizo un poco de mi cabello hacia detrás de mi oreja, rebelando el moretón que se extendía por mi pómulo. Acuna mi rostro con ella y me mira seriamente

—Indiana también me pidió vigilarte.

—No quiero un niñero, Hen. No quiero tenerles miedo...

—Pero lo tienes —interrumpió acariciando mi mano para que dejara de temblar.

Lo pensé por un momento y al final asentí dando un suspiro para soltarme y apuntarlo.

—Está bien, solo hasta la primera clase, luego seguirás con tu trabajo hasta la salida —Pinché su mejilla con mi dedo antes de que protestara—. ¿Estamos?

Resignado asintió también y me volteé para caminar. Lo peor del asunto era que él no sabía exactamente a donde me dirigía. Cuando nos detenemos junto a la puerta del baño de chicas se obliga a parar, recostándose de la pared mientras yo le sonreí burlonamente e ingresé al baño.

Pensé, ya que no le había avisado nada, que no vendría al final, pero bastó asomarme solo un poco para distinguir a la ex coronada de Houston, mirándose al espejo el contorno de los ojos y asegurándose que sus ojeras ni existieran. Al sentirse observada, bajó su mano sobresaltada y se volteó hacia a mí.

—Joder, ya era hora —susurró extrañamente aliviada. Luego puso una cara de horror—. Y sí, se puso peor.

Rodé mis ojos. Se acercó a mí y, sin esperar una sola respuesta, me quitó la mochila y me ordenó recostar mi trasero del lavamanos, pasándome una liga para amarrar mi cabello. La vi un tanto impactada mientras que, por encima de su bolso, alzaba una caja de plástico para ponerla al lado mío y sacar una gran cantidad de productos y maquillaje.

—Espera, espera —La detuve bajando mis manos, ya con el cabello amarrado—. ¿Qué es todo esto?

—Algunas cositas para reconfigurarte el rostro —explicó sin mirarme, buscando con rapidez algo entre las bases y polvos. Dejando de moverse, me miró—. Si estás aquí es porque aceptas la tregua, ¿no?

—Ni si quiera sé de qué se trata todo esto, Chris, ¿serías tan amable de explicarme? —La hice suspirar.

—Tú eres la bruja de Houston, deberías saberlo —Sonrió maliciosamente—. ¿Qué es lo que más odia Paula Wade?

Lo pensé por un momento, cruzándome de brazos sin quitarle la mirada de encima.

—Verse expuesta y arruinada —Finalmente dije—. Es muy superficial, si su «reputación» corre peligro ella hace lo que sea para taparlo. Al contrario de ti, a ella no le gusta verse envuelta en escándalos, su imagen lo es todo. Lo cual es irónico, considerando quien de las dos quiere ser una actriz reconocida de fama mundial.

—La comparación estuvo de más, pero fue muy acertada —Rió secamente y giró su mirada de vuelta hacia la caja, disimulando su creciente sonrojo—. Si ya lo entiendes podemos empezar —Poniendo lo que parecía una base sobre su mano, se acercó para compararla con el tono de mi piel.

—¿Qué es lo que piensas hacer exactamente? —indagué mientras con el dorso de su diestra corría los mechones de cabello por detrás de mis orejas.

—Lo que has hecho tú conmigo y con George —Empezó a aplicarme aquella cosa en mi cara. Enarqué dócilmente una ceja, contrariada. Chris suspiró—. No te diré todos los detalles.

—¿Por qué? —Reí secamente—. ¿Piensas que te delataré?

—Eres capaz de hacerlo —Atrapó mi cabeza y la sujetó, haciéndome ojos para que me quedara quieta—. Sin embargo, lo que no quiero es complicarte más las cosas... —confesó en voz baja, pasando otra cosa cremosa por debajo de mis ojos—. Si algo sale mal negaré cualquier complicidad que tengas conmigo, igual no me creerán si digo lo contrario.

—¿Qué? —Entreabrí la boca, sorprendida en exceso—. ¿Por qué ha...?

—Yo te estoy arrastrando —Sentí cómo suavemente empezó a tapar el área de mi pómulo, me contuve para no hacer evidente el dolor que me ocasionaba—. He dicho que me desagradas y es verdad, pero... Odio admitirlo, pensé en lo que dijiste la última vez y llegué a una conclusión —Desvió la mirada para buscar otro producto.

No sabía con que estaba más pérdida: en lo que hacía con mi cara o en lo que me decía.

—Y... ¿Cuál es? —Me miró de reojo.

