Capítulo 5 _ El mejor día

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Capítulo 5

11 de Mayo...

"El mejor día /de nuestras vidas /nunca terminó"

No faltaba mucho para que Eli perdiera toda, absoluta y completamente toda, su paciencia. La situación había pasado de ser incómoda a irritante: había pasado casi dos semanas escuchando cómo Miguel y Jezabel mantenían relaciones cada dos por tres, muy a pesar de que éstos se jactaran de "querer ser discretos". Lo cierto debía ser que ambos disfrutaban avergonzándola, fastidiándola, e incluso incitándola. Capaz que ésta es otra de las pruebas de Miguel, pensaba Eli, Total, los vampiros son así, no se cansan nunca. Sí, seguramente quiere ponerme al límite, ver qué tanto me enojo o qué tanto me excito... ¡¿Me excito?!

Al captar unos murmullos que provenían desde el baño, acompañados por el sonido de la lluvia de la ducha, Eli no pudo evitar imaginarse una escena hot en la cual la candente y maliciosa sonrisa de Jezabel era la protagonista. No queriendo pensar en ello, prendió la televisión y se quedó mirando la repetición de un partido entre Independiente y Huracán. Imitó a su padre, gritando puteadas a los jugadores que erraban las jugadas y a los árbitros que complicaban la situación de su equipo. No obstante, la verdad era que estaba puteando a otras personas.

―Tendrías que lavarte más seguido esa boca, querida ―le recomendó Jezabel, saliendo del baño con el pelo húmedo atado con un rodete, y vistiendo la ropa más decente que Eli le había visto.

―¡Ja, ja, ja! Mirá quién habla de lavarse la boca, tremenda petera ―masculló.

―¿Ésa es una ofensa? ¡Ja, ja, ja, ja! ―se burló Jez―. Si no hay nada mejor que el sexo oral. ¿No es verdad, Miguel?

Miguel salió del baño con una mirada de reproche puesta en Jezabel. Eli no pudo evitar sonreírse para sí misma, a la vez que admiraba enmudecida cómo Miguel se abotonaba habilidosamente la camisa.

Al cabo de un instante, el celular de Jezabel sonó. Ella lo chequeó y descubrió un mensaje de texto nuevo que le sacó una sonrisa codiciosa. Guardó el teléfono en la cartera y se puso una campera, disponiéndose a salir.

―¿Tu nuevo amante? ―le preguntó Miguel, con un sarcasmo sarnoso.

―¿Qué? ¿Estás celoso? ―le sonrió Jez, desafiante.

―Obviamente no. Es más, siento pena por el tipo. Vas a hacer tan miserable su existencia...

―Aprendí del mejor ―comentó, antes de marcharse.

La partida de Jezabel dejó un silencio incómodo y asfixiante que Eli aceptó gustosamente. La ausencia de la vampiresa era absolutamente grata. Sin embargo, al volverse hacia Miguel con una sonrisa, lo descubrió serio y fatigado, como si hubiese recibido un golpe bajo.

―¿Hiciste algo de lo que te vas a arrepentir durante toda la eternidad? ―preguntó Miguel, llanamente.

―Mmm... Creo que no... ―respondió Eli, un poco insegura―. ¿Vos?

―No tenés ni idea de todas las cagadas que me mandé ―se rio, pero con frustración.

―¿Querés contármelas? ―Tomó la postura de una terapeuta.

―Nah ―sonrió Miguel, despreocupado.

―Está bien ―Le devolvió Eli una sonrisa de aprobación―... ¿Puedo ver a Alicia? ―preguntó, con sencillez y espontaneidad, y con una expresión suplicante.

Miguel puso en blanco los ojos y suspiró.

―Todavía no sabemos si estás lista ―insistió.

―¡Pero Miguel! Ya pasaron casi tres semanas y todavía estoy estancada acá. Ya fui de compras, ya fui a pasear a la plaza, salí a la calle y no mordí a nadie. Me comporté como un ser racional. ¡Hasta te aguanté que...! No, dejá. ¿No puedo ver a mi mejor amiga aunque sea por un rato? ¡No sabés cuánto me hace falta Alicia! ―Fingió que lloriqueaba.

