Capítulo 36 _ En el cielo

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Capítulo 36

20 de Julio...

"Las estrellas /son siempre bienvenidas /en el cielo /Aunque hayan caído /siguen brillando"

En cuanto abrió los ojos, Alicia se encontró con que su sueño se había hecho realidad, con que su madre estaba reposando a su lado, en la cama de doseles y cortinas de tul de la habitación para invitados en la casa de Recoleta. Los primeros haces de luz entraban tenues por las rendijas de las persianas; Alicia los contemplaba maravillada pues, con sus nuevos ojos, la luz le parecía mucho más brillante y las partículas de polvo en el aire se asemejaban a copos de nieve. Trató de tomarlas con la mano, pero al exponerla al sol, se percató de que ésta le provocaba unos suaves pero molestos pinchazos, como si verdaderamente se tratase de hielo. A su vez, eso le recordó su nueva necesidad. Su garganta estaba seca, y su cuerpo estaba sediento de sangre. Deseó que en lugar de ello sólo estuviera antojada de un cappuccino.

―Mm... Buenos días, corazón ―Se removió Gwendolyn y le sonrió, aún adormecida.―

Alicia la abrazó y se quedaron echadas en la cama por un rato más, hasta escuchar un par de pasos en alguno de los cuartos contiguos.

―Ése debe ser Vladimir ―suspiró Gwendolyn―. No quiero presionarte, Alicia ―La miró con un semblante serio, con el cual la muchacha volvió a tener aquella dolorosa sensación de estar ante una mujer diferente a su madre―. Pero Vladimir... Es tu padre, y es un hombre maravilloso. Quisiera que hablaras con él, que le dieras una oportunidad para que se conozcan.

―Está bien ―asintió Alicia―. A mí también me gustaría conocerlo.

―Sí, pero con tiempo. No quiero que te pongas tensa ni mal. No te tiene que caer bien así de una, pero... Yo sé que se van a llevar bien. Tienen tantas cosas en común, ¡ja, ja!

Alicia agarró un conjunto de ropa, que había traído de la casa de los Benedetti en un bolso que Gabriela le había preparado, y se fue a cambiar al baño. Al quitarse el pijama, buscó primero la herida que Lucas le había hecho, pero no quedaba ni rastro de ésta, y tampoco de las mordidas de Gwendolyn en su cuello. Después estuvo quizás más de un minuto mirándose al espejo, buscando más cambios que hubieran surgido en su transformación, algo que le confirmara que había dejado de ser humana. Se tocó la cara, descubriendo una piel incorrupta, con apenas unas pecas en la nariz. Enseñó sus dientes y tanteó el filo de sus colmillos, llegando a hacerse un pequeño corte en el dedo índice que cicatrizó instantáneamente. Escuchó que su madre le preguntaba si todo estaba bien, alertada por el aroma, a lo cual Alicia contestó que sí, que no había de qué preocuparse, muy a pesar de que todo su ser gritara que aquello era mentira, que cada fibra de su cuerpo clamaba por explicaciones, por maneras de volver a reconocerse a sí misma. Notó también que su pelo era más reluciente y que no necesitaba esmerarse con el cepillo para desenredarlo, y que todos los moretones y lastimaduras que había adquirido la noche anterior en la batalla, habían desaparecido por completo. Era como si estuviera usando otra piel, como si la hubieran cambiado de cuerpo; temía perder el control en cualquier momento.

Pero las ansias por conocer a sus padres eran aún mayores que su miedo.

Bajaron las escaleras hacia el vestíbulo, y de ahí se dirigieron al comedor, donde Alicia encontró dos cosas con las cuales impactarse: con la botella de cristal y las copas con sangre, y con Vladimir Krossen delante de la ventana que daba vista al patio delantero y al ajetreo de la calle. El pelo del Lord se veía más rubio por el efecto de la iluminación, al igual que el pelo de Alicia. Ella se miró un mechón y lo comparó con el de él: la tonalidad era casi idéntica.

Dio un paso hacia adelante, pero se petrificó en el instante en el cual Vladimir se daba vuelta hacia ella.

―Buenos días ―dijo Gwendolyn para romper el hielo, y le dio un beso a Vladimir en la mejilla.