—¿Puedo hacerte unas preguntas primero? —Asentí por la curiosidad y empezó a fijar otra de esas cremas frías en mi rostro—. ¿Cómo es que me conoces tan bien? Te juro que nunca he escuchado tantas barbaridades tan personales de mi viniendo de una sola persona. Da miedo, no es normal.

Cerré los ojos, aprovechando que no podía moverme para evitar que viera la duda en mi mirada.

—No deberías lamentarte tanto por teléfono en los baños, Chris, cualquiera pasa y te escucha —me excusé con la mitad de la moneda. Ella no replicó.

—¿Por qué impediste que me expulsaran? No creo que ser vigilante de castigo sea tu pasión.

—Lastima, es todo —Mentí descaradamente, sintiendo cómo me pasaba algo suave, una brocha.

—¿Y cuándo me salvaste de Paula?

Entreabrí la boca, no creyendo que reconociera eso.

—También —Mentí de nuevo.

—¿No me odias? —Empezó a pasarme otra cosa por los parpados.

—No creo poder —confesé sinceramente esta vez y su movimiento se detuvo por un segundo.

—¿Por qué? —Retomó su labor, delineando algo encima de la línea de mis pestañas.

—Solo eres alguien intolerable.

—Vaya... —Rió en voz baja—. Irónico, pienso lo mismo de ti.

—¿Qué es lo que quieres saber, Chris? —Me impacienté un poco, abriendo los ojos cuando siento el rose de algo suave, pero firme, sobre mis labios.

Ella se alejó, poniendo de vuelta la tapa del pintalabios mientras observa con cuidado lo que sea que hizo en mi rostro. Sonrió satisfecha y, dejando este de vuelta en la caja, me miró afincando su mano sobre su estrecha y bien marcada cintura.

—No lo sé —Soltó con un suspiro, dándose media para buscar algo en otra gran bolsa—. Solo no soporto la compasión que me has mostrado desde que te conozco, ¿en qué piensas? ¿Por qué sencillamente no dejaste que me fuera? ¿Por qué te esfuerzas en ayudarme? —Inclinó la cabeza sobre su hombro—. Eres grosera, sarcástica, soberbia y siempre estás a la defensiva, no me has dado más que dolores de cabeza.

—¿De nada? —Me encogí de hombros. Ella volteó con algo doblado sobre su antebrazo.

—No me estás diciendo ni la mitad de la verdad, ¿no es cierto? —Me encaró, pero solo guardé silencio—. ¿Qué es lo que me ocultas con tanto esmero?

Sonreí de lado, sabiendo que estaba atrapada, pero ni con eso le respondí.

No podía, sencillamente.

—¿Piensas desviarme con esa sonrisa?

—No sé ni a dónde vamos —digo con evidente diversión.

—Si te lo explico no me creerías —Sonrió también—. Así que, por ahora, esto es todo lo que haré —Junté mis cejas hacia el centro—. ¿Ya te viste?

—¿Qué?

Señaló el espejo y volteé, abriendo de par en par mis ojos cuando descubrí que aquel gran moretón morado había desaparecido por completo. Más que eso, mi piel se veía más compacta e iluminada, ¿en qué momento pintó mis cejas? Mis ojos estaban delineados en negro con una bonita sombra azulada casi indetectable, mis mejillas tenían algo de color y mis labios brillaban en un suave tono cereza.

—Fue difícil tapar la marca y la inflamación se nota un poco, pero para como estabas —Rió dócilmente con una sonrisa orgullosa— es un gran cambio, ¿no te parece?

—¿Segura que la bruja no eres tú? —Fue mi manera de admitir que aquello era algo sumamente increíble.

—Viniendo de ti, eso es un gran alago —Reprimí mi risa y la miré de nuevo—. Ahora... —Me miró de arriba a abajo—. Quítate esa ropa.

Me sonrisa desapareció y en su lugar, junté mi entrecejo y la miré cómo si hubiera perdido la cabeza.

—¿Qué?

Resopló y, a base de empujones me llevó dentro de uno de los baños, dejando la puerta entre abierta para pasarme lo que traía en brazos, ya entendía que era ropa.

—¿De qué vale una cara bonita sino luces tu cuerpo? ¿Por qué siempre usas overoles?

—Me gustan, son prácticos.

—Una mierda —Lanzó una de las prendas a mi hombro—. Vamos, rápido, pronto empezará a llegar la gentuza.

—Eres tan amable... —Negué con media sonrisa.

