Capítulo 1 _ Cansada

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Capítulo 1

24 de Abril de 2012...

"Estoy cansada /de fingir /de escapar /Quizás sea mejor /dejarme llevar /por el azar /dejar que /el destino /me conduzca /al desenlace /que me corresponda"

Volvió a despertarse. Se descubrió enredada en las sábanas, como si se hubiera estado moviendo de un lado al otro, desesperada y asustada, como un pájaro que quiere salir a toda costa de su jaula. Estaba sudada y exhausta, más mental que físicamente. Se sentía capaz de correr, de saltar, hasta de volar, capaz de levantar cosas pesadas que nunca antes había podido sostener sin ayuda. Por el contrario, casi no había podido dormir, ni había podido dejar de pensar en todo lo que había pasado durante los últimos días. Las pocas veces que conciliaba el sueño, con el fin de aplacar la jaqueca, éste la transportaba a los recuerdos de alguien más, alguien en especial, aquel que con buenas intenciones le había dado una buena dosis de su sangre vampira con tal de salvarle la vida: el Príncipe Alastair Miguel Krossen.

La mente de Miguel era tan complicada que a Alicia le resultaba difícil superar las visiones, despertar y retornar a su realidad, a su propia mente, a su propio ser. Estaba preocupada, pero tenía la esperanza de que el efecto de su sangre se fuera al cabo de un día, como había sucedido con la sangre que Lautaro le había hecho tomar por la fuerza aquella vez en la cual la secuestró en la "República de los Niños". Sin embargo, había diferencias entre la sangre de Miguel y la de Lautaro. Miguel era un Lord, un vampiro en cuya sangre fluía todo el poder de su linaje. Lautaro era un vampiro corriente y débil, a pesar de que su progenitor fuera otro Lord, Lucius Wladislav, el enemigo más vil al que Alicia tenía que enfrentar. Por culpa de éste, a quien Alicia conocía por el nombre de Lucas, habían muerto centenares de personas, incluidas su madre Cintia, y su madrina, Marisa.

―¿Estás despierta? ―murmuró Damián, asomándose al umbral de la habitación.

Había hablado bajísimo, y sin embargo, Alicia había podido oírlo como si nada. La sangre de Miguel había producido cambios en su cuerpo y en su mente: agudizó sus sentidos, mejoró sus reflejos, y le dio más fuerza, más resistencia, más agilidad. También había notado lo difícil que era controlar sus propias emociones. Todo lo que sentía, miedo, ira, amor, tristeza, cada sentimiento, cada emoción, era tres veces mayor a lo que debería ser.

Damián Benedetti, el apuesto y talentoso Guardián de la Noche de pelo castaño claro y ojos verdes, se aproximó a Alicia. Ella se sentó sobre la cama, levantando las rodillas, agachando apenada la mirada. Él se sentó a su lado y la observó con fijeza. No podía creer que la chica a la que amaba estaba pasando por algo semejante a esto, que estuviera padeciendo cambios tan radicales por culpa de la sangre del Príncipe en su organismo. No obstante, lo que más lo fastidiaba era no saber qué hacer al respecto. Alicia se había mostrado distante después de que ella hubiera estado a punto de morderlo, y Damián, que era su novio, no había podido acercársele. Era como si se hubiera cerrado herméticamente para evitar que alguien corriera peligro, como si se hubiera vestido con una piel de espinas para mantener alejados a los demás.

Damián le acarició una mejilla, con la suavidad de una pincelada. Tenía la cara mojada con un sudor helado, a la vez que de la piel le emanaba el calor de un sauna.

―Creo que tenés fiebre ―comentó Damián, lo más tranquilo posible―. ¿Pudiste dormir algo?

―Apenas ―respondió Alicia, tristemente.

―¿Seguís teniendo visiones?

―Sí ―asintió, reuniendo los fragmentos de los recuerdos de Miguel que experimentaba cada vez que se sumergía en su subconsciente―. Creo que estuve en Praga, en el siglo XIX.

―Dicen que es una de las ciudades más hermosas del mundo.

―Capaz...

―Ya va a pasar ―le susurró al oído, refiriéndose a la "enfermedad" que Alicia estaba transitando.

