Haru está del otro lado de la puerta del cuarto de baño y me llama con desesperación.

—¿Qué tienes, Makoto? —pregunta.

Sollozo.

Siento el agua recorrer mi cuerpo y está fría. Y al hacer contacto con mis rodillas y las palmas de mis manos arden, duelen, duelen tanto.

La cabeza me está matando.

Bajo la cabeza y sollozo. Sollozo porque me duele no comprender las palabras de Rin al cien y no saber porqué me siento tan mal.

Caigo de rodillas.

—¡¿Makoto?! ¡¿Makoto, estás bien?! —chilla. Río.

—No...

—¿Puedo pasar?

—No...

—Por favor. —Su voz me dice que realmente desea entrar.

—Vale —susurro. Y él abre la puerta. No lo miro a los ojos, no quiero hacerlo—. Vale... —repito.

Y se acerca a mí. A mí..., sólo a mí.

Me levanto y lo miro, parece sorprendido y luego sonríe.

—Tu cuerpo sigue igual —dice y acaricia mi abdomen. Pero al recorrerlo nota algunas cicatrices. Las toca con delicadeza y me hace sentir bien. Y por un momento deseo que las bese, suave y delicadamente las bese.

Y, como si leyera lo que pienso, lo hace. Una, dos, tres veces y me hace sentir realmente bien.

—Por primera vez soy capaz de ver algo que nadie más ha visto —murmura en mi oído. Y yo me estremezco por tenerlo tan cerca, y sentirlo de la misma forma.

Con su dedo recorre otra de las cicatrices que tengo en la espalda. La acaricia con cuidado y yo me relajo.

—¿Qué te pasó en las rodillas? —pregunta.

—Me caí —susurro.

—¿Y sólo te pasa eso? —No digo nada—. Parece como si sufrieras mucho —comenta—. Puedes confiar en mí.

—Lo sé.

—¿Entonces?

—Me tiraron.

—¿Quién?

—Rin.

Suspira y siento como se tensa.

—¿Qué te dijo?

—Que recordara más o te dejara — respondo y lo abrazo con fuerza.

—¿Y qué quieres hacer?

—Estar contigo, claro.

—¿Quieres recordar? —murmura.

—Sí, pero siempre, siempre me gustaría estar a tu lado —respondo.

—Te haré recordar y estar siempre conmigo.

Y se separa de mí, se quita la playera y no sé qué hará pero lo espero. Lo espero porque lo amo a él y quiero recordar todo lo que pasé a su lado.