Rosas Eternas.

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Bon se dedicaba a observar, analizar, y estudiar todos los cautelosos movimientos del encargado del jardín de al lado, ese que todos admiraban o envidiaban por la pureza que desprendían los cientos de rosas blancas que albergaban cada centímetro de los verdes arbustos.
Verlo se había vuelto su pasatiempo favorito y es que no podía evitar deleitarse al observar el cuidado especial con el cual recibía a cada brote que pasaba a transformarse en una nueva y hermosa flor. Podría pasarse horas enteras observando la delicada forma en la que movía la muñeca para escribir en aquella libreta todos los datos de aquella flora, y la manera en la que sonreía y acariciaba los pétalos uno por uno, para luego murmurarles cosas inaudibles que le encantaría poder oír, pues podría jurar que aquel poseía una voz angelical.

En ocasiones -muy frecuentes, a decir verdad-, inclusive llegaba a descuidar su propio jardín por estar demasiado ocupado admirando el de al lado. Provocando que su trabajo se le acumulara y tuviera que pasearse luego por toda la extensión del susodicho para registrar las nuevas rosas.

La encargada del jardín del otro extremo, de nombre Joy, solía regañarlo por ser tan despistado. Pero luego se echaba a reír, porque era consiente de que el chico no podía hacer nada para evitarlo, puesto que, después de todo, por algo era el guardián de las rosas turquesas, aquellas que portaban la esencia de las personas que, en su vida en la tierra, solían ser seres inseguros y asustadizos, y por ende, descuidados. Luego, la rubia volvía a su labor de registrar sus propias flores, las amarillas, pertenecientes a personas alegres y positivas.
Bon, su parte, agradecía infinitamente las veces en las que la de orbes azules le hacía regresar a la realidad y salir de su trance. Aunque claro, no pasaba mucho tiempo antes de que volviese a distraerse con la hermosura sutil del chico de hebras moradas.

Era común que uno de los pensamientos que albergaban su mente cuando lo contemplaba, era la duda existencial de que como podia ser posible que alguien se encargase de las rosas blancas cuando sus cabellos eran de un color distinto.
Además de que, en aquel lugar, el color morado no era precisamente uno agradable o "bondadoso" como el blanco. Sin embargo, parecía ser el único intrigado en la respuesta a esa incógnita, puesto que los demás guardianes de jardines no parecían distraerse jamás. Y por ello a veces se sorprendía de como podía ser el único loco que se fijaba a su alrededor -él, y claro, en ocasiones aquella rubia-, ¿De verdad no se aburrían nunca de vigilar los inmensos arbustos?
Por aquel entonces, el planeta tierra aún comenzaba a formarse, por lo tanto, su población no era demasiado extensa. Y por ende, las almas fallecidas de los humanos demoraban en llegar a los jardínes para darles trabajo.

Si, exacto. Cada rosa de aquellos arbustos pertenecían a las almas difuntas de la humanidad.

Además, los jardínes aún eran pequeños, pues no se requería una extensión gigantesca para lograr abarcar a toda la población. Así que sí, en aquellos días Bon tenía el privilegio de poder observar al chico de rosas blancas con facilidad. Y a veces, a los demás encargados.
Como al pelirrojo de enfrente, quien supervisaba, con evidencia, a las flores rojas, aquellas pertenecientes a personas rebeldes y de espíritu libre. Él solía registrar a los nuevos miembros de su jardín con desinterés, como si se encontrase en contra de su voluntad.
O al otro extremo, en la cual yacía un chico de cabello largo y trenzado, quien se encargaba de las rosas moradas, aquellas que capturaban la esencia de las personas ambiciosas y egoístas. Él, por su parte, trataba a su jardín con desprecio y con frecuencia se encontraba quejándose entre dientes.
También a Joy, quien siempre portaba un aura alegre y derramaba energía.

Pero, sin duda ninguno podría ni siquiera acercarse a la forma en la que el de orbes magentas le atraía. Por eso era al que más observaba, e inclusive creía conocer su rutina completa. Hasta su más sencillo gesto.

-Deberías hablarle.-dijo la rubia un buen día, de los tantos, en que lo encontró admirando al chico de rosas blancas. Bon solo se había sobresaltado ante el comentario y ruborizado hasta más no poder antes de fingir estar realizando otra labor. Aunque claro, no sin antes tropezarse un par de veces casi aterrizando en el suelo en una ocasión. Aquella solo río y negó con la cabeza, observando con una sonrisa la expresión avergonzada del chico al que ella solía observar de vez en cuando.

