Capítulo 0. Una sombrilla.

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Cualquiera que haya visitado el reino de Orquídea dirá que es un lugar mágico, espléndido y hermoso como un cuento de hadas. Las calles eran coloridas, los puestos del mercado bastante ruidosos y divertidos, piromanos, filosofos, poetas, aedos, escritores, pintores, actores, botánicos, tejedoras, campesinos, joyeros y plazoletas de mercado llenas de todo lo que te puedas imaginar.

El sol se encontraba en su punto medio decorando todo rincón de un color dorado y naranja, dependiendo de dónde te encontrabas si respirabas profundo podías sentir el aroma de comida muy condimentada, pasto mojado o perfumes caros.

Todo era como una dulceria, más para una niña de siete años que iba caminando tranquilamente por las calles más alejadas del castillo, cerrando sus ojos mientras sentía la delicada brisa y la melodiosa plazoleta.

Incluso podía sentir aquella cálida presencia de su madre a su lado, como si la llevará por las calles tomada de la mano con una enorme sonrisa.

La princesa traía puesto un vestido de verano bastante ligero de color verde y encima una pañoleta azul muy delgada que cubría todo su cuerpo del sol, además de unos finos tacones de cristal. Sus ojos eran azules, era de piel blanca como porcelana y cabellos de oro que brillaban como el sol, sus labios eran pequeños y rosados y tenía un pequeño rubor en sus mejillas además de una enorme sonrisa al caminar por sus lugares favoritos.

La princesa ya conocía todos los lugares del reino, siempre se escapaba por diversión, le encantaba preocupar a su pobre nana que siempre que no la veía en su habitación le daba un pequeño infarto, para una niña como ella eso era divertido.

Pero más que eso, las calles le recordaban mucho a cuando era pequeña y visitaba los lugares con su madre. Siguió su camino y se encontró con una tienda de joyas que mostraba collares, manillas y anillos bastante caros.

-¿Qué le gustaría llevar?- dijo la vendedora con una gran sonrisa falsa, que aunque jamás le prestaría atención a una niña pequeña, está se veía bastante elegante y con recursos monetarios buenos por lo caro de su ropa.

La princesa miro a aquella mujer con un diente de oro, un lunar al lado de su boca, seguro que cuando era más joven había sido bastante atractiva con su cabello negro y liso, pero ahora no se veía nada llamativa, solo muy avara.

-Quiero ese collar- señaló uno con delicadeza- también ese anillo- se lo midió y observó su mano que lucía bastante pequeña a comparación de la enorme piedra en la sortija, la mujer se veía bastante feliz colocando todos los pedidos en una bolsa de cartón.

-¿Algo más?- froto sus manos, uno de sus mechones negros

-No, es todo- tomo la bolsa y se la llevó, la mujer borro su sonrisa y tosió para llamar la atención de la niña, ella arqueo la ceja.

-Serían quinientas monedas de oro- dijo con voz divertida. La niña frunció el entrecejo

-¿No sabes quién soy? – la mujer negó- pues que mal informada, debería salir de su tienda alguna vez y visitar el castillo ¿Qué no ve que soy la princesa?- dijo orgullosa, la mujer rió.

-No es la princesa- estaba fastidiada-ahora págame las joyas que te he entregado- insistió, la niña mofó.

-No pagaré nada- dijo irritada- solo cobre al rey, después yo le diré que he venido aquí y me lleve todo esto- volteó y luego chocó contra algo grande y duro, miró hacia arriba y vio a un hombre alto y musculoso que tenía la pinta de un pirata o ladrón.

-Escúchame niña inepta- le dijo la mujer con voz dura y furiosa- no me importa quien seas, si no me pagas ahora el te dará lo que mereces por ladrona y mentirosa- la cara de la niña se puso roja de la furia.

-¡¿Cómo se atreve?!- grito con un tono bastante agudo. Todos en la plaza de mercado ahora miraban el espectáculo que montaban los de la tienda.

Entre la multitud se encontraban dos de los guardias del castillo que pasaban por ahí. El hombre que bloqueaba el paso de la princesa sacó un palo y le pegó a su palma.

-Bien, te lo advertí. Niki- llamo al hombre y le señaló a la niña, se acercó y levantó el palo como advertencia.

