Capítulo 9 _ La peor elección

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Capítulo 9

21 de Mayo...

"Cuando no queda /ninguna escapatoria /ningún remedio /la peor elección /que podés hacer /es rendirte y /abandonar su corazón"

Eli se despertó con una sonrisa de pura felicidad. No le había hecho falta más que un fin de semana para descubrir un mundo de placer y sexo, para descubrir su propia sensualidad, para probar hasta dónde podía llegar su pasión furiosa cada vez que tomaba la iniciativa.

―Buenos días ―le sonrió ella, golpeteando sus dedos sobre el pecho de Miguel.

―Hacía mucho que no me cansaba tanto ―comentó, perezosamente.

―Apa. ¿Eso significa que lo de anoche fue...?

―Intenso.

―¿Lo volvemos a hacer? ―Arqueó las cejas y levantó una sonrisa ladeada.

Miguel le pellizcó la nariz y se levantó de la cama.

―¿Adónde vas? ―le preguntó Eli, frunciendo el ceño con desdén―. Ya te aburriste de mí, ¿no? – ―Metió la cabeza entre las almohadas.

―No seas tan dramática ―le respondió, mientras que se vestía con una camisa y unos vaqueros―. Voy a ir a comprar más vodka, y también bourbon. ¿Cómo hiciste para bajarte toda mi reserva?

―Con tu ayuda, obviamente.

Eli salió de la cama y se vistió. No la convencía la excusa de Miguel. Estaba segura que ya se habría hartado de ella, o que la estaba usando para desquitarse por la ausencia de Jezabel. Eso la enojaba, pero no podía reprocharle nada a Miguel pues su ilusión era demasiado fuerte.

―Che, Miguel... ¿Qué somos ahora? ¿Amigos con derecho, chongos? ―lo interrogó―. Novios no, obviamente, ¡ja, ja! ¿O vos pensaste que podíamos...? ¡Bah, no sé! La verdad que todavía no me creo lo que hicimos.

―Sinceramente, Eli, yo te quiero como amiga. Te admiro, te respeto, y la paso genial con vos ―confesó Miguel.

―Pero los amigos no garchan, Miguel. Nosotros sí.

Al volverse hacia ella, Miguel confirmó sus temores. Eli había comenzado a revelar su cólera.

―No te gustó, ¿no? ―le reprochó.

―No, no es que no me gustó, Eli.

―¿Y entonces?

―Me dejé llevar. No debería haberlo hecho, pero lo hice. Por favor, Eli, perdoname ―Tomó Miguel una postura seria.

―Pero ¿me querés, no? ―Los ojos comenzaban a llenársele de lágrimas.

―Mj, a vos qué te parece ―Esbozó una sonrisa canchera, contenta y con un haz de picardía.

A Eli se le escapó una carcajada de emoción. Se abalanzó sobre Miguel y lo abrazó, demasiado conmovida para expresarse con palabras. El Príncipe le devolvió el abrazo, aliviado, y la convenció de que lo soltara para poder ir a hacer las compras. Con algo de torpeza, Eli devolvió los pies a la tierra y se ofreció a acompañarlo. Buscó sus zapatillas abajo de la cama, descubriendo en su lugar un objeto de metal que, más que alarmarla, la incomodó.

―¿Qué es esto? ―Alzó un juego de esposas.

―Juguetes ―sonrió Miguel, con cierta perversidad.

―Ohh ―Hizo Eli una mueca de asco―. ¿Jezabel y vos son...? ¿Me entendés, no?

―¿Sadomasoquistas?

―Ajá...

―¡Je, je! No. Nomás probamos cosas nuevas o diferentes, de vez en cuando. A vos también te va a pasar, te vas a dar cuenta de que querés experimentar con todo.

―Sí, y podríamos decir que ya empecé, ¡ja, ja! Quiero decir, con vos... Fue mi primera vez.

―Me imaginaba.

―¡Por qué! ¿Te pareció que fui muy tonta? ¿Se notaba que nunca antes había garchado? ―Volvió a tener los pelos de punta.

―¡No, no! Me refiero a que sos muy joven, por eso.

―¿Y por eso no te gustó?

Nuevamente, los ojos de Eli expresaban miedo, nervios, la locura que Miguel creía ser capaz de curar sin necesidad de partirle el corazón.

―Eli... ―Le dirigió una mirada de desaprobación―. Ya hablamos del tema.

