Capítulo 33 _ Penumbra y Luces

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Capítulo 33

19 de Julio...

"Bailando /en la penumbra /somos luces /estrellas radiantes /un fuego flameante /Somos un día /en la noche"

―¿Mamá? ―sollozaba Alicia.

Cintia lucía cadavérica, con la piel pálida translúcida, la boca reseca, las manos arrugadas y las cuencas bajo los ojos completamente violáceas. Aquel verde esmeralda que tanto irradiaba en su mirada, había perdido todo color hasta haber quedado pintados de un gris verdoso y enfermo. Por sus movimientos lerdos y su expresión perdida, Alicia supo que estaba como en trance, convertida en esa niña de la cual Lucas se aprovechaba cada vez que se le apetecía.

―¿Qué le hiciste? ―masculló contra el vampiro.

―¿Sabés qué? Ni yo estoy seguro ―se rio, acariciando la mejilla de la mujer como si se tratase de una minina―. No hay explicación lógica para que una vampiresa pueda transformarse en humana, y sin embargo, Gwendolyn encontró la forma.

La ayudó a salir del ataúd y a ponerse de pie, más allá de que la pobre apenas fuera capaz de sostenerse por sí sola con sus piernas esqueléticas.

―Está famélica. ¡Ja, ja, ja! ¿Qué te parece si la alimentamos con sangre real?

Lucas se transportó a espaldas de Alicia y le dio una mordida rápida en la yugular. Al brotar apenas la primera gota de sangre, los instintos de Cintia cobraron vida propia y la transformaron en una bestia de ojos rojos incandescentes y colmillos largos y afilados. Se abalanzó sobre Alicia y la mordió salvajemente, abriéndole más que una herida. La muchacha gritó con todos sus pulmones y le suplicó a su madre que parara, pero ésta no la escuchaba, porque aquella criatura no era su madre, sino el monstruoso títere de un demonio. Este mismo fue quien al rato las separó. Alicia tenía abierta la garganta, algo a lo cual no sobreviviría. Sin embargo, y no por compasión, Lucas le dio su sangre hasta curarla. Alicia se llenó de náuseas, pero le fue imposible rechazar su última salvación, aun sabiendo que ésta también sería su perdición.

En cuanto Lucas se le apartó, la muchacha se inclinó a un costado y vomitó bilis mezclada con sangre. El dolor le estaba partiendo la cabeza, y las náuseas le habían cerrado el estómago de tal modo que sufría hasta respirando. Apenas recuperó el sentido, la vio a Cintia revolcándose en el piso y gimiendo. La sangre que había consumido era visible corriendo por sus venas, devolviéndole así el color a su cuerpo entero: su piel tomó una tonalidad rosada, su cabello recuperó la forma de sus rizos y los tiñó de un rojo vibrante, sus labios se pintaron de carmesí, y sus ojos relucieron verdes y frescos. Su pecho subía y bajaba, y su carne se estilizó otorgándole la silueta que tanto adoraba de su cuerpo. Con sus manos quiso limpiar la sangre que cubría su mentón, pero acabó desparramándola por toda su cara. Al oírla quebrarse en llanto, Alicia recobró esperanzas.

―¡Mamá! ―la llamó, desesperada.

Cintia reaccionó volviendo la cabeza hacia ella.

―¿Alicia? ―la reconoció.

Hubiera corrido hacia ella, de no haberse interpuesto Lucas, quien a toda velocidad usó las cadenas de plata para sujetarla. Cintia gritó agonizante, pero no dejó de luchar para liberarse.

―Bueno, parece que cada vez falta menos para la reunión familiar ―se rio él―. ¿Qué se siente regresar al Mundo de la Noche, Gwendolyn?

―¡Malnacido! ―lo insultó Cintia, o Gwendolyn. Alicia no estaba segura ya de quién eran su madre y ella―. ¡La vas a cobrar, todas y cada una! ¡Te voy a destrozar por lo que le hiciste a mis hijos!

―¿No aprendiste nada de mí, querida hermana? Ninguna amenaza debe ser tomada a la ligera ni carecer de sentido. Si decís que vas a matarme, pues deberías hacerlo. Lástima que no puedas ni moverte en tu estado tan mediocre.

Cintia gruñó mostrando sus caninos, provocándole no más que un ataque de risa a Lucas, con el cual colmó el enorme salón en donde retenía a ambas mujeres aprisionadas.

Fortuitamente, su propio placer lo distrajo lo suficiente como para ignorar la bandada de pájaros que se coló por las ventanas destrozadas, y que luego se materializó a pocos metros de él como un hombre treintañero y vestido con un traje de gala gris. Éste se arrojó sobre Lucas y lo retuvo por un momento contra la pared, con un brazo presionando su cuello y el otro intentando llegar con la mano hasta su corazón. Lucas tuvo suficiente reflejo como para tomar esa mano y quebrarla. Empujó al Lord para quitárselo de encima, y ambos posaron amenazantes con sus ojos enrojecidos y sus colmillos extendidos. Estaban a instantes de librar una batalla de titanes.

―¡Alicia! ―exclamó Cintia al ver que la cabeza de su hija estaba sujeta por las manos de uno de los tantos vampiros que, antes de permitirle parpadear, habían aparecido en el salón dispuestos a defender a su amo y señor.

Cintia se zarandeaba desesperadamente para quitarse de encima las cadenas de plata, pero eran tan pesadas y le causaban tanto daño, que pronto se cansaría y volvería a su estado decrépito. Necesitaba usar la cabeza o suplicar al Cielo un milagro. Hubiera deseado que éste fuese Vladimir, pero el Lord, al verla primero a la muchacha que añoraba y luego a la esposa que había creído muerta por más de dos siglos, se desmoronó por completo. Por un breve intervalo, sus ojos escarlatas adquirieron su color celeste grisáceo, la misma tonalidad de los ojos de Alicia. Él es... ¿Es mi padre?, se preguntó ella. Por desgracia, no obtuvo ninguna respuesta, pues el condenado de Lucius Wladislav le torció el cuello con demasiada simpleza.

―Antes solías dar más pelea, Krossen. Se ve que te pasó la edad por encima ―Lo pateó―. Ustedes, vuelvan a sus puestos ―ordenó a los vampiros subordinados―. Todavía falta que llegue el último integrante de la familia.



Damián sacó su daga y, para sorpresa de Rafael D'Alessandro, la usó para romper el cerrojo de la Sala de Plata. Ni bien abrió la puerta, Miguel trató de escabullirse bajo sus narices, pero estaba tan debilitado que Damián fue capaz de paralizarlo poniendo tan sólo la punta de la daga sobre su pecho.

―¿Qué mierda te pensás? ―masculló el Príncipe.

―Quiero que tengamos una tregua.

―¡Bue! Ya sé que todo esto te habrá pegado una patada al hígado, pero ¿una tregua?

―Por Alicia.

Miguel hubiera querido escudarse tras su sarcasmo más sarnoso, pero la simple mención del nombre de la muchacha, le derribó hasta la más resistente de sus defensas. Así como el Guardián había entendido que, en solitario, no duraría ni un segundo en combate contra un Lord, Miguel se vio forzado a comprender que por sí solo sería otro peso muerto, incapaz siquiera de llegar hasta Alicia, y mucho más incapaz de salvarla.

―Te escucho.

―Miguel ―interrumpió Rafael―. No podés pelear en estas condiciones. Tu viejo ya debe haber llegado con sus guardias, y se supone que los Guardianes se están armando para salir en cualquier momento. Dejalos a ellos que se encarguen; vos ya tuviste suficiente.

―Rafa, cerrá el orto.

―¡Pero dale! ¡No seas tarado!

―Imaginate que vos sos yo, y que Alicia es...

―¡Sí, ya sé, ya sé! ¡Bueno! Me voy a hacer a un lado nomás por ortivo.

―Andá a buscarla a Eli y cuidala, ¿podés? ―le pidió.

Con un último bufido, Rafael asintió y se marchó dejando apenas un zumbido en el aire al desvanecerse.

―Estás muy débil como para irte volando hasta San Isidro ―dijo Damián―. Y si le calculás que Lucius Wladislav todavía tiene esbirros esperándonos en donde sea que esté Alicia...

―De ser así, te podría usar de carnada ―acotó Miguel―. ¿Y? ¿Nos vamos?

Damián salió disparado hacia las escaleras de emergencia, pero entonces Miguel lo agarró y le mordió el cuello para poder saciar su sed. En menos de cinco segundos, había repuesto en buena parte sus fuerzas, gracias a que la sangre de un Guardián era mucho más nutritiva que la de cualquier donante. Damián, por su lado, se tuvo que sujetar de la baranda de la escalera para no perder el equilibrio. Se sintió terriblemente humillado y furioso, pero no se permitió a perder el control ante la galante y jocosa sonrisa del Príncipe, la cual hasta en medio de una crisis se mantenía esbozada.

