Capítulo 8 _ Sin miedo

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Capítulo 8

18 de Mayo...

"A la vera /del arroyo fui /Me estabas esperando /al otro lado /Te vi con /la mano extendida /Y queriendo cruzar /la corriente amenazó /con arrastrarme /con arrastrarnos /Peleamos /vencimos /llegamos /Juntos /Sin miedo"

―¿Cómo te parece que me tengo que vestir? ¿Casual o más de fiesta? ―le consultó Eli, por enésima vez.

Miguel acomodó las botellas de vino y las seis copas sobre la mesa.

―Estás en tu casa. Vestite libre y con comodidad.

Casi una hora y media más tarde, después de haberse probado unas miles de combinaciones, Eli finalmente salió de la habitación con el conjunto definitivo: una blusa azul con rayas negras, pantalones y botas negras.

―Eso no se ve muy cómodo ―mencionó con algo de sarcasmo.

Eli bufó, indignada, pero antes que pudiera decidirse entre retar a Miguel o volver a cambiarse hasta encontrar el atuendo que lo dejara maravillado, escucharon el timbre. Miguel respondió y les indicó a los donadores que subieran. Al rato, golpearon a la puerta.

―Su Majestad ―le sonrió picaronamente una de las donadoras.

―Vos ya sabés que no hace falta que me tuteés, Roxana ―Le dio Miguel un beso seductor en la mano―. Pasen.

Los donadores saludaron a Eli y se presentaron: Roxana, Andrea, Fabián y Noah. Los cuatro eran simpáticos y extrovertidos, por lo cual a la vampiresa no se le hizo difícil ambientarse a las risas. Miguel ya no se veía tan frío, incluso se lo podía considerar amigable, más allá de su aire sarcástico y arrogante.

―¡Un brindis por Eli! ―propuso Roxana, y todos le siguieron.

―¡A mí primero, Miguel! ―le pidió Andrea, ingenuamente, sentándose sobre el regazo de Miguel, y apartándose el pelo para dejar el cuello a la vista.

Miguel la mantuvo sujeta por la cintura, y refinadamente, la mordió. Andrea suspiró de placer, esbozando una sonrisa que expresaba únicamente fascinación.

Eli se sintió extasiada a más no poder. Ver a un humano disfrutando de una mordida tan sensible e íntima despertó a sus sentidos. Escuchaba con cuánta lentitud, calma y sensualidad Miguel iba extrayendo a sorbos continuos la sangre, suavemente, como caricias. Eli sintió la urgencia de experimentar ese lado lujurioso de su nueva naturaleza cazadora.

Miguel levantó la cabeza, y le hizo un gesto a Fabián, quien se acercó a Eli, seduciéndola. Ella apartó todo pensamiento de ética en su cabeza y se concentró en el cuello que tenía delante. Se le acercó, abriendo la boca y sacando los colmillos de a poco, con cautela. Fue rápida pero delicada al morder. Succionó su alimento con calma y fragilidad, pensando no sólo en sus ansias y en su provecho, sino también en el gozo de su donante. Se siente tan bien saber que no es una víctima, pensó, emocionada.

Tal y como lo prometió, Miguel no le quitó el ojo de encima en todo el banquete. Se regocijó viendo cómo Eli se alimentaba satisfaciendo su instinto, pero al mismo tiempo usando el sentido común y respetando al donante. La había convertido en una vampiresa divertida y sexy, no como Jezabel, pero en cierto sentido, atractiva.

Ella estaba tan feliz, que no resistió las ganas y quiso bailar. Buscó entre todos los CDs de Miguel, pero no encontró ninguno que le gustara tanto. Así pues, usó el cable USB para conectar su celular al estéreo, y reprodujo sus propias mezclas musicales. Estaba tan centrada en bailar con Fabián, Andrea y Noah, que no se dio cuenta de que Miguel se había recluido en un rincón de la cocina con Roxana, y que ésta estaba bebiendo su sangre. Sin embargo, Eli no tardó tanto en percibir el olor de la sangre de Miguel y en deducir lo que estaba pasando.

Corrió al baño a echarse agua en la cara. Aquel aroma tan dulce e irresistible, era el aroma de la sangre que la había transformado en vampiresa. Despertaba en ella un apetito voraz y unos celos que no creía posibles en ella. Algo poderoso en su ser le gritó desaforada que esa sangre le pertenecía, que Miguel era su amo, y que cualquiera que osara en robarle una gota de sangre merecía la muerte. ¡Por qué estoy pensando en eso!, sollozó horrorizada.

Che, ¿todo bien? ―le preguntó Fabián―. Creo que los humanos necesitamos el baño más que los vampiros, ¡ja, ja! ―bromeó.

A ver, salí ―Escuchó la voz de Miguel al otro lado de la puerta―. Eli, ¿puedo pasar?

Puesto que había sido incapaz de responderle, Miguel convenció a los donadores que se marcharan y les prometió compensarlos al respecto. De no haber estado tan compenetrada en no estallar, Eli hubiera escuchado los murmullos despectivos de aquellos humanos, quienes estaban poco contentos por haberse tenido que retirar sin ningún botín.

En cuanto vio que éstos desaparecían en el ascensor, Miguel entró al baño y se la encontró a Eli encogida como un feto dentro de la bañera, abrazándose las rodillas contra el pecho.

―Ya está, tranquila ―Le frotó los hombros para reconfortarla.

―¡No! ―sollozaba ella, desconsolada―. ¡No! ¡No sirvo para esto!

―Pero ¿qué pasó, Eli? Estabas lo más bien.

―Sentí el olor de tu sangre, ¡y me puse como loca!

―Ah, ya entiendo ―lamentó Miguel―. Pensaste que alguien me había lastimado.

―No, no. Yo sabía que estabas con esa chica, Roxana, pero cuando supe que le estabas dando tu sangre... No sé qué me agarró, Miguel.

Miguel esbozó una sonrisa apenada pero que fue tomando un tono más reconfortante. Se metió en la bañera, sentándose frente a Eli.

―Vos debes de quererme mucho, ¿no? ―le dijo.

―Y sí, sos mi amigo.

―Y soy tu procreador. Tenemos un vínculo muy fuerte, y por eso tu lado más salvaje reacciona así.

―No entiendo nada, pibe. Hablá bien.

―Sos neófita, Eli. Tu comportamiento es el de un bebé: no querés compartir con nadie lo que vos pensás que es tuyo, lo cual es mi sangre, en este caso.

―Pará un poquito ―Se refregó las sienes―. O sea, como vos me convertiste en vampiro, con tu sangre, yo, o mi yo vampiro, ¿se piensa que vos sos mío y de nadie más?

―Exacto. Y como para los vampiros, la sangre es lo más importante, te jode soberanamente que alguien que no seas vos tome de mi sangre.

―¡Ah! ―Hizo una mueca de asco―. ¿Eso lo voy a hacer siempre?

―Por suerte, no. Pero vamos a tener que trabajarlo. No es muy común tampoco que pasen estas cosas.

―¡Ay! ¡No me digas eso! ―chilló―. Yo sabía que había algo malo en mí.

―No, Eli, no es eso. Dale, no te pongas mal.

En otra situación, Miguel la hubiera abrazado para consolarla, pero sabiendo qué era lo que Eli estaba padeciendo, tuvo que retenerse. Había compartido demasiado con esa muchacha, le había abierto las puertas de su casa y de su corazón con las más puras intenciones, había sido tan bueno con ella que se olvidó de sus verdaderos sentimientos. Estaba enamorada de él, no le cabía la menor duda, y al haberla convertido con su sangre, había mutado ese enamoramiento, probablemente el primero que estuviera experimentando, en una insana obsesión. No era el único caso que había provocado, pensaba y se acordaba de Magdalena, de su apasionada relación y de su trágico desenlace. No fue hasta después que Miguel se juró jamás volver a transformar en vampiros a humanos con los cuales hubiera mantenido una relación afectiva.

―¿Por qué no vamos a la plaza un rato? La podemos invitar a Alicia ―le propuso.

