Epílogo _ Alas doradas

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Epílogo

21 de Julio...

"Sin importar /la distancia /los corazones /siempre encuentran /un hogar /Siempre tienen /alas doradas"

Tal y como había planeado, pasó toda la tarde con Eli, primero yendo de compras y luego viendo una película en el cine, charlando y riéndose como acostumbraban. Casi a lo último de la velada, Eli le pidió a Alicia que fuera honesta y que le contara cualquier cosa que la estuviera angustiando. Ella le explicó del problema entre los Guardianes y la Monarquía, y el dilema de su legitimización como hija de Vladimir y Gwendolyn, pero se guardó su malestar con respecto a Damián.

En cuanto Eli se marchó, Alicia dio la media vuelta y se dirigió al templete grecorromano de Plaza Lezama, delante del cual Damián la había estado esperando. Puesto que ya estaba atardeciendo, el sol posado sobre el horizonte proyectaba unas largas sombras interrumpidas por alguno de sus rayos fugitivos. Uno de estos iluminaba a medias el cuerpo del Guardián, aclarándole el pelo hasta lucírselo casi rubio y sedoso como la melena de un león. Alicia jamás hubiera podido evitar perderse en él, maravillada, admirándolo con toda gloria, recordando cuán enamorada estaba de él.

Damián también pasó unos instantes contemplándola, tratando de calmar el vello erizado en sus brazos que le advertía de la presencia de un vampiro poderoso, de Alicia Krossen ni más ni menos. Trató de razonar contra su instinto cazador, de definir a aquella muchacha como aquella a la cual él amaba. La lucha que libraba en su corazón era demasiado turbulenta, ni siquiera le permitía moverse, cuando lo que más deseaba era acercarse a ella.

―Alicia... ―la nombró.

―No... No puedo hacer esto ―Escondió la cara entre las manos.

―¿Qué cosa? ―inquirió él, casi a la ofensiva.

No encontró las palabras. Simplemente saltó hacia él, para besarlo, besarlo profundamente, ignorando al mundo entero. Ambos se impacientaron con aquellos besos, lucharon por permanecer juntos, por llegar a ser inseparables. Sus manos, sus cuerpos se aferraron entre ellos. Alicia se permitió ser consumida por la pasión que necesitaba para provocar todo un incendio que fuera capaz de arrasar y aniquilar la tristeza y el disgusto de su inevitable partida. Imitaba a Damián, se regocijaba al sentirse indomable junto a él. Se abrazó a su cuello, y él la sujetó por las caderas, acorralándola contra el tronco de un árbol. No iba a pasar tanto tiempo antes que ambos reconocieran que estaban devorándose. Es mío... Quiero que sea mío..., se decía Alicia, mientras que sus colmillos se extendían, como llamados por un hambre voraz.

Espantada por su espontáneo apetito, apartó a Damián, quien la miró extrañado. Ella se tapó la boca y palpó sus afilados caninos.

―Mj ―Disimuló Damián una sonrisa media pícara―. Ya te había dicho que los vampiros tienen amplificadas sus pulsiones eróticas y que tienen la extraña costumbre de morderse cuando están excitados, ¿no?

―¡Damián! ―lo retó.

―¡Je, je, je! Pero está bien. Es normal que me tengas ganas.

Alicia lo sintió como una burla. Esbozó una mueca de molestia y vergüenza, y levantó el puño como para fingir un golpe en el hombro de Damián, pero se detuvo al recordar que todavía no era consciente de toda su fuerza.

Finalmente, tuvo que conformarse con sonreír, lo cual relajó y conmovió a Damián, dándole razón en que ella aún era la misma Alicia que amaba. Verla sonreír lo hacía feliz, hacía que todas sus tristezas se desvanecieran como por arte de magia. Él le acarició una mejilla e inclinó la cabeza para besarla, pero con más calma y menos voracidad, un beso puro y armonioso.

―Bancá ―Lo frenó Alicia, y sacó de su bolsillo un sobrecito―. Quiero que te quedes con esto, y que lo uses.