―¡Ah! ¡Sí, perdón! ―chilló―. ¿De qué estábamos hablando?

―De probar cosas nuevas.

―¡Cierto! ¿Y qué pasa si te quedás sin cosas para probar?

―Siempre se inventa algo nuevo, siempre hay opciones. Claro que también están los que, lamentablemente, viven demasiado como para tener paciencia y esperar por nuevas experiencias. Son ésos que se creen que ya lo vieron todo.

―¿Por ejemplo? ―preguntó Eli, con curiosidad.

La expresión de Miguel fue tornándose fría, casi de piedra.

―Mi viejo ―respondió―. Él ya ni siquiera sale de su mansión.

―¿Por qué?

―Porque se cree que ya no tiene razones por las cuales tener una vida.

―Debe ser una persona muy depresiva ―comentó Eli, apenada.

―Pasó por mucho, pero no es motivo para ser un ermitaño de mierda.

Eli se mostró sorprendida y estupefacta ante el rencor que Miguel demostraba al hablar de su padre. Ella jamás hubiera hablado tan mal del suyo. Lo único que podría haberlos llevado a distanciarse y a odiarse de esa manera hubiese sido una discusión de las que no tienen arreglo.

―Vos deberías ayudarlo, no criticarlo ni despreciarlo ―le reprochó.

―Odio cuando me dicen eso ―contestó Miguel, casi gruñendo.

―¿Porque hace que te odiés a vos mismo?

―¡Porque no puedo hacer nada! ¡Por más que trate de ayudarlo, él no cambia! ¡Y ya me tiene cansado, así que, que se joda! ―exclamó, hartado.

―¿Te das por vencido, o no tenés más opciones?

La respuesta de Miguel era más clara en sus ojos que en sus labios.



Alicia usó las últimas páginas de su cuaderno para escribir la historia de Miguel, la cual iba aprendiendo de poco a través de sus sueños. Necesitaba recordar absolutamente cada detalle para armar el rompecabezas, para develar los secretos. Ahora sabía a ciencia cierta que Miguel había estado cerca de ella desde hacía mucho tiempo, que había sido su ángel de la guarda escondido en las sombras.

―A vos te está pasando algo, ¿no? ―la interrumpió Damián.

Alicia cerró el cuaderno y, distraídamente, le sonrió. Damián sospechaba mucho, la indagaba en todo momento, queriendo que ella no le escondiera nada. Alicia tenía miedo de confesarle esta reciente verdad, que Miguel había estado en su pasado, porque era consciente de que Damián lo odiaba, y de que una calamidad semejante lo haría explotar.

―Estoy bien ―le respondió ella, disimulando sus nervios.

―Durante el almuerzo estuviste callada y distante, muy pensativa ―Se sentó junto a ella en la cama―. Me estás preocupando, Alicia.

―No pasa nada, es que... Tengo muchas cosas en las que pensar últimamente.

―¿Por ejemplo?

Alicia agachó la cabeza y se humedeció los labios, buscando una excusa. El silencio suspensivo tendió tensión entre ellos.

―Ah... Ya no sé qué decirte con respecto a que me escondas cosas, Alicia ―suspiró Damián, decepcionado―. Yo no te escondo nada.

Alicia lo miró dolorida en el alma.

―No hagás esto... Por favor ―le suplicó―. No me pidas que te cuente cosas que de enserio necesito guardarme para mí misma.

―No quiero que cargués sola con todo lo malo...

―No se trata de eso, Damián.

Él no pareció entenderla, pues tenía un semblante cada vez más tieso y pétreo.

―Bueno, si necesitás tiempo para vos, voy a salir un rato, ¿te parece bien? ―le avisó, inexpresivamente, pero con reflejos de rencor en su mirada.

―¿Adónde vas? ―le preguntó Alicia, preocupada.

―Rodri me invitó a tomar un trago. Creo que quiere emborracharme y convencerme de ir con él a la facultad.

―Entonces, nos vemos después ―Lo despidió.

Damián asintió y se marchó, dejando a Alicia desolada. Se tapó la cara con las manos, negándose a creer que habían discutido, rechazando las lágrimas y el dolor, pero éste estaba enterrado en su corazón a tal nivel que ya no se podía sacar.

Repentinamente, su celular sonó. Era Eli.

―¡Hola! ―la saludó, entusiasmada―. ¿Cómo andás, che?

―... Honestamente, estoy para el culo.