―¿Vos decís? Mirá si vuelvo a perder el control ―Se secaba Eli las lágrimas con las manos.

―No, necesitás distenderte, y no hay nada mejor para eso que una juntada.

Necesitás desapegarte de mí, Eli, se decía Miguel para sus adentros, Y no hay nada mejor para eso que tu mejor amiga, la única que te puede volver humana.



Ni bien le vio la cara a Eli, Alicia supo que algo malo había sucedido. Entre lágrimas, ésta le relató los eventos de aquel día, y Alicia no pudo evitar mirar de mala manera a Miguel, quien con toda la paciencia del mundo le explicó lo arraigado que puede ser el vínculo entre un vampiro y su progenitor. En un instante, Alicia captó cierto pedido de auxilio por parte del Príncipe, algo de lo cual no podía hablar delante de Eli. Así pues, las muchachas pasaron unas dos horas hablando en profundidad de sus pesares hasta que pudieron tornar las caras largas en sonrisas. Hubieran querido permanecer juntas un rato más, pero Alicia temía llegar tarde a su próxima misión, por lo cual tuvieron que despedirse y tomar caminos apartes.

Ya estaba en la parada del colectivo cuando Damián la llamó por teléfono.

―¿Por dónde andás? ―preguntó él.

―En la parada, así que en un rato llego ―le respondió ella, sonriéndose―. ¿Vos qué andás haciendo?

―¿Qué es lo que hago siempre que no estás?

―Jugar a la Play.

―Eso te da una idea de lo aburrido que estoy, ¿no?

―Aguantá que en un ratito llego.

―Bue. Te espero.

Guardó el celular en su cartera, y accidentalmente rozó el collar de plata, el cual al no poder tener atado al cuello lo llevaba dentro de la cartera. Apartó la mano enseguida y se llevó los dedos a la boca para enfriar la piel roja. No sabía qué la molestaba más: la sensibilidad a la plata, o ese zumbido que se escuchaba cada vez más y más fuerte, viniendo hacia ella. Ahora que lo captaba mejor, descubrió que no era un zumbido, sino que eran las ruedas de un skate.

Un chico pasó a su lado, tirando de su cartera y empujándola para que cayera sobre la calle. Alicia se sintió aturdida, pero pudo ponerse de pie y perseguir al ladrón que iba acelerado sobre su skate. De repente, cruzando una calle, un coche aceleró en dirección a Alicia, quien se petrificó del miedo. Siempre le había tenido pánico a los vehículos que se acercaban a toda velocidad, incluso estando a media cuadra de su posición. Miró al auto y descubrió que éste no sólo quería pasar de largo, sino que quería pasar por encima de ella, y que estaba a punto de hacerlo.

Súbitamente, cuando el coche ya estaba a dos pasos de ellas, alguien la agarró y con un salto improvisado salieron de la pista del auto, el cual se fue picando sin ni siquiera mirar atrás.

―Alicia... ¡Alicia! ―Trató Miguel de encontrarle la mirada―. ¿Estás bien?

Moviendo los labios, pero incapaz de decir algo, Alicia asintió con la cabeza. Su cuerpo entero temblaba de terror con el simple pensamiento de haber estado a pasos de encontrarse con la muerte.

Al instante, escucharon el ruido agudo de las yantas derrapando, del metal crujiendo y los vidrios siendo destrozados, y de un objeto enorme impactando contra una pared. Miguel y Alicia se pusieron de pie y descubrieron que el coche de recién se había accidentado de gravedad.

―Esa persona en el coche... ―balbuceó Alicia.

―No sé quién cuerno sería, pero no importa ―dijo Miguel, como queriendo entretenerla.

―¿Lo mandaron a matarme?

―Alicia...

―¿Y Eli? ¿La dejaste sola? ¡Con todo lo que está pasando!

―La metí en un taxi y la mande al departamento. La estoy siguiendo con el zorzal.

―Bueno, entonces, decime qué tiene Eli. Te entendí lo del vínculo y todo eso, pero ¿hay más aparte, no?

