Capítulo 11 _ Abismo

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Capítulo 11

1 de Junio...

"Están en /todas partes /las sombras /Me atormentan /me arrastran /al abismo /Son siniestras /son invencibles /Adondequiera /que escape /me encontrarán"

Damián apoyó los antebrazos en el carrito del almacén, cargado por la mitad de su capacidad, mientras observaba cómo Alicia, por enésima vez volvía a sacar la lista de las compras que Gabriela le había entregado, confiando en que conseguirían todo. Alicia marcó con tildes los productos que habían conseguido hasta el momento. La notaba tan concentrada que hasta le resultaba gracioso, pero en el fondo él comprendía que la muchacha estaba buscando cualquier alternativa para distenderse de sus preocupaciones. Hacía ya más de una semana que Alicia se sentía perseguida por la desgracia: no tenía manera de comunicarse con Eli, pues su único medio de contacto era el Príncipe Miguel, el cual a su vez había estado ignorándola como un campeón, pasando por alto sus mensajes, rechazando sus llamadas, y dirigiéndole palabras cortantes las pocas veces que ella había logrado contactarlo. Por otra parte, Damián no tenía quejas que hacer respecto a la distancia entre Alicia y el Príncipe, estaba ciertamente agradecido de tener algo de la privacidad que éste mismo les había estado negando. Sólo le afligía la pena de Alicia por su mejor amiga.

―¿Falta mucho, che? Me aburro ―Se le arrimó por detrás para robarle un beso.

Para su desgracia, Alicia estaba demasiado tensa y se sobresaltó incómoda ante el dulce gesto de Damián.

―Ha-Hay que ir a la verdulería y después a la carnicería, pero eso lo compramos afuera donde dijo Gabriela ―le indicó ella, con una sonrisa algo nerviosa.

―Sí, ya sé dónde.

―Ah, ¿por qué no vas yendo a la caja? Agarro dos cositas acá y voy.

―Dale, te veo ahí ―Se marchó.

Alicia se dirigió a la sección de dulces y escogió un par de paquetes de galletitas de chocolate, las favoritas de Damián, un par más de coco para Leonel, y unas cuantas cajas de postres caseros, que se suponía que Gabriela haría en su tiempo libre. Una de éstas se le cayó al piso, pero antes de poder alcanzarla, una mano agarró la caja y se la entregó.

―Gracias ―le agradeció Alicia, cordialmente.

―De nada.

Al levantar la mirada, descubrió que el hombre que la acababa de ayudar alzaba, a la altura del pecho, una foto de Miguel y de Alicia en el Lamborghini, una imagen que hasta podría denominarse in fraganti, ya que era un momento en el cual ambos se estaban mirando de una forma que a cualquiera le resultaría sospechosa. A su lado, había una segunda foto: se trataba del momento en el cual Alicia los tuvo que separar a Damián y a Miguel en el estacionamiento del edificio del último.

Petrificada por esa sorpresa horrible, Alicia miró al hombre, analizó sus facciones, pero no le encontró nada de especial. Por el otro lado, el contorno recto su nariz la hizo pensar en una persona en particular.

―¿Vos sabés quién soy? ―inquirió él.

―No ―negó Alicia, dubitativa.

―Me llamo Santino Lynch. Soy el hermano mayor de Martina ―Se presentó, guardando la foto en el bolsillo de su campera―. Y soy uno de los que se encargaban de seguir y monitorear cada paso del Príncipe Vampiro, con el cual te andás viendo sin consentimiento de los superiores.

―No voy a verlo a él. Voy a ver a mi mejor amiga.

―Pero no parece que te importe mucho que el Príncipe te lleve a dar una vuelta. Hasta puedo decir que son muy cercanos ustedes dos.

―¿Qué está insinuando?

―Que estás complotando contra los Guardianes.

―¿Por qué iba a querer hacer algo como eso?

―Nomás vos lo sabés.

―Yo no hice nada para perjudicar a los Guardianes.

―Las últimas muertes de los Guardianes giran en torno a vos, y siempre tu respuesta es la misma: "Fue el Lord". Por lo poco que sabemos, ese Lord ni siquiera existe. Nadie aparte de vos lo vio.

―Mi amiga Eli lo vio.

―Su mente pudo haber sido manipulada, y la imagen del Lord alterada, por lo tanto, su testimonio no sirve.