Miguel se refregó las sienes, como si no quisiera pensar. Sabía que Eli tenía razón, que necesitaba a su amiga. Miguel también necesitaba ver a Alicia, y no por medio de un pájaro, sino que necesitaba tenerla delante de él. Pero dudaba que ella quisiera siquiera verlo a él. Después de todos los conflictos que armaban hablando por teléfono, lo más probable fuera que estando frente a frente hubiera una tensión severamente explosiva.

Por el otro lado, necesitaba verla con urgencia, y no iba a desaprovechar ninguna oportunidad ni a retraerse en caso de que discutieran.

Agarró su teléfono y llamó, rogando porque ella contestara en lugar de ignorarlo.

―¿Hola? ―atendió Alicia.

La cara de Eli se iluminó con una sonrisa de oreja a oreja. Miguel mantuvo bajo presión sus labios. Sin embargo, la sonrisa de alivio y alegría se vislumbró en sus ojos.

―Te advierto que Eli está dispuesta a secuestrarte si no accedés a venir a verla ―le dijo Miguel.

― ... ¿Puedo hablar con mi amiga? ―preguntó Alicia.

Miguel le pasó el teléfono a Eli, quien no resistió la emoción y se puso a reír como loca.

―¡Hola! ¡Ja, ja, ja, ja!

― ¡Hola, Eli! ―la saludó Alicia, contenta.

―¡Te re extraño, che! ¿Por qué no nos vemos? ¡Venite un rato! ¡Dale!

―... ¿Ir adónde? ―preguntó, con un aire de preocupación.

―Acá, al departamento. Miguel no me deja salir a menos que esté acompañada por la zo... Digo, por Jez o por él ―Se corrigió inmediatamente.

―Y yo tengo que hacer compras ―indicó Miguel―. Así que si no tiene ganas de verme, puede venir mientras no estoy.

―Miguel dice que no nos hagamos problemas por él, que nos deja el departamento libre mientras hace un par de compras.

―Eli, no sé si pueda ir. Si alguien se llega a enterar que voy de visita al departamento del Príncipe Vampiro, voy a quedar muy mal parada.

―Una vez más, la honorable Alicia no piensa quebrantar los códigos que tienen los Guardianes, a quienes comienzo a considerar racistas ―remarcó Miguel, arrimando su boca al celular para que Alicia pudiera escucharlo con claridad―. ¿A quién vas a poner por encima, Alicia? ¿A tu mejor amiga, o a los Guardianes y a tu novio? ―masculló con rencor.

―No empecemos otra vez, Miguel ―lo reprendió ella.

―¿Otra vez? ―inquirió Eli―. ¿Qué "otra vez"? ¿Ya se habían peleado y yo no me enteré?

Miguel se puso de pie y se retiró a su dormitorio, rodeado de indignación y desespero. Odiaba a los Guardianes, en general, por poner a Alicia en su contra, por influenciarla con tantas calumnias, por dibujar en su mente inocente la imagen de una criatura demoníaca. Alicia no podía ser una de ellos, ella era pura luz, mientras que los Guardianes eran luces pero rodeadas de oscuridad.

―Alicia, más te vale que vengas, porque tenemos muchas cosas de las que hablar ―le reprochó Eli, firmemente―. Porque te juro que tengo los pelos de punta, y que no voy a pensarlo dos veces antes de caerte en tu casa o en donde quiera que estés.

―¡Está bien! ¡Ya voy! ―Se rindió Alicia―. Dame una hora o más para prepararme y llegar.

―Bien ―sonrió Eli, satisfecha―. ¡Nos vemos! ―Volvió a exclamar con una vocecita eufórica.



―¿Cómo que vas a irte allá? ―le preguntó Damián, conteniendo la furia.

―No puedo fallarle a Eli ―insistió Alicia―. Es mi mejor amiga, y la última vez que la vi fue cuando Lautaro nos atacó. Me necesita, y yo la necesito a ella también.

―Pero ese desgraciado ―musitó, colérico.

―No voy a hacerme mala sangre con Miguel. Nomás me quiero juntar con Eli.

