Capítulo 34 _ La última esperanza

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Capítulo 34

19 de Julio...

"Somos la última esperanza..."

Los vampiros atacaron a los Krossen y al Guardián, pero eran tan neófitos que, ni con toda su fuerza ni con todos sus reflejos, pudieron siquiera llegar a hacerles más que un rasguño. Vladimir utilizaba hábilmente las cadenas para someterlos, atinándoles golpes que hasta podían llegar a ser letales. Miguel les rebanaba el cuello o les extirpaba el corazón, y de a ratos los esquivaba tornándose en pájaros, un esfuerzo que quizás le costaba demasiado debido a la falta de alimento. Alicia combatía con un par de dagas que Damián le había pasado a tiempo, mientras que él empleaba su estoque y alguna estaca. Gwendolyn se mantenía próxima a su hija, demostrándole que también podía pelear con sus garras. No obstante, su estado no era muy diferente al de quienes enfrentaba, pues por más que su sangre fuera la de un extenso y poderoso linaje, estaba demasiado fatigada por los meses que había pasado enterrada en un ataúd.

Sin advertencia, Lucas apareció delante de Miguel y trató de degollarlo con un corte, pero él lo sorteó a tiempo. Lo que no pudo evitar fue la patada que le proporcionó en el estómago, arrebatándole el aire y la estabilidad.

―¡Lucius! ―Arremetió Vladimir contra él, lanzándolo contra una pared.

Apartados de la batalla, ambos Lores tuvieron su mano a mano: estaban equiparados en cuanto a su fuerza y resistencia, pero Lucas era mucho más atrevido que Vladimir, por lo cual no tuvo vergüenza en morderlo cuando éste le puso el brazo sobre la cara en un intento de asfixiarlo. Por más que el dolor le estuviera recorriendo hasta los huesos, Vladimir siguió aplicando fuerza sobre la cara del desgraciado, el cual contratacó propiciándole un puñetazo en el abdomen, nada muy grave pero sí distractor. Vladimir se vio forzado a apartarse y a cambiar de estrategia.

En cuanto Lucas se le abalanzó, Vladimir se agachó con suma velocidad y lo tacleó. Estando su contrincante en el suelo, se arriesgó a darle una patada en las costillas, pero al intentar pisarle la cara, Lucas reaccionó sujetándole el pie justo cuando éste estaba a centímetros de él, y desestabilizándolo hasta hacerlo caer. Iba a arrancarle el corazón con ambas manos, pero entonces, Miguel le rodeó las cadenas de plata al cuello haciéndolo gritar del dolor. Lo hubiera decapitado en ese preciso instante, de no haber sido porque tres de los subordinados lo sujetaron y lo arrojaron a un costado. Afortunadamente, éstos no duraron mucho gracias a las armas de plata de los Guardianes.

En medio del alboroto, Lucas se deshizo de las cadenas e intentó huir para buscar refugio. Sin embargo, Gwendolyn se interpuso en su camino y le enterró medio brazo en el pecho, pero no lo bastante cerca del corazón. El Lord maligno se desintegró en una bandada de murciélagos y volvió a fusionarse en su forma humana inmediatamente, careciendo del poder necesario para mantenerse en otro estado. Miró a su alrededor, encontrándose sólo con sus enemigos y con las cenizas de sus convertidos.

―¡No! Esto... ¡Esto no se va a quedar así! ―dijo tambaleándose.

―¿Van a matarlo? ―los retó Damián.

―Quiero su corazón ―gruñó Miguel, arrojándose sobre él.

Con su último aliento, Lucius Wladislav tomó un manojo de polvo y cenizas en el suelo, arrojándoselas al Príncipe a la cara para cegarlo. Hubiera corrido como perseguido por el mismo demonio, de haber tenido la vía libre, pero en su camino volvió a cruzarse con una pelirroja, mucho más joven que su hermana, pero con la mirada llena de una furia frívola y el alma invadida por las llamas de la guerra.

