Capítulo 28 _ Hogar

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Capítulo 28

17 de Julio...

"Siempre tengamos en cuenta el camino a nuestro hogar..."

Miguel le hizo un pequeño corte en la palma de la mano y se la llevó a la boca, no sólo para degustar, sino más bien para analizar su sangre. Mientras éste se concentraba en tastar cada molécula, Alicia se mostraba cada vez más ansiosa, pues esta última prueba sería con la cual confirmarían si tanto su sangre estaba limpia de la de Miguel. La inquietó además el subtexto del gesto de tener su mano en la boca de Miguel, su piel entre sus labios; le resultaba alarmantemente erótico, algo que no se había detenido a pensar antes, ya que en otras ocasiones había atribuido el palpitar de su corazón a los nervios de saber si estaría ya curada de su enfermedad. Ahora comprendía, que se debía también a su intimidad con Miguel.

Finalmente, él levantó la vista hacia ella y sonrió:

―Ya está.

―¿Seguro?

―¿Querés probar vos? ―Se echó a reír―. No quedan rastros de mi sangre, Alicia. Estás limpia.

Alicia por poco estalló en lágrimas de emoción. Todo su miedo se desvaneció, y su alivio se expandió inmenso por todo el universo. Había sobrevivido a unos meses fatales, le había ganado a la muerte y al vampirismo. Se abrazó a Miguel con fuerza y le agradeció infinitas veces hasta que éste la convenció de calmarse. Sin embargo, era tanta su felicidad que difícilmente dejaría de reírse y saltar desenfrenada.

―Entonces, ¿ya podemos volver?

Miguel supo que, en algún momento, iba a hacerle esa pregunta, y que él tendría que darle una respuesta concreta. Pero, por desgracia, él carecía de decisión ante tantos que eran los problemas que disparaba aquella cuestión.

―¿Qué pasa? ―Notó Alicia la preocupación en su cara.

―¿Estás...? ¿Estás segura de que querés volver a Buenos Aires?

―Sí, ¿por qué?

Desinflándose su pecho de aire, Miguel le indicó a Alicia que se sentara en el sofá. Ella acató, enterrando su reciente alivio para una vez más darle lugar al pánico.

―Vos sabés que yo estuve en contacto con Rafa, ¿no?

―Sí, y que te había dicho que habían problemas allá ―Palideció Alicia―. Dios, ¿qué pasó, Miguel? No des más vueltas.

―Bien, bien ―Trató él de formular con palabras calmas su desesperación―. Resulta que, por haberte ausentado tanto tiempo, los Guardianes se pusieron a investigarte y se enteraron que te habías escapado y encima conmigo, lo cual te imaginás que les habrá hecho saltar la térmica.

―¿Me dieron de baja? ¿Ya no soy una Guardiana?

―No, seguís siendo una Guardiana porque... Porque así pueden juzgarte como a ellos se les canta.

―¡Juzgarme cómo!

―En términos legales.

―¡Como una criminal! ―Se puso de pie de un salto.

―Como una traidora, más bien.

Alicia se desplomó en el asiento de tal forma, que Miguel creyó que tendría que capturarla en el aire y revivirla. Había colapsado como si una pared se le hubiera derrumbado sobre la cabeza. Había entendido, demasiado de golpe, que la vida que había construido se había hecho añicos de un momento a otro.

―¿Qué más? ―preguntó tras unos minutos de estupor.

Miguel exhaló y miró al techo rogando por fuerzas para ambos.

―Emitieron una orden de captura para nosotros dos.

Para su sorpresa, Alicia acabó estallando en carcajadas. Los nervios la vencieron, forzándola a regresar a un estado demencial del que ya había creído deshacerse.

―Pero vos sos un Príncipe Vampiro ―Se agarró la cabeza―. Te resguarda la Monarquía, ¿no?

―Sí, pero a los Guardianes les da igual ―exclamó Miguel, exasperado―. Y eso es muy grave. Si siguen así, podrían llegar a violar ellos mismos los Pactos que se supone que tanto "respetan". ¡Hasta se comunicaron con mi viejo, la puta madre! ¡Lo están por hacer venir!