Éste sonrió con una mezcla de sinceridad y alivio, lo cual develaba un corazón sensible. Sin embargo, continuaba tenso, quizás tanto como Alicia, cuyos ojos estaban puestos en él por más que el resto de sus sentidos apuntara hacia el alimento en la mesa, la sangre que la llamaba y que la repelía.

―Alicia ―la nombró Vladimir, tímidamente –. Yo... Ah...

―¡Ja, ja, ja! Tranquilo, amor. ¿Por qué no nos sentamos? ―Trató Gwendolyn de atenuar la situación.

Varios recuerdos se abrieron en flor en la memoria de Alicia. Por un lado, vislumbró la primera vez que Cintia había traído a Lucas a su casa, se acordó de cómo ésta los había sentado en la mesa de la cocina y preparado la merienda, cómo había servido el agua en las tazas así como ahora servía la sangre en las copas, con una sonrisa ilusionada. Después, en sus entrañas se mezclaron las imágenes previas a su muerte: Vladimir encadenado, en un estado vulnerable y melancólico, pero lo bastante ágil y astuto como para liberarse y combatir contra el enemigo. Concluyó en que, por similar que fuera esta instancia con la del comienzo de su sufrimiento, aquella persona a la que estaba encarando no era un demonio, sino un hombre atemorizado de lo que su hija pudiera pensar de él.

En eso, Gwendolyn le pasó a Alicia la copa, y al verla tan angustiada, le recomendó que respirara hondo, y que pensara en aquel líquido como en jarabe. Con el primer sorbo, la muchacha distinguió apenas el sabor, se deleitó con su contextura y tragó con rapidez, percibiendo apenas un golpe de revitalización. Con el segundo sorbo, se descubrió más calmada, y la sangre dejó de ser sangre humana para convertirse en no más que el mero sustento de un vampiro; no era un elíxir ni una poción mágica, sino que era como agua, sencilla pero indispensable.

―¿Cómo te sentís? ―le preguntó Vladimir.

―Mejor que ayer, pero creo que me va a llevar algo de tiempo acostumbrarme a... Bueno, a todo―respondió, mirando el vaso medio lleno―. Ayer era una Guardiana, y ahora soy una vampiresa.

―Una Princesa, mi amor ―le sonrió Gwendolyn con entusiasmo.

―Respecto a eso... ―masculló Vladimir―. Ah, no. Eso lo hablaremos después. Primero lo primero. Alicia, cualquier duda que tengas, cualquier pregunta que quieras hacerme, para lo que necesites, estoy a tu entera disposición. No espero que me consideres tu padre así de una, pero espero que al menos podamos llevarnos bien.

―Lo mismo digo ―Intentó Alicia sonreír, sin mucho éxito.

―Contale un poco de vos ―lo incitó Gwendolyn a Vladimir―. De tu vida, de tu familia...

Alicia casi se atraganta con su saliva al acordarse del enorme árbol genealógico de los Krossen, el que había visto plasmado en el libro de Historia de la Monarquía Vampírica.

―Claro, si Alicia quiere... ―Se ruborizó Vladimir.

La joven se comportó del mismo modo, pero logró asentir espabilada por su curiosidad.

―Bueno, como datos generales, soy un Lord Vampiro nacido en 1510, en lo que actualmente sería Rusia. Mis padres, es decir, tus abuelos, son Alexei Manlius Krossen y Edith Rocelin de Krossen. Soy su segundo hijo. Tu tío Alexei Hugbehrt es el primogénito, y tu tía Brunhilda Velia es la menor de los tres.

―Sí, creo que Miguel había comentado algo al respecto. Dijo que tenían relación con los Draculea ―acotó Alicia.

―Somos parientes lejanos, pero realmente no lo sé, ¡ja, ja! La cuestión es que tenemos lazos muy estrechos con ellos, por lo cual somos una familia muy poderosa.

―¿Es cierto que los casaron por conveniencia? ―Se fijó también en su madre.

―No, en lo absoluto ―respondieron ambos, y se echaron a reír.

―Conocí a Vladimir en un baile ―sonrió Gwendolyn, nostálgica.