-No hay necesidad- dijo otra mujer que llegó al establecimiento, miro al hombre y este bajo el arma y se quedó observando maravillado a aquella muchacha- yo pagaré- dijo con amabilidad, luego de su cinturón saco una bolsa de monedas que tenía por lo menos mil de oro.- Quédese lo que sobra por la incomodidad del problema que pasó con la niña- la princesa volvió a fruncir el seño furiosa. La vendedora miraba la bolsa algo dudosa, la abrió y de allí tintinearon con el sol muchas monedas, tomo una y la mordió. Nikki y la vendedora parecían muy asombrados.

-Bien- dijo algo digna y tomo la bolsa ofendida.- pueden irse.

-Disculpe las molestias- la mujer tomo la bolsa de joyas y las devolvió.

-¿No sé las va a llevar?- preguntó la vendedora.

-No las necesita, es la princesa después de todo, disculpe- se inclino levemente y luego empujó a rastras a la niña lejos del local.


El sol se había escondido detrás de unas grandes nubes. Luego de estar bastante lejos, la princesa se safo de las manos de la otra mujer y la observó bien.

Era una mujer alta, un poco mas que su pequeña y molesta Nana, tenía un vestido bastante lindo y ligero de color rosa pastel con bordados blancos de flores en cada esquina. Tenía guantes blancos de cuero y unas botas rosa con picos pequeños en la suela. Sus ojos eran verdes y estaban adornados con unas pestañas muy largas, su piel era trigueña y su cabello era café y muy largo, estaba recogido en una moña a la izquierda y caía de sus hombros como un remolino. Se veía bastante impecable, como una princesa. En sus manos traía una sombrilla de color blanco.

-¿Quién es usted?- le preguntó furiosa- ¿Por qué me ayudó? Yo podría haberlos convencido.- La mujer la miro con seriedad.

-No le habrían creído- dijo con una voz suave y melodiosa- iban a golpearla, y no iba a permitir que le hicieran eso a una niña.

-¡No soy una niña cualquiera!- golpeó el suelo con uno de sus tacones- soy la princesa Emilia de Orquídea, y este reino me pertenece, ¡Todos deberían obedecerme!- gritó.

-A pesar de ser la princesa, nadie le hará caso con es actitud tan explosiva, nadie querrá ser su amiga por qué normalmente las personas detestan a las mandonas caprichosas- la princesa se veía cada vez más molesta.

-No me ha respondido ¡¿Quién es usted?!- insistió con otro golpe en el suelo. La mujer miró al cielo y sus labios dibujaron una sonrisa muy leve. Abrió sus sombrilla y la levanto para cubrirse del sol que apareció de entre las nubes. Un montón de guardias corrieron a los costados de las dos y las rodearon apuntando las con lanzas.

-Dime Sombrilla.


El rey estaba en su escritorio revisando varios informes económicos, se veía bastante agotado por qué su reino decaía lentamente por culpa de los ladrones y la guerra. Suspiro y miro a la ventana pensando en que hacer.

-¡Señor!- gritó el capitán entrando con fuerza a la habitación, el rey espabilo asustado- Disculpe las molestias pero es algo importante ¡La princesa ha vuelto a escapar!

- Capitán George ¿Qué dice?- el rey cerro los ojos y frotó su cien.- ¿Y qué espera? ¡Vayan a buscarla! – ordenó. Otro guardia golpeó la puerta y luego entro a la habitación, era un soldado común y corriente acompañado del consejero real.

-Señor al parecer este hombre y su compañero han encontrado a la princesa- dijo con tranquilidad.

-¿Tan rápido? Vaya…- el capitán se veía complacido y calmado, al parecer recompensaría a un par de soldados luego. El consejero tosió.

-Pero no es todo – se veía nervioso- la sombrilla estaba junto a ella, no la recibieron muy bien que digamos.

-¿La... Sombrilla? ¿De que habla? ¿Que ocurrió?- ahora el rey estaba nervioso y con un tic en el ojo,el soldado tenía su casco en las manos como un niño pequeño a punto de confesar algo, su poco pelo estaba alborotado y había gotas de sudor en su frente.

-Señor… al verlas creí que esa mujer le iba a hacer algo a la princesa porque la llevó a rastras muy lejos del castillo, y cuando las rodeamos le preguntamos que había pasado a la princesa y ella misma dijo que la había molestado, así que la llevamos al calabozo a interrogarla- el rey gruñó y el soldado trago saliva- y después de eso ella insistió en que no hablaría con nadie más que el rey o su segundo al mando, fue algo descarado de su parte, así que…

-¿Qué?- el rey se acercó al soldado, y el soldado no sabía si continuar, volvió a tragar saliva.

