Capítulo 16 _ Amar

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Capítulo 16

7 de Junio...

"Nunca tuvimos /tantas oportunidades /de amar y /de ser felices /como ahora"

Alicia volvió a ponerse los auriculares para distraerse y no tener que escuchar involuntariamente a los vecinos gritándose. La música se había convertido en su refugio y en su escudo, evitaba que su "poder auditivo" alcanzara a escuchar más de lo que un humano era capaz.

Por el otro lado, la situación no mejoraba. Seguía siendo muy rápida y ágil para moverse, sus reflejos eran más agudos: su piel era más sensible, su visión era tan amplia que descubría detalles ínfimos en cualquier rincón, a su olfato no se le escapaba ninguna clase de olor (hecho que resulta problemático a la hora de ir al baño o al estar cerca de la cocina), y su paladar se había desarrollado hasta tal punto que reconocía el sabor genuino de su propia boca.

Durante una pausa, oyó el motor de un coche al arrancar. Se asomó a la ventana y divisó a Gabriela y a Leonel partiendo en el Nissan hacia el hospital, puesto que Leonel tenía una consulta médica por sus costillas. Todos esperaban ansiosos a que pudiera volver a moverse con total libertad, y también a que dejara de ser un estorbo en el living, considerando que el sofá-cama ocupaba mucho espacio.

Alicia se viró hacia la puerta del cuarto y se encontró a Damián bajo el umbral, sonriéndole con una propuesta formalmente atrevida. Ella le sonrió y se sonrojó, porque sabía el resultado de la ecuación: una tarde íntima para pasar juntos.

Se besaron eufóricos. Sus manos arrugaron y desgarraron la ropa en lugar de acariciarse, ya que la función de éstas era encontrar la piel a toda costa. Damián se quitó el buzo y la camiseta al mismo tiempo, con ayuda de Alicia, quien estuvo a punto de morderle aquel sitio débil entre el cuello y la clavícula. No obstante, el filo redondeado de sus colmillos era inútil.

―¡Ah! ¡Perdón! ―Retrocedió ella, preocupada.

Damián negó con la cabeza y la volvió a besar, arrinconándola contra una esquina para que no pudiera escapársele.

―No quiero morderte, Damián ―lo interrumpió Alicia, poniendo sus manos sobre el pecho musculoso del joven.

―Alicia, no sos un vampiro ―La tomó por el rostro―. Y si me mordés, te hago un chupón.

―Ni se te ocurra ―lo retó.

Damián sonrió divertido y la siguió besando, más por necesidad que por gusto. Alicia supo que su única opción era dejarse llevar, tanto porque no tenía nada de malo como porque ambos así lo querían.

Cuando Damián quiso sacarle a Alicia el buzo junto a la polera, el cuello de ésta se le atrancó en la cabeza, y mientras intentaban quitársela, terminaron riéndose de tan vergonzosa que era la situación.

―Ya empezamos mal ―se rio Alicia.

―¿Mal por qué? ―Se encogió él de hombros.

Le fue besando el cuello, centímetro a centímetro, mientras que sus manos recorrían lentamente su espalda, produciéndole a Alicia un tipo de electricidad que la excitaba. Sin embargo, en cuanto se percató de que los dedos de Damián trataban de tomar el gancho de su corpiño con el afán de desabrocharlo, Alicia se estremeció de pánico y negó con la cabeza.

―No. Todavía no ―Lo miró, casi suplicando, con temor.

Damián bajó sus manos, apoyándolas sobre la cintura. La besó en los labios, con más suavidad, pero con el mismo ardor y la misma pasión con la que interactuaban recurrentemente.

Se tumbaron en la cama, y el deseo que dominaba todo su cuerpo le confirmó a Alicia que esto iba en serio. Ella lo quería, anhelaba el placer de ser uno solo con aquel a quien amara, deseaba levantar todas sus fronteras, hacer el amor y ser sólo amor.

Llegó un momento de tanto fuego, que sin darse cuenta, Alicia rasguñó los hombros de Damián dejándole cuatro cortes paralelos que, aunque fueran superficiales, comenzaron a sangrar. Alicia se alarmó, horrorizada. Apartó a Damián y le revisó las heridas.

