Capítulo 17 _ Plagas

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Capítulo 17

7 de Junio...

"¿Por qué /en donde quiera /que estamos /nos persiguen /las plagas /y maldiciones?"

Alicia agradeció que la parada del colectivo estuviera vacía, y que no hubiera rastro de ningún zorzal, ni de Miguel. Agradeció que en la parada hubiera un banco para sentarse y descansar las piernas después de todo lo que corrió, y le agradeció a Damián por no haberla llamado al celular, porque no iba a poder responderle en medio de tanto llanto descontrolado. ¿Cómo voy a hacer para verlo a la cara? ¡Soy una hija de puta!, gritaba sin consuelo. Sabía que no tenía excusa, que no podría culparlo a Miguel por más que quisiera, y que no podía enojarse con él por haber tenido ambos un desliz. ¿Él me besó, o fui yo?, trataba de reacomodar sus recuerdos, que cada vez se hacían más borrosos, No creo que importe quién haya empezado, hubo un consenso entre ambos, lo quisimos y lo aceptamos. Recordó la presión de la boca de Miguel, lo fácil que se acopló a la suya, recordó su propia mano, tocando la cara de Miguel por un instante, recordó sus lenguas buscándose y compartiéndose el sabor de la sangre.

En parte, Alicia entendió por qué Eli había caído rendida a los pies del Príncipe, y era que no sólo Miguel tenía una belleza y una actitud irresistible, sino que entre tantas sombras él era una estrella, un faro iluminando el oscuro océano. Tenía esa luz a la que cualquiera querría aferrarse de sentirse caído, desanimado, ahogado. Tanto Eli como Alicia habían pasado su peor momento sostenidas por Miguel, quien sabía cómo guiarlas hacia esa nueva vida que iniciaba con la muerte y la sangre.

Por más esmero que pusiera en negarlo, ser una Guardiana ya no la contentaba. El honor de combatir el mal a capa y espada no era su único deber, sino también satisfacer las expectativas de los demás Guardianes, desde despreciar a la raza vampira hasta suprimir cualquier emoción que denotara debilidad. Pero no puedo volver a ser humana, no después de todo esto, pensaba, Así que, me quedan dos caminos: ser una Guardiana, como quiere Damián, o ser una vampiresa como quiere Miguel. Pero ¡ellos no tendrían que decidir mi vida! ¿Y qué hago? Si yo tampoco puedo hacer mucho más que tomar la elección.

En un momento, terminó volcando sus ideas en Damián, y en lo que haría una vez que lo viera. Agradeció, como pocas veces en su vida, que el colectivo estuviera demorado y la calle apenas transitada, para así tener el tiempo y el espacio necesario para descargarse y recuperar la razón. Se debatió entre serle honesta y confesarse, y entre ocultarle la verdad, lo sucedido con Miguel. En el primer caso, se planteó, él se enojaría, quizás trataría de culpar a Miguel, o quizás acabaría con el corazón roto, comparando la infidelidad de Alicia con la de Martina. Sin embargo, en el segundo caso, ella no sería capaz de disimular su angustia, por lo cual él se preocuparía, y en algún momento, sabría la verdad, o temería algo mucho peor.

Se imaginó también qué sucedería cuando volviera a cruzárselo a Miguel. Lo vislumbró envuelto en una caja de hierro, apartado de sus emociones, así como la primera vez que lo conoció. No le dirigiría la palabra, a menos que fuera un disparo mordaz, y le reprocharía a cada segundo con la mirada el haber querido culparlo de todos los males del mundo. Alicia comprendió que no podría hacer más que tragarse su orgullo y pedirle disculpas, tal vez incluso tendría que rogarle que la ayudara cuando la demencia la invadiera.

