Quiero jugar

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Pequeños pasos alejándose.

-1, 2, 3

Ruidos lejanos.

»4, 5, 6

Risas y risas se mezclan en una diversión inocente.

»7, 8, 9

Silencio.

»y 10.

Se grita la característica frase: "¡zapatilla de goma, el que no se escondió, se embroma, punto y coma!". Y sale en busca de aquellos que se escondieron en algún lugar de la casa.

Matías, el contador que le tocó en ese momento, se encontraba en la sala. Pensó en dónde podrían estar sus 5 amigos y hermanas.

Se fijó en la cocina que conectaba a la sala por un pasillo.

Nadie estaba ahí.

Volvió por el pasillo y se fijó en la puerta que conducía a la planta más baja de la casa: el sótano. Dudó en entrar, así que solo siguió de largo. La escalera que conducía arriba, la puerta del sótano estaba debajo de esta y como era hueco se escuchaba el crujir de la madera mucho más fuerte. Ignoró el silencio, escuchando su propia respiración.

Pero una risa y el correteo de pasos, hizo que se detuviera, diera media vuelta y fuera al lugar de inicio dónde contó los números, pero ahí estaba Leila diciendo "pica para mí" y se preguntó de donde había salido... si en la sala no había manera de ocultarse.

Siguió, otra vez, la marcha hacia la escalera, pero recordó que no había escuchado a nadie que subiera y se detuvo en el primer escalón dándose la vuelta.

-Lei, ¿subieron arriba? -susurró a su hermanita y esta negó con la cabeza.

Se extrañó tanto, que tuvo que ir hacia la derecha donde estaba la otra sala más grande. Echó un vistazo por el lugar: no había nadie.

Procuró ir igualmente arriba, donde estaban todas las habitaciones. Una por una, y el resultado era el mismo.

La última habitación, dónde su padre le decía que nunca jueguen se encontraba Yeila, su otra hermana, la mayor.

Ambos corrieron mientras se reían entre el pasillo de arriba, bajando las escaleras.

El primero en llegar fue ella diciendo "pica para mí".

Se enojó por un momento y volvió a por el pasillo que lo llevaba a la cocina por si alguno se movió y ahí estaba Tomás. Este lo miró y ambos corrieron, sin embargo, el que se llevó la ventaja fue el contador porque su amigo se tropezó.

-Pica Tomás -dijo Matías, el contador.

El mencionado y las dos niñas se quedaron esperando en la sala sentados en los sillones, mientras comían alguna que otra galletitas dulces que había dejado la madre de las niñas, y la botella de jugo.

Matías recorrió la casa otra vez, de arriba a abajo y viceversa por tercera vez: nadie estaba.

La opción que no le gustó, fue bajar al sótano. La única habitación que no había ido a verificar, cosa que la idea lo aterraba.

Tomó el pomo de esa puerta, mientras sus hermanas y amigo estaban detrás molestándolo de que era un gallinita por tener miedo a un lugar oscuro.

Lo retan a que baje sin ninguna fuente de luz. Y acepta.

La madera rechinó bajo sus zapatillas, se asustó por una gota de agua caer por su cara algo asqueado.

-Fede y Guille, si están acá salgan -su voz tembló, mientras llegaba al suelo de la habitación y estiraba sus brazos para no tropezarse.

Sintió la risa de una chica muy cerca suyo, se dio la vuelta por autoreflejo como también los brazos en busca de alguien. Y lo atrapó.

Era un cuerpo frío, pegajoso y flacucho. Afirmó ser Guille, pero éste no respondió. En cambio, salió Fede de donde estaba y gritó "¡picaste mal!" y salieron, Fede y Guille corriendo hacia las escaleras donde se podía apreciar un poco de luz.

Matías aún sostenía el brazo de alguien, y por un momento le agarró cagaso.

-Yo quiero jugar -manifestó la voz de niña y algo más, como una voz doble entre dulce y la de un monstruo.

Soltó el brazo y corrió como si su vida dependiera de ello, por lo cual sí lo era.

-¡Yo quiero jugar! -gritó.

Sintió un raspón en la pierna, y cuando estuvo por fin, en el pasillo de la cocina-sala, cerró la puerta muy fuerte.

1, 2, 3 golpes a la puerta.

Salió entre temblando y asustado, gritando el nombre de su hermana mayor.

-¿Qué pasa, Maty? -lo miró preocupada. -¿Por qué sangra tu pierna?, sentate que te curo.

Todos quedaron callados. Mientras ella se va a la cocina.

Hasta que se escuchó el grito de Yeila. Todos corrieron en su busca, menos Matías.

-Yo quiero jugar -dijo la misma voz, detrás suyo.

Por el miedo, o por el golpe, su vista se nubló de negro.

****

Su brazo, sacudido por su madre entre lágrimas.

Se despertó.

-Matías, ¿por qué lo hiciste?

*****

Se despertó abruptamente.

Todo su cuerpo estaba sudado, su corazón desenfrenado por cada latido, y su respiración agitado.

Fue otra pesadilla.

Una de tantas.

Una, en la que no podrá olvidar lo que pasó en su niñez, aquella y tormentosa tarde donde mató a sangre fría.

Todo por ella.

-Amor, ¿otra vez ese sueño? -sintió repugnancia de sus dedos huesudos tocar su abdomen. Pero, forzó una sonrisa.

-Sí, volveré a dormirme -lo cual conllevó a que, minutos después de acomodarse, ella se subiera ensima suyo y le susurrara en el odio "quiero jugar"

Esas dos palabras fueron su destino a un exilio de pesadilla con una chica que nunca amó y amará, por haberle forzado a matar a toda su familia y amigos.

-¡Matías, quiero jugar!

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