Capítulo 25: Intando hacer lo correcto

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Despertó de buen humor incluso después de una mala noche en la suite del Rey. A pesar de su apariencia el colchón era casi tan blando como una piedra de granito.

Bajó al laboratorio para continuar una placa que había iniciado antes de irse a dormir. Ya era momento de aumentar un poco más la capacidad de los omnicos, necesitaba hacerlos racionales pero igual de fríos que su monstruo al destrozarlos. Ver a Mei trabajar le había proporcionado el ánimo necesario para hacer igual con las mismas ganas.

Dejó el monitor encendido para tener algo de ruido en tanto preparaba los nuevos circuitos para las placas. Solo faltaba soldar unas cuantas conexiones sueltas, diminutas pero imperativas para el resultado.

—Veamos... —Agarró el cuello de un autómata vacío acercándolo a la silla.

Abrió la cabeza de este desatornillando los pernos de la placa protectora. Dentro, los circuitos estaban apagados, unos cuantos cables estaban sueltos esperando a ser unidos a la tarjeta que les daría una razón de existir. Con cuidado unió el cobre de los cables al dispositivo. Activó el sistema. El ómnico se levantó.

— ¿Quién eres? —Le comenzó a preguntar sentado en la silla.

—Autómata.

—Vas a llamarte 274... ¿Quién eres?

—Autómata, 274.

— ¡Excelente! —Miró el monitor viendo a Mei trabajar mientras repasaba unos papeles— ¡Y tú no estás aquí para verlo...! —Se devolvió al autómata.

De pronto el autómata se apagó, se estremeció cayendo al piso dejando de moverse, como si hubiera sufrido un ataque de epilepsia sin sobrevivir al final.

Junkenstein abrió el interior de la cabeza, de ella una gran nube negra salió de ahí provocándole un ataque de toz. El circuito se había sobrecargado con el calor provocado por la electricidad.

—No puede ser... —Sacó la placa frita del interior— Ella tenía razón... ¡Los materiales de aquí son INUTILES, no sirven! No se puede improvisar con ESTA CHATARRA —Enfadado tiró el robot al piso, desprendiéndosele parte del metal.

— ¡Lo logré! —En el monitor se oyó el triunfo de la Doctora Mei.

Snowball enfocaba el bláster conectado a la batería. Por dentro era casi igual que la fuente de energía a base de agua fría que tenía en el castillo.

Junkenstein se giró de la silla para verla. Le daba un poco de paz ver su sonrisa, pero su incompetencia al no tomar en cuenta los materiales de los que le habían advertido no lo dejaba disfrutar del momento.

Cabizbajo, apretó con ambas manos la placa. Era un fracaso. Al menos hasta conseguir algo más resistente donde ponerlo. Estiro los brazos sobre el escritorio quedando a medio pecho sobre este. Al tener las manos alzadas, las muñecas recogieron el pellejo por debajo del brazo y dos pequeños lugares que tirones de esta.

— ¿Huh?... —Sintió algo fuera de lugar en la piel bajo los guantes, subió la manga de la prenda izquierda dejando al descubierto su muñeca— Estos son... ¿Marcas de dientes?

Los dos agujeros eran como dos puntillos color de rosa, las costras parecen haberse caído o nunca formado. Pero el mayor misterio era cómo llegaron allí.

—No sé cuándo fue esto... —Tocó las marcas con los labios secos. Se los relamió para humedecerlos, necesitaba sentir la temperatura de las marcas.

Estaban frías, los caninos alterados de ella estaban lo suficientemente afiliados para perforar de forma limpia siempre y cuando esta fuese cuidadosa. Comprobó que aún tenía las pústulas en la clavícula, de esa vez cuando le pidió que se quitara tan bruscamente.

El monstruo le golpeó con el dorso de la mano en el hombro para llamar su atención. Su enorme dedo índice parecía un pulgar muy largo apuntando al monitor.

— ¿Ah...?

Estaba tan sumido en el misterio de los surcos que olvidó por completo enterarse de lo que ocurría del otro lado de la pantalla.

