Capítulo 20 _ Palabras

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Capítulo 20

10 de Junio, pasada la medianoche...

"Una voz /sin palabras /es menos /que palabras /sin voz"

Se despertó un par de horas más tardes, en cuanto se percató de que el coche había frenado.

―Llegamos ―le anunció Miguel.

Alicia pestañeó, se refregó la cara desparramándose el maquillaje, y vio que estaban delante de una cabaña de dos pisos, construida con troncos de madera y piedras. Aún en la oscuridad pudo notar que era un complejo ostentoso, pero qué más podía esperar de alguien como Miguel, quien no se contentaría jamás con los lujos básicos. Miró a su alrededor y se descubrió en medio de un bosque enorme cubierto de nieve y escarcha. Nieve, se le hinchó el corazón conmocionada. Era algo que no había visto ni sentido nunca antes, era algo que anhelaba conocer. Sin embargo, en ese momento no estaba lo suficientemente abrigada como para enfrentarse al invierno helado de la Patagonia.

Dejaron estacionado el choche en el garaje, cuyas luces se prendieron automáticamente. Agarraron los bolsos y los llevaron a la cocina, un lugar brillante por el simple resplandor de la madera barnizada y el metal del cual estaban hechos la heladera, el horno y demás electrodomésticos.

―Qué limpio que está todo ―comentó Alicia.

―Llamé a un servicio de limpieza hace unos días, y sí, hicieron un muy buen trabajo ―asintió, satisfecho, pasando el dedo por la mesada de granito y piedras―. Voy a prender el hogar.

Alicia siguió a Miguel hasta la sala de estar, que estaba amueblada con sillones de terciopelo rojo, estanterías con libros, un piano de cola, una rinconera con un estéreo, un plasma y un reproductor de DVD, y un hogar de piedras con la leña ya preparada. También había una puerta corrediza de vidrio, escondida detrás de unas cortinas, que llevaba al patio trasero, y un par de puertas con una ventana de mosaicos para la entrada de la cabaña.

―Los cuartos y el baño están arriba ―le señaló Miguel, después de prender el hogar―. Voy a llevar los bolsos. Sentite como en casa ―Le guiñó el ojo.

Alicia se acercó al fuego y se calentó las manos. Cuando el ambiente se entibió, se sacó la peluca y el tapado, colgándolos en el perchero. Volvió a contemplar todo a su alrededor, sin poder creer que realmente estuviera ahí, en un lugar tan rústico y acogedor al que podría considerar un hotel con todo incluido. Miguel no se equivocó al decirle que se tomara este tiempo como unas vacaciones, porque estando en un sitio como ése, con todas las comodidades, con un paisaje impresionante, todas las angustias se disipaban. Estaba lejos de la ciudad, de los Guardianes y de sus problemas, pero también estaba lejos de Damián y de Eli, por lo cual siempre percibiría esa espina en el alma recordándole la distancia, recordándole que con ellos había dejado una parte de su corazón.

Necesitaba distraerse, rehuirles a todas las preocupaciones y lamentaciones. Empezó a leer los títulos de los libros de Miguel, y encontró muchos clásicos, muchos modernos, sobre leyes y derechos, sobre psicología, y de cualquier género literario. No obstante, lo que más la sorprendió fueron los cinco tomos enormes titulados Historia de la Monarquía Vampírica por Alexei Maximilian Krossen, quien seguramente fuera un pariente de Miguel.

―¿Qué querés hacer ahora? ―le preguntó él, bajando por las escaleras, sin las rastas―. ¿Comer y dormir? ¿Bañarte y dormir? ¿O nomás dormir?

―Mi estómago está rugiendo, pero me quiero bañar, y la verdad, me muero de sueño. Creo que voy a darme una ducha, voy a comer, y después me voy a dormir ―Calculó Alicia.

―Vení que te muestro el baño ―le indicó.

Subieron hasta la planta alta, a un pasillo con tres puertas: la primera era la del baño y las otras eran las de los dormitorios. Alicia observó cada detalle del baño: el espejo reluciente, las baldosas del piso de un color crema suave, la pileta en una mesada de granito, el inodoro y la bañera de cerámica blanca y deslumbrante, las toallas bien dobladas, y un jarrón de agua con una pastilla aromática. Este baño era el doble de grande y de opulento que el de los Benedetti.

―Acá tenés toallas y salidas de baño ―le señaló Miguel el placar―. Sales minerales, jabones, shampoo, acondicionador, todo lo que necesités. Yo voy preparando algo para comer, ¿te parece bien?