Sin mucho que hacer, simplemente seguí sus órdenes y, tras unas quince prendas, cuatro cambios de ropa y varios comentarios sobre mi gusto por la ropa, llegamos al siguiente traje: una camisa azul oscura, manga corta con tres pequeños botones partiendo del cuello en U, suelta y de algodón, cubierta por una chaqueta de cuero negra con cremallera dorada, jeans oscuros que marcaban cada parte correcta de mis piernas y unas sencillas zapatillas cerradas, de color negro con detalles en dorado también.

En mi cuello soltó un colgante largo con una rosa dorada, cambió mis sarcillos por unos aros diminutos, arregló mi cabello suelto con unas cuantas pinzas negras y una trenza amarrada detrás de mi cuello, dejando mi rostro descubierto.

Terminado, solté un gran suspiro frente al espejo del baño mientras ella guardaba sus cosas, con una rapidez y precisión que solo podía acreditar a la costumbre de arreglarse todos los días. Finalmente cerró el contenedor y lo levantó junto a las bolsas, retrocediendo un paso para mirarme por última vez y darme su aprobación.

—Asegúrate de quedarte hasta tarde después de clases. No tienes que hacer nada más que fingir que estas mejor que nunca. Paula se molestará sola y vendrá a buscarte.

—Soy la carnada, en otras palabras —Enarqué una ceja.

—Técnicamente, pero te prometo que no te sucederá nada esta vez —Aplané mis labios entre sí, mirándola con cautela. Ella volcó los ojos—. No lo hagas ver tan extraño, puedes confiar en mí... Al menos esta vez.

—No sé qué decir —admití y ella sonrió—. Pareces completamente otra persona, ¿a qué se debe? ¿Dónde está la trampa?

—¿Crees que la diría si la hubiera?

—No me das confianza con eso.

—Solo quiero hacer bien las cosas... —Suavizó su mirada y no puedo creer que de verdad no encuentro nada para no creerle—. Me cansé, es todo —Sonrió de lado, un tanto avergonzada—. Ya lo entenderás.

Resopló y, cargando sus bolsas, me rodeó para salir del baño. Antes de que pueda ser consciente, reaccioné y la tomé del hombro, obstruyendo su paso y haciendo que me mirara una vez más.

—Gracias —murmuré con sinceridad, ganándome una mirada de genuina sorpresa, cuya bajó hacia el piso y luego levantó con decisión.

—A ti —Declaró y yo entreabrí la boca—. Tenías razón... sobre todo.

Sonrió apenada y, soltándose de mi mano, retomó su camino y salió del baño. Tragué saliva con nerviosismo, no creyendo lo que acababa de pasar. De verdad ella... Christina me había ayudado y... reconocido sus errores.

Observé sobre el hombro derecho mi silueta en el espejo, dándome un lento vistazo con algo de contrariedad, aunque no podía tapar el dolor de mi cuerpo y no había mucha diferencia con los colores que solía usar... Me sentía diferente, me sentía bien.

Respiré profundo y tomé mi mochila, colocándomelo con cuidado en el hombro antes de dar marcha y salir del baño también. Allí, sentado en el piso, con una gran mueca de pánico y mirando nervioso el pasillo, encuentro a Henri. En lo que escucha mis pasos, volteó con todas las intenciones de regañarme por tárdame tanto; sin embargo, tras un solo segundo de verme, se contuvo en el aire y, boquiabierto, me recorrió de pieza a cabeza.

—¿Qué demonios ocurrió ahí dentro? —preguntó por fin, apoyándose de la pared para levantarse, sin dejar de verme.

—¿Te soy sincera? —Asintió sin pensarlo—. Ni yo lo sé.

—¿Qué mierda? ¿Fue Chris?

—Por si acaso, quédate después de clases —Miré por los pasillos, ya estaban cargados de alumnos—. Aún es temprano para afirmar, pero creo que veremos un espectáculo para recordar.


_____________

¡Holiwis, loffies!

Ah que no se lo esperaban XD

Me da risa, cuando le mostré este capítulo a mis betas, una y yo nos echamos a reír porque ella se sorprendió que ahora Chris le cayera bien XD

Es gracioso, porque en un solo capítulo puso en la mesa muchas de las preguntas que algunos seguro todavía se hacen desde el primer libro

Lop, se te va a caer la nariz por tanto mentir, pilluela 7w7

Que bueno que ya falta poco para el desmadre :'o

Manita arriba, porque no sé ustedes, pero yo morí de amor con Henri

Otra, porque Chris nos tiene sorprendidos o intrigados

Y otra, porque Félix narra el siguiente capítulo

Que también tiene un trozo de historia muy pendiente que contarnos sobre él uwur

Nos vemos la próxima semana uwur

Un apapasho

Los quiero mucho <3

ATT: Keni






Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro