Capítulo 46: No es lo que aparentaba

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Salió hacia su habitación acariciando su mejilla con el reverso de la mano. Arregló sus ropas. La cesión había sido exuberante, no había pasado por algo así hace años. Aseguró la puerta atornillando los postigos, una forma de asegurarse de que estuviese bien trancada. Caminando hacia la ventana observó con molestia la entrada a su reino, algo andaba mal...

Un ruido pequeño pero latente, crecía a cada segundo. Sonidos metálicos y estáticos se expandían hacia los oídos de la gente, forzándolos a mirar en dirección a la entrada. Muchos podrían imaginar que se trataba de un ambulante con ollas, pero era demasiado optimista, tomando en cuenta todo el problema con la Doctora Mei, podría alguien venir a buscarla. Por un lado puede ser Wilhelm. Sin embargo por dentro, tenía otra sensación... A penas pasó esto por su mente, se sintió atacada, como si pudiese sentir que algo la amenazaba a ella y a su gente. Estaban en peligro.

De pronto comenzó a escucharse el derrumbe de piedras dentro de la gruta, seguido de restos de las explosiones entrando de esta. El silencio se apoderó del pueblo, como si las ráfagas de viento se hicieran presentes sin ser sentidas, solo sabrías que llegarían tarde o temprano a golpearte la cara. Inmóvil, la gente dejó sus quehaceres para esperar lo peor.

Un aparato pequeño fue arrojado desde adentro. Atravesando una gran distancia, llegó a la pileta de la plaza central ubicándose en el agua de esta. Un par de personas se acercaron a mirar el interior. A penas tocó la superficie de cemento, el objeto dejó un gran agujero en medio de la tierra. Las personas al rededor salieron disparadas del lugar cayendo de manera inquietante sobre el asfalto levantado por la explosión. La alarmante posición de estas, dejaba expuesta quemaduras, sangre de las raspaduras y heridas abriendo. En un abrir y cerrar de ojos, la gente se dispersó de los alrededores, corriendo en todas direcciones, buscando salida.

—Atención a los comandantes, dirijan a sus soldados hacia la entrada del reino. ¡Están atacándonos! —Los altavoces compartían la voz alterada del General— ¡PROTEJAN A LOS CIVILES!

Un estentóreo ruido de prevención arrebató lo que quedaba de la tranquilidad de la comunidad. Los primeros en moverse fueron los centinelas de las torres adyacentes a la orilla del pueblo, comenzando a disparar hacia la entrada, secando el ruido contra la tierra. Las balas no tardaron mucho en darle al metal del pecho de los omnicos, perdiendo velocidad en el rebote. Los autómatas se desperdigaron rápidamente por el pueblo destruyendo y explotando lo que estuviera más cerca de ellos.

— ¿Maestro está usted seguro de...? —Shimada miró a su compañero.

Este levantó el dedo índice indicándole que no hablara.

—Por supuesto, joven aprendiz...

El samurái asintió sin reproche, tomó impulso para saltar la muralla, dio unos pasos sobre la superficie para después sostenerse sobre la cima de este, lanzándose sobre el primer tejado frente a su visión, posicionándose a ver el paisaje. El cultista no tardó en llegar desde el otro lado ubicándose bajo el tejado, sus orbes comenzaban a moverse en torno a sus brazos, avanzó dando la orden de seguir adelante.

Genji dio un salto en el aire en lo que desenvainaba su katana. La máquina pensante a la que le apuntaba se volteó agarrando el canto de su arma lanzándole en otra dirección. Rápidamente, arrojó un trió de estrellas rompiéndole los dedos de las manos. Aprovechando el momento, alcanzó su arma partiendo a la mitad al autómata, saltando por respuesta a la fuerza evitando el estallido de la máquina.

Uno de los orbes se acercó a él para restaurar lo perdido.

—Debes ser más precavido, joven Genji, estos son diferentes a los que llegaste a conocer... Están más preparados.

Asintiendo nuevamente, en un solo movimiento, guardó la katana en su funda. Preparado a pelear, avanzó junto a Zenyatta en dirección a la plaza central esquivando a la gente que intentaba buscar refugio.

— ¡Aquí están! —La chica dejó la carreta a los pies de los guardias de la reina.

Brigitte llegaba a la entrada del campo de batalla acompañada de dos de sus ayudantes en la herrería, cargaban el resto de armaduras listas, incluyendo la reparada que se dedicaron a destruir la vez pasada para medir su resistencia. Aunque el tiempo no estuvo de su parte, pudo orgullosa traer ante la reina su trabajo con una sonrisa en el mejor momento.

—Has tardado un siglo, herrera... —La reina estaba molesta, debido al apuro en el que estaban por meterse.

—Escudera... —Dijo para sí misma.

Los guerreros no tardaron en ponerse el nuevo atuendo, casi de inmediato, la reina dio la orden para que se retiraran del castillo a reducir los ataques. Si las acciones tomaban demasiado tiempo se vería en necesidad de evacuar el reino y no hay algún lugar seguro a millas después de cruzar el valle. Con un gesto de mano, la reina le sugirió a Brigitte acercarse a ella.

—Escucha, puede que no hayas ejercido tu labor real hace años, pero quiero que sepas que si mis soldados comienza a caer, te necesitaré a ti y a tu padre al frente, ¿De acuerdo?

—Sí, señora.

—Ahora parte, debo encargarme de otros asuntos...

Después de que la muchacha le diera una reverencia, observó cómo los lacayos de Athena cerraban las puertas dejándola sola en el vestíbulo del castillo. Se levantó abandonando el lugar para ir con su padre directamente. No iba a esperar a que alguien cayera.

El escándalo bajo sus pies le ponía la piel de gallina, por sobre todo, la vista era estupenda, lastimosamente, el mar de nubes lo cubría todo condensando el bello color blanco a uno gris de tonos sucios. Jamison corría junto a su grupo de autómatas esperando a la apertura que se haría en cualquier instante sobre las nubes. Apuntando bien con la pierna mecánica esquivaba todo aquello que lo podía hacer trastabillar hasta el suelo, las caídas libres eran divertidas, pero solo cuando sabias donde caer y el detalle de salir vivo de ella, claro.

— ¡Vamos! ¿A qué hora piensan comenzar con la fiesta?

Una luz roja atravesó las nubes disipándolas en un agujero inquietantemente enorme. La bengala subió hasta un poco más de la altura de la que estaba Junkenstein, luego se devolvió. Rebotando contra los tejados antes de apagar, quemando uno de estos que tenía heno y hierbas silvestres entre sus tejas, creando una reacción en cadena, alcanzando un molino de harina y un par de establos. Ver el espectáculo de solo una lucecita le fascinó.

— ¡Ese es el tipo de mariposa que me gustan! —Miró el paisaje bajo sus pies— Ahora ¿En dónde estábamos...?

Achicando los ojos, ubicó la posible torre en donde se podría encontrar la habitación de la científica, no tardó demasiado, si mal no recordaba su ventana era la única que disponía de cortinas y estaba relativamente cerca de la torre más alta en comparación a las demás. Con una mina de conmoción en mano, se lanzó hacia el abismo, arrojando el explosivo sobre el tejado al que caería. Segundos antes de caer sobre el techo, detonó la bomba, eyectándolo por los aires en dirección a la torre.

— ¡No, no, no, no, NO-! ¡UGH! ... D-Demonios...

Se aferró como pudo a la superficie de piedra con los brazos y las piernas, el borde de la ventana estaba a solo unos metros de distancia subiendo por la pared. ¿La rueda la habrá dado un peso extra que no contó? Pensaba en lo idiota que había sido mientras escalaba encajando la pierna ortopédica en las fisuras. Con un último esfuerzo se agarró del borde apoyando el codo a modo de palanca. Al terminar de subir se paró sujetándose del marco.

—Ahora si Mei, ¡Ya voy por ti linda! —Bajó del balcón entrando a la habitación.

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