―Sí ―asintió Alicia―. ¿Y mi bolso?

―En tu cuarto, la segunda puerta. ¿Querés que te lo traiga?

―No, no hace falta. Gracias.

―De nada ―le sonrió, afablemente―. Te veo abajo, y cualquier cosa llamame.

Ni bien la bañera estuvo llena al tope, Alicia hundió su cuerpo entero en el agua tibia y burbujeante. Lo sintió en extremo relajante, tanto que estuvo tentada a no salir. Pero el hambre era superior a cualquier otra necesidad.

Una vez limpia y envuelta en toallas, se dirigió al cuarto que sería temporalmente suyo. Volvió a sorprenderse por tanta esplendidez en un solo lugar: había una cama matrimonial con un acolchado de plumas bordó y mesas de luz con lámparas a cada lado, una cómoda con tocador, un candelabro chico de cuentas de un cristal artificial, y un par de puertas deslizables, tras una cortina de tul y raso, que llevaban a un balcón con barandal de hierro.

Sacó una camiseta y un suéter gris del bolso, se vistió con unos vaqueros y se calzó unas zapatillas. El ambiente se sentía más cálido, lo cual la hizo suponer que, aparte del hogar, Miguel había encendido la calefacción. También notó que le había dejado un secador de pelo sobre la cómoda. El Príncipe parecía estar preparado para todo, tanto para sobrevivir a una guerra como para invitar a una chica a quedarse en su cabaña, en medio del bosque, en donde podría suceder cualquier cosa, desde una apasionante historia de amor hasta una matanza sangrienta. Sabiendo lo que me espera, podrían ser las dos, bufó, Bah, un romance... No, que ni se me ocurra pensarlo.

Nuevamente, sus sentidos agudizados por la sangre en su organismo trabajaron y captaron tanto la música como el olor a caldo de verduras. A Alicia se le hizo agua la boca, pero no se entretuvo lo bastante como para dejar de pensar en los planes de Miguel, los planes que se guardaba para sí mismo. Tenía que averiguar la verdad de una vez por todas, saber qué quería de ella.

Bajó casi escoltada por la canción "Wanted Dead or Alive" de Bon Jovi, y encontró a Miguel en la cocina usando un cucharón como micrófono para imitar al cantante. Es todo un personaje, se dijo Alicia, conteniendo una sonrisa, ¡Concentrate! ¡Tenés que interrogarlo, y para eso tenés que estar seria! ¡Argh! ¡Parece que me lo hace a propósito!

Miguel apagó el fuego y se dio la vuelta, encontrándose con Alicia, quien se estaba mordiendo el labio como para contener la risa o la furia. Ojalá que sea risa, rogó.

―Soy uno de los mejores imitadores de Bon Jovi, ¿sabías? ―le comentó, con una sonrisa entretenida―. Ya está la sopa. Andá sentándote.

Alicia acató y trató de no mirarlo, porque corría el riesgo de olvidar su deber. Siempre que Miguel estaba feliz, resultaba contagioso, más para alguien tan expuesta emocionalmente como Alicia. Él le sirvió un plato entero de caldo de verduras, advirtiéndole que estaba caliente. ¿Está caliente la sopa o él?, se preguntó, notando que se había arremangado las mangas hasta dejar los antebrazos al desnudo, ¡No! ¡No! ¡No! ¡Dejá de pensar en él así! ¡Maldita sea, Alicia! ¿Sos una novia fiel o no?

―Che, ¿estás bien? ―le llamó Miguel la atención.

―Sí. Nomás me duele un poco la cabeza, pero ya se me va a pasar ―Hizo un gesto con la mano como para restarle importancia al comentario.

―¿Qué te parece la cabaña?

―Grande y lujosa como para pasar desapercibida. ¿Seguro que nadie nos va a encontrar acá?

―Quizás sí nos encuentre alguien. Total, no estamos muy lejos de Villa Traful. Pero vamos a estar bien.

―¿Qué es Villa Traful?

―Un lugar bellísimo. Uno de estos días te llevo para que conozcas.

―Pero ¿cómo es?

―Hermoso. Un bosque impecable, lleno de ríos y con un lago cristalino. Esto es totalmente diferente a lo que vos ves en Buenos Aires, esto es belleza pura. En los ochenta, mi viejo y yo buceamos en el lago Traful, y ahí nos encontramos con el bosque sumergido.

―¿Un bosque sumergido? ―preguntó Alicia, con una chispa de emoción en sus ojos.

―Ajá. Una arboleda de cipreses que quedaron bajo el agua por un movimiento de tierra en los sesenta, si no me equivoco. Es espectacular ―contó Miguel, con admiración.

―Me encantaría verlo ―confesó Alicia.

―Y lo vamos a ver ―apuntó él, contento.

―Pero...

―¿Qué?

Era el momento, lo quisiera o no, de exponer las dudas y los secretos que se tensaban entre ellos. De ese modo, quizás ambos hallarían suficiente alivio como para sobrevivir recluidos en medio de la nada.

―Quiero hacerte unas preguntas y que me respondas con la verdad.

―¿La verdad y nada más que la verdad? ―No pudo Miguel contenerse de bromear―. Si te deja más tranquila, no, nada de esto es un plan maligno mío para separarte de tu novio y hacer que te enamores perdidamente de mí. Aunque, si llega a pasar que...

―No ―lo interrumpió.

―¿Y si...?

―Ya sé que, con "eso" que pasó en tu departamento, pude haberte dado una impresión errónea de mí, y de nuestra relación.

―Seguí ―la incitó para que no cayera en ningún bache y terminara de exponer su discurso.

―La cosa es que amo a Damián y que, mientras esté con él, mientras él me ame, no voy a considerar a nadie más. No le voy a meter los cuernos, ¿me entendés, no?

―¿Te cuesta tanto?

―¿Qué cosa?

―No meterle los cuernos.

―Ah...

―Porque, a mí parecer, te estás reprimiendo, Alicia. Estás negando cualquier conexión con otras personas nomás para complacerlo a él y para satisfacer tus expectativas de "la novia ideal".

―No, no es eso. No estoy negándome a estar con otras personas, no siempre y cuando esa persona no quiera hacerme rebasar ciertos límites.

―¿Tus límites?

―Sí.

―A ver, ¿y cuáles son tus límites?

―No tengo que andar besando a nadie que no sea Damián.

De repente, Miguel no fue capaz de seguir conteniéndose y estalló de la risa, provocándole a Alicia una mueca de indignación.

―Lo digo en serio ―insistió.

―No jodas, ¡ja, ja, ja! Rompiste ese límite conmigo el otro día, así que no cuenta.

Los labios de la muchacha se fruncieron por el enojo.

―Bueno, ahora cuenta porque lo volví a instalar. No te voy a besar otra vez, Miguel ―Tomó una postura defensiva―. Ni aunque me hayas traído a un lugar de ensueño, ni aunque te portes como un caballero, ni aunque seas "el mejor imitador de Bon Jovi". ¿Entendiste?

Miguel le sonrió, desafiante, y dio un sorbo al caldo que empezaba a enfriarse.

―Pero, aparte de eso, hay más. Soñé algo que me perturbó demasiado ―Usó Alicia su furia para imponerse―. Soñé que vos me cuidabas de bebé...

No le hizo falta terminar la oración para dejar pendiendo sobre la cabeza de Miguel un hacha. Éste escupió el caldo y pegó un salto hasta casi caerse de la banqueta. Mientras tosía y se recuperaba, Alicia perdía las fuerzas que tanto le había costado recaudar, y se arrepentía de haber sacado el tema a colación. No obstante, era demasiado tarde como para echarse atrás y dejar de reclamar las respuestas.

―¿Cómo es eso posible? ―inquirió, denotando una nota de nervios bajo su aparente serenidad.

―No puedo decírtelo ―le contestó terminantemente, dirigiéndole una mirada de terror convertida en dagas―. Por favor, Alicia. Todavía no tenés por qué saber eso.

―¿Qué? ¿Por qué no? Miguel, estamos hablando de mí vida. Me conocías de mucho antes que yo pudiera caminar. La conocías a mi mamá y... ―De repente, se asomó a su memoria la silueta irreconocible bajo el umbral de su dormitorio de infante―. Vos sabés quién es mi padre.

El pánico acrecentado en Miguel produjo en Alicia un borbotón de lágrimas inagotables. Cada pieza estaba cayendo en su lugar.

―Miguel ―musitó su nombre, sin poder resistir por más tiempo su ansiedad―. Decímelo, por favor.

―No puedo ―masculló él―. Todavía no puedo decírtelo.

―¿Por qué no?

―Porque... Porque soy un hombre de palabra, Alicia.

Al verla tan en shock, tan bañada en sus propias lágrimas, Miguel la tomó por las manos y la obligó a que sus ojos se encontraran en un mismo camino, en donde fueran imposibles de separarse.