Antes que se diera cuenta, el vampiro empezó a sentirse seco como si la plata que le atravesaba el corazón fuera un sol desértico. Su interior iba extinguiéndose lánguidamente en cenizas y carbón. Tuvo una muerte lenta, y aunque no demostrara su dolor, la ira y el vacío hondo de sus ojos le dieron a Alicia todo lo que necesitaba para concluir con su venganza. Se había jurado destruir a Lucas, al asesino de su madre, y ahora por fin éste yacía a sus pies convertido en una escultura gris y emanando el olor de la putrefacción.

No obstante, algo más caía al suelo, algo que le pertenecía a ella. Todos tardaron en percatarse de aquello también, de la herida en el abdomen de Alicia, ahí donde Lucas había llegado a atravesarle con sus garras, y de donde se derramaba su sangre con un tinte oscuro. Las rodillas le flanquearon y su cuerpo se derrumbó. Miguel la sostuvo, mientras que sus padres y Damián lloraban y suplicaban desesperados. El Príncipe trató de alimentarla con su sangre, pero su organismo la rechazaba.

―¡Lucius le dio su sangre! ―exclamaba Gwendolyn, desesperada―. ¡La envenenó!

―¡Alicia! ―exclamó Miguel, destrozado―. ¡No! ¡No! ¡Alicia!

―Alicia, Alicia, ¡por favor! ―Se aferró Damián a su mano, protegiendo sus últimos vestigios de calor.

La sangre de Miguel desbordaba de la boca de Alicia, lo cual indicaba que no estaba tragando. Él la miró a los ojos, pero no decían nada, estaban huecos. Su corazón no latía, y así todos se dieron cuenta que su vida se había desvanecido por completo.

―Se... Se fue... ―murmuró Damián, sin aliento.

El grito de Gwendolyn resultó tan aturdidor que hubiera podido tirar abajo la estructura de la mansión. Se resistió a que Vladimir la abrazara, en especial porque éste también estaba demasiado desolado como para dar una pizca de consuelo.

―¡Pero va a volver! ―musitó Miguel―. Va a volver. Tiene nuestra sangre ―Observó a su padre, como si se hablaran entre pensamientos―. Va a volver, se va a convertir...

Cuando el llanto de Gwendolyn amainó, se percataron del ruido de los vehículos estacionándose y de patrullas, y de los pasos de los Guardianes ingresando al pabellón. Éstos esperaban encontrarse con un campo de batalla, pero se toparon con una imagen aún más tétrica.

―¡Damián! ―lo llamó su padre, corriendo hacia él.

Damián ni siquiera asintió. Estaba tan absorto que se sentía completamente perdido, incapaz de encontrar luz y colores. Leonel, al vislumbrar el cuerpo de Alicia, se petrificó por un instante. Enseguida le volvió la conciencia, y tomó a su hijo para abrazarlo mientras éste se quebraba en lágrimas y súplicas.

―Va a revivir ―Siguió Miguel insistiendo.

Vladimir continuó mirando a Alicia, estático como una piedra, preguntándose en dónde estaba aquella beba que solía sostener en sus brazos, rogando por tenerla una vez más.

―Papá ―Lo obligó su hijo a espabilar―. Hay que llevarla a... A algún lugar que le sea familiar.

―Mi chiquita ―Le acarició Gwendolyn el pelo a la muchacha.

―Mamá ―Finalmente, Miguel se arriesgó a buscarle los ojos a su madre, a enfrentarse a sus propios demonios para salvarle la vida a quienes amaran―. Perdón... ―dijo sin pensar.



Eli no podía dejar de dar vueltas alrededor del departamento de Miguel. Se agarraba la cabeza de a ratos, temiendo que le estallara por todas las ideas negativas que la martillaban sin descanso.

―¿Cómo mierda hacés para estar tan tranquilo? ―le preguntó a Dimitri, quien posaba firme cual roca delante de la puerta.

