Él me mira con atención.

—Yo es que... —murmuro y él asiente.

—¿Qué pasa?

—Bueno..., un niño me llevó a casa —confieso.

—Makoto, contigo no había nadie —responde. Lo miro fijamente.

¿Es que a caso me he vuelto loco?

—¡Claro que sí lo había! Era de cabellos negros y ojos azules, así como tú —insisto.

—No había nadie —contradice y yo me cruzo de brazos para luego hacer un puchero.

—Me encanta verte enfadado —susurra y se levanta de la silla.

—Haru... —susurro y él cada vez está más cerca—. Lo cierto, Haru, es que ya he recordado todo.

Y él se detiene a pocos centímetros de mi rostro. Iba a besarme.

Aparto la mirada y luego la regreso a él. Sus ojos están aguados, llorará.

—Makoto, mi Makoto —dice—. ¡Mi amor! —me abraza y suelta a llorar en mi hombro—. Me alegra mucho escuchar eso —susurra.

—Gracias por todo, cariño —le digo y acaricio su espalda—. Te quiero, te amo, Haru.

—Yo también te quiero, te amo —responde y besa mi mejilla, todo su rostro está mojado.

Y lo comprendo, sufrió mucho por todo esto.

Mientras él llora yo me hago y le hago una promesa: jamás le haré o permitiré que le hagan daño, que vuelva a sufrir.

Haru, lo siento tanto, no volverá a suceder.