―Y es, porque soy un hombre de palabra, que te prometo que ni bien sea el momento, te voy a decir absolutamente toda la verdad. Pero necesito que me tengas paciencia.

―¿Por qué? ¿Por qué todo lo que falta en mi vida...?

Alicia colapsó sin poder concluir sus objetivos. Afortunadamente, no llegaría a tocar el suelo, pues Miguel lograría capturarla en su caída.



Muy a pesar de todas las interrogantes pateándole la cabeza para que no tuviera un mínimo respiro, Alicia permaneció dormida como un tronco hasta pasado el mediodía. No se hubiera despertado ni siquiera aunque hubiera pasado un tren a su lado.

Captó pasos en la planta baja, lo cual la hizo suponer que Miguel ya estaría levantado. Estaba tentada a hacer fiaca por una hora más, ya que no tenía clases ni misiones que la obligaran a esmerarse, pensaba. Pero entonces, se acordó de su charla con Miguel y de su síncope, lo cual la forzó a salir de la cama pegando un salto. El vampiro, habiéndola oído arrojando las frazadas a un costado, se apareció en la puerta.

―¿Cómo estás? ―Se le arrimó―. Nena, qué susto que me diste anoche.

―¿En qué quedamos, Miguel? ―le preguntó ella.

―En que vas a saber todo a su debido tiempo, ¿está bien? ―Le dio dos palmadas en la cabeza, con una actitud jocosa.

Así está como diciéndome que todo le resbala, bufó Alicia, Quizás debería hacer lo mismo, hasta que esté en condiciones para seguir peleando.

Miguel le dijo que prepararía el desayuno y se marchó. Al rato, mientras se alistaba en el baño, escuchó cuatro notas del piano componiendo una melodía nostálgica, lo cual revelaba sus verdaderos sentimientos, el peso de sus secretos. Eso la llevó a pensar que, tal vez debía dejar de recriminarle el que le ocultara la verdad, porque si lo hacía, si soportaba la angustia que conllevaba callarse, debía tener una buena razón.

―Buenos días ―lo saludó Alicia, modestamente, apenas bajó a la sala de estar.

―Buen día ―le sonrió él, disimulando el que estuviera cabizbajo―. ¿Te gusta el lemon pie? Va bien con el cappuccino.

―Sí, claro. Ah, te ayudo a poner la mesa.

―Individuales en el tercer cajón, platos y tazas en la alacena, y cubiertos en el primer cajón ―le indicó Miguel―. Pasame las tazas así voy sirviendo.

Alicia acató y preparó todo. Miguel sirvió el cappuccino y puso en medio de la mesa un lemon pie al que cualquiera devoraría con la mirada. Cortó un pedazo para Alicia y otro para él.

―¿Hay noticias de Buenos Aires? ―preguntó ella.

―No me fijé la tele.

―No, o sea, alguna novedad de Eli o de los Guardianes.

―Nop, nada ―Se encogió de hombros―. Je, se la extraña a Eli.

―Me da culpa haberla dejado sola. Vos decís que va a estar bien, ¿no?

―Por supuesto. Vos despreocupate y tratá de disfrutar este paraíso invernal.

―Pero ¿a vos no te da cosa pensar que allá todo el mundo está sufriendo, y que nosotros la estamos pasando a lo grande?

―Me preocupa obviamente no estar ahí por cualquier cosa, pero no creo que pase nada raro. Además, culpa tendríamos de haber hecho algo malo.

―¿Habernos ido a la mierda no está mal?

―A ver, ¿y por qué nos fuimos a la mierda?

―Por mi enfermedad, y por Lucas.

―Exacto. Es culpa de él que nosotros tengamos que escondernos acá.

―Sí, ya sé. Pero ¿si lastima a alguien mientras no estamos?

―Alicia, los Guardianes se pueden cuidar por sí solos, y con respecto a Eli, la dejé con gente que la puede proteger de todo. Así que, comete ese lemon pie y endulzate la vida.

A instantes de concluir el desayuno, Alicia vislumbró unas sombras delgadísimas adentrándose por la ventana. Como llamada por la naturaleza, corrió las cortinas y se quedó anonadada al descubrir que nevaba.

―Abrigate y salimos, pero nomás un rato ―le indicó Miguel, guardándose la emoción para más tarde―. No me voy a arriesgar a que te dé una neumonía.