―¿Qué quieren ustedes de mí? Cada noche realizo misiones tal y como me piden.

―Ser Guardián es mucho más que cazar vampiros. Ser un Guardián es seguir nuestras normas, defender a los tuyos, y aborrecer a los vampiros.

―¿Me estás diciendo que tengo que odiar a mi mejor amiga porque la transformaron en contra de su voluntad?

―Es lo que es.

Alicia se atrevió a pensar con más profundidad, a determinar que las razones de este encuentro no eran simplemente por su amistad con Miguel y con Eli. Al igual que muchos otros, Santino Lynch estaba tratando de ensuciar el perfil de Alicia, pero más por un tema personal. Después de lo ocurrido en la República de los Niños, de que Martina Lynch trabajara con Lautaro para lastimarla, su familia había quedado en una posición delicada, y para excusar el comportamiento de la muchacha, habían señalado a Alicia, juzgándola e incriminándola sin evidencias sostenibles. Que Santino ahora la estuviese encarando no se debía a sus valores ni a su honor, sino a su sed de venganza.

―¿Tu familia sigue molesta conmigo por lo de Martina? ―le reprochó Alicia―. ¿Por eso me estás tratando de culpar de algo de lo que no soy responsable?

Tratando de ocultar inútilmente su enojo, Santino volvió a enseñarle la foto, como si se tratase de una muestra convincente de un crimen.

―Si algo como esto llega en manos de los superiores, no sólo te van a expulsar, sino que te van a...

De la nada, Damián apareció y le arrebató las fotos para romperlas en pedazos.

―Dejala tranquila, Santino ―lo amenazó―. Porque vos y todos los que se piensan que Alicia es el diablo, me tienen las bolas por el piso.

―Tengo más autoridad que vos, pendejo, así que no te pasés de la raya conmigo. Ella se va a hundir sola en cualquier momento. ¿Sabías que hay muchos que están de acuerdo en juntar firmas para expulsarla de nuestra organización? La gente no es tarada como vos, se dan cuenta del peligro que ésta acarrea, no es ningún angelito.

―¿Y qué logran con eso? ¡Nada! Vos la querés rajar porque tenés bronca. Rajame a mí, que soy el que terminó con Martina, que soy la razón por la cual ella complotó con un vampiro y los dejó mal a todos.

―A vos te voy a mandar en cana, de eso no te quepa la menor duda. Sos un traidor por las mismas razones que ―la señaló a Alicia―. Vienen complotando con el Príncipe Vampiro, el único Lord del que se tienen rastros...

Santino continuó hablando mientras que la rabia de Alicia florecía en su interior. Estaba harta de todo, de los vampiros que querían arrebatarle la vida y de los Guardianes que la martirizaban. Hasta pensó en la opción de renunciar si con eso la iban a dejar tranquila, pero fue algo que de inmediato descartó, porque era exactamente eso lo que Guardianes como Santino querían: que se diera por vencida. Alicia los odiaba tanto que no estaba dispuesta a darles el gusto.

Miró la mano en la que sostenía un paquete de galletitas y se dio cuenta de que lo había aplastado, por lo cual el papel estaba arrugado y las galletitas se percibían hechas migas. Ella no había hecho nunca algo semejante, y tampoco había odiado a un ser humano como estaba odiando a Santino Lynch en aquel momento. Hasta se sentía capaz de tirarle cualquier cosa por la cabeza. Tenía la necesidad de ser violenta, y eso era algo que no formaba parte de su propia naturaleza, sino del instinto animal en la sangre del vampiro.

―Basta ―musitó Alicia, interponiéndose entre ambos―. Nadie tiene derecho a juzgar a los demás, y mucho menos vos ―Lo fulminó a Santino con la mirada―. Vos viniste a chantajearme, porque de lo contrario hubieras ido directamente con los superiores. No me vengas a hablar de normas ni de códigos que no tenés.

Aunque lo disimuló bastante bien, el espíritu imponente de Santino Lynch se achicó y retrocedió casi despavorido ante la aversión de Alicia, quien se había vuelto más fuerte y tenaz con cada experiencia vivida.

―Mirá que esto no se va a quedar así ―le advirtió, retirándose con los ojos agudos y afilados clavados en Alicia, maldiciéndola.