―Estoy alerta ―respondió éste, con suma calma.

―¿No tenés miedo? No, claro que no. Total, ni la conocés a Alicia. ¡Ah! ¡Estoy re pelotuda!

―Podrías intentar respirando. Es buen ejercicio para relajarse.

―¡Pero es que no me puedo relajar! ¡No sabiendo que ese hijo de puta se la llevó a mí amiga! ¡No sabiendo que puede estar...! ―Reventó en llanto otra vez―. ¡Tengo mucho miedo!

Dimitri Moldoveanu exhaló un suspiro, apenado por la muchacha. Iba a tratar de guiarla hasta el asiento más próximo, sin querer tocarla por recato, pero ella no se lo hizo fácil, pues se abrazó a él con tanta garra que parecía reacia a soltarlo. Luchó contra su instinto protocolar de apartarla y de recordarle que era su guardaespaldas, no su amigo, todo porque esa chica lo tenía confundido. Era una chica amorosa, daba amor a todo el mundo y esperaba que éste se lo devolviera del mismo modo. Dimitri no se hubiera incluido "dentro del mundo", ya que era demasiado frío como para tolerar cualquier muestra de afecto. Pero estando Eli delante de él, estando él entre sus brazos, no fue capaz de rechazarla, muy a pesar de la culpa que sentía por quebrantar sus principios.

Dos golpes en la puerta los interrumpieron.

Abran, soy yo ―dijo Rafael.

Eli casi derribó la puerta con su desesperación. Ni siquiera Dimitri hubiera podido pararla; apenas la había notado desprendiéndose de él.

―¿Tenés novedades? ¿Qué pasó? ―Exigió ella una respuesta.

Rafael D'Alessandro lucía pálido, apaleado por todos sus combates y por su sed. Sin embargo, más pesadas le habrían caído las noticias que Eli notaba frescas en su mirada.

―Mejor andá a sentarte, Eli. Tenemos que hablar ―le dijo, con total seriedad.

A la muchacha se le puso la piel de gallina. Pese a su impulsividad, obedeció la consigna de Rafael y permaneció en silencio mientras éste agarraba otra ampolla de sangre y la consumía.

―Alicia está...

Eli se echó a llorar sin remedio, sin dejarle a Rafael concluir la oración.



Valeria acababa de sentarse, después de hacer malabares con los botiquines para los heridos, cuando Gabriela apareció a su lado y la abrazó con lágrimas en los ojos. Balbuceó que debían apurarse para volver a su casa, que Leonel y Damián iban ya en camino para allá en compañía de los Krossen. Por supuesto, Valeria le hizo mil preguntas respecto a éstos, a su hermano y a Alicia, pero Gabriela no estaba animada, así que le dijo muy cortante que todo estaba bien, y que no pidiera explicaciones de nada. La muchacha se sintió ofendida, pero no permitió que su malestar nublara su juicio, y se dispuso a hacer cuanto su madre le indicara.

Le pidieron prestado el auto a la esposa de Leandro Vásquez y ésta se los concedió sin renegar. En todo el trayecto hasta su casa, Gabriela no desperdició ni tiempo ni palabras y le contó resumidamente todas las nuevas a su hija, pidiéndole a cada instante que no la interrumpiera, porque cada duda que tuviera era una duda que la propia Gabriela Benedetti también tenía. Le contó que Alicia resultaba ser hija del Lord Alexei Vladimir Krossen, y que ahora ésta se encontraba en transición, algo que Leonel le había dicho por teléfono y con mucho dolor hacía no más de quince minutos. Lo más asombroso, sin embargo, era que la madre de Alicia estaba con vida, que era una vampiresa, y no cualquiera vampiresa, sino que era la mismísima Gwendolyn Krossen.

―Pero... ¿Qué vienen a hacer a casa? ―preguntó Valeria, demasiado en shock como para calcular lo que decía.