-La llevamos a la cámara de tortura- dijo con voz aguda, el soldado agachó su tronco inclinándose rápidamente ante el rey.- Lo siento mucho, no sabía quién era hasta que el consejero me lo explicó, soy un insensato por favor castigueme.

El rey miro a su consejero que tenía un rostro calmado, ambos sabían que la culpa había sido de ellos por no imponerle más reglas a la princesa o al menos mantenerla al margen.

-Está bien soldado, no fue su culpa, hizo bien al llevarla al calabozo, pero antes de llevarla a la cámara de tortura debió informarnos la situación. No importa ahora, que está experiencia le sirva de lección.- el rey hizo una seña y el capitán se fue junto con el soldado afligido dejando la habitación en un completo silencio.

-¿La Sombrilla está lastimada?- preguntó el rey, el consejero miró al suelo.

-No lo creo, lo dudo realmente, cuando fui a ver qué ocurría me la encontré en el camino sin un solo guardia a su lado. Supongo que ya sabrá que es muy hábil, los guardias están en la enfermería.- el rey pasó su mano por su cabello bastante nervioso y enojado.- ella se encuentra en el salón real justo ahora, será mejor ir pronto.

-Claro- tomo aire y luego de arreglar su vestimenta de dirigió a la puerta.

Mi rey... No estoy muy seguro de esto, los guardias creen que hemos sido nosotros los que la hemos citado, que hemos recorrido a los Pardo...

-No importa, porque quizás si la necesitemos, a ella y a su reino. Hablaremos con la Sombrilla primero y veremos qué quiere.




El salón central estaba lleno de reliquias como La piedad Rondanini, o como El incendio de Borgo. Era un salón muy importante.

La princesa miraba desde la escalera del tercer piso con mucha cautela. La mujer se encontraba tomando té de una vajilla bastante fina, comía un panecillo de chocolate, y se encontraba sentada en una mesa redonda pequeña justo para ella, habían dos sillas vacías en el otro costado. Los manteles eran blancos con un bordado de hilo fino, y la decoración era de cristal.

-Se que está ahí- dijo sin mirar arriba, la princesa salió de una de las paredes y se mostró ante ella bastante enojada. Bajó las escaleras decoradas con un marfil banco y unos leones al inicio y se sentó a su lado en una de las sillas.- Está molesta- afirmó.

-¡Claro que lo estoy!- le gritó, la mujer frunció un poco el seño.

-Está es una habitación bastante grande, sus gritos se pueden escuchar hasta el final del pasillo, debería ser cuidadosa, las princesas no deben ser fastidiosas ni gritonas.- la princesa hizo pucheros y sus cachetes de pusieron rojos.

-Como se atreve...- parecía que había bajado el tono de voz, la princesa no quería que alguien más le refutara su comportamiento, pero de alguna forma de sentía opacada ante tal elegancia y elocuencia- usted no tiene ningún derecho.

-Es mejor decir las cosas de frente que hablar de ellas a espaldas de la persona, en este caso usted- tomo la última gota de té y colocó otra taza en la mesa. La princesa se veía menos enojada, aún así no quitaba su rostro serio- es de manzana.- aclaró y se sirvió te nuevamente en su taza y en el de la princesa.

Emilia observó que a pesar de que ella bebia y comía nunca soltaba su sombrilla.

-¿Porque no la suelta?

-Jamas lo haría- sonrió.

-¿Puedo verla?- preguntó, la mujer no respondió, la princesa torció la boca algo incómoda y luego tomó su te.

-Fue usted la que pidió que me llevarán al calabozo ¿no es así?- preguntó, la princesa se atraganto con el té- al parecer fue algo bastante vengativo de su parte.

-No sabía quién era usted- dijo con voz dura.

-No necesita saber quien soy, pero tampoco puede juzgar a quien se le pone en frente, no todos son sus enemigos- sonrió y tomo otro panecillo y se lo dió a la princesa. Emilia bajo la cabeza y lo tomo y de un sorbo bebió su té. Era una escena bastante tranquila.

-¡Emilia!- gritó una voz gruesa y enojada que perturbo el ambiente, la princesa se volvió a atragantar, se levantó rápidamente y miró hacia la puerta algo asustada.- ¡¿Emilia dónde estas!?! ¡Más te vale que aparezcas ahora!