―¡Ay no! ¡Perdón! ¡Perdón! ―repitió, angustiada.

―Shhh... Tranquila. Tranquila. No pasó nada ―Trató de calmarla.

―¡Pero te lastimé!

―Alicia, lo que me hiciste es algo insignificante comparado con esto ―le señaló las cicatrices de garras en su brazo, aquellas que representaban una victoria más que un encuentro cercano con la muerte―. Tranquila, ¿sí? No te alteres.

―Es que... Ah... ―suspiró, exhausta―. No tenés idea de cuánto miedo tengo de parecerme a un vampiro, pero no porque la idea en sí es horrible, sino porque sé que...

―Que yo odio a los vampiros ―Terminó Damián por ella―. Y sí, los odio. Pero jamás sería capaz de odiarte a vos. Tendrías que partirme el corazón para eso ―Rozaron sus narices y se sonrieron con dulzura.

―Nunca, jamás me atrevería a romperte el corazón ―Lo besó―. Mejor te desinfecto con alcohol, para evitar cualquier problema.

―Bueno.

―Ahí vengo ―le indicó, vistiéndose con la polera nomás y dirigiéndose al baño.

Sacó alcohol y algodón del botiquín, y volvió al cuarto de Valeria, en donde Damián la esperaba con la espalda al descubierto. Ésta era ancha, lisa y aterciopelada, tanto que podía deslizar su mano sin obstaculizarse con nada. Aparte podía contarle los lunares, que no eran varios, pero estaban ubicados en rincones visibles.

Él volvió la cabeza hacia Alicia y le sonrió, concediéndole su permiso para hacer de enfermera. Ella trató con cuidado la lastimadura, pasándole suavemente el algodón húmedo con alcohol, el cual le causó un poco de ardor al principio, pero enseguida se enfrió. Alicia arrugó la nariz ante el olor del alcohol, que la asfixiaba.

―¿Estás bien? ―le preguntó Damián, viéndola por el rabillo del ojo.

―Sí. El olor es bastante fuerte ―Tosió.

―Mejor dejalo ―Le apartó la botella y el algodón.

―¡Ah! Ya no puedo seguir viviendo así. ¡Me vuelvo loca! ―exclamó, exasperada.

―Ya va a pasar.

―Pero ¿cuándo? ¿Cuándo voy a ser normal otra vez? Cada vez tengo más ganas de morder algún cuello, más que nada el tuyo, y sigo siendo tan alérgica a la plata que a diario tengo que usar guantes.

―Alicia, es preferible esto a que estés muerta.

―Supongo que sí ―Agachó la cabeza.

Damián se la levantó sujetándole la barbilla con delicadeza y atrapando su mirada dentro del espiral verde irresistible que la quería guiar a un mundo único lleno de amor y escaso de preocupaciones. Alicia se hubiera dejado arrastrar con mucho gusto, pero entonces sonó su celular, quebrantando el romántico ambiente que tanto les había costado armar.

―¿Hola? ―atendió Alicia.

―Un pajarito me contó que no estás siguiendo las indicaciones que te di para evitar que tu "enfermedad" tenga consecuencias catastróficas ―dijo Miguel, altaneramente.

―¿De en serio? ¿Otra vez te tengo que pedir que no nos espíes, Miguel? ―le reprochó Alicia.

―¡Argh! ―gruñó Damián, descontento, mientras se vestía.

―¡Je, je! ¿Cuánto te cuesta darte cuenta de que no te voy a hacer mucho caso que digamos, Alicia? ―inquirió Miguel, sarcásticamente.

―¡Es una falta de respeto! ―replicó ella.

―Podés darme clases de ética ahora mismo, pero para eso vas a tener que venir a mi departamento, en donde podemos estar muy cómodos, más que en esa cucha que tienen como cama.

―¡Chau, Miguel!

―¡No, no, no, no! Escuchame que te voy a decir algo muy importante.

―¿Qué cosa?

