Capítulo 24 _ Ángeles y Demonios

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Capítulo 24

18 de Junio...

"Hay veces en que /hasta los ángeles /se pueden disfrazar /de demonios"

Había sido un fin de semana muy lúgubre para los Ruíz. Los tres habían tenido una pesadilla atrás de otra por las noches, especialmente Elisenda Ruíz, quien había estado sufriendo tantos ataques de pánico que se vio obligada a permanecer en cama, descompuesta, los dos días seguidos. Su marido tenía un extraño color gris pálido y una mirada sentenciada al silencio y a la oscuridad. Eli sabía que no podía hacer que mejoraran ni siquiera con la persuasión; había tratado y no había funcionado. Sin embargo, cuando le dio su sangre a su madre para curarle la muñeca, ella la regurgitó e intentó lastimarse a sí misma. Lucas les había estado manipulando la mente, así como había hecho con Cintia en su momento. Eli no les quitó el ojo de encima a sus padres ni por un segundo, temiendo que les pasara algo mientras no les estuviera prestando atención.

El lunes parecía ser un día más nuevo y fresco. Elisenda pudo levantarse y a hacer sus quehaceres domésticos sin ningún problema, y Ricardo Ruíz se dispuso a salir a trabajar como cualquier día de semana normal. Por lo tanto, Eli fue al colegio, con un nudo de angustia al cuello, pero tratando de disimular el malestar y salir adelante. Afortunadamente, no hubo señales de ningún vampiro malvado ni de ningún psicópata que anduviera suelto. Eli hasta pudo distraerse y sonreírse con sinceridad gracias a sus amigas, a las cuales a pesar de no serles tan cercanas como Alicia, eran buenas chicas y excelentes compañeras.

―Estoy re manija, che. ¿Hacemos algo este finde? ―propuso Priscila.

―Recién es lunes, Prisci. ¡Qué hinchahuevos que sos! ―refunfuñó Melina.

―¿Qué querés que hagamos? ¿Salir de joda el finde? ―le preguntó Sofía.

―¡Sí! ―Saltó Priscila, entusiasmada.

―M. Conmigo no cuenten, che. Yo ni ganas ―Acostó Eli la cabeza sobre el pupitre.

―¿Por? ¿Qué pasó? ―la miró Sofía, extrañada.

―No... Nada ―Se encogió de hombros, para hacer que su mentira y sus secretos se escurrieran de su cabeza y se escondieran entre las hojas de la carpeta.

―¿Pasó algo con Alejo? ―le preguntó Melina.

¡Alejo!, exclamó Eli, dándose un susto de la gran siete, ¡Por poco me olvido de él! ¿Estará bien? ¿Y si Lucas le hizo algo? ¡AHHHH!

―¡Ahí vengo! ―exclamó alarmada, saliendo disparada del aula.

Se quedó en un rincón escondido del patio, entre un armario con los artículos de limpieza y un laboratorio que no se usaba muy seguido. Llamó desesperadamente a Alejo, rogando porque la atendiera, mordiéndose las uñas mil veces entre tono y tono. ¡Contestá! ¡Por favor!, suplicó. Al atenderle la operadora, Eli se tentó a tirar el celular contra la pared. Respiró, se contuvo ante cualquier impulso destructivo, y volvió a llamarlo. Se lo imaginó cortándose las venas, como había tratado de hacer su madre, o tirándose de algún piso de su departamento. Se imaginó toda clase de situación sangrienta, porque el miedo la tenía acorralada.

―¿Hola? ―le respondió.

―¡Alejo! Ahhhh... ―suspiró Eli, aliviada.

―Hola, Eli. ¿Cómo andás? Te escucho agitada. ¿Estás bien?

―¡Sí! Sí, sí, sí. ¿Y vos? ¿Cómo estás? ―le preguntó, acelerada.

―Bien. Estoy comiendo algo antes de entrar a clase. ¿De en serio estás bien? ―le preguntó Alejo, un poco preocupado.

―Sí... Estoy bien. ¡Je, je! Bueno, buen provecho ―se rio, ciertamente nerviosa.

―Gracias. Hablamos después, ¿dale?

―¿Te parece si nos vemos mañana?

―Sí, está bien. A las cuatro estoy libre.

―¡Dale! ¡Je, je, je!

El timbre sonó, anunciando el fin del recreo.

―Me tengo que ir. Después arreglamos. ¡Besos! ―Se despidió ella, emocionada.

Unos minutos después, la sonrisa y la luz en la cara de Eli se desvanecieron enseguida. Se asustó de pensar que Lucas podría estar siguiéndola, y que ella podría estar guiándolo hacia Alejo. Él probablemente ya supiera en dónde ella vivía, a qué escuela asistía y quiénes eran sus amigas, pero Alejo quizás aún estuviera a tiempo de escaparse de su conocimiento. Eli no podía ni acercársele, pensó, porque lo estaría exponiendo a un peligro inminente. Era mejor evitarlo, aunque eso conllevara a que tuvieran algún problema. Alejo pediría explicaciones, se daría cuenta de que Eli no tenía ninguna coherente, y se molestaría. Puede que no me quiera volver a hablar... Pero no puedo arriesgarme a que le pase algo, se dijo a sí misma, con el corazón lloroso.