Ella se quedó helada por un instante, tratando de controlar la cólera que fluía hirviente por todo su cuerpo. Damián la notó rara enseguida. Apoyó una mano en su hombro, una vez más haciéndola sobresaltarse.

―¿Estás bien? ―le preguntó él.

Alicia asintió y evitó verlo a los ojos, temiendo que Damián descubriera que verdaderamente había una bestia en su interior queriendo salir. Le preocupaba mucho parecerse a la criatura que él más despreciaba en todo el mundo.



Los primeros días le había regulado la cantidad de sangre que ingería por día. Luego comenzó a sacarla de la casa para pasear por la playa. Eli no podía negar que el paisaje la tenía maravillada, que aquel lugar era "la nada misma", como Jezabel decía, entonces la nada era lo más hermoso que había visto: arena blanca, un mar azul, y una única casa de playa que resultaba una mezcla exitosa entre lo clásico y lo moderno. Era un paraíso para cualquiera que quisiera naufragar y disfrutar de una soledad sin dimensiones.

Pero no era su caso. Ella no estaba allí porque quisiera. De a ratos, las malas voces en su cabeza le decían que atacara a Jezabel, que le arrebatara el teléfono y que lo llamara a Miguel; amenazaría con tenerla a la vampiresa de rehén, y él no tendría más opción que venir a buscarla. Por suerte, siempre algo la detenía en el momento justo. Se recordaba a sí misma quién era, qué quería hacer de su vida, con quiénes quería estar, y entonces reaccionaba, entendía que Miguel no era el centro de su universo y que no era la única persona que necesitaba. Extrañaba inmensamente a sus padres, la extrañaba a Alicia, extrañaba el colegio y a sus compañeros, incluso a los más fastidiosos. Extrañaba a todo el mundo y a todo lo que la hiciera sentir humana.

―Quiero irme a casa ―Se detuvo.

Jezabel se volvió a verla con una mueca de indiferencia.

―Si por "casa" se entiende "Miguel"...

―No me importa Miguel ―Se cruzó de brazos―. Bueno, sí, me importa él, pero no tanto. Los quiero ver a mis viejos, la quiero ver a Alicia...

―Tendrías que olvidarte de ella, por tu bien ―Sonó a que le estaba dando un buen consejo―. ¿O todavía no te diste cuenta de la cruel realidad? ―Retomó su tono burlón.

―¿De qué estás hablando?

―Estoy diciendo que estás acá por culpa de tu amiga.

―No, ella no tiene la culpa de nada. Soy yo la que la atacó por celos.

―No me refería a eso ―Rodó los ojos―. ¿Por qué te parece que Miguel se te acercó en primer lugar?

―Porque me salvó de Lautaro.

―¿Y por qué te tuvo que salvar de ese tarado?

―Dah, porque me tenía secuestrada.

―Ah, qué lenta que sos. Te tenía secuestrada porque se quería vengar de Alicia, y Miguel te rescató porque la quería proteger. Vos nunca fuiste su objetivo, más bien un daño colateral.

Eli se sintió impactada, no de escuchar la realidad de los mordaces labios de Jezabel, sino porque finalmente estaba afrontando que esa misma realidad siempre la había sabido. Siempre supo que Miguel no la amaba, que él tenía ojos para nadie que no fuera Alicia. Siempre supo que tras cada evento trágico que había estado aconteciendo en su vida, había estado el nombre de Alicia inscripto. Era ella, su mejor amiga, la razón de Lucas, de Lautaro y principalmente de Miguel, aquel que estaba enamorado de ella. No, nada de lo sucedido era responsabilidad de Alicia, y los sentimientos que se hubiera ganado de parte de cada quien tampoco eran mérito de ella. No podía culparla del amor que le profesaba Miguel.

Lo que más la hería, era ser "un daño colateral". Como si se tratara de un mero títere al que han de llevar de los hilos, o de un perro al que llevan de la correa, como solía tildarla Jezabel. En una ocasión, entre todos los detalles que habían quedado borrosos, la vampiresa la derribó cuando Eli pretendía atacarla y la encadenó a la pared sujetándola del cuello. Era muy poco lo que ésta recordaba al respecto, y más allá de pensar que jamás se sometería a tal tortura, pensó en qué tan necesario había sido aquel amarre, cuán desesperada Jezabel habría estado como para recurrir a esa táctica.