Las horripilantes carcajadas volvieron a emanar de Alicia.

―¡Se fue todo a la mierda!

―Sí, y por eso es que creo que deberíamos irnos ―dijo Miguel, provocándole otro impacto.

―¿Irnos? ¿Adónde?

―Irnos del país, exiliarnos adonde la Monarquía nos pueda proteger.

―¡No! Miguel, una cosa fue que viniéramos acá por mi enfermedad, pero otra cosa muy diferente es exiliarse. Además, ¿qué pasa con Damián, con Eli, y con los Benedetti? ¿Qué sabés de ellos?

―Los ficharon como cómplices, pero están bien. Los Benedetti todavía tienen el respeto de su comunidad, tienen amigos poderosos que los respaldan, la están peleando.

―¿Y Eli? ¿A quién mierda tiene Eli para protegerla?

―Rafael la está ayudando. Ya contrató a una firma de abogados, y Dimitri no permite que ningún Guardián se le acerque.

―¿Quién es Dimitri?

―Es un guardaespaldas, el mejor que hay, te lo juro.

La muchacha se refregó las sienes y dio vueltas por toda la sala de estar, ignorando las propuestas de Miguel, haciendo caso omiso a los nombres de países en los cuales suponía que estarían a salvo. Ella ya no quería seguir huyendo, estaba harta de esconderse. Quería abrazar a Damián, tomar mate con Eli en la plaza, regresar a la casa de los Benedetti, quienes la habían adoptado como a su propia hija, y quería volver a tener entre sus manos algún arma de plata con la cual sentirse más protegida de Lucas y de sus vampiros. Comprendió, muy dolida, que ahora éstos no eran sus únicos enemigos, sino también los Guardianes de la Noche, la organización en la cual ella había depositado su fe y en la cual había intentado participar para encaminar su vida. Reconoció también que eran más poderosos los rumores inciertos que la justa verdad, pues seguramente habría sido por culpa de las malas lenguas que ahora Alicia y todos aquellos a quienes quería, estuvieran en aquella calamitosa situación, a la que no le encontraba ninguna salida.

―No me voy a ir, Miguel ―Posó firme ante él―. Quiero enfrentarme a ellos con todo lo que tenga.

―Alicia, es suicida cruzarte con los Guardianes. Yo quizás la remo si me interrogan, pero a vos te van a destrozar.

―Me van a tener que escuchar.

―No, así no es cómo funciona esto. Ellos nomás van a escuchar de vos lo que quieran escuchar, te van a obligar a decir las cosas que ellos quieren escuchar. No va a ser una charla entre amigos, sino una guerra verbal: lo que digas, lo van a usar en tu contra, y según como te sientas, se van a aprovechar de vos, te van a explotar hasta debilidades que ni sabías que tenías.

La cabeza de Alicia maquinó el recuerdo del interrogatorio que Tobías Torres le había hecho a Miguel, cómo éstos se habían comportado, cómo se habían enfrentado con elocuencia. El difunto superior había sido tan respetuoso en un comienzo que, cuando dio vuelta sus cartas, desarmó por completo a Miguel con total agresividad, golpeándolo justo en donde más le dolía.

De esa forma, luego pensó, que los Guardianes que la interrogaran, no serían como Tobías Torres, sino mucho peores, mucho más manipuladores y violentos. No sabía si estaba lista para lidiar contra algo como eso.

―Al menos, tengo que intentarlo ―insistió, al borde de las lágrimas―. Tanto por Damián y por su familia, por Eli, como por mí misma. No quiero que me consideren una cobarde, Miguel, y es eso lo que voy a ser si abandono a quienes quiero.

―No estarías abandonándolos, Alicia. Los estarías ayudando pero desde otros frentes. Pensalo, total no hay mucho que puedas hacer acá.

―Tampoco voy a ser capaz de nada en Uruguay o en Dinamarca ―le contestó con sarcasmo.

―Bueno, entonces afrontemos que estamos para el carajo ―Sacudió Miguel las manos, harto del tema.