Damián se refregó la nuca, desconfiado. Alicia puso sus manos en la cara de Damián y lo miró a los ojos, tranquilizándolo de alguna forma.

―Un par de horas, nada más ―continuó―. Eli y yo tenemos que ponernos al día. No tengo a nadie más a quien pueda joder hablándole maravillas de vos ―Esbozó una sonrisa juguetona que encantó a Damián.

Él también le sonrió y la besó.

―Pero si el descarado te llega a decir algo ofensivo, le voy a cortar la lengua. Si te llega a tocar, le voy a cortar las manos. Si te... ―advirtió, con severidad.

―Ya entendí ―rio Alicia.

Agarró su cartera del perchero y se la colgó. Por el frío, se abrigó con una bufanda y con una boina verde, las cuales destacaban estupendamente con su color de pelo. Damián la acompañó hasta la puerta y se despidieron con un beso largo. Cuando ella dio la vuelta sobre los talones y se encaminó rumbo a la parada de colectivo que había a tres cuadras, Damián sintió la necesidad de perseguirla, de estar con ella para protegerla de un mundo que quería lastimarla. Sin embargo, se contuvo, pues había prometido mejorar, no ser ese novio celoso y posesivo que a veces pretendía mantenerla encerrada.

A los pocos minutos, Alicia tomó el colectivo y se bajó a un par de cuadras del lujoso edificio en el que vivía Miguel. La última vez que había estado ahí, habían Guardianes custodiando el perímetro, por lo cual se había visto obligada a escabullirse y a infiltrarse en el lugar por la puerta de servicio. No obstante, en esta ocasión no había tantas personas, así que se atrevió a ir a la puerta principal. Tocó el timbre, y esperó a que la voz de Miguel sonara por el parlante.

―¿Quién es? ―preguntó él.

―Alicia ―contestó ella.

Sonó un pitido que aturdió sus oídos. Entró y subió con el ascensor hasta el piso indicado, y de ahí buscó la puerta. Antes de hacer a tiempo para golpear, Eli abrió la puerta, con una sonrisa deslumbrante de oreja a oreja y saltó sobre Alicia con los brazos abiertos.

―Eli... Me estás matando ―murmuró, asfixiada.

―¡Uh! ¡Perdón! ¡Je, je! Soy más fuerte que antes, ¡je, je!

Eli le hizo un gesto para indicarle que entrara. Alicia se percató de que había un aire diferente en el departamento, el cual probablemente le correspondiera a la nueva inquilina. Se notaba que el lugar tenía un poco más de luz y desorden.

Alicia se sentó en el sofá de cuero negro y se dio cuenta de que era nuevo por la contextura más suave, lisa y fría. Eli se acomodó junto a ella, sin perder ni un atisbo de su emoción.

―¡Dios! ¡No sé por dónde empezar! ―exclamó, alterada―. ¡Pasaron tantas cosas, Alicia! No tenés ni idea de lo difícil que es adaptarse a todo este nuevo ambiente, a este cuerpo nuevo...

Mientras la escuchaba hablar, Alicia se acordó que Eli todavía seguía en esa fase en la cual se le podría llegar a zafar algún tornillo, que tenía ser cuidadosa en cuanto a lo que dijera. Era mejor iluminar el día que oscurecerlo todavía más. Tuvo que agradecerle a la sangre de Miguel que, aún estando en su organismo, había curado casi de inmediato las heridas que Lucas le había provocado en su último encuentro.

―¿Y vos qué contás, nena? ―le preguntó Eli―. ¡El otro día Miguel y yo nos llevamos un susto de muerte, che! ¿Qué pasó?

―¿Cuándo?

―Mmm... Esperá a ver si me acuerdo... ―Hizo un esfuerzo hasta llegar a una fecha aproximada, chasqueando los dedos con ansiedad―. ¡El 24 de abril! Me acuerdo que yo estaba acá jugando Angry Birds, cuando Miguel se puso duro como una piedra y dijo tu nombre con miedo. ¡Dios! Por poco pierdo la cabeza al pensar en que te había pasado algo malo... ―Comenzó a aparecer una mueca depresiva en su cara.