―Los quiero mucho a los dos, a Alicia y a Miguel ―confesó―. Quiero que ambos formen parte de mi vida, siempre y cuando no los dañe.

―Pero lo vas a hacer, los vas a dañar porque ellos te lastiman ―insistió Jezabel―. Miguel es un rompe-corazones, eso se lo reconozco. Y esa chica, Alicia, no sé qué le verá estando tan tapada en miseria.

―Alicia es una chica buena y amorosa que siempre preocupada por los demás. Es muy tímida, pero si la jodés ya vas a ver qué carácter que tiene ―reía Eli por lo bajo―. Me acuerdo que la primera semana de clases estaba sola, que se sentaba en su pupitre y se ponía a escribir. Yo me acerqué y le pregunté qué hacía. Le dije que me acompañara al kiosco y nos pusimos a hablar de cualquier pelotudez. Al final, terminábamos pasando los recreos juntas, hacíamos la tarea juntas, su mamá me adoraba, mi vieja la adoraba. Estamos hechas para ser mejores amigas.

―¿Y no te jode que te robe a todos los pibes que te gustan?

―Ella no me los roba. A ver, primero, ninguna persona es propiedad de otro alguien – ―Sobreactuó―. Segundo, si yo me fijo en un pibe al que le gusta Alicia, mal ahí, pero la re banco. La piba tiene levante. No sabés qué contenta me puse cuando por fin se puso de novia.

―Ah, no, pero sé que la quisiste hacer mierda cuando supiste que Miguel la prefería por encima tuyo.

―A vos te gusta meter el dedo en la llaga, ¿no?

―¿Recién te diste cuenta? ―Esbozó una sonrisa maliciosa.

―Y por eso te mandó Miguel, para saturarme hasta que deje de perder la cordura.

―Específicamente, me dijo que hiciera lo necesario para que dejes de amarlo.

―Ay, mi vida, ¡ja, ja, ja! ―Se sonrojó―. Lo re quiero a Miguel, y no lo voy a dejar de querer... Pero sí que ya le perdí el gusto. No quiero seguir enamorada de él porque eso es lo que me enferma.

―No te lo puedo creer. Por fin estás diciendo algo coherente ―Comentó Jezabel con sarcasmo―. Lástima que no te creo. Vos seguís haciéndote la cabeza por Miguel, aunque se nota que estás más tranquila que hace una semana.

Eli soltó un suspiro de decepción.

―¿Tanto se nota?

―¿Te parece que sos la primera infeliz que termina hecha mierda por Miguel?

Más allá de que le estuviera dando la espalda, Eli captó en la vampiresa un dejo de melancolía recubierto por una nota de bronca.

―Vos también, ¿no? ―La alcanzó acelerando el paso―. Te pasó lo mismo que a mí.

―¿Qué? ¡No! Yo no me volví una loca de remate ni me violenté contra nadie que no se lo mereciera, pero sí llegué a conocer a alguien a quien sí le pasó.

―¿Quién?

―Ya no importa. Está re muerta ―sentenció, dando por finalizada aquella conversación.



Apenas Damián y Alicia llegaron a su casa, se armó una reunión familiar en la sala de estar, sentados alrededor de Leonel, que continuaba semi-postrado en el sofá-cama.

―Tendríamos que quejarnos del comportamiento de Santino ―dijo Gabriela, severamente, después de que Damián les contara lo sucedido―. No es posible que nos ataquen a nosotros nomás porque se les da la gana.

―Piensa acusarme relacionándome con Miguel... Digo, con el Príncipe ―Se corrigió Alicia de inmediato―. Damián rompió la foto con la que nos vino a chantajear, pero seguramente tiene más.

―Que te vieran hablando con el Príncipe no es nada grave ―repuso Leonel―. Necesita pruebas concretas de algún complot para acusarlos.

―No entiendo por qué en momentos de crisis terminamos peleando entre nosotros ―mencionó Gabriela, cruzándose de brazos con indignación.

―Porque la crisis es una oportunidad para los ambiciosos puedan moverse jerárquicamente ―respondió Leonel―. Los Benedetti siempre tuvimos más poder que los Lynch dentro de la organización, tenemos lazos más fuertes con la comunidad y algún parentesco lejano con los superiores.