―Sí... ―Se rascó la nuca, avergonzado, lo cual le causó a Alicia una muy mala espina―. Eli está enamorada de mí.

―... ¿Eso te dijo?

―No, no hizo falta. Me refiero a que... Mierda, ¿por qué me cuesta tanto hablar de esto?

―¿Capaz porque vos no estás enamorado de ella?

―Ahh ―farfulló―. Cuando un vampiro transforma a un humano, y ese humano tiene sentimientos muy fuertes por ese vampiro, al convertirse desarrolla esos sentimientos en una obsesión. Eso es lo que le pasa a Eli.

―O sea, que por estar enamorada de vos, está enferma... ―Hizo una mueca de disgusto.

―Sí, y la única manera de curarla, es desencantándola.

―¿Cómo? ¿Haciendo que te odie?

―Tengo que romperle el corazón. De lo contrario, va a estar cada vez más rabiosa hasta perder la cabeza.

―No quiero verla a Eli mal, pero si es tan grave como lo estás planteando...

―Lo es.

Miguel se desvaneció fugazmente, mas regresó al cabo de unos segundos, con el bolso de Alicia en la mano.

―El chico del skate...

―Está ileso ―Le entregó la cartera―. ¿Jode mucho si te pido paciencia con esto? No creo que a Eli le cueste recuperarse, pero va a necesitarte más que a nadie.

―Eli es mi mejor amiga, y siempre estuvo ahí para mí. Así que yo voy a hacer por ella hasta lo imposible.

Miguel le sonrió, contemplándola con cierta dulzura y cierto orgullo. Alicia, sintiéndose algo incómoda, dijo lo primero que se le vino a la cabeza:

―Es la segunda vez que me salvás de morir atropellada, ¿no? ―comentó.

―La tercera ―La corrigió él.

―¿Tercera? No, me salvaste el día del funeral de Ezequiel y hoy ―contestó Alicia, aunque dudaba.

―¡Je! Me pareció que habían sido tres veces ―sonrió Miguel, con encanto y un aire de ingenuidad, como si escondiese algo―. ¿Te acompaño hasta la parada?

La presencia de Miguel tenía algo que no sólo la intimidaba, sino que también la dominaba, y no era solamente su encanto. Había más en Miguel, algo que Alicia no podía explicar. Sería algún tipo de conexión que necesitaba cortar antes que fuera demasiado tarde.



Abrió la puerta y la música lo golpeó con furia, como si acabara de ser arrollado por un colectivo, y luego por un camión que transporta toneladas de piedra.

Eli estaba bailando desaforadamente delante del estéreo, que reproducía un CD de Soda Stereo, a todo volumen. Todavía tenía la botella de vodka en la mano, la cual conservaba no más de un cuarto de su totalidad. Miguel captó de inmediato la idea: Eli se había emborrachado para no tener ningún frenesí de vampiro. Y eso que le dije que no exagerara, pensó, Alicia me va a matar cuando sepa que dejé que su mejor amiga se pusiera en pedo.

Entre giros divertidos, Eli vislumbró a Miguel y se rio, ingenuamente, víctima del furor y el alcohol.

―Hola, Miguelito. ¿Cómo estás? ―le preguntó.

―Más sobrio que vos, seguro ―Agarró el control del estéreo y bajó el volumen de la música.

―¡Che! ¡Estoy bailando! ―se quejó Eli, casi a punto de tropezar.

―Me encanta verte bailar, pero estás tan en pedo que...

Repentinamente, Eli se abrazó a Miguel con una sonrisa boba. Se echó entre sus brazos, confiada en que él la sostendría. Y él lo hizo. No mostró ninguna intención que querer rechazarla muy a pesar de haberse propuesto eso mismo.

―Miguel... Bailá conmigo ―le pidió―. Quiero joda.

Y yo quiero que no me odies, pero..., pensaba en qué decirle y en qué hacer. Sabía exactamente cuál era su misión, sabía que apartada de él, Eli recuperaría la cordura. De dejarla estar, de alentar a su obsesión, acabaría convirtiéndose en un demonio, en el tipo de criatura que no tiene control sobre sí y que destroza todo lo que toca. Miguel no estaba dispuesto a permitir que Eli, un verdadero ángel, cayera a esos abismos.