―En 1569, en el palacio de verano de los Draculea ―añadió Vladimir.

―Fue amor a primera vista.

―Nos casamos a los pocos meses, pero después... Sucedió Lucius.

―A quien, como ya está muerto y pudriéndose en el infierno, deberíamos dejar de nombrar ―Se cruzó Gwendolyn de brazos, severa.

―Concuerdo ―dijo Alicia.

―¿Sabías que Vladimir también escribe como vos? ―señaló su madre.

―Poemas sin sentido ―se rio él por lo bajo.

―A mí me gustaban, y a Alicia también.

Tanto el vampiro como la muchacha levantaron la vista hacia Gwendolyn, asombrados, mientras que ella se apretaba la boca con la mano para no dejar salir su llanto.

―Fuimos tan felices por tan poco tiempo... ―sollozaba.

―Y ahora volvemos a estar juntos ―La reconfortó Vladimir con un abrazo al que ella correspondió con todo cariño.

Alicia inevitablemente se trasladó a la memoria de Miguel, a cuando éste la había cuidado siendo apenas una beba. Recordó el último retazo de su sueño, la figura de alguien que sonreía desde el umbral. Supuso entonces que se trataría de Vladimir, que sólo él podía conmoverse con el afecto de los dos hermanos, de sus hijos unidos, al punto de destilar una calidez familiar que la calaba hasta los huesos.

―¿Y Miguel? ―Pegó un salto, percatándose de la ausencia de éste.

―Está en su departamento ―le respondió Vladimir―. Dijo que quería acomodar un par de cosas.

Está mintiendo, se dijo Alicia a sí misma, para no angustiar aún más a su madre, Se está escondiendo, pero ¿de quién? ¿De su padre, de Gwendolyn, o de mí?

―¿Está mal si pregunto cómo...? ¿Cómo fue que nací humana? ―inquirió Alicia.

―Mj, tendría que contarte entonces, cómo me enamoré de Cintia ―sonrió Vladimir, todavía sujetando la mano de Gwendolyn―. La conocí en Chubut, que era donde ella y sus padres adoptivos residían.

―Sí, tus abuelos, Roberto y Norma Castelli ―añadió Gwendolyn, con una chispa de dolor en sus ojos.

―Habías dicho que ellos murieron en un accidente ―comentó Alicia.

―No, fue Lucius, obviamente ―masculló.

―Ese malparido estaba persiguiéndonos a Miguel y a mí. Éste se había quedado en Buenos Aires mientras yo recorría el sur ―continuó Vladimir―. Fue entonces que la conocí a Cintia, una humana con la misma cara que Gwendolyn. Por supuesto, en un principio no quise entrometerme, pero el destino nos reunió varias veces, hasta que finalmente consentí a obedecerlo y a entregarme a esa joven.

Gwendolyn apoyó reconfortante su cabeza en el hombro de Vladimir, y se serenó escuchándolo hablar:

―Nos casamos al poco tiempo, y después...

―Perdimos un hijo ―lamentó Gwendolyn―. Siendo humana, mi cuerpo no estaba preparado para concebir a una criatura del Mundo de la Noche.

―Cintia enfermó gravemente, pero sobrevivió al aborto, y yo decidí que no volveríamos a intentar procrearnos.

―Sí, pero yo era una hinchapelotas, ¡ja, ja, ja! Y quería un bebé a toda costa.

―Al final, pudimos concebirte, pero bajo un costo. Puesto que Cintia no sabía que yo era un vampiro, empecé a alimentarla con mi sangre en secreto. Eso permitió que ella sobreviviera y que vos pudieras nacer.

―Fue el día más feliz de nuestras vidas – sonreía Gwendolyn, con los ojos fijos en el pasado.

―Sí, pero desgraciadamente, se vio opacado cuando Lucius apareció, persiguiéndolo a Miguel, a quien yo había hecho venir para conocerlas a tu mamá y a vos ―El semblante de Vladimir se tornó de un gris misterioso al remitir a su hijo―. Mi relación con Miguel siempre fue complicada, pero empeoró cuando descubrió que había hecho otra familia y, peor aún, con una mujer idéntica a su madre. Siempre odió a Cintia, nunca le dio una chance.