―Los Lynch son ratas, al lado nuestro. Ni bien ven algún punto débil en el otro, le sacan provecho. Te hunden a vos para ascenderse ellos mismos ―intervino Damián.

―Deben creer que yo soy su punto débil ―masculló Alicia―. Querrán usar mi mala reputación para ensuciarlos a ustedes, y puede que lo logren.

―No, puede que lo intenten ―le dijo Leonel, con toda seguridad―. Pero no nos van a pasar por encima. Tenemos el favor de los Torres y de los De Cádiz, los superiores más importantes.

―De todas formas, los que piensen mal de mí van a pensar mal de ustedes.

―¡Que se vayan todos al carajo! ―exclamó Damián, enojado―. ¿Qué mierda nos importa lo que vayan a decir los demás?

―La boca, Damián ―lo retó su madre.

―Lo mejor que podemos hacer por el momento es ignorarlos, a los Lynch y a quienes nos metan palos en la rueda. Ellos están esperando a que nosotros armemos un escándalo, y no vamos a dárselos ―acordó Leonel―. ¿Les parece bien?

Todos asintieron sin dar objeción.

―Muy bien. Ahora, mi amor, ¿podés hacer esos canelones que me prometiste? ―Le puso ojos de cachorrito a su mujer, haciendo que la tensión se difumara y que la familia se riera.

―Obviamente, corazón ―Le dio Gabriela un beso en la sien.



Santino Lynch salió de la casa de fotos revisando las impresiones que acababa de sacar. Cuando levantó la mirada, divisó a un hombre apoyado contra su coche, vigilándolo con frivolidad.

―¿Quién sos vos? ―le preguntó, frunciendo el ceño.

Súbitamente, alguien le golpeó la cabeza y perdió el sentido. Sus secuestradores le taparon la cabeza con una bolsa y lo metieron en un auto.

Santino volvió en sí en cuanto el vehículo se detuvo. Sintió cómo dos hombres lo arrastraban por un piso de concreto. Por el eco de los pasos supuso que habrían entrado a un galpón. Al instante percibió cómo los nervios en su piel y en cada músculo de su cuerpo se alteraba ante la presencia de un centenar de vampiros, o quizás de unos cuantos en compañía de uno muchísimo más poderoso.Un Lord, tragó saliva.

Lo sentaron en una silla de madera astillada y anudaron con fuerza sus manos y sus pies. Santino les insistió para que lo dejaran ir, trató de mostrarse firme, a pesar del temor de saber que su fin estaba cerca. Su voz más razonable le había advertido que estaba metiendo aún más que las manos en el fuego, que al querer investigar e incluso manipular a un vampiro tan poderoso como el Príncipe Vampiro, sería una condena a la guillotina. Pero él había silenciado aquella voz para poder hacer su trabajo sucio en paz.

―Váyanse ―ordenó una voz férrea.

Santino los sintió irse sin chistar. Él tampoco se atrevió a hablar del miedo que le producía la presencia gélida del Lord, tan silente e imbatible que era imposible de negar.

―Tengo entendido que estás tratando de vengarte de la bastarda ―dijo el vampiro, después de un largo silencio lúgubre que penetró y derribó cualquier defensa del Guardián―. Respeto mucho eso. La traición y la venganza son dos de mis prácticas favoritas.

―¿Qui-Quién es usted? ―balbuceó Santino, perdiendo sus últimas esperanzas al reconocer que aquél no era el galante Príncipe, sino un verdadero monstruo.

―Soy a quien están buscando. Soy el Maestro ―le dijo al oído, estremeciéndolo de pánico―. Y soy muy real. ¿Qué le parece?

―Dígame su nombre.

―¿Para qué? Saber mi nombre no va a los va a salvar ni a vos ni a tu familia.

―¡N-No se meta con mi familia!

―¿Tanto le importa?

―¡Por supuesto!

―¿Tanto como para eliminar a unos cuantos Guardianes?

―¡¿Qué dice?! ―Saltó Santino, alarmadísimo.

―Digo que si no hace lo que le digo todo aquel a quien quiera se muere ―masculló, furioso.

―¡Por favor, no! ―suplicó sollozando―. ¡Hago lo que me pida!

El Maestro esbozó una sonrisa siniestra de satisfacción.


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