Damián le dio un beso en la sien, un beso delicado y tierno. Después, le besó la mejilla, y después, los labios. Alicia quiso sentir esa presión en su boca, esos besos tan románticos que la animaban, la acompañaban y la consolaban. Entreabrió los labios y dejó que Damián se hiciera con ellos, que los reclamara, que los moviera a su antojo. Alicia sintió cómo él trataba de ir lenta y pasivamente, cómo controlaba sus impulsos, ya que lo que éstos querían hacer era obligarlo a abrazar a Alicia, a besar cada centímetro de la piel desnuda de su rostro y de su cuello. No había un solo instante en el cual no quisiera hacerla suya.

―¿Estuviste comiendo galletitas de chocolate? ―se rio ella por lo bajo.

―¿Se nota mucho? ―le sonrió Damián.

―Tu boca entera tiene sabor a chocolate ―dijo, y lo besó, deleitada―. Me encanta.

―Acá te traigo el desayuno, Alicia ―Apareció Gabriela, con una bandeja entre las manos―. ¡Uh! ¡Mal momento! ―Retrocedió al descubrir a los jóvenes dejándose consumir por besos.

―¡No! ―negaron ambos, separándose―. Está bien.

Gabriela Benedetti, la madre de Damián, una Guardiana también, entró a la habitación. Aquella mañana tenía un estilo más casero: vestía pantalones holgados, una camiseta vieja, unas pantuflas, y se había atado el pelo castaño oscuro con un rodete desalineado. Parecía una persona recién salida de la cama, que se había levantado tarde y de mala gana. Sin embargo, no había casi ningún momento en el cual Gabriela no llevara puesta una sonrisa.

Alicia ya sabía de qué constaba su desayuno antes de verlo: té negro con limón y tostadas, un menú balanceado y dietético, lo cual la hacía sentirse realmente como una enferma.

―Gracias ―agradeció con una sonrisa humilde, mientras que Gabriela le acomodaba la bandeja sobre el regazo.

Apenas inhaló, Alicia se vio obligada a fruncir la nariz al percibir el cosquilleo que le producía el olor ácido del limón. Para no quedar mal delante de Gabriela y de Damián, tomó entre sus manos la taza y probó apenas un sorbo del té, lo cual le produjo una mueca de acidez terrible.

―Tenés la cara de alguien que chupó un limón ―bromeó Gabriela, aunque no pudo ponerle ninguna gracia.

―Creo que va a tener que vivir a agua pura a partir de hoy ―acotó Damián, con una expresión de mala ironía.

―Ah... Perdón ―suspiró Alicia.

―No pidas perdón por nada, Alicia ―le dijo Gabriela, intentando animarla―. No hace falta. No es tu culpa.

Gabriela agarró la bandeja y la levantó.

―Mejor te traigo agua y galletitas... de agua ―dijo, antes de marcharse.

Alicia suspiró, exhausta por toda esta inusitada situación. Su único alivio era saber que Damián no la odiaba por haber bebido la sangre de Miguel, sino que la acompañaba en el pesar y trataba de animarla por cualquier medio. Por el otro lado, temía porque estos cambios no fueran a desaparecer jamás.



Eli se removió en la cama, desperezándose. Lo primero que se le vino a la cabeza fue: ¡Bah! Otra vez me quedé dormida. Pero qué raro que mamá no me levantó a patadas gritándome que ya tendría que estar en el colegio.

Se sentó sobre la cama y se refregó los ojos. Se viró hacia la derecha, en donde se suponía que estaba la ventana, y resultó que ahí estaba, pero que aquella ventana no era su ventana, y aquella cama no era su cama, y aquel cuarto no era su dormitorio.

Instintivamente, temiendo que hubiesen vuelto a secuestrarla, lanzó un grito al aire.

Al momento, la puerta se abrió. El muchacho que entró tendría más de dieciocho años, y era pelirrojo de ojos verdes con destellos azules, o quizás eran azules con destellos verdes. ¡Miguel!, lo reconoció Eli de inmediato. Era Miguel, el Príncipe Vampiro, su héroe, su amigo, el chico por el cual toda chica suspiraba risueña. Estaba vestido con una remera blanca y ceñida al cuerpo, lo cual lo hacía verse más irresistible de lo que ya era.

Eli calló y se hizo un bollo en la cama, lloriqueando de miedo. A pesar de la imponente presencia de Miguel, estaba asustada porque no entendía lo que sucedía. No sabía en dónde estaba, ni recordaba qué había pasado. Su mente estaba en blanco y su cuerpo tembloroso.