Descendieron hasta el subsuelo donde los Guardianes dejaban estacionados sus vehículos, y mientras Damián subía la compuerta hacia el exterior, Miguel se encargaba de arrancar el Nissan Sentra de los Benedetti sin necesidad de usar las llaves, las cuales estarían en posesión de Leonel. Damián hubiera preferido pedírselas prestadas, pero sabía que no escucharía nada más que una negativa de su parte.

En cuanto se acomodó en el asiento de copiloto, de mala gana aceptando la superioridad del Príncipe como conductor, extrajo del maletero un par de gasas y cintas para cubrir la mordida que éste le había dejado. No era que no quisiera dejarla al aire para que cicatrizara más rápido, ni que la herida fuera tan profunda como para necesitar primeros auxilios; se trataba de la humillación que profesaba una mordida en un Guardián. Lo único que podría compensar aquella deshonra, era la aniquilación inmediata del perpetrador, algo que en este caso le era imposible. Se acordó entonces de...

―Alexis Pérez...

―¿Qué? ¿Qué le pasó? ―Quitó Miguel la vista de los cables que intentaba conectar―. ¿Está bien?

―Ah, lo conocés.

―De la vez que la salvé a Alicia en el cementerio ― mencionó, volviendo a su labor como queriendo restarle importancia al asunto―. Me pareció buen pibe.

―Te alimentó con su sangre para revivirte. Es probable que lo echen.

―Pero está bien.

―En la medida de lo que se pueda "estar bien" con todo lo que acaba de pasar.

―Me alegro.

―Sí, y más te vale que se lo demuestres.

―¿Te parece que soy la clase de hijo de puta que se queda en deuda con alguien? ―bufó, ofendido―. Si Alexis Pérez me salvó la vida, entonces voy a procurar devolverle el favor algún día.

Damián se sorprendió de la solemnidad que expresó el Príncipe con aquella promesa.



Vladimir Krossen se despertó bruscamente, volviendo a la vida. Enseguida su mente reaccionó al dolor que le provocaban las cadenas de plata amarradas a su torso, las cuales le producían quemaduras en donde quiera que tocaran. Trató de reducir sus quejidos, de serenarse hasta transformar la agonía en pinchazos; después de todo, no era la primera vez que lo torturaban de esa forma.

De inmediato, reconoció a Cintia en su mismo estado: encadenada y agonizante, haciendo lo posible para mantenerse consciente. La vivacidad que tenía momentos antes que él llegara, casi se había desvanecido por completo. Alicia, a pocos metros de ambos, seguía luchando para liberarse, pero las sogas en sus muñecas y en sus tobillos estaban tan fijas, que todo movimiento le causaba raspones o le clavaba alguna astilla.

―Alicia ―la nombró, casi sin aliento.

Ella lo miró. Le fue confuso y letal encontrar un par de ojos idénticos a los suyos, descubrir el origen de su barbilla partida y el tinte de su cabello. No le cabían dudas de que aquel hombre, aquel vampiro, aquel Lord, debía ser su padre. No obstante, algo en ella rechazaba la verdad: Alexei Vladimir Krossen también era el padre de Miguel, y si resultaba que Cintia, su madre, era Gwendolyn Wladislav, significaría también que era madre del Príncipe. Miguel... ¿Mi hermano? Tenía sentido por más que intentara negarlo. En algún momento, ella había reconocido los ojos de Cintia en los ojos de Miguel. Eran más parecidos de lo que hubiera imaginado.

―¿En dónde está Lucius? ―Se percató Vladimir de su ausencia.

―Salió ―respondió Alicia―. Dijo algo sobre unos intrusos.

―Sí, mis hombres ―reconoció el Lord―. Deben estar combatiéndolos, pero... El demonio es aún más fuerte.

Las preguntas se multiplicaban a cada minuto, a tal punto de atorarse en la boca de Alicia para nunca salir. Le dio la impresión de que a Vladimir Krossen le estaría pasando algo similar, pues se le notaban las ansias contenidas de hablar, y tal vez hasta de llorar.

―Perdoname ―dijo, y de la nada se le escapó una carcajada―. Ah, Miguel tenía razón. Soy un inútil. Me superan mis deseos de morir, pero ahora... ―Se fijó en Cintia, quien todavía tenía la mirada perdida aunque encima de Alicia―. Todo lo que tanto había querido, todo lo que pensé que había perdido, todo está acá... Ustedes dos y Miguel... Ojalá que los Guardianes lo tengan bien vigilado.