Salió de la escuela a una hora en la que había poca gente en la calle, lo cual era muy inquietante. ¿Así se sentía Alicia cuando Lucas la perseguía?, se preguntó, horrorizada, ¡Ah! ¡Me siento acosada!, tembló reiteradas veces, mirando hacia todas partes. Su única compañía era un renegrido que andaba a su alrededor, como buscando algo. Ningún zorzal. Cómo se nota que no está Miguel, agachó la cabeza, tristemente, Y sin Alicia, me siento más sola que un perro. Ahora entiendo lo que tuvo que pasar esa chica. Corría peligro estando tan sola como mal acompañada...

―Elisabet Ruíz ―Escuchó a sus espaldas.

―¡Ah! ―Pegó un grito y se dio vuelta de un salto, con el corazón en la boca.

Se encontró con un hombre joven, de no más de veinticinco años, de pelo negro y ojos celestes, de mandíbula grande, barba de un día, labios anchos y una nariz recta y un poco redonda. Era bastante guapo, y tenía un aire de misterio debido a su ropa oscura y su postura firme y fornida. A Eli le pareció que tenía pinta de patovica.

―¿Qué? ¿Quién sos vos? ¡No te conozco! ―Retrocedió ella, nerviosa.

―Tranquila. Me mandaron a cuidarte ―respondió él, con un acento ruso apenas perceptible―. Me llamo Dimitri Moldoveanu, y estoy a tu servicio.

―¿Eh? ¿C-Cómo? ―balbuceó Eli, desorientada―. ¿T-Te mandaron a-a cuidarme a-a mí? ¿Quién?

―No puedo decirlo.

―Un Lord Vampiro, un psicópata de mierda, estuvo a punto de matar a mi familia el otro día. O me decís quién te mandó, o... O no sé. ¡Te vas!

―Podés confiar totalmente en mí, Elisabet. Soy un guardaespaldas profesional.

―¿Un guardaespaldas? Ajá ―asintió, sin poder creérselo―. Y te mandó...

―Alguien que se preocupa por vos.

¿Miguel? Seguramente fue Miguel, exclamó Eli, desesperada por una explicación lógica, por una mano familiar.

―Vine nomás a decirte que estés tranquila. Te estoy siguiendo de cerca, y si llego a ver que algo o alguien trata de herirte, yo intervendré y te protegeré.

―Ah... Buenísimo.

―¿Estás bien?

―... No ―Se tapó la cara con las manos, angustiada―. Me está pasando de todo. ¡Ya no sé qué hacer!

―Va a estar todo bien.

Era tanto su desconsuelo, que algo empujó a que Eli abrazara a este ruso, buscando algo de calidez y seguridad. Pero en vez de eso se encontró con un torso de piedra maciza. ¡Upa! ¡Qué duro que está!, exclamó para sí misma, mientras se sonrojaba avergonzada, pensando en que este tal Dimitri sería uno de esos hombres fríos de lucha y acción. Jamás pensó que se estaría abrazando a alguien así.

Se apartó de él, cautelosamente, notando que ni siquiera se había inmutado. Sí, es un tremendo patovica.



Leonel se vistió formalmente para asistir a una reunión seria con Leandro Vázquez, quien siendo ahora un superior, debía permanecer la mayor parte del día archivando casos, haciendo llamadas telefónicas, respondiendo e-mails, organizando las misiones de sus subyugados y demás, todo dentro de una oficina en el cuartel, el cual se ubicaba en lo que antes era una comisaría.

―¿Cómo andás, Leo? ―Lo recibió Leandro con una sonrisa simpática―. Sentate, che ―le señaló la silla delante del escritorio.

―¡Je, je! Se te ve grandote metido en una oficina, che ―comentó Leonel.

―Es horrible todo esto, pero bueno, alguien tiene que hacerlo. ¿Cómo están tus costillas?

―Bastante bien.

―Mirá, Leo. Me encantaría que estuviéramos los dos en una parrilla y que habláramos como los amigos que somos, pero hoy no se puede. Te tuve que llamar por trabajo ―indicó Leandro, no muy contento―. ¿Qué pasa con Alicia? Hace nueve días que no se sabe nada de ella. No cumple sus misiones, ni siquiera sale de tu casa. ¿Tan atacada está por la neumonía?

―Está muy mal, pero ya uno de estos días va a mejorar.

―¿No tendrían que internarla si está tan enferma?

―Ella no quiere. Los hospitales la tienen traumada.