―No lo culpes por eso ―le pidió Gwendolyn―. Alastair pasó por tantas cosas...

―No es excusa para lo que hizo, Gwen ―replicó Vladimir.

―¿Qué? ¿Qué hizo? ―Se alarmó Alicia.

―Nada, no hizo absolutamente nada ―respondió el Lord, desganado―. Salvo por... ¡Ja, ja, ja! Se rindió ante vos, ¿sabías? No pudo contra tu ternura, y te quiso desde el primer instante en el que te vio. Y fue por vos también que él decidió quedarse acá en Argentina, protegiéndote, mientras que yo huía para que Lucius me persiguiera por otros continentes. Nuestro plan era que Cintia y vos vivieran con un bajo perfil, ocultas, al menos hasta que nos pudiéramos encargar del demonio.

―Pero nos encontró ―La sombra en la expresión de Gwendolyn retornó―. Y pasó lo que pasó.

―Algo que pudimos haber evitado ―masculló Vladimir, furioso de la culpa y la vergüenza―. Pero Miguel me insistió en que él se encargaría, y como era de esperarse, todo se le fue de las manos.

―Vladimir ―lo retó Gwendolyn―. No lo culpes a él, ni te culpes a vos mismo de los crímenes de ese monstruo.

―¡Ah! Pero si no hubiéramos sido tan estúpidos... Queríamos una buena vida para ustedes dos.

―Y todavía estamos a tiempo de hacerla, porque estamos juntos, ¿no?

A Alicia le hubiera parecido repugnante ver a su madre amando a otro hombre, de haber estado en otras circunstancias. Pero el amor que se profesaban Vladimir y ella resultaba tan natural y poderoso, que no podía hacer más que conmoverse al verlos y reconocer que, gracias a aquel sentimiento que compartían, ella había nacido.



No había podido pegar un ojo en toda la noche, ni había logrado saciar su sed a través de ninguna vena. En el bar de sangre al cual había asistido, no había ningún vampiro salvo por el barman, y tampoco había más que tres donadores, debido al miedo a las redadas de los Guardianes y al sinnúmero de chupasangres que habían invadido la ciudad antes de la batalla. Por desgracia, ninguno pudo contentarlo, ni con sangre ni con historias, pues los nervios les habían escondido las venas y les habían hecho enmudecer. Se contuvo de perseguir a alguna víctima, de aprovecharse de alguna alma inocente, ya que por más sediento que estuviera, la razón le decía lo injusto que sería tomar ventaja de una situación como la que vivían, que ya habían sido demasiado los cuellos desgarrados por las bestias de Lucius aquella noche.

Deambuló durante horas, y en cuanto comenzó a salir el sol, regresó a su departamento y se dio una ducha que le llevó bastante tiempo, porque aparte del aroma del bar, de los donantes y de la calle, quería también que el agua se llevara todas sus ideas y sus pesares. Ojalá fuese tan fácil, suspiró. Sabía muy bien que no podía demorar más en enfrentarse a su padre, en reencontrarse con su madre, y en volver a verla a Alicia. Le faltaba cara para disculparse con los tres.

Escuchó el timbre y salió envuelto en un toallón a atender:

―¿Quién es?

―Soy Alicia.

El corazón se le detuvo, y su pecho se quedó pronto sin aire al cerrarse.

―¿Puedo subir?

―¡Sí!

Calculando que tardaría cinco minutos en subir por el ascensor, Miguel voló a su cuarto, se vistió con una camiseta y unos vaqueros, y la aguardó en el pasillo.

Alicia apareció al instante, con la cabeza agachada por la angustia. No obstante, en cuanto lo vio, una luz se prendió en su mirada. Sin poder controlar su velocidad, corrió hacia Miguel y lo abrazó, dejándolo aún más pasmado de lo que ya estaba.

―¿Estás bien? ―le preguntó ella, hundiendo su cara en su hombro.

La sintió tan cálida comparada con él, cuyo cuerpo permanecía todavía frío y húmedo, que no pudo evitar aferrársele con todas sus fuerzas. Las lágrimas comenzaron a brotar intensamente de sus ojos, y tanto su panza como su pecho se movieron como a punto de romperse de dolor. Apenas supo esbozar una sonrisa, la tomó por la cara y le dio un beso en la frente.