Sin embargo, llegó un momento en el cual los humanos comenzaron a reproducirse más y más, y por ende, los jardines se agradaban en sobremanera con mucha frecuencia. Ocasionando que cada vez a Bon le resultase más difícil la acción de observar al chico.
Eran escasas las veces en las que podía hacerlo, además de que esas oportunidades eran de apenas un par de segundos. A pesar de ello, el peli-turquesa continuaba sonriendo en grande cuando lo hacía, y le bastaba eso, verlo un par de instantes, para conseguir que el resto del día se dedicara a sus labores con absoluta felicidad. Y es que aprendía a valorar y aprovechar cada que podía verlo, como si su existencia dependiera de ello.

En aquel lugar, el tiempo transcurría de una manera distinta, siendo que cuando llegaba la noche allí, el tiempo en la tierra se congelaba para que ellos pudiesen descansar. Y al amanecer siguiente todo se reanudaba como si nada.
Habían veces en las que Bon ni siquiera dormía mucho que digamos, pues cuando intentaba hacerlo, el rostro de rasgos delicados del peli-morado se atravesaba en su mente, provocando que abriera los ojos y no consiguiera la tentación de dirigir su mirada al cuerpo que yacía completamente atrapado entre los brazos de Morfeo. Verlo le provocaba una inmensa paz que le impedía apartar la vista de él, sin embargo, después de algunas horas, la tranquilidad era tan abrumadora, que le resultaba imposible también hundirse en un profundo sueño, en el cual su mente se encargaba crear imágenes de ellos, sonriendose y admirandose los dos -aunque, a decir verdad, aquel sentimiento más bien comenzaba a asemejarse al amor-.

Cuando despertaba, el cuerpo dormido ya no estaba, y si se ponía la suficiente atención, se le podía oír canturreando versos sin demasiada métrica. Y aquel acto, a Bon le daba la fuerza suficiente para levantarse e iniciar un nuevo día.
Pero, otras veces, el chico de rosas blancas no dormía cerca del campo de visión del oji-esmeralda, y en esas ocasiones, al susodicho le era imposible conciliar el sueño. Y al amanecer, se sentía débil y sin energía para registrar las nuevas flores turquesas de su propio jardín.

Y esa era la vida de Bon, que si fuera por él, la dedicaría entera y completamente a la tarea de contemplar al joven de largos cabellos morados, pues para él, no existía nada más hermoso en el universo.

Y sí. Él solo observaba, porque algunas historias de amor, se cuentan con la mirada.

Siempre observaba y sonreía sin quererlo, siempre lo observaba y se enamoraba sin percatarse. Y sí, siempre lo observaba, que casi se queda sin aliento al darse cuenta de que el otro también lo observaba a él.

El instante en él que ambas miradas se encontraron fue como un torbellino de sensaciones. Algo dentro de él parecía saltar, como si no hubiese un mañana, como si no necesitara más para poder existir. Y dicha explosión aumentó cuando el otro, ese que siempre contempló, le sonrió, como si fuesen amigos y se conocieran en sobremanera. Luego de eso, volvió a dedicarse a su tarea, sin saber la condición en la que dejó a Bon Smith.
Quien, puedo asegurar, no dejó de sonreír embobado en lo que quedaba del día. Se sentía realizado, feliz y pleno. Jamás había experimentado algo semejante, era como si algo hubiese cambiado, como si renaciera o como si al fin comenzara a vivir.

[...]

-¿Hay algo que quieras decirme?-preguntó el chico bonito, a los ojos de Bon, al caer la noche, cuando todos comenzaban a buscar una posición para lograr descansar al fin luego de un día agotador.

El de orbes esmeraldas no creía qué eso de verdad estuviera pasado, ¿De verdad aquel ser que jamás parecía apartar su mirada de sus flores se encontraba dirigiéndole la palabra? Smith dio un ligero respingo mientras que sus pulmones parecían dejar de trabajar. Nunca en su existencia había experimentado algo similar a la gigantesca opresión que albergaba su pecho, que amenazaba fuertemente con dejar salir su acelerado corazón.
Tuvo el reflejo de mirar a sus alrededores comprobando que era a él a quien ese encantador chico le hablaba, causando una enternecida risa por parte del más bajo.