―¡No, no! A mí no me pasó nada ―Se apuró a responder Alicia―. Estaba en una misión y... Las cosas no salieron muy bien... ―Agachó la mirada, apenada, evocando la catástrofe causada por los vampiros y la explosión que causaron―. Pero, no importa ―añadió, tratando de sonreír por Eli―. Los Guardianes pasan por esto seguido.

―Mm. Si no fueras Guardiana, me sentiría más tranquila ―Se cruzó Eli de brazos, molesta.

―Tengo que hacer esto ―determinó Alicia.

―¿Pero por qué?

―Por venganza ―contestó Miguel, saliendo de su dormitorio, vistiendo una campera de corderoy marrón, unos vaqueros, y una bufanda.

El contacto visual entre Alicia y él fue inevitable, y lo suficientemente agudo como para atravesar las entrañas de la muchacha con una punzada. Ella le corrió la mirada, intimidada, percibiendo los ojos de Miguel sobre ella como un enorme peso, el peso de la culpa y de la bronca.

―Voy a ir a hacer un par de compras, como prometí ―dijo Miguel, con una voz inexpresiva, pero enseñando una sonrisa―. De esa forma, no van a poder quejarse de que las interrumpo.

―¿Cómo es eso de que sos Guardiana "por venganza"? ―le reprochó Eli a Alicia.

Exhaló exasperada, atreviéndose a contraatacar a Miguel con una mirada fulminante. Miguel, antes de salir del departamento, le dedicó una sonrisa todavía más estirada y forzadamente arrogante.

―¡Alicia! ―exclamó Eli, indignada―. ¡Me debés una explicación!

―Me entrené para ser Guardiana porque quiero matar a Lucas ―respondió Alicia, rotundamente, dejando a Eli atónita―. No me mirés así, Eli. No puedo dejarlo vivo después de todo lo que me hizo.

―Ya sé, pero... Me sorprende que una idea así salga de vos ―murmuró, ciertamente extrañada―. Siempre fuiste tan tranquila y pacifista...

―Sí, pero... Es preferible que Lucas muera. De esa forma, ya no va a poder hacerle más daño a nadie...

Las chicas guardaron un par de minutos de silencio, silencio del necesario, hecho para calmar los nervios y disminuir la tensión.

―Bueno... ―suspiró Eli, esforzándose para esbozar una sonrisa―. Aparte de todo lo oscuro y negro que nos viene pasando... Hay algo que tengo que decirte, algo muy importante e impactante...

―¿Qué?

―¡Miguel está BUENÍSIMO! ¡Re caliente!

Alicia se ruborizó. Tapó la boca de su amiga con las manos, profiriendo un gemido de histeria. Estaba segura de que, en donde fuera que estuviese, Miguel las escucharía y se divertiría.

―¡Nena! ―La apartó Eli―. ¡No hagas eso!

―Perdón, pero no es necesario tampoco que te pongas a gritar.

―Ay, Alicia. Miguel salió. No se va a enterar de lo que hablemos.

Estaba equivocada. Miguel estaba detrás de la puerta, oyendo atentamente la conversación con una sonrisa de oreja a oreja. La verdad era que ni siquiera había salido del edificio. Se había dirigido al estacionamiento para encontrarse con el repartidor de ampollas de sangre que venía cada semana para entregarle un par de raciones.

―Sí, pero...

―¡Dios! ¡Qué cuerpazo que tiene! ―continuó Eli, sin darle espacio a Alicia para que hablara―. Me mata lo bueno que está. O sea, no es un gigante fornido, pero cómo tiene marcado los músculos. ¡Se me caía la baba! El torso y los brazos parecían re duros a simple vista, pero seguramente son suaves al tacto. Y esos abdominales... ¡Y esa V! Tenía los pantalones medio caídos, y se le veía una buena parte de la V. ¡Estaba para comérselo crudo! Y qué buen culo, boluda. No es que se lo haya visto sin pantalones...

Alicia la observaba, perpleja. Eli siempre mencionaba la "contextura" de los chicos que le atraían, y sin embargo, nunca había enloquecido así por ninguno. Comenzó a sospechar que le estaban jugando una broma, como en las cámaras ocultas, que todo se trataba de un complot entre Miguel y Eli, o quizás él la había hipnotizado para que dijera todas esas cosas.