Damián abrió el obsequio, el cual resultó ser la cadenilla con la estrella de ocho puntas que él le había regalado para su cumpleaños. Entendió que Alicia ya no podría usarlo sin herirse, y que a él le serviría más para protegerse de los vampiros, y de ella misma.

―¿Segura que no querés quedártelo como recuerdo? ―le preguntó, algo apenado.

―Lo pensé, pero... Quiero que te quedes con algo mío.

―Ya tengo algo tuyo ―le mostró la pulsera con su nombre.

―Ah... Me había olvidado de esto ―sonrió con añoranza.

―No te pongas mal, por favor ―La abrazó―. Vamos a poder contra esto.

―Damián... Ya no soy humana.

―No importa. Vos seguís siendo vos, Alicia.

―Eso es algo de lo que ni yo estoy...

La calló con otro beso desgarrador, apretándole los muslos con sus manos hasta hacerla gemir de deseo. Pero esto no era todo lo que la consumía a Alicia en ese instante.



Miguel se mordió el labio y se dispuso a salir de su escondite para separar a la pareja, para librarla a Alicia del sufrimiento que le producía el entusiasmo iluso del Guardián. Sin embargo, una mano lo retuvo y lo devolvió a las sombras.

―Dejalos que terminen por ellos mismos ―le ordenó Gwendolyn.

―No ―refunfuñó Miguel.

―Alastair, por favor. Es su primer amor ―Se fijó en Alicia, quien estaba acorralada por el Guardián y enrojecida de su propia fogosidad―. Es algo que te marca a fuego. Si lo enfrías así de bruscamente, no va a quedar nada de ellos.

―Pero...

―No querrás quitarle a Alicia su chispa, ¿no?

―La está lastimando.

―Yo no diría eso ―Hizo una mueca irónica.

―¡Puaj! No me refería a... ¡Ah! ¡Qué hijo de puta! ―gruñó Miguel.

―Mi chiquito está celoso ―Le pellizcó los cachetes.

―¡Mamá! No tengo tres años.

―Vamos a dar una vuelta, dale ―Trató de arrastrarlo del brazo.

―¿No te das cuenta de lo que le puede pasar a Alicia? ―Se la quitó de encima―. Aparte de un corazón roto, si la Monarquía se entera que mantiene relaciones con un Guardián de la Noche, la van a dejar sin nada, sin títulos y sin familia. ¿Vos te querés arriesgar a que le hagan eso?

―No, pero tampoco quiero que mi hija se pierda esta oportunidad de amar a alguien. Ya sé que a vos te afecta muchísimo porque estás enamorado de ella, pero si de enserio la amás, la vas a respetar.

―O sea que tengo que hacerme a un lado mientras su vida se arruina por culpa de un tarado, ¿no?

Gwendolyn pensaba seguir discutiéndole, pero entonces se vieron alertados por el olor de la sangre.



―Alicia... ―musitó Damián.

La mordida había sido tan sutil, que había descubierto quizás demasiado tarde que la muchacha estaba drenando su yugular con absoluto placer. Era tan gentil y delicada con él, que se pudo contener de desenvainar la estaca bajo su manga. Lidiaba contra la oscuridad que lo impulsaba a verla como a un monstruo, a querer tratarla como a una bestia que lo retenía queriendo convertirlo en alimento.

―Alicia...

Estaba tan atónito que no tenía otra manera para reaccionar.

―¡Alicia! ―Se sumó la voz de una mujer.

Miguel agarró al Guardián por los hombros y lo lanzó a metros de Alicia, a quien su madre trató de hacer entrar en razón. Pasaron unos segundos hasta que ésta fue capaz de librarse de su estupor, de aclarar el rojo carmesí en sus ojos hasta devolverles su celeste grisáceo. Con estos primero vio a Gwendolyn, cuya expresión la hizo preguntarse a qué se debía tanto alboroto. Después, lo encontró a Miguel, y a espaldas de éste, el cuerpo de un Damián inconsciente y echado sobre el suelo. Todavía podía saborear la sangre en su boca, sentir cómo ésta le había empapado el labio inferior y la barbilla.

No obstante, lo que más la desconcertaba era reconocer que aún seguía sedienta, y que Damián le parecía más suculento que nunca.


Fin del Tercer Libro


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