―Algo sobre esta "enfermedad" tuya. Al parecer, no sos el primer caso. Encontré un libro bastante viejo escrito por un científico que hacía ciertos experimentos muy poco agradables.

―¿Y? ¿Qué dice?

―¿Por qué no venís así lo leemos juntos?

―Honestamente, Miguel, ¿te sentís muy solo?

―¿Qué quiere ahora el hijo de puta? ―murmuró Damián.

―Mandale saludos al pelotudo.

―¡Miguel! ―Lo volvió a retar Alicia.

―Él empezó ―lo acusó Miguel.

―¿Podés decirme nomás lo que dice ese libro? ¿Hay alguna cura para lo que tengo?

―Más bien un tratamiento. ¿Vas a venir?

―¡Está bien! En un rato voy ―Se rindió, de mala gana.

―Perfecto. Nos vemos ―Lo imaginó sonriéndose satisfecho.

Alicia cortó, y malhumoradamente se puso el buzo, preparó su cartera, y se abrigó con una bufanda. Mientras tanto, Damián la observaba consternado.

―¿Te das cuenta que está jugando con vos, no?

―Sí, pero al parecer consiguió información sobre mi situación, y por más hinchapelotas que sea Miguel, lo que sepa me puede ayudar.

―Y a qué precio ―respondió Damián, sarcásticamente.

―Te aviso cuando estoy volviendo, ¿dale? ―Le dio primero una sonrisa y después un beso―. Nos vemos después.

―Tené cuidado.

―Sí ―asintió.

Bajaron hasta la planta baja, y antes que Alicia pudiera abrir la puerta, Damián la volvió hacia él y le encajó un beso abrupto, glorioso y duradero, confiando en que el Príncipe los vería y se molestaría.



Je, je, je. Qué hijo de puta, dijo Miguel entre dientes, repudiando al Guardián, enviándole los peores deseos.

Alicia tardó poco más de media hora en llegar. Él la estaba esperando en la entrada del edificio con una sonrisa discreta.

―¿Qué te parece el lugar? ―Tomó una postura soberbia.

―Digno de un príncipe ―respondió Alicia con ironía.

―Entonces, arriba te va a encantar.

Le ofreció una mano para guiarla al ascensor, y fue en ese instante y con ese contacto que Alicia recordó la carta que éste le había escrito con la misma mano que ahora estaba sujetando. Por más que quisiera negarlo, los sentimientos que le profesaban Miguel eran cada día más evidentes, como si ni siquiera estuviera haciendo un esfuerzo por esconderlos. Alicia se lamentaba cada vez que Miguel abría su corazón ante ella, porque siempre acababa rechazándolo. Estoy con Damián, Miguel, tenés que entenderlo, decía para sus adentros, suponiendo que él la escucharía, y al mismo tiempo, temiendo que le respondiera: Que estés con alguien no significa que no puedas amar a otra persona al mismo tiempo. Alicia se sentía culpable de pensar aquello, de ser capaz de querer a alguien además de a quien ya había elegido, de enamorarse de dos chicos a la vez. Pero no estoy enamorada de Miguel, renegaba.

―¿Estás bien? ―le preguntó él, notando la tensión incrementándose, cerniéndose a su alrededor espesamente.

―Sí ―respondió Alicia por inercia―. Estoy un poco nerviosa nomás, con respecto a eso que tengas que decirme sobre... Lo que sea que tenga.

―Pase lo que pase, sabés que contás conmigo, ¿no? ―Le dedicó una sonrisa de aliento, a lo cual Alicia sólo fue capaz de asentir―. Además, no creo que sea tan grave lo que tengas como para que te asustes.

El ascensor se detuvo en un pasillo con apenas dos puertas, siendo la izquierda el departamento nuevo de Miguel. Alicia no se sorprendió de encontrarlo tan limpio y brillante, pero sí le impactó la vista del ventanal, lo cristalino que era su vidrio y lo pura que filtraba la luz del sol. El estilo minimalista y la gama de blancos, grises y negros, le otorgaba al inmueble un aspecto formal y espacioso.

―¿Qué te parece? ―le señaló él, arqueando una ceja con ironía.