―Quieren que Alicia despierte en un lugar familiar, y yo estoy muy de acuerdo con eso – reafirmó Gabriela, manteniéndose recta aún con un mar de lágrimas queriendo derramarse por sus ojos castaños.

Bien, nos traen a la muerta a la casa, bufó Valeria sarcásticamente, como único medio de escapatoria a todo lo que estaban viviendo. No podía procesar ninguna idea: Alicia muerta, Alicia vampiresa, Alicia una Princesa, hija de un Lord y de una Lady, a la cual se creía muerta y ahora resultaba que no lo estaba. Por supuesto, había muchas cosas que no le cerraban, pero no le importaba realmente. Su única angustia era el sufrimiento que colmaba a su familia.

―Mamá, vos... ¿Cómo estás? No tendrías que estar haciéndote mala sangre con todo esto.

―Yo estoy bien, y tu hermanito o hermanita también ―Se tocó el vientre―. Somos todos Guardianes, ¿no?

Apenas empezó a aclarar la ciudad con el alba, las Benedetti llegaron a su casa. Levantaron las persianas, corrieron las cortinas, y prepararon el cuarto matrimonial para que allí reposaran a Alicia. Valeria inquirió en por qué no dejarla en el cuarto de Damián, a lo cual Gabriela respondió que obviamente no utilizarían su cuarto pues era el más pequeño. El dormitorio de ella, en cambio, era más espacioso como para que lo ocupara la familia Krossen.

Tuvieron todo preparado en media hora, en el preciso instante en el que se estacionaron dos camionetas negras en su vereda: una conducido por Roberto De Cádiz y Leandro Vásquez, acompañados por otros tres Guardianes, y la segunda a la cual manejaban Leonel y Damián, con los Krossen acomodados en los asientos traseros. Lord Vladimir fue el primero en bajar y en indicarle al Príncipe que le entregara el cuerpo de Alicia, para así cargarlo dentro de la casa, guiados por los Benedetti. Gabriela le señaló a Leonel, sin mediar palabras, que la subieran a su cuarto, y ellos así hicieron. Valeria permaneció en el umbral, observando cómo acomodaban el cadáver todo desalineado y magullado de Alicia en medio de la cama, cómo el Príncipe y sus padres permanecían a su lado, cómo Damián le sujetaba la mano sin quitarle los ojos de encima, y cómo Leonel y Gabriela se abrazaban también mirando la escena.

Todo llevó a la joven muchacha a recordar el velorio de Ezequiel. Vislumbró a sus padres y a toda la familia Villanueva rodeando el féretro, lo vislumbró a Damián con sus padres rotos en llanto, y se encontró a ella misma en la misma posición en la que su hermano estaba en aquel instante, aferrado a una mano sin vida, como si de esa forma pudiera devolverle el alma.

Valeria descubrió que esto era lo que había estado deseando, que Alicia se muriera y que Damián se enfrentara al mismo dolor que ella había padecido. Y sin embargo, el que se hubiera hecho realidad su sueño, no la contentaba en lo absoluto. Sólo le provocó muchas ganas de llorar, la impulsó a compartir un abrazo con sus padres, y a derramar un par de lágrimas delante de su hermano. Éste entendió que le estaba pidiendo disculpas, y se echó a llorar junto a ella.

―¿La pueden cortar? ―replicó Miguel―. No es como si estuviera muerta.

―Miguel ―lo retó su padre.

―La herida ―musitó Gwendolyn, apuntando a la herida fatal que le había cobrado la vida a Alicia, y que poco a poco había empezado a cicatrizar.

La vampiresa volcó su cabeza sobre el hombro de Vladimir, desfallecida, pero negada a quedarse dormida hasta ver a su hija abriendo los ojos.

―¿Sra. Krossen? ―Se le arrimó Gabriela―. Mucho gusto. Soy Gabriela Benedetti.