Sin aviso alguno una moto sobre la cual iban dos personas frenaron a pocos metros de ella. Uno de sus pasajeros se bajó y sacó del bolsillo una pistola, con la cual apuntó hacia Alicia. Ella se puso de pie de inmediato, a la defensiva. Cuando el motochorro le ordenó que le diera la cartera, Alicia se la sacó y la tiró a sus pies. Éste la agarró con la mirada puesta sobre ella, casi apuñalándola con los ojos. No obstante, en cuanto bajó la guardia para subirse a la moto que ya estaba arrancando, Alicia corrió hasta él, más rápido de lo que hubiera hecho siendo humana, y lo agarró por la espalda para tirarlo al piso. Luchó para quitarle la pistola, la cual desgraciadamente se disparó hiriendo al segundo motochorro que venía para apoyar a su compañero. Alicia se apartó horrorizada y sin habla. El hombre se apretó el abdomen y cayó de lado sobre el asfalto. Enseguida olió, y pronto vio, la sangre que empezaba a brotar igual que un manantial carmesí.

―¡Hija de puta! ―la puteó el motochorro, apuntándola con el arma.

Alicia no hacía a tiempo de reaccionar por culpa del estupor. Hubiera querido encontrar alguna huida, pero sabía que, hiciera lo que hiciera, sólo se encontraría con una bala y una muerte segura. En algún momento de la eternidad previa a la oscuridad, en lo más recóndito de su subconsciente, algo la hizo reírse de la ironía de estar entrenada para combatir a un vampiro, pero no para sobrevivir a un asalto.

El ladrón iba a jalar del gatillo cuando, antes de cualquier disparo, una mano agarró su cabeza y la golpeó contra el piso, noqueándolo. Alicia se vio más sorprendida al reconocer a la persona que acababa de salvarla.

―¡Vos! ―la señaló Alicia, atónita.

―Sí. Yo ―remarcó Jezabel, arrogante―. La única e inigualable ―agregó una sonrisa recelosa.

―¡Ah! No me digas que Miguel te envió ―le reprochó.

―Aunque te parezca mentira, no, no me mandó él ―Se encogió de hombros―. Nomás andaba cerca y de casualidad pasábamos por acá.

―E-Ese hombre se está muriendo ―señaló al ladrón que agonizaba y dormitaba entre el sueño del hombre vivo y el sueño del hombre muerto.

―¿Y? Nena, ¿no te parece que le hacemos un favor al mundo dejándolo morir? Es un chorro, probablemente drogadicto sin otro propósito más que cagarle la vida de los demás.

―¡Es humano!

―¿Y si fuera un vampiro? ¿Le perdonarías la vida?

―No... No hagás esto. Hoy no es mi día, y de en serio estoy enojada.

―No me digas ―se rio.

―¿Guardiana, no? ―preguntó una voz desconocida a sus espaldas.

Los nervios de Alicia captaron la presencia y se estremecieron enloquecidos. Se volvió y descubrió a un hombre de no más de veinte y tantos, rubio de ojos castaños. Así como todos los Lores Vampiros, éste portaba un aire de soberbia y una presencia imponente e inquebrantable, sumada a una sonrisa oscura y calculadora, y a una mirada fría e intimidante.

―Jezabel, curá a ese hombre, por favor ―le indicó―. Quizás en algún momento de su vida se redima.

―¿A esta inmundicia? ―Hizo ella una mueca de repugnancia―. Debe valer más muerto que vivo.

―Jez... ―le insistió, arqueando las cejas, con superioridad―. Por favor, hacelo y sin discutir.

Jezabel soltó un bufido descontento y se agachó junto al hombre. Usó sus uñas largas y esculpidas para sacar la bala del abdomen, y después le dio su sangre mordiéndose la muñeca. Levantó la mirada hacia el Lord, con una expresión de aburrimiento.

―¿Feliz?

―Así me gusta ―Le entregó un pañuelo para que se limpiara.

Alicia, quien hasta el momento ni siquiera había podido respirar ni pestañar por lo perpleja que la dejaba esta situación, se sintió completamente avasallada cuando el vampiro volvió a poner su atención en ella. Era ya el tercer Lord que conocía.

―Supongo que vos sos esta Guardiana famosa de la que todos hablan: Alicia Castelli. Encantado de conocerte ―mencionó, con cierta curiosidad.

Ella asintió enmudecida.

―¿Te comió la lengua el gato?

―No ―negó Alicia con la cabeza.

―Me alegro. ¿Y estás bien?

―A diferencia de los motochorros, sí.

―Voy a hacerte un favor a cambio de otro, ¿te parece bien? Yo hipnotizo a estos dos payasos para que sigan un buen camino como Dios manda, los hago olvidarte para que después no tengas problemas, y vos no contás nada de mí.

―No sé nada de usted. Además, muchos no creen que exista el Lord que asesinó a mi madre. ¿Por qué iban a creer que vi a otro Lord?

―Lamento mucho tus pérdidas, Alicia. Todo el mundo pierde mucha gente a la que quiere cuando menos se lo espera ―Captó Alicia un destello de agonía fugándose de aquellos ojos castaños tan fríos y arrogantes, que le demostró en parte que hasta un ser imbatible como él tenía también un corazón que, a su manera, padecía dolores.

Como Miguel...

―Che, ¿nos vamos? ―Lo apuró Jezabel.

―Hasta luego, Alicia ―asintió el Lord, respetuosamente.

―Gracias ―respondió ella, aunque seguía confundida.

Jez le dedicó una última mirada exquisita y altanera. El Lord se detuvo a su lado y le ofreció el brazo, cortésmente, pero también con petulancia. Alicia no dejó de verlos hasta que se perdieron de vista, convencida de que ambos eran amantes.

Escuchó la sirena de una ambulancia a más de siete cuadras, aproximándose. Siete cuadras de distancia, y podía oír el motor y la alarma, y la respiración entrecortada de los ladrones inconscientes. Se puso a correr antes que empezaran a surgir el resto de sus sentidos vampíricos.



Oscureció temprano, antes de las siete. Miguel aprovechó las sombras para internarse en los lugares más inhóspitos de la ciudad en busca de algún suministro de alimento, fuera un donador o un humano corriente al que pudiera persuadir. Tenía tanta sed que mordería el primer cuello con el cual se cruzara, el cual en esta ocasión fue el de una chica que salía de estudiar. Él la acechó siguiéndola a la distancia, esperando y vigilando que no hubiera testigos alrededor. La frenó cuando estaba a pasando junto a un terreno vacío, apareciendo delante de ella.

―Quieta ―La hipnotizó, y ella acató―. No vayas a hablar ni a quejarte.

Le quitó la bufanda y le desabotonó el cuello de la campera para morderla. Ella no hizo ni el más mínimo ruido, y de tan silencioso que estaba el ambiente, lo único que podía oírse era el modo en el cual Miguel succionaba glotonamente su sangre. Se apartó en cuanto rozó el punto límite. La chica estaba a punto de desvanecerse. Sin embargo, él la despertó zarandeándola y le envolvió el cuello con la bufanda, escondiendo la mordida.

―Te vas a olvidar de mí, y te vas a ir directo para tu casa.

Sin decir nada más, la chica se marchó perseguida por la mirada de Miguel, quien necesitaba más sangre para satisfacerse, y sangre con sabor, porque de lo contrario era lo mismo que la nada.

Probó con otras tres personas, pero obtuvo el mismo resultado: nada. Su sed era tan profunda como un pozo al centro de la Tierra. Lo único que lo venía conformando a medias era el placer de morder, el poder y la lujuria que incluían el proceso de clavar sus dientes y llenarse el paladar con el elíxir de la vida.

Se metió en el Lamborghini y vio que una luz en su celular parpadeaba, indicando mensajes nuevos. Con un resoplido, los revisó, y descubrió no muy entusiasmado que eran todos de Eli: "Hola, Miguelito. ¿Cómo andás?", "¿No respondés?", "¿Estás enojado conmigo?", "¿Qué te pasa, nene?", y a todos éstos y al resto le seguían otros cuantos mensajes de voz:

¿Hola, Miguel? ¿Qué está pasando? Tengo un mal presentimiento. ¿Anda todo bien? ―le preguntaba, un centenar de veces―. ¿Hablaste con Alicia? Me dijo que fue a verte y que está todo para la mierda, pero viste como es ella, también me dijo que me quedé tranquila. ¡Minga me voy a quedar tranquila! Pero bueno, después vos contame también. ¡Besos!