Miguel estaba haciendo un enorme esfuerzo para contener la risa al imaginarse cómo Alicia estaría reaccionando.

―Es una lástima que ande con Jez. ¡Pero bue! ¿Y a vos cómo te va?

―Por ahora, bien ―Decidió omitir cualquier inconveniente, incluyendo el encuentro con Lucas y la muerte de Rivera―. Entreno, cazo vampiros y demás. Estoy disimulando bastante bien los cambios que me provocó ingerir sangre de vampiro.

―¡Eso te iba a preguntar, che! ¿De qué se trata?

―Sigo siendo humana, pero por alguna razón, cuando Miguel me dio su sangre para curarme después de que Lautaro nos atacara, algo dentro de mí cambió. No sé cómo decirlo. Soy humana, pero me siento como si fuera un vampiro. Y lo peor de todo, es que si los Guardianes se llegan a enterar que un Príncipe me dio su sangre, van a acusarme de traición, o quién sabe.

―Re estrictos, ¿no? ―Hizo Eli una mueca de disgusto―. Pero aparte de todo eso... ¿La vida? ¿Normal, no? ―bromeó, esbozando una sonrisa simpática.

―Definí lo que significa "normal".

―¡Je, je! ¿Y cómo está tu relación con Damián? ―Le guiñó un ojo, con un aire pícaro.

―Estamos bien. Él todavía sufre por la muerte de Ezequiel y porque su hermana se fue también, pero conmigo... Conmigo parece ignorar el resto del mundo ―le contó, con un aire tenuemente risueño.

―A ver. Eso me gustó. Quiero más detalles, che.

―Bueno... Cuando nos besamos, todo es paz, armonía, y felicidad. Y siempre que me sonríe, quiero besarlo.

―Aaawwwwww... Qué tierno ―suspiró Eli, románticamente―. ¿No serán almas gemelas? Puede que estén hechos el uno para el otro.

―Quizás.

―Pero, che, lo que realmente quiero saber... Son los detalles calientes. ¿Me entendés, no?

―¡María Elisabet! ―le reprochó Alicia, riéndose.

Con una mueca de asco, teniendo gusto a bilis y a fuego en la garganta, Miguel puso la llave en la cerradura, y al girarla produjo el ruido metálico que hizo callar a las chicas, quienes se voltearon para verlo entrar. Él fingió una sonrisa particularmente agradable y miró a ambas muchachas.

―¿Qué? ―Enarcó las cejas―. No se detengan por mí ―dijo, dirigiéndose a la cocina, en donde apoyó las bolsas de compra.

¿Nos estaba escuchando? ―le preguntó Eli a Alicia, murmurándole.

Alicia levantó el dedo índice para indicarle que se callara, porque sí, él podía oírlas.

―Qué rápido para hacer las compras ―le comentó Eli a Miguel.

―¿Hacer las compras? Uy, perdón, me confundí. Nomás tenía que ir a recibir al chico del delivery. Aparte, esto es algo que no se consigue en el mercado ―Le mostró una ampolla de sangre.

A diferencia de otras veces, Eli encogió los hombros con indiferencia, como si ver sangre y considerarla alimento ya fuera cosa de todos los días. Por otra parte, también se debía a que estando con Alicia se sentía mucho más humana de lo que era.

―¡Bien! Reaccionaste con calma ―Levantó Miguel el pulgar, sonriendo satisfecho―. Muy buen progreso.

Eli se volvió hacia Alicia, sonrió felizmente y guiñó un ojo, lo cual le indicó a Alicia que la peor parte de la transición de Eli ya había concluido.

―¿Ya pensaste en lo que vas a hacer después de todo esto? ¿Vas a... Vas a volver a tu casa? ―le preguntó Alicia.

―Honestamente, no tengo ni idea. Si vuelvo a casa, voy a tener que hipnotizar a mis viejos para que no noten nada raro en mí, pero no quiero vivir así toda mi vida. Ellos no merecen ser engañados, no merecen que yo los haga títeres.

Como Lucas hizo con mi mamá, se acordó Alicia, tristemente.

―Mirá que ya me siento re mal haciéndoles creer a todos que estoy pasando unas semanas en lo de una tía que vive en el campo ―mencionó Eli.

―Peor va a ser cuando tengas que abandonarlos ―acotó Miguel, sacando las ampollas de sangre de las bolsas y guardándolas en el freezer.

Las dos chicas se fijaron en él, afligidas.

―Dentro de unos diez o quince años, o quizás menos, la gente se va a dar cuenta de que no envejecés y van a empezar a hacer preguntas. Los vampiros tienen que ser discretos cuando viven entre humanos ―explicó él―. ¿Por qué te parece que viajamos tanto sino?

―Nunca creí que tendría que plantear mi vida de esta forma ―lamentó Eli―. No me imagino a mí misma sin mis viejos.

―Pues yo nunca me imaginé a mí mismo con mi padre ―dijo Miguel, con cierto sarcasmo.

―¿Por qué no?

―Porque es un viejo depresivo, y porque los años se lo llevan por delante. Para él ya nada tiene importancia. Pero bue, es cosa de vampiros ancestrales.

―¿Y nunca pensaste que él podría necesitarte? ―le preguntó Alicia―. Digo, cuando la gente está deprimido, tiene que tener la compañía de un ser querido.

―Cómo si no le hubiera hecho compañía durante varios años. Hice tantas cosas por él... ―murmuró para sí mismo.

Sucedió otro silencio incorpóreo con el cual las voces se desvanecieron pero las palabras perduraron intactas. Alicia se sintió un poco inútil ante la idea de que Miguel sufría y de que ella solamente agravaba su dolor.

―Che ―llamó Eli la atención, volviendo a utilizar su sonrisa de entusiasmo como salvavidas―. ¿Por qué no salimos un ratito? Me siento re encerrada acá. ¿Podemos ir a la plaza?

―Como quieras ―le respondió Miguel, desinteresadamente, sin ni siquiera dirigirle una mirada de reojo.

―¡Muy bien! Voy a cambiarme. Ahora vuelvo ―avisó, antes de correr al dormitorio.

Alicia se petrificó asustada. Esta vez, el silencio era tan frío que la estremeció con violencia. No se esperaba que Miguel y ella se quedaran solos casi en la misma habitación, puesto que entre la cocina y la sala de estar no había ninguna puerta de por medio, tan sólo un umbral amplio.

Miguel la miró y ella agachó la mirada, casi a la defensiva. Le hizo un escrutinio de pies a cabeza, como queriendo encontrar algún secreto. Miguel escuchó cómo el corazón de Alicia se iba acelerando hasta rozar por poco la zona de riesgo. Sin embargo, no iba a hacer que esa música parara. Un corazón latiendo rápido haría correr con más ligereza la sangre en las venas, lo cual para un vampiro era como una orquesta. Probablemente fuera por esa razón que les gustara tanto asustar e intimidar a su presa, para disfrutar el compás de su palpitar.

―¿Me odiás? ―le preguntó él, con seriedad.

Alicia lo miró, enarcando las cejas con sorpresa.

―No ―negó con la cabeza.

―¿No me tenés miedo?

―No.

Súbitamente, Miguel apareció a espaldas de Alicia, aproximó sus labios a su oído y le susurró:

―Entonces, ¿por qué te pongo tan nerviosa, Alicia?

Ella pegó un salto, levantándose del sillón. La sensación que estaba experimentando en ese preciso momento era confusa. Sentía que alguna energía magnética la repelía de él, y que al mismo tiempo, los atraía, pero no tanto por el físico, sino por otra cosa, algo mucho más poderoso, algo que no podría ser visto.

―¡Listo! ―Volvió Eli, cargada de alegría―. ¿Nos vamos?

Se fijó primero en Alicia, quien asintió mirando sus pies, nerviosamente. Después, estudió a Miguel, y no le hizo falta mucho tiempo para darse cuenta que éste estaba centrado en Alicia, muy centrado, como si quisiera atravesarla con la mirada. Eli era consciente de que Miguel sabía mucho más de lo que decía, de que la había conocido a Alicia antes de conocerla a ella. Era un misterio, un secreto muy oscuro.


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