Ambos se dieron espacio y unos minutos de silencio para reflexionar y seguir armando estrategias de guerra. Alicia estaba decidida a encarar a sus enemigos de frente, mientras que Miguel se debatía si era más conveniente arriesgarse él mismo a acabar con el conflicto, involucrándola a Alicia en el proceso, o si era preferible desoír su temperamento, encerrarla en donde nadie pudiera jamás hallarla, y levantar a toda la Monarquía Vampírica contra las injusticias de los Guardianes.

Al final, concluyó en que la primera opción era la única que le quedaba, puesto que la segunda planteaba una situación extremadamente idílica.

―Puedo conseguirte cuantos abogados haga falta, pero... Es cosa tuya si soportás o no la mierda que te tiren, Alicia ―Le dirigió una mirada punzante―. Una vez que lleguemos a Buenos Aires y nos capturen, nos van a mantener separados y... No quiero imaginarme las cosas que podrían hacerte si yo no estoy ahí con vos ―Frunció el ceño, atormentado.

Habiéndose quedado sin palabras, Alicia lo abrazó queriendo reconfortarlo. Él se resistió al principio, pero pronto cedió y acabó rindiéndose ante ella. Deseaba poder aferrar su alma a la suya con la misma fuerza con la que se estaban sujetando en ese instante.



"¿Tenés un rato? Necesito verte, Eli", le había escrito Alejo.

Eli apretó el celular, queriendo responderle que ella también lo necesitaba, que estaba desesperada por verlo y abrazarlo, pero no podía, no estando acorralada como lo estaba en ese instante.

Reconoció a los Guardianes posados en la esquina de su colegio, más con la intención de intimidarla que de abordarla, ya que esto lo habían intentado dos veces aquella semana, obteniendo como resultado una reprimenda de Dimitri y denuncias de Rafael. Querían apretarla para hacerla confesar una verdad que desconocía.

―¿Vamos, Eli? ―le preguntó Priscila, con quien siempre volvía a su casa caminando.

―¡No! Eh... Estoy esperando a alguien ―mintió, en parte.

―Ahh, al Alejo, ¿no? ―La picó con picardía.

Eli le respondió fingiendo una sonrisa avergonzada. Se despidió de su amiga y la vio partir junto al resto del malón de estudiantes. Una vez vacías las calles, se dirigió a la camioneta en donde Dimitri la aguardaba. En ocasiones, le irritaba lo silencioso que éste podía llegar a ser, mientras que en otras instancias lo agradecía, cuando la tensión era tan densa que se volvía impenetrable. Por desgracia, el sonido del celular del guardaespaldas hizo explotar el ambiente con apenas dos notas. Éste leyó el mensaje y, por más que no gesticulara ninguna emoción, Eli previó que algo andaba mal. Le reclamó una respuesta a Dimitri, reiteradas veces, hasta que éste, frenando delante de un semáforo en rojo, se atrevió a hablar sin despegar la vista de la luz.

―Dos Guardianes detectives pasaron por tu casa y dejaron una carta documento ―reveló―. Estoy seguro de que tus padres deben estar haciéndose muchas preguntas.

―¡Y sí! ¡Estarán alteradísimos! ¡Mirame a mí, que estoy re histérica! ―chilló―. ¿Qué les digo? ¿Les cuento la verdad? ¿Les digo que soy un vampiro, que Alicia está viva, y que para colmo una organización de caza-vampiros de mierda me está haciendo la cruz por pelotudeces?

―Si me lo permitís, puedo encargarles a Violeta y a Xavier que los hipnoticen para que...

―¡Estoy harta de tener que hipnotizarlos!

El auto aceleró con tanta calma al cambiar la luz a verde, que Eli se sintió acunada, todavía desolada, pero un poco más tranquila.

―Deciles que lo hagan, que les hagan olvidar esa mierda ―Se echó a llorar.

Eli bajó del vehículo a una cuadra de su casa. Caminaba con la cabeza agachas, el semblante oscurecido y la cara irritada del llanto. Iba tan distraída que se llevó puesta la espalda de Dimitri, a quien suponía todavía en la camioneta. Se fijó en la dirección hacia la cual éste miraba con desdén, y se encontró con un par de Guardianes dirigiéndose hacia ellos y, finalmente, deteniéndose a dos pasos.