La cámara se movía de un lado a otro sin parar. No lo dejaba ver. Tomó los controles del dron y lo empezó a manipular usando la computadora. La cámara se detuvo enfocando mejor el lente. Grandes columnas de hielo estaban formadas en varios lados, pero había un detalle, no se derretían, se estaban evaporando, detalle que de la emoción Mei había pasado por alto.

— ¡Funciona! ¡Funciona! —Mei corría de un lado a otro probando su arma con nimiedades— Con esto estoy segura de que podré ayudar con el problema de la Reina.

— ¿Haciendo rocas de hielo? —Se rasco el mentón— Tengo curiosidad en como empleará el uso FÍSICO con lo que sea que fuese el problema. A menos que no se haya percatado de la condición química del hielo que arroja... Por tener la cabeza en las nubes ¿Tu no? —Miró al monstruo con ilusión—.

—No tengo interés... —Movió los brazos de arriba hacia abajo. No tenía tiempo para perder en "novelas".

—Bah... Tú te lo pierdes, ingenuo —Observó el monitor tomando un soldador para entretenerse reparando el desastre de la placa.

Mei preparó unas cuantas cosas en un bolso antes de partir. Estaba dispuesta a devolver el agua al reino. Había mandado una carta a Torbjörn para ayudarla, Brigitte estaba ocupada en la herrería haciendo encargos, realmente quería que fuese a ver el resultado de su trabajo conjunto con el de ella. Una lástima que solo pudo recibir las piezas luego de que estuviesen hechas, tenía curiosidad de ver como trabajaba en la herrería. Quedaron en reunirse en la entrada a los pies de la montaña antes de las seis de la tarde, cuando el calor no fuese tan nocivo y el clima fuese más fresco. Si no, el hielo se derretiría y no era conveniente gastar los pocos recursos que quedaban.

—Shimada tenía razón, es fácil saber cuándo alguien está en territorio del reino... —Puso oído al eco, cazador de dragones estaba cerca, de seguro había llegado antes, a pesar de estar lejos, el ruido que producía el rose metálico de su brazo se incrementaba por la resonancia.

Pronto divisó una pequeña y robusta figura apoyada sobre la roca. Aunque no padeciese ser cierto, el hombrecillo era muy puntual y estaba algo molesto por lo visto.

— Buenas tardes, señor Torbjörn...

— ¡Shhh...! —La reprochó por el volumen de su voz—Calla, niña. Hablemos cuando ieguemos arriba.

No entendía lo que pasaba. No estaba molesto por llegar casi veinte minutos después de la hora acordada. Tenía la corazonada de que se tratase de algo mucho más importante que un retraso. Este le hizo señas con un dedo para seguirlo en lo que le daba la espalda. Quería enseñarle algo.

—Quédate en la batería, Snowball.

El pequeño se conectó en los tres huecos, quedando con la vista hacia atrás. Mei siguió al cazador dentro de la entrada del cañón, no había nada inusual que no hubiese visto antes.

—Por aquí, niña. Espero que puedas seguirme el paso. —Ágilmente comenzó a escalar la piedra.

La muchacha no se había percatado de que cierta parte de la superficie las piedras estaban esculpiendo un camino de forma zigzagueante. Ni de lejos ni cerca era fácil distinguirlo pero cuando se veía a alguien recorriéndolo, se notaban claramente los puntos en donde la piedra dejaba subir.

Lentamente empezó la escalada. Mei, ignoró por completo la posible caída, debido a la sorpresa que le daba la inesperada agilidad del enano, era increíblemente rápido subiendo peñascos, en unos minutos ya había casi desapareció de su vista.

Al cabo de un rato estaban en la cima, el ambiente se sentía pesado y sofocante por la falta de aire, al punto de tener que cubrir la boca con una mascarilla. Estaba cansada por la horrenda subida y no podía respirar con tranquilidad. Torbjörn, por su parte no se inmutaba, había estado en situaciones mucho peores que una simple escalada a las montañas. Puso un pie en una roca y miró hacia el castillo.

—Ahora podemos hablar.

— ¿Y por qué no allá abajo?

—Este es el único lugar en donde sus máquinas ni sus oídos pueden alcanzarnos...

—... ¿Ah? —Olvidando la incomodidad que le daba la falta de oxígeno por la altura, miró la verdad que solo la altura podía otorgarle: El real estado del reino de Balderich.

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