―¡AHHH! ¡Alicia dijo la palabra C-U-L-O! ¡Ésta es una emergencia! ¡Nena, tranquila! ¡Qué no cunda el pánico! ¿Voy por vos o nos reunimos en algún lado? ¡Ya sé! Vamos al centro a dar un paseo, ¿te parece bien?

―... Sí...

―¡No! ¡Ni se te ocurra ponerte a llorar! ¡Ya salgo! ¡Andá saliendo vos también! ¡Nos vemos en veinte minutos! ―exclamó, desesperada.

Alicia colgó y aplastó la cara contra la almohada. Pasaron más de cinco minutos hasta que se levantó, actuando como un autómata.

Llegó al punto de encuentro y, en breve, vio a Eli corriendo hacia ella con los brazos abiertos. La abrazó y la interrogó con infinidad de preguntas cortas y rápidas que la hacían preguntarse a Alicia cómo hacía Eli para que no se le trabara la lengua de tanta verborragia.

Le contó sobre los sueños que había tenido con Miguel, y sobre cómo había herido a Damián escondiéndoselo. Después se dio la libertad para dejar correr un par de lágrimas en el hombro de su amiga.

―Lo arruiné todo ―sollozó.

―No, claro que no. Solamente tuvieron un desliz. Se van a arreglar en un periquete ―Chasqueó los dedos, sonriéndole para animarla.

―Pero no puedo contarle sobre Miguel. Damián lo odia a muerte.

―Hablando de Miguel... ¿Le preguntaste por qué te viene siguiendo desde que eras chiquita?

―No, porque sé que o me va a evadir o me va a mentir. Nunca dice la verdad con respecto a mí.

―Ah, no. Yo sabés cómo lo agarro ahora. Va a terminar cantando como un pajarito.

―¡Ja, ja, ja! Me parece...

―Aparte, ¿por qué a vos? ¿Cuáles son sus intenciones? ¿Y si te quiere más a vos que a mí?

Alicia se asustó no sólo por lo que Eli decía, sino por la manera hueca en que miraba a la nada. Enseguida asoció su comportamiento con el trastorno que había mencionado Miguel, el mismo del cual se suponía que se iba a encargar. Temió entonces que ni Miguel fuera capaz de encontrar una solución al problema, y que la Eli que solía ser su mejor amiga se estuviese perdiendo.

En un instante, Eli pestañeó hasta recuperar su postura de siempre.

―¿Qué fue lo que dije? ―Miró a Alicia, horrorizada―. ¡Ah! ¡Otra vez esta mierda!

―¿Otra vez?

―Sí, no sé. Me pongo en blanco demasiado seguido. ¡Pero dejá! Ya veré qué hacemos al respecto. Te iba a decir que, en cuanto a Damián, quedate tranquila, que si de enserio te ama, no te va a dejar ir por ningún secreto.

―Eso espero...

Ya no creía que su situación con Damián fuera grave, no comparada con el vínculo de Miguel y Eli tornándose enfermizo.

―No se te ocurra pensar en algo negativo ―la retó su amiga, señalándola con el dedo acusador―. Vamos a comprarnos algo lindo, ¿dale?

Recorrieron la zona más transitada por el centro y se detuvieron delante de cada vidriera. Eli hacía un comentario por cada prenda que veía, y Alicia apenas era capaz de hablar. Sólo podía ver a su amiga con un mal presentimiento, y cuidar que no perdiera lo poco de cordura que le quedaba.

En un instante, antes que pudiera darse cuenta, Eli la agarró del brazo y entraron en una tienda de lencería. Alicia la siguió, enarcando las cejas con estupor.

―Quiero probarme éste, éste y éste, por favor ―le pidió Eli a la encargada.

―Eli... ¿Por qué te estás comprando conjuntos tan sexys? ―le consultó Alicia, incrédulamente.

―Porque quiero probarme cosas nuevas ―sonrió la muchacha―. ¿Por qué no te probás vos también? Seguro que a Damián le va a gustar verte con algo como esto ―Le pasó un conjunto, guiñándole el ojo―. Además, así resolverían cualquier dilema que tuvieran, ¿no? ¡Dale! Vos andá a ese probador y yo me quedo en éste.

Alicia no entró al probador porque fuera a probarse la lencería, sino porque necesitaba enviarle con urgencia un mensaje a Miguel para advertirle que Eli estaba cada vez peor y que no podía seguir viéndola comportándose así. Le afligía demasiado, y le asustaba la idea de perderla a Eli también.