-Te estoy hablando a ti, Bon ¿Ese es tu nombre, no?-dijo con una voz sorprendentemente encantadora, mientras que el aludido aún no conseguía salir de su trance, ¿Como era posible que conociese su nombre? Al no obtener respuesta más que un par de balbuceos incoherentes y unas pupilas dilatadas, prosiguió:- ¿También a sucedido algo raro en tu jardín? ¿Por ello me observabas?- con aquellas preguntas, el de orbes esmeraldas no pudo más que confundirse el doble de lo que ya lo estaba, planeaba preguntarle a qué se refería, sin embargo parecía haber perdido la capacidad del habla puesto que, por más que lo intentaba, de sus labios no conseguía emitir ni una sola palabra, sentía sus manos sudar y su cuerpo temblar, las clásicas "mariposas en el estómago" se quedaban cortas al tratar de expresar el infinito lío que era el moreno en esos momentos. Y eso es bueno, pues el amor es algo que no se consigue explicar. Bonnie, ese era el nombre del chico bonito, lo miraba interrogante pero continuó hablando al notar que su contrario le dedicaba una mirada aún más confundida.- ¡Hablo de las rosas!-exclamó divertido- Hace dos días apareció una rosa turquesa en mi jardín, no logro entender el porqué. Queria preguntarte si sabías algo al respecto, pero... supongo que tuve miedo... jamás he hablado con nadie.

Bon observó embobado la sutil forma en la que las pálidas mejillas del chico parado frente suyo cambiaban de color para dar paso a un ligero y adorable tono carmín, la luz que la luna proporcionaba en compañía de las estrellas era suficiente para poder admirarlo, al igual que la infantil forma en la que comenzó a jugar con sus manos en señal de timidez y bajaba la mirada al suelo. Bon pensó que podría vivir el resto de la eternidad observándolo sin aburrirse en lo más mínimo.
Pero sacudió la cabeza al procesar las palabras del otro, ¿Como podía ser posible que un rosa suya naciera en un jardín distinto? Antes de que intentará decir algo, el peli-morado continuó hablando.

-No me atrevía a decir nada así que lo dejé pasar, sin embargo, ayer nació otra... y hoy una más, pero esta última era una mezcla de mi color con el tuyo. Intenté registrarla yo mismo pero solo podía ver la mitad de la información...-pareció apenarse por sus acciones antes continuar- además... estos días te he estado observando, buscando una oportunidad para hablar contigo... y noté que también sueles observarme-soltó una risa nerviosa-. Creí que era porqué también había crecido alguna rosa ajena a tu jardín...

Aunque es verdad que Bon no posee precisamente el factor "Discreción" y eso lo sabe de sobra, en realidad no se esperaba ni en lo más mínimo el hecho de que su contrario supiera que él solía observarlo, era algo sumamente vergonzoso y aún así el otro no parecía molesto por ello.
Por algunos instantes, el silencio pareció rozarles las mejillas. Sin embargo ahí seguían, observándose con intensidad entre las tinieblas. Y parecían brillar juntos con simetría y coordinación. Era algo inexplicable, como si al fin se dieran cuenta de lo gigantesco del universo, viéndose a si mismos como un simple grano más de arena de la inmensa playa de colores anaranjados.

Como una partícula de polvo.

O como una pequeña estrella en medio del universo.

O como un universo en el puño de Dios.

Y, en lo que Dioses respecta, el peli-turquesa podía jurar estar frente a uno en estos instantes. Por un momento pasó por su mente la posibilidad de que aquel ser fuese algún tipo de ángel, algo celestial y digno de respeto. Alguien que solo estaba allí con el objetivo de verificar que todos hiciesen su trabajo de manera correcta.
Otra de sus teorías era que se encontraba alucinando, que su mente se encontraba mostrando imágenes de la definición de lo que él consideraba algo perfecto.
Sin embargo, se negaba, o mejor dicho, no podía asimilar que ese bello ser que parecía resplandecer y enamorar a su alrededor se encontrase en la misma categoría que él. ¡Y es que eso era algo absurdo e ilógico! Y mientras más lo observaba, más comprobaba lo que pensaba.
Era la primera vez que tenía la posibilidad de verlo frente a frente, él siempre había creído de sus ojos eran magentas, pero ahora que lo contemplaba mejor, se daba cuenta del gran error en el cual estaba.