―M. Porque mirá que este tema la está hundiendo. Muchos empiezan a hablar mal de ella, y yo no quiero que salga perjudicada.

Leonel ya se había visto venir un interrogatorio. Tarde o temprano preguntarían por Alicia, y tanto él como su familia se verían obligados a mentir. Pero sabía que era inútil. Notaba la sospecha en los ojos de Leandro, sospechas que quería ignorar por tener un buen corazón, pero también era parte de su trabajo atender que cada quien cumpliera con sus responsabilidades. Leonel deseaba poder decirle la verdad, pero no estaba del todo seguro. Confiaba en Leandro, aún siendo un superior, y sin embargo, por ley ahora éste estaba obligado a compartir cualquier tipo de dilema con sus compañeros, y no quería imaginarse a un superior como Raúl Estévez enterándose de que una Guardiana había enfermado por consumir sangre de vampiro.

―¿Qué anda diciendo la gente? ―preguntó Leonel.

―Que se escapó o que se está escondiendo. Dicen que tiene miedo de ser una Guardiana. De ser ese el caso, yo lo entendería perfectamente. Hace menos de un año, esa chica no tenía idea de quiénes éramos nosotros ni de la existencia de los vampiros.

―Alicia no tiene miedo de ser una Guardiana en absoluto.

―Pero tampoco está enferma, ¿no? Seamos directos, Leonel. ¿Qué está pasando?

Leonel suspiró y se frotó las sienes, rendido.

―Recibió una amenaza de muerte y se tuvo que ir ―mintió―. Le dijeron que si seguía en Buenos Aires, iban a matar a quienes ella más quiere.

―Está desobedeciendo nuestras normas, Leonel. Es posible que la expulsen, y no quiero ni imaginarme en dónde va a terminar esa chica sino es con ustedes.

―Conocemos el riesgo, pero no podemos hacer mucho que digamos. Alicia va a volver, no sé cuándo, y va a seguir siendo una Guardiana. Lamenta mucho no poder estar acá ahora, pero ¿qué otra opción tiene?

―Tenemos el programa de protección. ¿Por qué no recurrió a nosotros?

―¿Te parece que somos capaces de cuidarla de un Lord con un millón de vampiros a su disposición? Los Guardianes quedamos muy debilitados con la caída de un cuartel. Ya no somos capaces de cuidarnos entre nosotros ni de cuidar a otros. Es cruel, pero es la verdad.

―Supongo que es así como el Maestro quiere tenernos ―suspiró Leandro, contrariado.

―Dale un mes y medio a Alicia, por favor ―le pidió Leonel, casi suplicante―. No la compliquen más de lo que ya está.

―Pero ¿qué excusa ponemos? Todo parece dejarla mal parada, y dudo que alguien vaya a creer que está enferma.

―Digamos que se rompió una pierna. ¡Qué sé yo!

―No puedo darle más que treinta días, Leonel. Si no se presenta y no cumple con sus responsabilidades, la organización la va a dar de baja.

―Alicia es una chica de dieciséis años que no tiene familia. ¿Por qué tienen que ser tan crueles con ella? ¡La marcan como al chivo expiatorio sin razón alguna!

―Apareció de la nada y con un problema enorme entre las manos, Leonel. Muchos se piensan que nos está engañando, que se está aprovechando, o que trabaja para el Maestro. Andamos muy mal, che. Perdimos muchos hombres, ¡hasta hay desaparecidos! Hay quienes huyen y hay quienes parecen haber sido secuestrados. Todas nuestras fuerzas están concentradas en mantener a la población a salvo de los vampiros, pero en estos instantes parece imposible, por cómo estamos internamente...

En medio de un silencio apenas útil, Leonel reorganizó su mente. El secreto de Alicia, las masacres, el Maestro, y la división de los Guardianes, eran puntos clave en todo este asunto, estaban conectados, pero el verdadero quid continuaba sin revelarse.

―Hay algo que estamos pasando de largo ―mencionó Leonel, pensativamente―. Hay algo que no estamos teniendo en cuenta. Seguimos sin saber por qué este Lord nos está atacando, no sólo a los Guardianes, sino también al país.

―Obvio que lo estuvimos pensando, pero lo primero que tenemos que hacer es pararlo. La seguridad de la gente es lo primordial ―dijo Leandro.

―Sí, pero... Si supiéramos...

De repente, alguien golpeó la puerta, interrumpiéndolos.

Sr. Vásquez, lo está esperando Hernán Lynch afuera. Dice que necesita verlo urgente ―le avisó una secretaria.

―Ay, Dios ―suspiró Leandro, exhausto―. Ese hombre me da pena, pero también es un cabeza de termo.

―¿Qué quiere? ―preguntó Leonel.

―Quejarse por todo ―Se encogió de hombros.

Y por todo, se refiere a Alicia, dedujo Leonel, recordando el chantaje de Santino Lynch, otra víctima del Maestro y de su propia ambición.


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