Miguel respondió al instante que iría a buscarlas, indicándole que se quedaran en la tienda.

―¿Y? ¿Cómo te fue? ―canturreó Eli por detrás de la cortina.

―Ah... No me gustó mucho cómo me quedó éste, pero voy a fijarme otros ―Salió Alicia del probador―. ¿Vos? ¿Te quedaron?

―Perfectos todos. Te ayudo a elegir alguno, ¿dale?

Alicia volvió a meterse al probador con otros cinco conjuntos, y decidió esta vez probárselos de enserio para no hacerla a Eli sospechar. Por desgracia, en cuanto acabó de desvestirse, escuchó a Eli murmurándole algo a la empleada y a ésta misma dirigiéndose al depósito en el ático. Alicia tuvo apenas velocidad suficiente para ponerse la camiseta. Al voltearse, la descubrió a Eli delante de ella, con una expresión carente de emociones y con los ojos rojos aunque apagados.

―¿Por qué lo mensajeaste a Miguel? ―la interrogó.

Su voz había tomado un tono siniestro.

―¿Qué le dijiste? ¿Le mandaste fotos tuyas?

―¡Qué! ¡No! Eli, por favor, no podés pensar eso de mí.

―Yo sé que ustedes dos se ven a escondidas, Alicia.

―¡No!

―¡No me mientas!

La mano de Eli agarró el cuello de Alicia, llevándola contra el espejo, que no acabó astillado de milagro.

―¡Por qué vos, Alicia! ¡Vos sos mi amiga! ¡Por qué me lo querés quitar! ―gritaba Eli, desaforadamente.

―Eli... Por favor...

Alicia no podía luchar contra la fuerza de una vampiresa neófita ni responderle con palabras, ya que aire era lo que menos tenía en aquel momento. Sentía sus articulaciones tensas y su tráquea cerrada bajo el apriete de Eli. La tenía inmovilizada y vulnerable. Pensó que podría pegarle con la cartera, pero reconoció que ni bien estirara el brazo para agarrarla del perchero, Eli podría terminar rompiéndoselo, o peor, podría doblarle el cuello.

―Yo te dije que estaba enamorada de Miguel, y vos fuiste directo a él, ¿no? ¡Por qué, Alicia! ¡Él es mío! ¡Es...!

Eli no pudo terminar la oración con el pescuezo torcido. Miguel hizo a tiempo de sostenerla antes que colapsara sobre el piso. Alicia tomó aire con demasiada desesperación hasta volver a ahogarse del pánico. Vio a su amiga media muerta, y después lo fulminó a Miguel con la mirada. Tenía demasiadas cosas para decirle, demasiados reclamos que hacerle. No obstante, él fue más rápido para hablar:

―Hay mucha gente afuera como para sacarla de acá inconsciente. Hay que cerrar el local.

Salió del probador con Eli entre sus brazos y la recostó en el suelo. Fugazmente, se encargó de correr las cortinas y cerrar con llave las puertas. Alicia le señaló que la encargada estaba todavía en el depósito, y Miguel procuró que estuviera en condiciones, que Eli no le hubiera atrofiado el cerebro con su hipnosis.

―¿A vos te parece que ella puede estar así? ―Por fin Alicia lo encaró―. ¿Qué le hiciste, Miguel? ¡Dijiste que iba a estar bien!

Comenzó a pegarle en el pecho, obligándolo a caminar hacia atrás hasta encontrarse entre la espada y la pared. De todos modos, Miguel no se resistió a los golpes ni a los gritos, porque así como sabía que se merecía el odio de Alicia, también sabía que esta era su manera de descargarse. Finalmente, Alicia acabó estallando en llanto y recibiendo un abrazo de una persona de la cual creyó que no querría recibirlo.



Damián hizo una mueca de fastidio cuando dio el último sorbo a su cerveza. Sacó la billetera para ver si tenía suficiente plata como para comprarse otra, cuando Rodrigo intervino:

―¡Pará un poco, che! ¡Je, je, je! Si llegás en pedo a tu casa, ¿a quién te parece que le van a echar la culpa?

―A mí ―respondió Damián, desairadamente.

―La última vez que te bajaste tres botellas y media terminaron lavándote el estómago, y después terminé recibiendo sermones de parte de tus viejos y de los míos.

―Ésa vez había sido una ocasión especial ―Se encogió de hombros―. Me debatía entre cortar con Martina o dejar que me metiera los cuernos a su antojo.