―Yo estoy de diez, ¡ja, ja! ―mintió―. Y vos, ¿cómo estás?

―¡Ja, ja! La verdad, no sé ―Estuvo ella a nada de llorar también.

―Vení, pasá ―La hizo entrar al departamento, y le señaló los sillones para que pudiera sentarse.

―No pudimos hablar nada desde... Dios, parece una eternidad.

―Pasaron muchas cosas.

―¡Miguel! ―Se puso de pie Alicia, demasiado inquieta como para permanecer sentada. Él también se paró instantáneamente, sobresaltado―. Ya sé la verdad... ―musitó, con un hilo de voz.

Miguel cerró los ojos y respiró hondo. No estaba preparado para afrontar las consecuencias, pero mantenía vivo el consuelo de saber que Alicia tenía demasiado amor en su interior como para odiarlo.

―Ojalá hubiera sido todo diferente ―murmuró―. Yo quería... Nosotros queríamos otra vida para vos.

―Mamá y Vladimir me contaron lo que pasó cuando yo era chiquita ―Comenzó Alicia a relatar, incontenible―. De cómo él la conoció a ella, siendo Cintia, de cómo se enamoraron, de cómo nací yo... Y me contó de cómo nos conocimos vos y yo.

―Mj. Y supongo que también se calentó conmigo, ¿no? ―bufó Miguel―. Por lo de tu mamá.

―Sí, y yo también. Me da mucha bronca pensar que odiabas tanto a mi mamá como para dejar que muriera...

―No, ésa nunca fue mi intención ―Se defendió él―. Cintia era idéntica a mí madre, pero no era ella, o bueno, no era como yo creía que debía ser mi verdadera madre, y por eso la despreciaba. Ella pudo darle a mi viejo la felicidad que conmigo nunca encontró. Pero cuando Lucius apareció en tu vida... Hubiera querido hacer todo lo posible por ambas, pero...

―Estabas consumido por el odio.

―Soy un monstruo, Alicia.

―No, ni se te ocurra pensar eso ―lo retó―. No sos ningún monstruo, Miguel, no como Lucas lo era. Vos sos humano, y sos consciente. Eso significa que, ahora mismo, la culpa te está carcomiendo. Tenés que enfrentarla, porque si no vas a seguir lastimándonos a todos.

―Sí, ya sé ―Apretó los puños―. Pero no sé cómo.

―Bue, podés probar con terapia ―Se echaron a reír.

―¿Vos creés que, algún día, me puedan perdonar?

―Sí ―Le tomó la mano―. Yo ya lo hice, y mamá también. Somos tu familia, Miguel.

―Ay, Alicia ―La volvió a tomar por la cara―. Siempre supe que eras un ángel.

La cercanía se volvió tan densa entre ambos, que hubiera sido capaz de llevar sus bocas a encontrarse en los límites. Sin embargo, antes que cualquier cosa sucediese, Alicia se apartó, dejándolo a Miguel una vez más consternado.

―Miguel... Somos hermanos ―dijo ella―. Ya sé que los vampiros, que la Monarquía tiene la costumbre de... Pero yo no puedo estar de acuerdo con eso.

―Supongo que ahora no, pero en un futuro... ―La miró Miguel, entre apenado y un poco esperanzado―. No sigas negando tus sentimientos, Alicia.

Pero está mal, exclamaba ella para sus adentros.

―Dame tiempo, por favor ―le pidió.

―Todo el que quieras ―le sonrió él, disimulando su miedo.



Convencerlo a Miguel de ir a la casa de Recoleta para enfrentar sus más grandes miedos, fue menos difícil de lo que Alicia se esperaba. El tiempo que habían pasado juntos parecía haberlo cambiado radicalmente, al punto de haberlo hecho abrirse por completo al mundo, de quitarle el miedo para reemplazarlo por coraje.