―Ah, es hermoso. No me esperaba menos de vos ―sonrió Alicia―. Pero cuánto silencio. Es obvio que Eli no está.

―Sí... ―suspiró Miguel, con cierta añoranza―. Pero bueno, ya era hora de que volviera con su familia y sus amigos de siempre.

―Ayer estuvimos hablando. Me contó que la están cargando con pruebas y tareas, y me pidió permiso para persuadir a los profesores para que la dejaran tranquila. Por supuesto, le dije que no.

―¡Je, je, je! Sentate ―le indicó, conduciéndola al comedor―. ¿Te preparo un café, un mate, o algo?

―¿Cappuccino tendrás? ―preguntó, modestamente, acomodándose en una silla.

―Sale un cappuccino, ¿con leche y canela?

―Sí, está bien.

Mientras Miguel preparaba las infusiones, Alicia continuó observando distraídamente el panorama, fijándose en los demás rascacielos de Puerto Madero y en las aguas que los rodeaban, y en las calles que los vehículos transitaban sin dejar de hacer ruido.

―Y ese libro del que me hablaste... ―mencionó Alicia.

―Ahí te muestro.

Una vez que tuvo preparado el cappuccino, Miguel se dirigió a la estantería en el living, en donde tenía una colección amplia de libros. Eligió un libro vetusto de cuero, con páginas amarillentas, duras y ásperas. Abrió la sección en la que había dejado puesto un señalador, y lo colocó sobre la mesa, delante de Alicia, quedándose muy junto a ella, tanto que podían sentir cómo la electricidad en el aire se hacía más intensa. Ella trató de ignorarlo enfocándose únicamente en el libro, que estaba escrito en alemán, a puño y letra.

―Acá ―le señaló él un párrafo.

―¿Traducción?

―Dice: "19 de Diciembre de 1943: El experimento 681 fue un éxito. Después de cinco intentos, logré mutar a un humano sin necesidad de convertirlo en vampiro. Al igual que a los otros cuatro sujetos anteriores, le drené una buena cantidad de sangre y le practiqué una transfusión con sangre de vampiro. Los anteriores murieron de paros cardíacos o intoxicación, puesto que eran humanos corrientes. Éste último era un donador, es decir, uno ya acostumbrado a poseer sangre vampírica en su organismo. Ahora es bastante sensible a la luz, y desarrolló una severa alergia a la plata, la cual con el simple roce lo cubre de llagas. También aumentaron sus capacidades visuales, auditivas, gustativas, olfativas y táctiles. No es un vampiro, pero se comporta como uno y se siente a sí mismo como uno."

Miguel se salteó un par de párrafos hasta llegar al correcto:

"30 de Diciembre: El quinto individuo del experimento 681 viene teniendo sueños muy vívidos relacionados con el vampiro cuya sangre está ahora en su interior, lo cual ya fue comprobado con el experimento 211. Sin embargo, lo que más llama a mi atención en este instante, es que está desarrollando cada vez más su lado vampiro. Es más fuerte y ágil, y sus emociones están magnificadas en gran porcentaje al igual que sus sentidos. Me atrevería a llamarlo híbrido."

Volvió a saltear un par de párrafos más y continuó:

"8 de Enero de 1944: El individuo del experimento 681 sufre alucinaciones y serios delirios. Jura ver gente que no está realmente, que a veces se encuentra a sí mismo en otros lugares, entre otras cosas. Este caso de demencia es muy grave, y lo deja física y mentalmente vulnerable. Empiezo a creer que no sobrevivirá". "15 de Enero: El individuo del experimento 681 pereció ayer..." ―susurró, ciertamente angustiado, y tomó aire antes de seguir leyendo―. ", y se convirtió en vampiro. Su cuerpo humano no toleró los cambios. Tendré que empezar de nuevo." "1 de Febrero: Conseguí a otro donador para el experimento 681. Está en mejores condiciones físicas que el anterior y estoy seguro de que obtendré mejores resultados." "28 de Febrero: Finalmente, concluí el experimento 681. El individuo sobrevivió al intercambio de sangre y a las fases físicas, emocionales, mentales y psicológicas a las que fue expuesto. Actualmente está sano, pero ha vuelto a ser un humano corriente. Apenas conserva unos cuantos vestigios de su vampirismo, lo cual es frustrante. Ahora soy capaz de confirmar sin duda alguna el resultado del experimento 681: el sujeto que realiza un intercambio de sangre importante desarrolla conductas vampiras sin dejar de ser humano. Padece un aumento en su capacidad motriz y en su sensibilidad. Estos cambios se agravan con el tiempo (Primera Fase), fortaleciendo físicamente al individuo, pero debilitándolo mentalmente. La Segunda Fase consiste en una demencia, en delirios y alucinaciones que perjudican psicológicamente al individuo. La Tercera Fase es el cierre, en el cual el individuo muere, puesto que su cuerpo humano se debilitó en cuanto la sangre vampira lo abandonó, o sobrevive con secuelas inofensivas, lo cual me lleva a suponer que la sangre vampira se fusionó a la perfección con su organismo."