Alicia terminó de desayunar a las apuradas y subió a su habitación para sacar del bolso un gorro, una bufanda y un par de guantes. Hizo todo en menos cinco minutos, abrumada por la euforia. Tenía nieve por todas partes, al alcance de las manos y de los pies: era un regalo que no iba a rechazar ni loca ni muerta.

Encontró a Miguel esperándola en la puerta, con su campera impermeable en mano. Ella pretendía agarrarla y ponérsela por sí misma, pero Miguel se lo impidió y la ayudó caballerosamente.

―No hacía falta ―respondió ella, subiéndose el cierre hasta el cuello.

No le hizo caso. Miguel siguió mostrándose cortés, ahora acomodándole el pelo sobre los hombros. Alicia se petrificó por el contacto casi íntimo. Detestaba que le tocaran el pelo, pero Miguel lo hizo con tanta fragilidad que por un momento se sintió en el aire, gustosa.

Cuando se apartó de ella, con la intención de dejarla en un suspenso demasiado cruel, Miguel abrió la puerta y la invitó a probar un milagro. Alicia avanzó lentamente, no por miedo, sino por cautela, como si estuviera a punto de atravesar un portal a otra dimensión. Cruzó el porche y, al bajar por los escalones, un centímetro de sus botas se vio hundido en la cubierta fina de nieve joven. Avanzó un poco más y levantó la mirada hacia el cielo, completamente blanco. Las ramas de los árboles se contrastaban mucho más oscuras, y los copos que iban cayendo lentamente se quedaban atrapados entre el follaje o se volvían parte del suelo. Para Alicia, quien nunca antes se había encontrado en semejante lugar, ésta era una experiencia maravillosa.

Un copo cayó en su mejilla, pero al querer tocarlo se derritió, convirtiéndose en una lágrima de felicidad. Podría haber pasado las horas mirando la nevada sin aburrirse. Su parte más infantil y risueña quería saltar y bailar, o al menos dar vueltas, pero todo lo que podía hacer para la ocasión, era observar quietamente. Se sentiría muy avergonzada de liberar sus impulsos más inocentes en frente de Miguel, quien tampoco se movía, pero no porque estuviera mirando la nieve, sino otra cosa capaz de cautivarlo por completo. Más que una cosa, una persona.

―¿Qué se siente? ―le preguntó, casi susurrando para no quebrantar la paz meditativa.

―Es bellísimo ―sonrió Alicia, cerrando los ojos―. Frío, pero tan hermoso.

―Mj. ¿Te acordás de ese 9 de Julio que nevó en Buenos Aires?

―En el 2007, sí. Estaba con anginas y no podía siquiera salir de la cama. Mamá salió con una cacerola y me trajo nieve a mi cuarto, pero ya estaba derretida para entonces ―contó, mirándose los pies con un poco de nostalgia.

―¿No te gustaría vivir en un lugar como éste?

―Obviamente, pero ya estoy más acostumbrada a la ciudad. Aunque estaría bueno venir acá de vez en cuando.

―Podés venir siempre que quieras. Mi casa es tu casa.

―¿Siempre sos así con todos tus amigos? ¿Les regalás casas y mansiones?

―No a todos. A una minoría reducida sí. A Eli pienso dejarle mi departamento, cuando le haga falta y yo no esté.

―¿Por qué? ¿Te vas a ir?

―No te vayas a poner triste, pero quizás por un tiempo sí. Me gusta mucho viajar, hacer alguna que otra gira. Pero... Últimamente vengo pensando en mi viejo. Quizás le dé otra oportunidad y, no sé, trataré de convivir con él en una relación de padre e hijo.

―Me parece bien.

―¿Vas a extrañarme, si me voy?

―No sé. Supongo que en parte va a ser raro que no estés acosándome.

―¡No te estoy acosando! ―Hizo un gesto de exasperación exagerado, haciéndola reír.

―No importa la excusa. Lo que vos hacés es acosarme.

―Desde tu punto de vista. Desde el mío, te estoy cuidando.

―Sí, bueno... Todos tenemos formas diferentes para cuidar a quienes queremos.

―Entonces, ¿aceptás que te quiera?

¡No lo digas!, exclamó Alicia, aterrada, instintivamente corriendo la cara y tapándose la boca para estornudar. Miguel se quedó absorto, con una expresión facial que mostraba su frustración, y lo seguro que estaba con respecto a que el universo conspiraba en su contra.

―Salud ―le dijo―. Entremos antes que te enfermes ―Se dio la media vuelta y se dirigió a la cabaña.


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