―¿Los Guardianes? ¿Miguel está vivo? ―exclamó Alicia, con un alivio infinito.

―Débil, pero sí, está vivo.

Alicia echó la cabeza hacia atrás y se permitió llorar sus últimas lágrimas, pues el resto las había estado perdiendo en las últimas horas.

―Me alegro de ver que todavía lo amás ―suspiró Vladimir―. Cuando eras apenas una beba, lo adorabas. No había manera de separarlos, ¡ja, ja!

―Pero él... Por Dios. Es mi hermano ―musitó.

―Oh ―Se retrajo Vladimir, al comprender que los sentimientos de Alicia correspondían a algo más allá que el amor fraternal―. Tranquila. Es... Es normal entre hermanos vampiros...

―¡Ja, ja, ja, ja! Sí, ya sé. Pero tengo novio, y Miguel, es un amigo nomás.

―¡Listo!

Alicia observó impactada cómo Vladimir había sido capaz de deslizar sus cadenas hasta quitárselas por los pies. Con el saco de su traje, improvisó un par de guantes y así pudo tocar la plata sin provocarse heridas de gravedad. Primero, arrancó las sogas que la retenían a Alicia, y después despojó a Cintia de sus propias cadenas, para proporcionarle sangre de su muñeca. Al cabo de unos instantes, la mujer recuperó su vigor, bebió ella misma de la vena del Lord, y se aferró a éste con todas sus fuerzas, hasta finalmente apartarse con un grito ahogado.

―¿Vladimir? ―lo reconoció, iluminada de amor y emoción.

―Cintia ―le sonrió éste.

―No. Soy Gwendolyn ―sonrió ella también―. Siempre fui yo, o al menos, en parte.

―¿Gwen? ¿Mí Gwen? ―La besó con demasiada pasión, obligándola a Alicia a correr la vista por pudor.

De repente, ésta se encontró rodeada por los brazos de su madre y bañada en sus lágrimas. Alicia la imitó, desahogándose ambas tras meses de tanto sufrimiento.

―Pensé que te habías muerto... ―sollozaba quebrada en llanto―. Te vi morir... Ah... Mamá... Me estás asfixiando, ¡ja, ja!

―¡Uy! ¡Perdón! ―Se apartó Gwendolyn de ella―. Es hasta que me acostumbre.

―No quisiera interrumpir, pero estoy seguro que si no nos apuramos, tendremos problemas ―advirtió Vladimir.

―Sí, hay que irnos.

En ese instante, ambos pares de oídos vampíricos captaron unos pasos corriendo en su dirección. Vladimir se armó con las cadenas y les indicó a Gwendolyn y a Alicia que se recluyeran en una esquina.

Al abrirse las puertas del salón, Vladimir frenó con las cadenas en el aire al reconocer que delante de él estaba su hijo. Al mismo tiempo, Alicia reconoció a Damián, algo magullado y cubierto en cenizas, pero siempre con su conjunto de combate trabajando su figura y con su sable de reluciente filo en la mano.

―¡Damián! ―Corrió hacia él para abrazarlo.

―¡Ah! ¡Estás viva! ―Comenzó a sollozar el Guardián, de tanta emoción.

―¿Qué mierda estás haciendo acá? ―lo retó Vladimir a su hijo.

―Qué ni se te ocurra...

―¿Alastair?

Miguel se volteó hacia la voz femenina que lo había nombrado. Sonaba dulce aunque aguda, algo diferente a lo que se habría esperado en su madre. Sin embargo, la mera imagen de ésta, con vida, y a punto de estallar a mares de lágrimas por apenas haber dicho su nombre, lo dejó más que satisfecho. Ningún sueño lo hubiera conmocionado más que este encuentro.

―Es ella, Miguel ―le dijo Vladimir.

El Príncipe no tenía cómo expresarse: se había quedado petrificado hasta la médula. Aquella mujer no sólo era su madre, sino también la madre de Alicia, aquella a la cual había dejado morir.

Alicia los miró a ambos, hasta finalmente devolverle su atención a Damián, quien por más contento que estuviera de tenerla entre sus brazos otra vez, estaba lleno de terror. Ella le suplicó, con la misma mirada, que mantuviese la calma, que le encontrarían una solución a todo.

―Así deberían ser todas las reuniones familiares ―Escucharon la voz siniestra de Lucius Wladislav.

Una bandada de murciélagos se abalanzó sobre ellos, forzándolos a apartarse de las puertas, a las cuales luego los esbirros cerrarían para dejar a los prisioneros sin escapatoria.


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