Un hombre bastante elegante vestido de azul cielo apareció por la puerta, tenía el cabello café claro y los ojos color miel, su piel era blanca como porcelana y sus rasgos muy finos. Estaba acompañado de un hombre que se vestía igual de elegante pero de color púrpura oscuro, era algo mayor y tenía un bigote de escoba de color blanco igual que su cabello.

El rey iba a gritarle a Emilia pero miro que no estaba sola en la habitación. La mujer se levantó y se inclinó.

--Emilia ve a tu cuarto – la Nana estaba detrás del consejero, se acercó a Emilia y se la llevó del brazo a la fuerza sin que el rey lo notara, no sin antes mirar de reojo a la mujer de la Sombrilla algo asustada.

-Muchas gracias por traerla- le dijo la Nana, la mujer la miro con seriedad y asintió con respeto, luego la Nana y Emilia se retiraron.

El rey se acercó rápidamente a la mujer .

-Me disculpo por lo sucedido yo…- la mujer volvió a sentarse en la mesa y le señaló al rey para que sentara con ella, al igual que al consejero le señaló otra silla. Con todos en la mesa y con el té servido todo estaba más tranquilo.

--Al parecer la paso mal al entrar al castillo.

-No exactamente, es toda una belleza en realidad, he visto a la misma Monalisa, fue todo un honor.

-Me refiero a mi hija, es bastante caprichosa...

-Es joven, eso es todo- le sonrió- me atrevo a preguntar ¿No es usted muy joven para tener una hija?- el rey sonrió.

-No soy tan joven, este trabajo lleva sus años...

-¿Tener una hija es un trabajo?- preguntó al aire, el rey y el consejero se miraron de reojo- no fue tan malo, no me pasó nada.

-Pero a nuestros hombres sí- mencionó el consejero- tienen algunos golpes y raspones- agregó. La Sombrilla suspiró.

-No sabía que hacer, me llevaban a una sala de tortura sin un veredicto, no podía dejar que pasará y ya- el consejero sonrió y bajo la cabeza algo irritado- Y con respecto a Emilia, con un poco de trabajo esa niña podrá ser toda una princesa como debe ser.

-Siento mucho que Emilia la haya enviado al calabozo, o que haya llegado tan lejos como para llegar a la sala de tortura, jamás hubiera permitido esto.

-No fue molestia, he lidiado con cosas peores- tomó su taza y bebió satisfecha.

-Si me permite preguntarle señorita…- dijo el consejero.

-¿Si?- se miraron de reojo de nuevo.


-Aun no logramos entender porque los Pardo quisieron ofrecer a una sombrilla para trabajar con nosotros.

-Entiendo lo que quiere preguntarme. Hace mucho ellos me acogieron como una de los Pardo porque veían potencial en mi, para pagarles decidieron que trabajará para ustedes, tomélo como una especie de trato- volvió a sonreír- además de que también tengo una deuda con ellos, me gustaría poder colaborarle a ustedes.

-¿A qué se refiere?

-Veran, las Sombrillas no ocupan una doctrina cualquiera, no somos simples asesinos. Nuestra labor de enfoca en proteger y servir, somos leales a quien nos contrata. Esta princesa es más valiosa de lo que creen, los que han secuestrado antes ha sido solo por extorsión, solo dinero. Si le llega a pasar algo a esta princesa no sería por eso.

-Si no es por dinero ¿Entonces que?

-Poder- el rey trago saliva- sabemos muy bien que este reino tiene muchos enemigos por lo que pasó hace siete años y las guerras y colonización, la cabeza de los Pardo y yo decidimos que sería bueno negociar un acuerdo en el que todos salgamos beneficiados. Además de que ya he probado un poco de la fuerza de sus soldados, y no es muy buena que digamos, quizás por eso han muerto muchos de ellos en batalla, les falta disciplina.


-¿Y por qué habríamos de confiar en ustedes?- preguntó el rey- ustedes también salieron afectados por lo que hizo mi padre. Más que todo usted.- la mujer miró su taza.