Iba a responderle con la verdad, cuando algo brillante captó su atención: la luz de un relámpago entre las nubes. Se enteró entonces de que el cielo se estaba cubriendo de nubarrones negros y que el viento se levantaba feroz. Había una tormenta furiosa de camino, en un día en el cual todos los servicios meteorológicos habían pronosticado un día frío pero despejado y una noche serena. Era posible que todos se hubieran equivocado, que ésta no fuese más que una tormenta pasajera. Había miles de razones lógicas, y sin embargo, Miguel no pudo evitar pensar en que no sólo la naturaleza es capaz de crear tormentas de la nada.

Puso en marcha el coche en el instante preciso en el cual estallaba el primer trueno.



Sin importar cuánto le hubiera insistido, Alicia no salió de la habitación de Valeria ni le contó lo que el Príncipe le había dicho; apenas había llegado a la casa y se había ido directo a la cama, excusando que estaba cansada. Damián estaba segurísimo de que había pasado algo terrible, apostaba cualquier cosa a que aquel vampiro malnacido la había lastimado.

Alicia recién se presentó cuando tenían que irse a su misión. Esta vez, para la felicidad y conveniencia de Damián, los habían asignado en una misión juntos y sin nadie más en medio.

―¿Qué te dijo? ―le preguntó él por enésima vez, ya habiendo puesto en marcha el coche.

Alicia tragó aire y respiró hondo.

―No quiero hablar de eso ahora ―contestó, rotundamente.

―¿Por qué no?

―Porque este día ya fue muy malo como para que empeore.

Damián captó el malhumor de Alicia, comprendiendo que él no iba a ser capaz de quitárselo molestándola con tantas incógnitas. Tarde o temprano se iba a enterar de lo que ocultaba, pero en el momento adecuado, cuando no estuvieran atravesando una situación tan cruda.

Como muchas veces, Alicia se desquitó con la cacería. No obstante, Damián se percató de ciertos cambios en su conducta: había dejado de mirar a los vampiros con repulsión para mirarlos con odio, y no parecía ser capaz de tener piedad con ninguno. Estaba furiosa, y lo demostraba empuñando su espada, lo cual no era algo natural en ella. ¿Será la sangre del vampiro magnificando su ira?, se preguntó.

―Creo que ése fue el último ―señaló Damián, limpiando y envainando su estoque.

Alicia asintió, pero repentinamente se vio obligada a virarse al reconocer un destello entre las nubes y la forma en la cual el viento soplaba implacable. Se preguntó en qué momento el cielo se había oscurecido por una tormenta.

―¡Ah! ―exclamó, tapándose los oídos, aturdida por el trueno.

―¿Estás bien? ―Se le acercó Damián para auxiliarla.

―S-Sí ―susurró ella, desorientada.

Sin embargo, el siguiente trueno la golpeó con más brutalidad, casi hasta ponerla de rodillas.

―¡El ruido es muy fuerte! ―exclamó, asustada.

El trueno que arremetió entonces fue todavía peor que los anteriores. Era como si la tormenta estuviera dirigida a ella.

―¡No lo aguanto!

―Vámonos ―La condujo Damián hasta el Nissan, apresurado.

Desgraciadamente, el estruendo no se quedaría afuera ni aunque cerraran todas las ventanas. Los truenos se hicieron tan violentos que sacudieron los vidrios y le produjeron a Alicia una migraña insoportable. Damián supo sin duda alguna que todo se debía a su sentido auditivo siendo manipulado por la sangre vampira.

El dolor de cabeza era tan fuerte que agravó el miedo de Alicia. Los dientes le castañeaban, mantenía los ojos cerrados a cal y canto, y tenía metida la cabeza entre los hombros, pero nada la ayudaba.

―¿De dónde mierda salió esta tormenta? ―preguntó Damián, notando que los rayos y los relámpagos giraban a su alrededor, como queriendo acorralarlos.

―¡Me duele mucho! ¿Qué está pasando? ―Se encogió Alicia, atemorizada.

―Tranquila. Ya llegamos ―le indicó.

Pronto estuvieron delante de la casa de los Benedetti. Damián cargó a Alicia entre sus brazos, quien estaba tan rígida y tensa que no era capaz de coordinar sus piernas. En eso, un rayo cayó directamente en el pararrayos del barrio, y Alicia, perturbada, expulsó un grito desgarrador.