Gwendolyn les abrió la puerta, y Alicia entró tomando la mano de Miguel para darle el último tirón hacia la que sería su máxima batalla: encarar a la mujer de quien había heredado sus ojos. Por su parte, Gwendolyn también se quedó en blanco por un instante, hasta que finalmente sus labios se movieron y su boca pronunció el nombre de Alastair. Sin pensarlo dos veces, abrazó a su hijo, enredó sus dedos en su cabello colorado, y ni bien se fijó en su mirada, encontró un alma expuesta, dispuesta a no dejarse arrastrar a las sombras por el temor y a salir hacia la luz. Gwendolyn no podía estar más orgullosa del hijo que tanto había soñado.

―Te escuché pidiéndome perdón cuando Alicia... ―sollozó―. Pero no, hijo mío, no hay nada que perdonar.

En medio de un abrazo interminable, Gwendolyn extendió una mano hacia Alicia y la atrajo a su círculo de amor, a la familia que por tanto tiempo había deseado.

Vladimir se les unió a los pocos minutos, pero mantuvo su distancia para no incomodar a Alicia, a quien en ese momento quizás no le hubiera importado tanto que se hubiera unido a ese abrazo. Sin embargo, el verdadero motivo por el cual el Lord se apartaba, era porque traía una serie de noticias poco gratas. A Alicia no le costó descifrar aquello, pues era algo que le sucedía también: no sabía disimular cuando escondía algún secreto o alguna preocupación.

―M, esa cara significa algo malo ―apuntó Miguel.

―En la escala de las "cosas malas" que pasaron este último año, no creo que sea tan relevante, ¿o sí? ―Arqueó Gwendolyn las cejas, irónicamente, provocando que Vladimir estallara de la risa.

―¡Por Dios! Ustedes son dos gotas de agua.

―Seguro, total la que lo parió fui yo ―Hizo un gesto cómico para liberar la tensión―. Lo que vayas a decir, mejor decilo de una, amor, que el horno no está para bollos.

―Sentémonos.

Se dirigieron a la sala de estar y se acomodaron en los sillones, viéndose todos a la cara. Alicia no pudo evitar recordar a los Benedetti en sus charlas familiares, sentándose todos en el living para debatir sobre sus problemas.

―Acabo de hablar con Hilda, o sea, mi hermana Brunhilda ―Aclaró por Alicia―. Dice que Vladius está viniendo para acá para poner en orden los asuntos de la Monarquía y los Guardianes, pero me temo que está todo muy complicado. Los Guardianes exigen una reparación inmediata de los daños causados por Wladislav y una remuneración a la ciudad y a la organización por las vidas perdidas. En otras palabras, quieren que les recordemos a todos los vampiros del mundo los términos de los Pactos.

―Ja, cómo si eso fuera posible ―bufó Miguel―. ¿Y qué mierda quieren que hagamos nosotros?

―A eso iba. Por una parte, yo me ofrecí a saldar cualquier deuda con los Guardianes, por lo cual pienso estar al lado de Vladius cuando se inicien las negociaciones. Por otra parte, la Monarquía va a revisar nuestro caso... Quieren comprobar por ellos mismos cómo fuiste capaz de convertirte en humana ―Miró a Gwendolyn, afligido.

―Lo lamento mucho por ellos, pero no puedo darles el gusto de repetir lo que hice ―Se cruzó ella de brazos, indignada―. Tuve que despedazar mi alma para eso, me tuve que morir.

―Claro, pero nos exigen que de alguna manera demostremos que Alicia es una Lady y no una convertida, porque de lo contrario, no la considerarán mi hija legítima.

―Pueden ponerme a prueba si quieren ―propuso Alicia.

―Es que a ellos no les interesa lo que seas ―señaló Miguel, enojado―. Le tienen miedo a Gwendolyn. Lo que hizo no tiene precedentes. Podría significar que ella es mucho más poderosa que otros Lores, quizás incluso más poderosa que un Draculea.

―Nunca digas eso en voz alta, hijo ―replicó Gwendolyn.

―No, por más que algunos sean nuestros parientes, no podemos fiarnos. El miedo de los antiguos puede llegar a ser peligroso ―añadió Vladimir.

―¡Por favor! Primero tengo que lidiar con los Guardianes de la Noche y ahora con la Monarquía Vampírica ―refunfuñó Alicia―. Les voy a demostrar que soy tu hija y que se dejen de joder.