―¡Eli! ¡Tranquila! ―Se le arrimó Miguel, buscándole la mirada―. Tranquila.

La muchacha balbuceó unas palabras a las cuales ni siquiera ella misma podía darles sentido. Cuando Miguel la tomó por los hombros, los recuerdos la asaltaron por sorpresa: se acordó de Lautaro llevándola a ese edificio abandonado después de haberla mordido para alimentarse de su sangre, la suficiente como para dejarla casi inválida; Miguel llegando a su rescate; Lautaro hiriéndolo con dagas de plata; Miguel dándole su sangre a Eli para sanarla a pesar de que él estaba gravemente herido; Eli sacrificando su vida por la de Miguel; Miguel convirtiéndola en vampiro.

―Soy un vampiro... ―exclamó horrorizada―. ¡Soy un vampiro! ¡Y-yo maté a unos...! ¡¡No!! ¡¡No!!

Miguel la abrazó con toda su fuerza para contenerla mientras ella convulsionaba, recordando más detalles sobre los últimos días, como la sangre en sus manos y en su cuerpo, la sangre ajena de la gente a la que había asesinado dominada por sus instintos. Recordó el galpón oscuro en el que se suponía que iba a estar escondida, la aparición de Alicia, y nuevamente, Miguel al rescate.

―¡Vos! ¡Vos me diste vuelta el cuello! ―lo señaló ella, acusadoramente.

―Te pido mil perdones, pero no me dejaste otra opción ―se disculpó Miguel―. Si no lo hubiera hecho, Alicia hubiera salido lastimada.

―¡Alicia! ¡E-ella estaba herida! ¡Tenía sangre y yo...! Pude haberla matado...

―Pero no la lastimaste. Fue alguien más.

― ¿Quién?

―Lautaro ―pronunció su nombre, con desagrado―. Pero quedate tranquila. Ya me encargué de que sufriera un buen castigo ―acotó, con más frialdad.

―¿Y qué pasó con Alicia?

―Ella está bien.

―Quiero verla.

―Vas a tener que esperar. Primero tenemos que trabajar tu autocontrol.

―Ah, sí ―asintió, frustrada―. Total, soy un vampiro, y maté gente... ―rio, acongojada por los nervios.

―Eso ya quedó atrás, Elisabet. Además, indagué un poco en la historia de tus víctimas. Eran violadores, así que no sientas tanta culpa. Los agarraste justo cuando se estaban deshaciendo del cuerpo de una pobre chica a la que habían matado. Dudo que alguien vaya a sentirse mal por las muertes de unos desgraciados como esos.

Eli se encogió como un feto en la cama, llevándose las rodillas al pecho, con las piernas enredadas en las frasadas. Se sentía tan vulnerable, pero al mismo tiempo, tan fuerte y tan viva.

―Miguel... ―Lo miró, preocupada―. ¿Qué me va a pasar ahora?

―Vas a vivir conmigo un tiempo hasta que te controles y puedas cuidarte por vos misma ―le respondió éste, queriendo transmitirle algo de seguridad.

La chica miró a su alrededor. Estaba en un cuarto de paredes blancas, muebles negros y grises que tenían pinta de ser costosos.

―¿Ésta es tu casa? ―le preguntó ella.

―Es un departamento temporal. Me muevo mucho ―contó él, encogiéndose de hombros.

―Miguel...

―¿Qué?

―... Gracias.

Miguel suspiró, y tomó una postura más madura. Eli volvió a estallar en llanto, pero esta vez estuvo resguardada por el abrazo de su amigo. Al final, al encontrarse con que éste sonreía, la muchacha también le sonrió, segura de que, estando con él, nada malo podría sucederle.



Alicia ya estaba aburrida de estar en la cama. Escuchar música y escribir frases no eran suficiente entretenimiento. Necesitaba caminar, hablar con alguien, vivir cotidianamente.

Se vistió, arregló la cama y bajó al living. Eran las tres de la tarde. Leonel y Gabriela debían estar en sus trabajos, por lo cual la casa se sentía tan vacía y desolada, tan triste. A Damián no parecía que el silencio y la soledad lo agobiaran. Estaba sentado en el sofá, investigando un par de documentos que serían de los Guardianes de la Noche. Alicia sabía que era un chico tranquilo que no se hacía muchos problemas por nada, pero después de la muerte de Ezequiel y la partida de Valeria, se había rodeado de un aura de pena, a la cual solamente Alicia era capaz de disipar en parte.

―¿Qué estás haciendo? ―le preguntó ella, acercándosele por detrás.

―¿Eh? ―Damián viró la cabeza hacia ella.

Alicia vio cansancio en su mirada, todo lo contrario a lo que Damián era, siempre energético y alerta.

―¿Cómo te sentís? ―le preguntó él.

―Estoy bien ―le sonrió Alicia y le dio un beso en la mejilla, con lo que pudo sacarle una sonrisa.

Más allá de que no se sintiera ni bien ni normal, Alicia tenía lo necesario para fingir que lo estaba. No quería que su situación fuera tan grave como para afectar el ánimo de los demás, mucho menos el de Damián, quien estaba lidiando con duelos peores en ese momento.

Perder a Ezequiel de un momento al otro había sido un golpe tremendamente abrupto e injusto que nadie se merecía, ni sus padres (los Villanueva), ni los Benedetti, ni Damián, ni Valeria. Alicia siempre se ponía melancólica al pensar en la depresión de esa muchacha. Al morir el chico que amaba con todo el corazón, su alegría, su felicidad, todo lo que Valeria tenía de bueno, se había hundido en un pozo sin fondo hacia la mismísima oscuridad. Eso mismo había sufrido Alicia con la muerte de su madre. Comprendía aquello que Valeria estaba viviendo, y hubiera querido ayudarla. Sin embargo, todo el dolor y la locura habían convencido a Valeria de que la muerte de Ezequiel había sido culpa de Alicia, pues había sido Lautaro el que lo asesinó, buscando revancha contra ella.

―Y... ¿Qué es todo esto? ―le preguntó con tal de distraerse y no volver a mostrar una expresión triste.

―Archivos de donadores ―respondió Damián―. No sólo tenemos que tener en la mira a los vampiros, sino también a los que les dan de comer. Algunos toman tanta sangre de vampiro que terminan... ―Cerró la boca y se mordió la lengua.

―¿Terminan cómo? ―indagó Alicia, enarcando las cejas, sospechando.

―Ah... La sangre los llena de tanta adrenalina que el corazón se les acelera y terminan teniendo un paro cardíaco. Mueren y se convierten ―respondió Damián, con mucha desgana.

Alicia palideció, perdió el aliento. De todas formas, no tenía nada para decir.

―Pero eso no va a pasarte a vos ―Se apuró a decir, con total seguridad y firmeza.

Quisiera creerlo, añadió Alicia para sí misma. No obstante, se forzó a sí misma para esbozar una sonrisa con tal de que Damián no perdiera todas sus esperanzas.

―Ojalá hubiera alguien que supiera decir con exactitud qué me está pasando ―mencionó Alicia, sentándose en el sillón.

Súbitamente, su celular sonó. Ella contestó después de ver con estupor el número que aparecía en pantalla: Alastair Miguel.

―¿Hola?

―¿Qué te anda pasando, Alicia? ―contestó Miguel al otro lado del teléfono, con una pregunta irónica.

―Ah...

―¿Quién es? ―le preguntó Damián, enarcando las cejas.

Es Miguel ―le susurró Alicia.

―¿Hola? ¿Alicia? ¿Te molesta responder mi pregunta? ―insistió Miguel―. ¿Qué te está pasando?

―¡Nada! ―exclamó Alicia, nerviosamente―. ¿Cómo está Eli?

―Está perfecta. Está en la ducha, cantando... Bueno, gritando como loca algún que otro tema de Damas Gratis, con la música a todo lo que da. ¿Y cómo definís ese "nada" tuyo? Porque tengo la idea de que algo malo te está pasando, y quiero saber todo al respecto.

―Estoy bien ―Volvió a mentir.

―Sé cuándo todo está bien, y cuándo algo raro pasa. Mis instintos me dicen que todo está para la mierda, Alicia. Así que, ¿vas a decirme la verdad o voy a tener que caer en casa de los Guardianes para que armemos un escándalo?

―¡Ni se te ocurra! ―lo retó.

―¡Ja, ja, ja, ja! Era una broma nomás. Yo jamás iría a poner un pie en esa casa.

―Mj ―bufó Alicia, malhumoradamente.

―Y bien. ¿Tengo que volver a preguntar?

Alicia debatió con ella misma entre decir la verdad o callar. No era capaz de ver a Damián a los ojos, porque sabía que él la haría optar por la opción de no decir nada. Y quizás ésa resultaba ser la opción errónea.

―Tu sangre me enfermó ―respondió Alicia.

―¿Cómo?

―Digamos que no me siento... del todo humana.

Miguel se mantuvo callado por un largo instante, pensativo. El silencio que se produjo fue demasiado suspensivo.

―Eso significa que estás en las fronteras ―dijo él, con cierta preocupación en su voz.

―¿De qué estás hablando? ―inquirió Alicia.

―Sos humana, pero tus sentidos y tus instintos son en parte vampiros. Digamos que sos una humana, pero al mismo tiempo estás probando los "dones", por así decirlo, de un vampiro.

―... ¿Cuánto tiempo? ―preguntó, después de un largo espacio en blanco.

―¿Eh?

―¿Cuánto tiempo voy a estar así? ―lo interrogó, afligida y enojada.

―Puede que semanas, o meses. Todo depende de tu organismo.

―¿Estás diciéndolo de enserio?

―Hablo muy enserio, Alicia.

Se quedó sin palabras. Su boca se negaba a hablar, su mente a pensar. Ni parpadeaba, ni respiraba, ni se movía. Actuaba como si se hubiera quedado congelada en el tiempo. Esta noticia resultaba ser tan impactante que había sido capaz de dejarla en shock. Semanas, meses... ¿tanto tiempo?

―No puedo vivir así ―murmuró, debilitada por semejante pasmo.

―Se te va a pasar. Te lo prometo ―le dijo Miguel, seguro de sí mismo.

―¿Cómo?

―Dale tiempo, Alicia.

―No tengo tiempo. Si los Guardianes se dan cuenta... ¿Y si creen que los traicioné?

―Aunque pierdas su apoyo, Alicia, vas a tener el mío.

Sin los Guardianes... Lo pierdo a Damián, pensó Alicia, atemorizada. Buscó consuelo jugueteando con su collar de plata, cuando se dio cuenta de que no se lo había puesto, o mejor dicho, que no se lo había podido colgar debido a que la plata la quemaba.

Había perdido el único elemento con el cual podía defenderse de los vampiros, con el cual podía luchar contra Lucas, el elemento más esencial en la vida de un Guardián de la Noche.

―¿Alicia? ―llamó Miguel, queriendo disimular su preocupación.

―Hablamos después. Mandale un abrazo a Eli, y decile que ni bien estemos mejor, nos veremos ―le dijo ella, antes de cortar la comunicación, sumiéndose en una apatía que creyó necesaria con el fin de poder pasar por eso.

Damián la observó, consternado, sin poder entender la razón por la cual el semblante de Alicia había perdido absolutamente toda su luz. Había escuchado apenas una parte de la conversación, la necesaria para entender un poco lo que venía sucediendo. La vida de Alicia peligraba en cada sentido teniendo sangre de vampiro en su organismo, no sólo porque corría el peligro de perder toda su humanidad, sino porque los Guardianes podían acusarla de traición y abandonarla a su suerte. Sin los Guardianes, tendría menos protección, estaría más vulnerable.

La abrazó, como si la vida de ambos dependiera de eso, y la acunó en silencio. Alicia seguía en shock, incapaz de hablar, de llorar. En su interior, las lágrimas se acumulaban, al igual que las palabras. Se reprimían a sí mismas, como si fueran a perderse una vez que salieran al exterior, con la misma facilidad con la cual se había perdido la esperanza.

―Vamos a encontrar una solución ―murmuró Damián, más para tranquilizarse a sí mismo que para consolar a Alicia.

―Es que no hay ninguna solución ―eplicó ella―. Voy a tener que fingir, voy a tener que engañar a todo el mundo. Nadie va a aceptarme si se sabe lo que... lo que soy.

Damián la abrazó con más fuerza, pero a Alicia no le surtió efecto. Necesitaba un momento apartada de todos esos sentimientos y todas esas emociones que la hacían sufrir tanto, incluyendo su amor hacia Damián, ese amor que podía ser tan hermoso como destructivo según el lugar que tomara. Ese amor podía despertar su pasión y su optimismo, así como podía despertar su desesperación y su tristeza.


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