―Es muy específico ―comentó Alicia, después de guardar un minuto de silencio.

Miguel soltó un bufido, no restándole importancia al asunto, sino queriendo aplacar la angustia que les provocaba.

―Creo que yo también necesito tomar algo ―Volvió a la cocina y se sirvió una copa con sangre, inquietando los sentidos de Alicia, quien se defendió haciéndose la distraída―. Esto es justo lo que necesitábamos saber, ¿no? ―dijo Miguel, casi al aire.

―¿Qué voy a hacer cuando me vuelva demente? ―preguntó Alicia―. ¿Y si me muero y termino convirtiéndome en un vampiro?

―Es una posibilidad muy remota, Alicia.

―Sí, pero puede llegar a pasar.

―Concentrémonos en lo que tengamos más cerca, ¿dale?

―¡No me puedo concentrar teniendo tanto miedo!

―Alicia, Alicia, mirame ―Le tomó las manos―. No estás sola, y no hay nada que temer. Vas a estar bien y yo voy a procurar que sea así.

―¿Cómo? ¿Cómo vas a evitar que me muera?

Miguel se le apartó un instante para tomar aire y meditar. No fue hasta segundos más tarde que Alicia se percató de que su mirada había caído encima de su copa de sangre.

―No me quiero convertir en un vampiro, Miguel ―suspiró.

―¿Ni aunque fuera tu única alternativa? ―La miró, esta vez con mucha seriedad―. Pensalo, Alicia. Todo lo que vos le encontrás de malo a un vampiro, se debe a los prejuicios de los Guardianes, y los Guardianes no son santos.

―No me fijo tanto en eso, Miguel. Pienso en la necesidad de tomar sangre, de tener que cazar para sobrevivir, de vivir eternamente mientras que el mundo a tu alrededor se marchita. Pienso en Eli y en cómo está sufriendo de sólo pensar que algún día va a tener que dejar a sus padres porque ella no va a crecer, va siempre a tener la apariencia de una adolescente de diecisiete años. Así que no, si tuviera que elegir entre morir y ser un vampiro...

―¿Elegirías morir?

―Elegiría no tener que vivir así, de la sed y la sangre.

Indignado, Miguel se echó hacia atrás y exhaló con frustración.

―¿Te parece que es tan malo? Es como respirar, comer y cagar. Es una necesidad ―insistió―. ¿Por qué no probás? A ver qué tan vampiro sos ―Levantó su copa.

―Ah, no. No, no. No ―Se rehusó―. Ni en pedo. Es asqueroso.

―¿Es asqueroso? ¿En serio? ―Arqueó Miguel una ceja, inquisitivamente―. Mi sangre te salvó la vida, Alicia. Estás viva por haberte alimentado de sangre.

―Estoy viva porque vos me diste tu sangre cuando hizo falta, Miguel. Y no, no me gustó la experiencia, no me gustó tomar sangre, porque soy humana.

―Ya no sos tan humana que digamos, Alicia. Estás por encima de eso.

―No quiero estarlo. No quiero ser un vampiro. ¿Y por qué te parece que voy a serlo?