Damián se preparó para tirar la puerta abajo, cuando Gabriela le abrió con una definida expresión de confusión en su cara.

―¿Qué le pasó? ―preguntó.

―Los truenos la están matando ―respondió Damián, depositando a Alicia en el sofá-cama que habían dejado abierto para Leonel, quien estaba sentado en el sillón desde que había vuelto del hospital, con resultados positivos.

Alicia se hizo un bollo en la cama y se tapó la cabeza con una almohada, pero aquello tampoco le sirvió de mucho.

―La sangre vampira le está afectando mucho la audición y estos truenos... ―explicaba Damián, cuando sonó otro estallido seguido de un quejido de Alicia―. ¡La concha de tu madre!

―En el noticiero no pronosticaron ninguna tormenta, y las tormentas no salen de la nada a menos que... ―Dedujo Leonel.

―Tiene que ser ese desgraciado hijo de puta del Lord ―Terminó Damián de decir―. Lo está haciendo para traumarla.

―Sh, sh. Tranquila ―consoló Gabriela a Alicia, acomodándose junto a ella y acariciándole la espalda.

Inesperadamente, los Guardianes se percataron por la agitación de sus nervios de la presencia de un Lord. Damián desenvainó su estoque, Gabriela sacó un par de cuchillos de abajo del sofá, y Leonel sacó una daga larga escondida debajo de los almohadones. Se prepararon a la defensiva, y entonces oyeron un vehículo estacionándose y al instante dos golpes ansiosos en la puerta.

¡Abran! ¡Soy yo! ¡Krossen!

Damián le abrió la puerta sin mucho ánimo, totalmente extrañado, y el Príncipe pasó sin ni siquiera saludar. Sus ojos se posaron de inmediato en Alicia, quien en silencio estaba sollozando. Trató de acercársele, pero Damián lo agarró del brazo y lo detuvo.

―¿Qué te pensás que estás haciendo acá? ―lo interrogó.

Miguel lo fulminó con la mirada, pero se contuvo de romperle la geta de una trompada.

―Me la voy a llevar ―respondió él, firmemente.

―¡Ni en pedo!

―¿Llevártela a dónde? ―le preguntó Gabriela, frunciendo el ceño histérica.

―Tiene que estar en algún sótano o subsuelo. El ruido ahí no la va a lastimar.

―No la voy a dejar con vos ni un segundo. Después de que te fuera a ver hoy, se quedó mal todo el día ―lo señaló Damián con el dedo acusador.

―¿Cómo que lo fue a ver? ―inquirió Leonel―. ¡Eso no está bien! Si los Guardianes...

―¡Que se vayan todos bien a la mierda! ―exclamó Miguel, colérico―. La que importa acá es Alicia, y por su bien, me la pienso llevar.

―¡Que no! ―se interpuso Damián.

―El que decide por ella no sos vos ―replicó Miguel.

―Y vos tampoco.

―¡Basta! ―Los separó Gabriela―. Lamento decirle esto, Príncipe, pero no se puede llevar a Alicia así nomás.

―Si sigue acá, lo más probable es que se quede sorda ―argumentó Miguel.

Gabriela respiró agitada y consideró lo que el Príncipe estaba diciendo.

―¿Adónde la piensa llevar? ―le preguntó.

―Al último subsuelo de mi edificio, lo más abajo posible para que no escuche los truenos ―respondió él.

―Está bien, pero para estar seguros de que va a hacer lo que dice, Damián va a ir con usted y con Alicia.

―¿Qué? ¡No! Ustedes no pueden dar órdenes.

―Nomás hágalo ―le insistió Gabriela―. Por Alicia.

―¡Gr! ―gruñó Miguel, tremendamente disgustado―. ¡Bien!

Damián se le adelantó a Miguel y cargó a Alicia, quien lo miró con pánico en sus ojos antes de volver a fruncirlos. Miguel se encargó de abrirles la puerta del asiento trasero de su Lamborghini para que pudieran acomodarse juntos y condujo a toda velocidad hasta su edificio, siendo perseguido por la tormenta incansable. Descendieron hasta el subsuelo más profundo, un estacionamiento al que nadie recurría, en donde Alicia pasó a estar más calmada.