-Nosotros los Sombrilla no nos dejamos llevar por el sentimiento o las emociones, solo cumplimos un deber cuando nos lo encargan, decidimos si es bueno malo a nuestro criterio y si lo tomamos lo cumplimos a cualquier costo.- en los ojos de la mujer se veía una determinación muy pura- jamás me dejaría llevar por un sentimiento tan destructor como el odio o la venganza, eso me convertiría en alguien  muy parecido a su antiguo rey, sin ofender- el rey y el consejero parecían comprender.- así que esto es lo que ofrezco, soy toda suya si así lo desean, serviré al rey y a la princesa con mi vida si lo aceptan.

-¿Y qué querría a cambio?

-Como dije yo no necesito nada, solo quiero saldar mi deuda con los Pardo, ellos están dispuestos a negociar con este reino, ambos serían bastante fuertes juntos- la mujer entrego una bolsa pequeña- estas son nuestras de nuevas piedras preciosas y algunas muestras de pólvora desarrollada, si aceptan se negociará como un regalo para ustedes además de otros productos que mejorarán el mercado. Y no solo eso, sino también mi servicio para fortalecer la armada de Orquídea.


-Entonces lo que quieren es una alianza- la mujer asintió y se sirvió más té.- si me disculpa, iré a hablar en privado con mi consejero.

-Como guste- el rey y el consejero se levantaron y se quedaron a unos metros de la mesa.

-¿Qué hacemos?- preguntó el rey- suena bastante tentador, no nos pide mucho a cambio, solo solemnidad.

-¿Está seguro de esto? No sabemos sus verdaderas intenciones. Su padre masacró a toda la familia Sombrilla, quizás esto sea para vengarse, quien sabe si de verdad quiere proteger a la princesa o hacerle daño.

--La verdad no estoy muy seguro, pero siento que se lo debo, después de todo fue mi padre quien asesino a todo su clan, tenemos una deuda con ella- el consejero dudo- somos un reino basto peto inexperto y Emilia no me obedece, se que en parte es mi culpa, y quizás ella pueda arreglarlo, es mitad y mitad ambos ganamos.

-¿Quiere que su hija sea educada por una asesina?

-Yo conocí a los Sombrilla cuando era pequeño, conviví con ellos un tiempo, sus principios son envidiables, no puedo confiar en ella aún, pero se que puede ayudarme. Además nuestro reino está decayendo, si los Pardo están dispuestos a ayudarnos aceptaré como último recurso, no puedo dejar que más de mis hombred mueran. Lo necesitamos.

El rey convenció al consejero con algunas condiciones que se dirían al dar la vuelta.

-Aceptamos- dijo el rey sentándose nuevamente en la silla. La mujer giró un poco la cabeza.

-Pero supongo que tiene sus condiciones, después de todo no aceptaría a una asesina así como así ¿No es cierto su alteza?

-Además de proteger a mi hija, quiero que la eduque- la mujer arqueo una ceja- ella es bastante joven y apenas si recuerda a su madre, necesita una perspectiva femenina, me gustaría que alguien como usted le enseñará principios como los que me enseñaron a mi los Sombrilla cuando era pequeño, gracias a eso puedo ser el rey que soy ahora.

-Supongo que no será problema.

-Además de que estará bajo supervisión en el día y cuando esté despierta en la noche, solo por precaución- acotó el consejero. La mujer lo observó penetrante.

-Es comprensible.

-Y me gustaría además, si usted lo permite… una muestra de su trabajo. - mencionó el rey.

-¿Cómo le gustaría que demostrará mis dotes? No me diga que quiere que asesine a alguien- el rey abrió los ojos y negó rápidamente.

-Realmente no, me gustaría que me demostrará su fuerza en un duelo, pero eso es solo para complacerme a mi- dijo con una sonrisa. La mujer sonrió.

-Sera un placer medir fuerzas con alguien tan hábil como su alteza- respondió la mujer.- si eso es todo me dispongo a empezar mi trabajo inmediatamente.- La mujer se levantó y se dirigió a las escaleras.

-Entonces la alianza...

-Nuestro embajador vendrá en un par de semanas cuando reciba la noticia- su rostro se volvió sombrío.

--Claro, si, disculpe… ¿Y su equipaje?- le preguntó el rey, ella giró y sonrió.

-No necesito algo como eso, es estorboso para mí trabajo. Solo necesito este vestido y mi Sombrilla.

-Eso es inaudito, no lo permitiría. Un mucama le preparará una habitación y le dejara ropa.

-Si así usted lo desea no puedo objetar, si me permite iré a visitar a la princesa, tenemos mucho de que hablar.

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