A mi lado está Ran con una amplia sonrisa en el rostro y Ren viendo a través de la ventanilla. Respiro hondo y un embriagante olor a rosas llena mis pulmones. Observo detenidamente y hay cabellos de un lindo verde olivo, veo a su lado y hay un hombre de cabello castaño.

   —¿Madre? ¿Padre? —pregunto. Y la mujer a la que he decidido llamar madre voltea, veo su rostro y es preciosa. La mujer más bella que pueda existir.

    —¿Qué pasa? —pregunta.

   La miro fijamente y todos aquellos momentos que pasé con ella me vienen a la cabeza. Cuando me llevaba al parque para jugar con Haru, cuando me cantaba la misma canción de cuna que Haru me canta ahora, los libros que leía para mí cuando no podía dormir y su dulce sonrisa, la más preciosa de todas.

   Y luego veo al hombre a su lado; amoroso, responsable y admirable, son las palabras que vienen a mi mente al verlo.

    De repente todo cambia. Tan rápido como un suspiro un automóvil aparece frente a nosotros y todo se vuelve negro.

   Abro los ojos lentamente y me encuentro con una escena totalmente pintada de carmesí. Rojo carmesí, ¡sangre por todos lados!

   Cierro los ojos y los abro de golpe.

   Gritos es lo único que escucho y un techo blanco es lo único que veo.

   Una mano toma la mía.

   —¿Makoto? —murmuran. Bajo la mirada y me encuentro al ser más precioso que existe, Haru.

   —Haru —lo llamo entre sollozos. Él se levanta y me abraza.

   —Todo estará bien —dice mientras acaricia mi espalda.

   Y yo tengo algo que decirle.