Pero también tenía miedo de perderla, de volver a quedarse solo.



"Todo beso /toda caricia /todo suspiro /toda mirada /completa mi ser /Cada rincón /en nuestro infinito /está al tope /del amor /que me das", escribió Alicia, debajo de las muchas otras frases románticas que se había puesto a escribir recientemente.

En sus oídos sonaba la canción de "Somebody to Love" de Queen, la cual junto a su corazón, la inspiraba a escribir frases y poemas románticos. Enfocarse en estos, en el amor, le ayudaba a disipar su odio, al menos en parte. Si la intención de Lucas era ahogarla en la culpa, el dolor y la oscuridad, ella lo pelearía, demostrándole que era capaz de seguir viviendo del amor, de la amistad y de la luz.

¡Chicos! ¡A comer! ―los llamó Gabriela desde la cocina.

Alicia dejó el MP3 y el cuaderno sobre su cama, se levantó y se dirigió al cuarto de Damián, a quien había encontrado entre los brazos de Morfeo al llegar a la casa de los Benedetti. Tal parecía que hablaba muy enserio con respecto a lo aburrido que estaba.

―Damián ―le susurró, tocándole el hombro.

―¿M? ―Comenzó a abrir los ojos.

―Ya está la comida.

―Alicia... ―suspiró, dormitando―. Lo único que me quiero comer ahora es tu boca.

Ella se rio y lo besó con rapidez, tentándolo seguirla. Damián se movió vivazmente y la atrapó, advirtiéndole a través de la mirada que no la iba a soltar hasta que degustara cada centímetro de su boca.

Apartó las cajas de los videojuegos que tenía sobre la cómoda y la sentó a Alicia encima, para que sus cabezas estuvieran a la misma altura. Estaban tan arrastrados por el torrente de esta pasión, capaz de quemarlos, que ignoraron por completo los llamados de atención de Gabriela, quien se detuvo una vez que Leonel, con su típica sonrisa cómplice, le guiñaba el ojo y la convencía de que los chicos probablemente estaban "muy ocupados".



Daddy Yankee cantaba a través del estéreo. El reggaetton colmaba de endorfinas a Miguel y a Eli, quienes bailaban con euforia y candencia el tema de "Gasolina". Ella jamás había bailado de una manera tan sensual con un chico, estaba perdiendo todo su recato y su pudor con Miguel. Pero pronto iba a sentir la necesidad de hacer todavía más.

Así pues, lo besó y lo abrazó por el cuello, tal y como había querido hacerlo en su casa, la primera vez que se besaron. Él la afirmó contra su cuerpo y se deleitó con cada movimiento. Le succionó los labios, y acariciaron sus lenguas hasta fundir sus bocas. La llama fue avivándose con intensidad a medida que los segundos transcurrían.

Eli quiso llegar al clímax de tanta fogosidad y acorraló a Miguel contra el marco de la puerta que conecta el living con el comedor. Le arrancó la camisa y presionó las palmas de las manos contra su pecho, mientras le mordía el labio. Miguel se preguntó cuántas camisas habían sido rotas por el desenfreno sexual que provocaba en sus amantes.

―¡Estás re bueno! ―exclamó Eli, alegremente.

―Ojalá me pagaran por todas las veces que me dicen eso por día ―sonrió soberbiamente.

―No necesitás más guita de la que tenés, nene ―Lo volvió a besar.

Miguel la levantó por las caderas, cerrando sus piernas alrededor de su cintura. En un pestañeo, aparecieron en el dormitorio. Tumbó a Eli en la cama, para después quitarle la camiseta, la cual voló hasta caer a metros de ellos. Se arremolinaron entre las colchas y vivieron aquel frenesí como uno de los últimos, uno de los mejores.



31 de Octubre de 1999...

"Nuestras alas..."