―María Elisabet Ruíz ―La nombró el hombre cuarentón de pelo castaño, barba prolija y ojos claros.

―Nomás vinimos a hablar ―acotó el más viejo, algo canoso, más robusto y de apariencia inofensiva.

―¿Cuántas denuncias tienen que recibir para que dejen tranquila a la protegida de un Príncipe Vampiro? ―los retó Dimitri.

―Las denuncias no iban dirigidas a ningún nombre en particular ―le contestó el más joven.

―¿"Guardián" no es un término bastante específico? En todo caso, la próxima que reciban tendrá sus nombres.

―Por favor, de día nuestra profesión no es la de Guardián ―Se adelantó el viejo―. Soy el Inspector Mariano Di Vega, y éste es el fiscal Hernán Lynch. Hemos venido a hacerle una oferta razonable a su clienta, la Srta. Ruíz.

En cuanto sus ojos encontraron los de Eli, ésta descubrió un filo peligroso en aquella mirada, una sentencia de muerte.

―Si ella accede a venir con nosotros al cuartel para ser interrogada, evitará así más cartas documentos como la que acaban de recibir sus padres ―continuó el fiscal Hernán Lynch―. De lo contrario, éstas seguirán llegando, hasta que finalmente sea la misma policía la que atienda al hogar.

―¿Qué? ―musitó Eli, con el corazón en la garganta.

―No pueden llevársela sin una causa viable, y la policía no puede invadir su propiedad porque sí. Necesitan como mínimo una orden de allanamiento ―protestó Dimitri.

―No es difícil conseguir una ―Lo desafió el Inspector Di Vega, con un tono sarcástico―. Elisabet, sos apenas una niña, pero de todas formas, sos consciente del asunto en el que estás metida, ¿no? Sos cómplice de dos fugitivos, un cargo que por tener dieciséis años, podés enfrentar siendo mayor en nuestros tribunales.

―¡Ya les dije que no sé en dónde están! ―Dio Eli un pisotón.

―Pero sabés cosas sobre ellos, sobre sus actividades ilícitas ―apuntó Lynch.

―¡Qué! ¡No! Alicia es más buena que un pan de Dios, y Miguel no hizo nada malo. ¡Por qué no los dejan tranquilos!

―Como decía, con una orden de allanamiento, la policía podría entrar a la casa e investigar, y dudo que les cueste mucho encontrar alguna ampolla de sangre ilegal ―insistió Di Vega.

―¡Yo estoy en regla!

―¿Serían capaces de plantar evidencia? ―replicó Dimitri―. Ustedes no tienen ni un ápice de decencia.

―Estamos haciendo nuestro trabajo...

Los hombres siguieron hablando, pero Eli permaneció aparte, en otro mundo, en algún plano en el cual la desolación acabó desgarrándola en mil pedazos. No estaría a salvo ni con Dimitri ni con Rafael, ni podría mantenerlos a salvo a Miguel y a Alicia. Sus padres tampoco podrían protegerla, ni ella podría protegerlos a ellos por mucho tiempo más de la horrorosa realidad.

―También los podemos arrestar a ustedes por intervenir en una investigación policial y por amenazar a dos Guardianes ―dijo Di Vega, obligándola a Eli a levantar la vista para descubrir que tanto Xavier como Violeta habían aparecido de la nada a espalda de los Guardianes, dispuestos a quitarles el corazón o la cabeza en cualquier instante―. ¿Van a quebrantar los Pactos?

―¡Basta! ―Estalló Eli en llanto―. ¡Voy con ustedes, pero no nos jodan más! ¡Dejen a mis viejos tranquilos!

―Elisabet ―La miró Dimitri, impotente.

―Ustedes tres, salgan de en medio ―les ordenó.

―Nuestro trabajo es protegerte...

―¡No me están protegiendo ni mierda! ¡Váyanse!

―Por acá ―le señaló Di Vega la dirección en la cual habrían estacionado su auto.

Eli los siguió, volviéndose un breve instante hacia los guardaespaldas para suplicarles entre lágrimas que cuidasen a sus padres mientras no estuviera ella presente. Recapacitó, dándose cuenta de que, quizás, nunca más volvería a su casa.


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