Rodrigo enarcó las cejas, con extrañeza y preocupación.

―No me digas que estás pensando en dejarla a Alicia.

―¡No! ―exclamó Damián, espabilándose―. No... Es que... Creo que me está escondiendo algo, y siempre que me esconde algo, es porque ese "algo" es muy importante y muy malo.

―Todos tenemos secretos, Damián ―le dijo Rodrigo, queriendo hacerlo reflexionar―. Y ningún secreto es bueno, pero... Si tiene que esconderse es porque se tiene que esconder. Alicia está re loca por vos, y puedo ver que hace todo lo posible para cuidarte. Si te está escondiendo algo es porque tiene una razón coherente.

―El problema es que se lastima a sí misma, y no aguanto que se haga eso.

―¿Qué te parece que le duela más? ¿Que te tenga que guardar un secreto para protegerte, o el que se lo reprochés? Lo mejor que podés hacer es acompañarla y dejar de romperle soberanamente las pelotas. No sé si te diste cuenta, pero a veces sos muy pesado, pero mal.

―Sí, ya sé ―Se echaron a reír.

Se lo replanteó. Quizás fuera mejor darle un espacio a Alicia, aunque ni mucho ni poco. Se necesitaban mutuamente, y si se separaban por culpa de secretos y sospechas, se olvidaban del amor que los unía. Damián amaba a Alicia, no tenía dudas, la amaba con defectos y secretos, y se ponía feliz cada vez que ella demostraba cuánto lo amaba también. Puede que el amor la lleve a tener secretos, y aunque eso no me parece bien, no puedo contradecirla. Todo lo que Alicia hace lo hace por amor, se dijo a sí mismo.

―¡Ja, ja! Che, nunca te había visto tan enamorado ―le señaló Rodrigo, con un aire chistoso y pícaro―. Hasta te puedo jurar que te veo volando por una nube de pedo.

―Una nube... ―repitió Damián, pensando qué tan doloroso sería caer de vuelta a tierra si dejara de volar―. Puede que tengas razón en eso.

―¡Mj! Y te iba preguntar... ¿Qué vas a estudiar?

―Supongo que abogacía como mi viejo, pero estoy viendo, porque también voy bien para lo que sean matemáticas. ¿Vos me querés tirar de cabeza a la facultad, no? ―lo acusó, con una sonrisa sarcástica.

Rodrigo le mostró las palmas de las manos como para que la culpa se resbalara de éstas.

―La facultad no está mal, che. Te quita mucho tiempo y te quema neuronas, pero conocés gente, hacés amigos... ―contó.

―En parte, tengo ganas de empezar porque sí, la universidad me parece buenísima, un mundo casi de ensueño. Pero... Alicia se quedaría muy sola. Ella todavía tiene que estudiar en casa.

―¿No se va a ver con su amiga, la que ahora es vampiro y está con el Príncipe?

Su sola mención rompió toda emoción positiva en Damián.

―Pero qué cara de culo ―Arqueó Rodrigo las cejas, impactado por el repentino cambio de expresión facial de su amigo―. ¿Tanto te jode que salga con la amiga?

―La amiga no me molesta ―masculló.

―¿El Príncipe?

No le hizo falta más que deducir el código en su mirada para descifrar la respuesta.

―Un día lo escuché a papá hablando con un compañero, uno de los que sigue al Príncipe, y oí que mencionaban que las estaba como custodiando a las dos ―comentó Rodrigo―. Pero seguramente lo hace porque Elisabet Ruíz está bajo su tutela y no querrá que la lastimen.

―Y al mismo tiempo seguramente aprovecha para andar cerca de Alicia ―replicó Damián, en cuyo interior se estaba acrecentando un huracán de los más destructivos―. Sigo sin saber qué quiere de ella.

―Los Lores son muy astutos, y saben cómo planear algo catastrófico y pasar desapercibidos a la vez. Igualmente, aquel en el que tenemos que concentrarnos es en el otro Lord, Lucius Wladislav.

―El que mató a la madre de Alicia... ―Se acordó Damián, angustiado y rabioso―. ¿Ninguna novedad?

―Lo último que se supo de él fue cuando murió Rivera. Me parece que los Superiores le están siguiendo la pista, pero el muy hijo de puta se sigue escapando y dejando muertes y corrupción en todas partes.