La niña siempre iba agarrada con fuerza de la mano de su madre, principalmente cuando tenían que cruzar la calle, algo que para ella siempre había tenido la marca del peligro. Temblaba asustada cuando escuchaba el rugido voraz de un motor o los disparos de un escape. Por supuesto, siempre que estuviera con su madre nada malo habría de pasarle.

¿Cómo estuvo la fiestita, amor? le preguntó. ¿Te divertiste?

Sí, mami respondió la niña, con una sonrisa que alzaba sus mejillas rosaditas. A mis compañeras les gustó mucho mi disfraz de hada madrina Agitó su varita con luces. Pero el disfraz favorito de todas fue el de Jimena, que se había vestido de bruja. Tenía un sombrero y una escoba, y telarañas en la ropa Describió con admiración.

¡Una bruja no es tan bonita como un hada, che!

Consultó a su reloj, en el cual marcaban las ocho y treinta.

¿Por dónde anda, Marisa? preguntó, impaciente.

¡Ahí viene! señaló la niña, quien se puso a saludar alegremente al Renault 9 gris que se dirigía hacia madre e hija.

Marisa sonrió de oreja a oreja y les indicó que subieran. La madre quiso abrir la puerta trasera para la niña, pero la traba funcionaba mal, por lo cual tendría que intentarlo con la otra que había quedado del lado de la calle.

¡Pero, nena! ¡A tu coche siempre le falla algo!se quejó la mujer, en broma.

Al menos yo sí tengo un coche se rio Marisa.

La niña bajó del cordón para la calle, queriendo ir hasta la puerta del otro lado, y fue cuando estaba a mitad de camino que escuchó los bocinazos que la dejaron paralizada del miedo. El auto venía quemando aceite, y no daba indicios de que fuera a parar, ni siquiera aunque estuviera a punto de colapsar con otro coche.

¡Alicia! le gritó su madre, desesperada.

La niña frunció los ojos, gritando aterrada, cuando sintió que algo la agarró y la levantó por los aires.

El vehículo frenó en seco, chocando con la culata del Renault y corriéndolo un par de pasos. Si la niña hubiese estado ahí hubiera muerto.

Marisa, que no había sufrido más que un rebote y un susto enorme, bajó del auto, puteó al conductor que la había chocado, y corrió junto a su amiga, que sollozaba aliviada al ver que su hija estaba a salvo gracias al muchacho que había saltado para rescatarla. Alicia no quiso abrir los ojos ni siquiera aunque su madre la estuviera llamando. Tenía ganas de llorar, pero estaba tan congelada que no era capaz de mucho.

Alicia... la llamó una voz que no reconocía, pero que la reconfortaba con amor y seguridad. Alicia...

Lo miró, y al instante imaginó que era un ángel, porque era hermoso, de ojos claros y pelo rizado de un color rojo.

¿Estás bien, mi amor? sollozó su madre, pero sonriéndole.

La niña asintió.

Gracias. Muchísimas gracias le dijo la mujer al muchacho, conmovida.

Éste no le hizo mucho caso. Estaba enfocado en nadie más que en la niña, observándola con cierta preocupación.

El conductor irresponsable bajó de su auto, cayó de rodillas sobre el pavimento y vomitó, tanto por el alcohol que ingirió como por el golpe que provocó.

¡Si serás pelotudo! ¡Por poco matás a una nena, hijo de puta! puteó Marisa, roja de cólera.

La madre abrazó a su hija con toda su fuerza maternal, decidida a protegerla a cualquier costo. En cuanto Alicia pudo sacar la cabeza y ver más allá del pelo de su madre, descubrió que su salvador había desaparecido, como si se lo hubieran tragado la tierra y el aire.

Mami... El chico se fue...murmuró, apenada. No le di las gracias.

Tranquila le sonrió su madre, con dulzura. Seguro que se las vas a dar en otro momento.

El chico sabía mi nombre.

Sí... De seguro porque me escuchó a mí decirlodudó.

¿No lo habíamos visto antes?

No sé, amor. ¿Por qué decís?

Porque me pareció que ya lo había visto en otra parte...


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