―¿Estás bien? ―le preguntó Damián, murmurándole.

Ella asintió con lentitud, todavía atravesando el estupor.

―Me diste un susto de la gran siete ―La abrazó Damián.

Alicia se sintió incómoda, no sólo porque seguía teniendo la mente en blanco por culpa del trauma, sino porque sentía la mirada penetrante y explosiva de Miguel sobre ambos.

―No podés seguir mucho tiempo acá ―dijo Miguel, espontáneamente.

Damián y Alicia lo miraron, o más bien, miraron el reflejo de sus ojos en el retrovisor.

―Estás en un estado muy vulnerable, y a su alcance ―continuó―. No va a tardar en llegar hasta vos si seguís sirviéndote en bandeja, Alicia. Ahora ni la plata te puede salvar de él.

―¿De qué estás hablando? ―lo interrogó ella.

―Por ahora está jugando con vos, pero no le falta mucho para que venga y te mate. Tenés que esconderte en donde no pueda encontrarte, y más ahora con todo el tema de tu transición. No podemos dejar que se aproveche de eso también.

―Soy una Guardiana y mi deber...

―¡No sos una Guardiana, Alicia! ―Se volvió hacia ella, enojado―. Actuás como una, peleás como una, pero la única razón por la cual te ponés en peligro cada noche, es porque querés encontrártelo y matarlo, pero no es tan fácil ―masculló.

―¡No me quiero esconder y no hacer nada mientras hay gente que se está muriendo! ―le contestó ella, alzando la voz.

―Voy a esconderte, te guste o no. Ya me cansé de tu terquedad.

―No le hablés así ―intervino Damián, mirándolo con frialdad.

―No hay otra opción. Además, dentro de poco va a estar peor de lo que está ahora ―dijo Miguel.

―¿Qué? ―Los miró Damián a ambos, entre confundido y molesto.

―¿No le contaste lo que leímos hoy, Alicia? Qué raro. Me imaginé le ibas a decir la verdad sobre tu "enfermedad".

Captó el doble sentido en el término: no sólo se refería a las mutaciones sufridas por la sangre vampira, sino también al beso, a sus sentimientos ocultos.

―¡Qué está pasando! ―exclamó Damián, desesperado por saber la verdad.

―Esta parte no es la peor, Guardián ―le respondió Miguel―. La sangre no sólo va a afectarla física y emocionalmente, sino también psíquica y mentalmente. No falta mucho para que empiece a sufrir delirios y trastornos psicóticos.

―¿Por qué no me lo dijiste? ―La miró a Alicia.

―No es seguro para ella estar acá. Corre mucho peligro en la ciudad ―insistió Miguel.

―No me quiero ir ―repitió Alicia, afligida.

―Podemos llevarla a Cayo Conrad en donde hay más Guardianes ―propuso Damián.

―Claro, justo al lugar en el que más la desprecian ―contestó Miguel, sarcásticamente―. Tengo un refugio en Neuquén, en medio de la nada. Es el sitio perfecto. Ahí no va correr peligro.

―¡No quiero ir! ―renegó Alicia.

―Tenés que ir, Alicia, y hablo enserio. Es sí o sí. Voy a llevarte aunque tenga que obligarte.

―¿Es muy necesario? ―preguntó Damián, aun conociendo la respuesta.

―Sí.

―Entonces, yo voy con ella.

―No, vos no vas a ir.

―¿Por qué no?

―Primero y principal, porque yo no te voy a soportar. Segundo, porque mientras menos gente haya alrededor de Alicia, va a estar mejor. Lo que necesita es paz.

―Y me imagino que con vos va a tener toda la paz del mundo ―Usó Damián el sarcasmo para atacarlo.

―Yo soy el único que va a saber cómo enfrentar lo que viene. Vos nomás servís para ser un estorbo.

―Ni siquiera me conocés.

―Además, ponete a pensar. ¿A él no le va a parecer sospechoso que desaparezcas? La idea es desaparecer a Alicia, tanto para protegerla de él, como para protegerla de ella misma.

―¿Mi opinión no cuenta? ―preguntó Alicia, sintiéndose ignorada.

―Escúchenme. Tengo un plan, ¿está bien? ―continuó Miguel.

―¡Por Dios! ―exclamó Alicia, exasperada.

―Cuando pase la tormenta, vos ―lo señaló a Miguel―, vas a tomarte un remis con una chica físicamente parecida a Alicia, y se van a ir hasta la casa de tu familia. Esto va a hacer que él piense que seguís acá ―Miró a Alicia―. Mientras tanto, yo voy a dejar a una persona en mi lugar para que él piense que yo también estoy acá. Vamos a aprovechar eso para irnos a mi refugio.

―O sea, tu plan es dejarme acá y llevártela a ella al medio de la nada durante ¿cuánto tiempo?

―No creo que más de un mes.

―Y supongo que van a estar incomunicados. Qué lástima, porque yo quiero enterarme del estado y de las condiciones en la que esté mi novia cada hora de cada día ―remarcó Damián con sarcasmo.

―Lo siento tanto por vos ―Hizo Miguel una mueca igual de hiriente.

―Miguel, no me puedo ir así nomás ―los interrumpió Alicia―. Acá está la gente que me importa y que tengo que cuidar.

―Todo esto es por tu bien, Alicia ―le respondió él―. Lo que pasó recién fue una advertencia. Sí, a partir de ahora todo va a ser más difícil. Pero imaginate que si te quedás va a ser peor. ¿Qué pasa si delirás y te creés que todos son vampiros? Podrías hasta ser capaz de matar a cualquiera sin darte cuenta.

Alicia agachó la cabeza, cada vez más hundida en la melancolía. A pesar de no querer admitirlo, Miguel tenía la razón. Ella no sabía qué esperar cuando pasara a la siguiente fase de su enfermedad, cuando se volviera demente. Imaginó la horrible situación que Miguel acababa de plantear: puso máscaras de demonios en las caras de Damián, de Eli y de los Benedetti, y se vislumbró aniquilándolos sin razón alguna, despertando y descubriéndose cubierta de la sangre de inocentes. Esta vez no quedaba más opción que el exilio y el escondite. Pasar un mes sola con Miguel sería muy complicado, pero él era el único que podría lidiar con estos problemas.

―Está bien ―murmuró.

―Alicia ―La miró Damián, casi desesperado.

―Quiero estar con vos, Damián, pero Miguel tiene razón. Todo el mundo corre peligro estando cerca de mí. Hasta que no vuelva a ser la de antes, voy a poner en peligro a todos, y no puedo vivir sabiendo que en medio de un trance asesiné a alguien.

―Pero...

―No ―negó con la cabeza, convencida―. Voy a irme por un tiempito nomás, hasta que me cure. Voy a volver, te lo juro.

Damián corrió la mirada. Todo su ser se negaba a separarse de Alicia, pero su conciencia comprendía que sería algo egoísta y algo sumamente arriesgado evitar lo que era inevitable. Además, era verdad que él no tenía ni idea de cómo luchar contra esta "enfermedad" de Alicia, y que el único con un poco de experiencia, era aquella persona en la que él menos confiaba.

―Prometeme que te vas a cuidar ―La miró a Alicia, hablando con seriedad, ocultándose detrás de su máscara de piedra.

―Te lo prometo ―asintió Alicia, sin advertir que Damián pretendía besarla, aún estando delante de Miguel, quien en su interior rebalsaba de celos e ira.

Miguel fingió que se enfriaba cuando en realidad rebosaba de calor. Se tumbó en su asiento, dándole la espalda a la pareja de enamorados y cruzándose de brazos, indiferente a sus muestras de afecto.

―Creo que hay un telo a un par de cuadras de acá. Les digo por si quieren ―comentó, con un escarnio sarnoso que hizo que ambos lo miraran: Damián con desprecio y Alicia avergonzada―. Considerando que van a estar separados por unos cuantos días, semanas o meses...

―¿Hace falta que te metas en nuestros asuntos? ―Lo repudió Damián.

―La vida de Alicia es un asunto mío ―contestó Miguel, con una sonrisa ladeada de arrogancia.

―¿Desde cuándo? ¿Desde que tenía cinco años?

―¿Otra vez con la misma mierda? Te lo acabo de decir. Es asunto mío ―Concluyó terminantemente.


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