―Porque tus pupilas se dilataron al ver la sangre ―Señaló el vaso―. Lo cual es una reacción común en los vampiros novicios, o en los humanos que tienen muchas oportunidades de convertirse.

―No quiero... No puedo ser un vampiro.

―¿Quién dijo que no podés? Cualquiera puede.

―Yo no.

―¿Por qué?

―Porque un vampiro asesinó a mi mamá, y otro convirtió a mi mejor amiga en una vampiresa, y le cagó la vida.

―Eli no está tan mal ahora. Sigue siendo ella misma, viviendo su vida y con aquellos a quienes ama.

―Seamos honestos. Eli está viviendo una mentira, Miguel. Se sigue comportando como humana aunque no lo sea, y tiene que andar hipnotizando a todo el mundo a cada rato para que no noten que es diferente. Y en el fondo, por más alegre que Eli siempre parezca, está lastimada, le duele tener que vivir así.

―Si bien es cierto que Eli no eligió ser una vampiresa, también es verdad que está tratando de sobrellevar su carga y todo su pesar con un único fin, que es poder hacer una segunda vida luego de haber perdido la primera. Fue trágico que muriera, que dejara de ser humana, pero es la misma chica que conocías, porque de lo contrario no serían amigas.

―Sí, pero...

―Nadie elige nada en su vida, Alicia. Te lo digo desde la experiencia: eso que vos llamás "vida", es un entramado de caminos que van y vienen, que se cruzan mil veces, que se cortan y se retoman; no es una única elección, son miles de millones, ¿y sabés qué? Ninguna vale. Sin importar lo que vos o lo que los demás quieran, nadie elige su vida. Ni vos, ni Eli, ni yo, nadie. Y ahora, para redondear, porque no te creas que no me doy cuenta de que estás dando vueltas para no hablar de lo que realmente importa: si en algún punto de tu vida, acabás convertida en vampiro, vas a poder elegir entre clavarte una estaca o seguir sobreviviendo a la miseria a la que le dicen "vida". ¿Entendiste?

Por más que ya estuviera sentada, Alicia sintió que se desplomaba sobre la silla, que su cuerpo dejaba de respirar y que su mente dejaba de responder. Apenas era capaz de escuchar los gritos de su conciencia conflictuada entre la realidad y sus mayores miedos. Había sido un vampiro el que asesinó a su mamá, pero también era un vampiro en quien ahora se estaba apoyando. Su mejor amiga había sido humana, y ahora sería una vampiresa el resto de la eternidad, y muy a pesar de todas las contras que eso implicara, seguía estando viva, y Alicia no podía estar más agradecida por ello. Trató de imaginarse dentro de diez años, estudiando en la facultad, trabajando, saliendo con Eli, siendo una vampiresa, tomando una copa de sangre con Miguel, quien fácilmente podría instruirla para ser una criatura cuerda y no una endemoniada. Pero, entre todo eso, ¿dónde cabe Damián? Si yo fuera una vampiresa... Lo perdería, sollozó para sus adentros.

Apenado de haberla hecho quebrar, Miguel tomó una postura diferente, mucho más amigable, y se le arrimó para verla a los ojos.

―No digo que esté mal tener miedo, Alicia. Pero... ¿Miedo al futuro? Eso es algo que no controlamos ―le dijo con mayor suavidad y cuidado―. Tampoco sirve de mucho que le temas a la muerte, porque no voy a permitir que te lastimen.

―¡No! ¡Le tengo miedo a la posibilidad de convertirme en un vampiro y que me guste! ―exclamó su confesión, provocándole a Miguel tal impacto que acabó palideciendo―. Tengo miedo de olvidarme de cómo ser humana.

―¡Ja, ja, ja! ¿Te parece posible? ¿Vos, justo vos, menos humana de lo que ya sos? Alicia, vos jamás vas a perder eso que te hace ser vos misma, jamás vas a dejar de ser la chica más maravillosa que pude haber conocido.