Los ojos de Bonnie eran algo asombroso, algo muy diferente a lo que estaba acostumbrado a ver. Ellos parecían derramar mágia, al son del cual resplandecían con un brillo especial que los hacían verse simplemente inexplicables. Resultaría difícil tratar de definir el color de sus orbes, pues parecían poseerlos todos y a la vez no tener ninguno.
Y de ellos figuró desbordar más luz cuando su portador extendió su mano dudosa hacía Bon Smith invitando al aludido a tomarla. Por instinto, la morena contraria no demoró demasiado en atender el ofrecimiento colocando la propia encima de la otra. Era como si hubiese estado esperando por miles le vidas el momento en el cual pudiese hacerlo.

Resulta complicado tratar de escribir lo que pasó a continuación, especialmente por el hecho de que para hacerlo, uno de los requisitos sería intentar definir las emociones y sentimientos. Y, a decir verdad, algunas cosas como esas no tienen que ser explicadas. Basta con el decir que un simple roce de ellos fue una total explosión: parecía como si con esa acción hubiesen creado mundos y galaxias, estrellas y existencias. Era un coro sin fin de ángeles, como si celebrarán algo desconocido pero magestuoso. Como si finalmente, y luego de millones de siglos, el sol y la luna pudiesen permanecer juntos y amarse con total libertad e intensidad indescriptible. Como si al fin pudiesen tocarse sin tomarle importancia al catástrofe que ocasionan a su alrededor al hacerlo.

Como si despertasen de un largo y tortuoso sueño.

O como si -y tal vez si sea así- recién comenzaran a vivir de verdad.
Una venda parecía haber caído de sus ojos permitiéndoles ver el mundo por primera vez. Sus sentidos volaron al límite, como si iniciaran a funcionar. Parecían comprender el sentido de la vida aún sin hacerlo.

Porque dicen que quien siente amor, vive. Y quien no, solo finge hacerlo.

El silencio se encargó de reinar, ambos se encontraban expectantes del otro, con mentes apagadas y solo dejándose llevar por el instinto. Se habían encontrado al fin, y tocarse solo les dejo en claro que nunca más volverían a separarse.
Letras, palabras, oraciones, todas ellas resultan inservibles en momentos como estos. Instantes en los que solo queda vivir, sin pensar en el después, disfrutando del presente.
Sus manos parecían tener vida propia cuando ambas comenzaron a entrelazarse entre sí: tamaños y tonalidades distintos los direfenciaban y, aún así, parecían encajar a la perfección, extremidades esculpidas por dioses, encontradas por ángeles y unidas por el maravilloso destino, creadas pensando en el momento en el cual se hayasen las dos. Y solo cuando se miraron por última vez, antes de caminar a la par si saber bien que hacer, cuando magenta y esmeralda se encontraron, lo supieron. Que nadie debería andar sin alguien en su vida, que todos merecen a alguien especial. Qué ellos permanecerían juntos para la eternidad, porque así debía ser. Así se afirmó en vidas pasadas.

Sí, ahí lo supieron. Qué se encargarían de reencontrarse cuando volviesen a nacer.

Pasos confusos y enamorados sobre el frío césped en compañía de la insulsa noche. Estrellas danzantes y luna satisfecha. Dos chicos caminando por el jardín y haciendo su trabajo juntos se volvió rutina.
Porque si. Desde aquel entonces no existió jornada alguna en la cual no se le encontrase juntos, registrando rosas blancas, turquesas y combinaciones. Amandose, observándose con frenesí. Admirandose, siendo felices.
Bon finalmente supo la respuesta a su pregunta relativa al color morado de la cabellera del lindo chico. Supo que eso no influía en nada, cada tono era perfecto a su manera, Bonnie podría tener cualquier color, porque eso no importaba. Un color no definía quien eras ahí, dijeran lo que dijeran. Él más bajo era alguien bondadoso y especial. Pero también despistado y descuidado. Al igual, era amable y alegre, así que no le bastaba solo tener uno. Y quizá por ello es que sus ojos parecían poseerlos todos.

Y eso, su descubrimiento, marcó un nuevo comienzo en aquel mundo, uno en donde todos hablaban con todos, donde las rosas multicolor se volvieron comunes. Uno donde había amor. Un mundo de verdad, de sentimientos y emociones, de estrellas y colores.

Bon ya no solo observaba, sin embargo, eso seguía siendo lo que más le gustaba hacer. Y sabían que en ocasiones solo bastaban verse a los ojos antes de quedarse dormidos para ser felices. Para sentirse plenos.

Porque al final, es el amor el que trae la felicidad. Y ellos, nacieron para amarse.

Si. Sin duda, así se sería, por toda la eternidad.

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LizXinn. © 2018

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