―Está embarazada ―Reconoció ésta el palpitar de un corazón en el vientre de la Guardiana―. Felicidades.

―Gracias. ¿Hay algo que podamos ofrecerles?

―¡Je, je! Creo que ya ustedes han hecho por nosotros más de lo que pudiéramos haberles pedido ―sonrió Vladimir, apenado―. Ah, cierto. Gwen, ellos son los Benedetti. Cuidaron a Alicia después de que Cintia... Bueno...

―Oh, sí ―Agachó Gwendolyn la cabeza, meditativa―. Supongo que querrán saber qué fue lo que pasó, ¿no?

―Yo estuve ahí ―La miró Damián―. Vi cómo usted... Era humana.

―Así es. Fui humana varias veces, aunque la mayoría ahora perduran en mí como retazos de sueños.

―No te esfuerces, mi amor ―Le besó Vladimir la mano―. Lo importante es que estás acá, que estamos todos acá ―Se fijó en sus hijos.

―Alastair ―Volvió a murmurar el nombre de Miguel, quien había vuelto a cubrirse tras una fachada impermeable de hielo y escombros.

No obstante, en cuanto Gwendolyn apoyó una mano en su brazo, el Príncipe tembló conteniendo sus ansías de llorar.

―Creciste tal cual te imaginé ―sonrió ella―. Medio parecido a tu padre, y más parecido a mí aún.

―Ya terminó de cicatrizar ―apuntó Valeria a Alicia.

―Bien, entonces queda poco tiempo ―Lloró Gwendolyn de alegría―. ¿No tendrán una bañera, de casualidad? ―les consultó a Leonel y a Gabriela―. Quisiera bañarla para que no se quede traumada de ver su propia sangre. La conozco a mi hija y sé que es muy sensible. Nosotros también, deberíamos alistarnos. ¡Por Dios! ¡Hace meses que no me baño! ¿Es que a acaso estamos de vuelta en la Edad Oscura?

Ante el comportamiento histérico de la mujer, Vladimir fue incapaz de contener su risa. La tomó por la cara y la besó, agradecido al universo por volver a tenerla en su vida.



Eli volvió a dar vueltas por el departamento, pero esta vez con el celular de Rafael en mano. Quien le levantó la llamada, fue Leonel Benedetti:

―¿Diga?

―¡Hola! ¿Qué tal? Soy Eli, la amiga de Alicia. Rafael ya me contó todo. ¿Ya revivió? ―Lo aturdió con su voz chillona.

―Aún no, pero esperamos que pronto. ¿Quiere hablar con el Príncipe?

―¡Sí!

―¿Y? ―Se le arrimó Rafael.

―¡Sh! El que me atendió suena a que es bueno y a que está tranquilo, así que son buenas noticias.

―¡Vamos todavía! ―Celebró el vampiro, quizás un poco extasiado por el vodka.

―¿Hola? ―Reconoció Eli la voz de Miguel al otro lado del teléfono.

En lugar de romper en llanto, como se lo había propuesto, Eli exclamó:

―¡Hijo de puta! ¡Sos un hijo de puta, sabías! ¡Cómo que Alicia es tu hermana! ¡Cómo que su mamá está viva y encima es tu mamá también!

―Yo también te quiero, Eli ―masculló Miguel―. Escuchame. Alicia está en medio de la transición. Decile a Dimitri que te alcance para acá, y estate lo más arreglada posible. Cintia... Digo, Gwendolyn... Bueno, mi madre quiere que todo esté de rosa para cuando Alicia se despierte.

―¡Hecho! ―Cortó Eli, apresurada―. ¡Dimitri! ―Lo increpó―. Dice Miguel que me lleves a la casa de los Guardianes, pero antes dame diez que me arreglo y estoy ―Salió corriendo al baño―. ¡Mierda! ¡Pero no tengo ropa acá!

―Ahí veo si te consigo ―le avisó Rafael, marchándose del departamento.

¡Bueno, apurate!


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