Finalmente, Alicia acabó encontrando su mirada con la de Miguel, después de haber pasado tanto tiempo evadiéndola. Recibió su corazón junto a un beso arrasador que mezclaba un sabor fresco y acaramelado, junto a la apenas perceptible acidez de un trago de sangre. En Miguel, Alicia encontró la calidez de un hogar en medio de la furia de una tempestad, percibió una marea agitada y un remolino apasionante. Pensó irremediablemente en los besos de Damián, que también le transmitían el abrigo de un abrazo en plena llovizna de primavera, y apenas con eso, recuperó la conciencia que por un breve instante había hecho callar. Se puso de pie bruscamente, dejando que la silla cayera con un estruendo. Miguel también se levantó, acalorado y con los ojos profundos, puestos en quien tanto anhelaba, asustado de que volviera a alejarse.

―Alicia ―suspiró él, apenado.

―¿Qué hice? ―musitó ella.

―Alicia, está todo bien. Fui yo, ¿sí? Yo te besé.

―Y yo no hice nada al respecto... Le acabo de ser infiel a Damián ―decía lo que pensaba, demasiado estupefacta como para recuperar la razón.

―No exageres. Fue un beso nomás.

―¡No! ¡O sea...! Primero, consideré la posibilidad de ser un vampiro, algo que se supone que va en contra de mis principios y de lo que los Guardianes me enseñaron, y después te dejé besarme, podría haberte dejado hacer mucho más que eso. Quise dejarme llevar y, y eso está mal ―balbuceaba, ignorando todo intento de Miguel por calmarla―. ¡Yo no soy así, Miguel! ¡No estoy bien!

―Alicia...

―No sé lo que estoy haciendo. No sé si estoy cambiando, si soy una persona horrible, o si algo de todo esto tiene que ver con tu sangre... Sí, puede ser, ¿no? ¡Como le pasó a Eli! Quizás me siento atraída por vos porque tengo tu sangre en mi organismo.

―¿Qué? ¡No! Eso no tiene nada que ver ―Comenzó a molestarse―. Te gusto por ser como soy, Alicia, no porque te di mi sangre.

―¿Cómo puedo estar segura con todo lo que me está pasando?

―No, no, no, no. Estás escondiéndote atrás de una excusa muy pobre, Alicia. ¡Cortala! ―la retó―. No querés ser vampiro porque tu novio esto, no podés sentir nada por mí porque tu novio aquello. ¡Te quejás de que uno no puede elegir su vida y vos elegiste atarte a ese tarado!

―¡No lo insultes!

―¡Entonces dejá de insultarte a vos misma haciéndote creer que valés tan poco para andar con esa basura! ¡Él no te merece, no es digno de vos!

―¡Ah! Pero vos me imagino que sí, ¿no? ―Lo enfrentó con la misma bronca―. Querés que me convierta en vampiro y querés que lo deje a Damián para estar con vos, para que me puedas usar como a uno de tus juguetes. Hacés lo mismo con todas las chicas, con Eli, con Jezabel, conmigo, nos querés para vos nomás ―Miguel intentó contestarle, pero ella continuó sin darle tiempo a formular las palabras―. Al final, sos vos el que maneja nuestras vidas como se te antoja, y yo ya estoy harta ―Agarró la cartera y se encaminó hacia la puerta.

―¿Realmente pensás eso de mí? ¡Alicia! ―Salió al pasillo y la encontró llamando al ascensor―. ¡Está bien! Si querés verme como a un monstruo, hacelo. ¡Total no serías la primera! ¿Querés pensar que mi sangre es lo que te atrajo a mí? ¡Dale, no hay drama! Si eso te hace sentir mejor y te convence de que no querés a nadie más que a tu novio, hacé lo que quieras, pensá lo que quieras. ¡Me da igual!

Alicia no se permitió a ser condescendiente, a darle el gusto de dirigirle siquiera una mirada mientras despotricaba. Ingresó al ascensor, presionó el botón a la planta baja sólo viéndolo de reojo, negándose a darse la vuelta, pero de todas maneras, el destino había plantado un espejo delante de ella, y en cuanto levantó la cabeza, vio antes que las puertas se cerraran, el brillo de las lágrimas reprimidas en los ojos de Miguel. En esta ocasión, no sólo le había hecho cerrar su corazón, sino que se lo había roto.


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