Apenas se dio cuenta que sus palabras causaron cierto impacto en los Krossen, Alicia se sonrojó con violencia.

―No sé por qué dije eso ―Se tapó la boca.

―Son tus emociones intensificadas ―se rio Miguel―. Trabajá como te enseñé, meditando y divirtiéndote.

―Mi nena hermosa, obvio que vas a lograr todo lo que te propongas ―le sonrió Gwendolyn―. ¿Algo más que tengamos que saber o podemos salir a pasear?

Estando un poco más animados por el espíritu de la mujer, los Krossen se dispusieron a pasar el día en familia disfrutando de alguna que otra maravilla de la ciudad. Alicia subió al dormitorio de huéspedes, y al cual probablemente remodelaran para convertirlo en su propia habitación, con la intención de prepararse una cartera para llevar. Al chequear la lista de mensajes en su celular, primero encontró un mensaje de Eli: "¿Hacemos algo mañana?", a lo cual Alicia respondió "Sin falta".

Sin embargo, se le puso la piel de gallina al reconocer el nombre de Damián en la pantalla, anunciando una llamada perdida. El corazón se le retrajo hasta casi desaparecer, como ignorando toda la valentía que había estado conquistando aquellas últimas horas. Un cúmulo de emociones la derribaron: la tristeza de su corazón partido, la bronca del quiebre, la preocupación de lo que fueran a pensar su madre, Vladimir y Miguel, y la felicidad de esa llamada que podía significar una reconciliación, o al menos un intento de sanar la herida que se habían hecho. Algo de entre todo eso la llevó a marcar el número y llamar, a rechazar el impulso de cortar la llamada antes que siquiera empezara.

Finalmente, Damián levantó el teléfono, pero tardó mucho en poder hablar:

―No sé... No sé qué decir ―murmuró.

―Yo tampoco ―Se tragó Alicia su último vestigio de orgullo.

―Nunca quise...

―Te amo, Damián ―lo interrumpió ella, sin más paciencia y sin nada más que perder―. Te amo y...

―Nunca quise lastimarte, Alicia. Hubiera muerto si así te hubiese podido salvar.

Entonces, Alicia comprendió que su transformación había sido el punto de quiebre, que ciertamente Damián ya no sabía cómo tratarla siendo lo que era ahora.

―Damián... Hace menos de veinticuatro horas que me convertí, y en ese tiempo tuve... ¡Me tuve que bancar que me juzgaran los Guardianes y que, para colmo, vos me rechazaras!

―¡No quería hacerlo, Alicia! ―Ella reconoció que Damián podía estar a punto de llorar, lo cual incrementó tanto su pena como su ira―. Te lo juro, no sé qué mierda fue lo que hice, pero jamás me hubiera atrevido a tratarte así.

―¡No! Es que... ―Se enjugó las lágrimas―. Yo sí entiendo por qué te comportaste así, Damián. Soy todo lo que vos odiás, soy una vampiresa, una chupasangre, y soy la hija de un Lord, algo que todavía ni yo me creo.

―Vos sos mucho más que eso para mí.

―Sí, yo sé que sí ―se sonrió, avergonzada―. Pero eso no importa ahora, porque jamás vamos a poder estar juntos, Damián.

―Pero te amo... Te amo, Alicia ―Se repuso―. Y es por eso que voy a hacer hasta lo imposible para estar con vos. ¡Pobre del que quiera impedir que te busque!

Damián expresaba toda su furia, su desesperación y su desconsuelo, pero con una firmeza de la cual sólo él era capaz.

―No todo puede ser siempre como queremos, Damián ―le dijo ella, duramente dolida―. No siempre se puede tener un final feliz.

―No si los dos nos rendimos ―replicó―. Yo no me voy a rendir tan fácil.

Quiere saber si yo ya me rendí, lamentó Alicia, Y la verdad es que, creo que si... Si lo llego a ver y él sale corriendo...

―Damián ―sollozó―. Tengo muchas ganas de besarte.

Y de chaparte, y de tocarte, de dormir con vos, de hacer mucho más que dormir...

―¿Cuándo y en dónde puedo verte?


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