―Corrupción... ¿Podría estar relacionado con los O'Connell? Son los Lores más mafiosos que hubo en la Argentina.

―No es mala hipótesis, pero se supone que unos cuantos están en prisión de por vida.

―Unos cuantos, no todos.

―Tenemos que estar abiertos a todas las posibilidades, pero si seguimos a este paso, no creo que vaya a solucionarse nada.

Si seguimos a este paso, Alicia nunca va a estar en paz, frunció Damián el ceño.



Miguel se sentó al lado de Eli para ser el primero que ella viera al despertarse. En cambio, Alicia tuvo que permanecer lo más lejos posible para evitar que su amiga tuviera otro arranque de celos.

―Hablé con ella, pero... No sirvió de mucho ―comentó Miguel, frustrado.

―Hiciste más que hablar con ella, Miguel. No me mientas ―Volvió a fulminarlo con la mirada, señalándole los conjuntos sexys que tanto le habían llamado la atención a Eli―. ¿Tuvieron relaciones?

El que no se atreviera a mirarla confirmó su sospecha.

―Perdí el control, Alicia.

―No es excusa, Miguel. Tenés ¿cuánto? ¿Dos siglos de edad? A mí me parece tiempo suficiente para aprender a contener las ganas, y más en estas situaciones de vida o muerte. ¡La usaste a Eli, incluso sabiendo lo que tenía! ¡No le rompiste el corazón, pero igualmente la lastimaste! ¡Y mirá cómo está ahora! ―Casi se le escapa un sollozo―. ¿Queda algo de mí Eli en ella?

―Sí, sigue siendo ella misma, pero con sus sentimientos a flor de piel.

―¿Te das cuenta de lo que nos hace tu sangre? Estamos las dos enfermas ahora.

―¡Ah! ―Levantó la vista hacia ella, ofendido―. Nunca usé mi sangre con ustedes a menos que fuera necesario, Alicia. Lo hice para salvarles la vida.

―Como venís salvándome la vida desde chica, ¿no?

Miguel acabó petrificado, con una expresión de develaba su miedo.

―Vos sabías que tu sangre me hace ver tus recuerdos ―continuó Alicia―. Vos sabías que me iba a enterar tarde o temprano. Pero quiero saberlo, Miguel, necesito que vos me lo digas: ¿Hace cuánto que me venís siguiendo y por qué?

Antes que la cara de Miguel terminara de perder su color, los distrajo un alarido de Eli, quien comenzaba a despertar. Alicia hubiera saltado hacia ella para abrazarla y para prometerle que iba a estar bien, que nada ni nadie sería capaz de quebrar su amistad, pero le ganó el temor de volverla a enloquecer.

―¡Auch! ¿Qué pasó? ―gimió Eli.

―Te tuve que romper el cuello ―le confesó Miguel.

―¿Qué? ¿Por qué? ―Comenzó a erguir la espalda para sentarse.

―Porque la atacaste a Alicia.

―¡Qué!

Eli enseguida se fijó en su amiga, y sólo con eso algunos cuantos retazos de su arrebato se hicieron visibles ante ella, desgarrándola hasta hacerla llorar.

―¡No! ¡Perdón! ¡Perdón, Alicia, perdón!

―Eli, no... ―Intentó ella hablar, pero Miguel la interrumpió.

―¿Y sabés por qué te estás comportando así, Elisabet? ―habló con crudeza―. Porque estás loca por mí. Y no lo digo en broma: estás loca posta, y yo así no te puedo aguantar. Nadie te puede aguantar.

―¿Por qué me estás tratando así de mal? ―sollozaba Eli a moco tendido―. ¿Qué te hice yo a vos?

―Nada, Elisabet, nada además de quererme demasiado.

Algo en la mirada de Miguel le revelaba a Alicia que no estaba despotricando contra Eli, sino contra él mismo. Se daba cuenta de que estaba haciendo lo que no había hecho antes: romperle el corazón a Eli, quizás con demasiada crueldad. Aun así, debía admitir que su actitud funcionaba, pues la muchacha no hacía más que llorar desconsolada.

―De ahora en más ―Siguió Miguel―, no va a haber nada entre nosotros, Elisabet. Lo nuestro jamás debió haber sucedido. Lo lamento mucho, pero no me queda otra.

Miguel se puso de pie, apartándose y así dándole espacio a Alicia, quien cautelosamente rodeó a Eli con sus brazos, compartiéndose cada una un hombro para llorar.




















Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro