Cap I: "Mirada"

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Aragorn los había visto. Los había observado cada vez que coincidieron en casa de Elrond. Ojos azules, profundos, que iluminaban hasta los días mas grises.

Tenían una curiosidad genuina, y desbordaban gentileza. Pero, si llegabas a conocerlo bien, te darías cuenta de que, en ciertos momentos, lo embargaba la tristeza.

Y podías ver entonces, detrás de sus ojos, el dolor de tantas tragedias por las cuales había pasado. Podías ver, detrás de sus ojos, todo el daño que le habían hecho.

Y Aragorn lo sabía. Sabía por todo lo que había pasado, porque se conocían hace mucho, y eran el punto de apoyo, el uno del otro. Eran eternos confidentes.

El dúnedain sabía todo lo que Legolas sufría, y deseaba (inconscientemente), con toda su alma, poder ser quien sanara todo lo roto que hubiera en el corazon del joven príncipe.

Por eso, ese mismo día, cuando llegó a las residencias donde habitaban Elrond y sus dos hijos, Elladan y Elrohir, sonrió, y aspiró fuertemente el aire de su tierra, la tierra donde se había criado. Respiró el aroma de su hogar.

Apeó su caballo para que avanzara, y lo guió a los establos. Y cuando levantó la vista de las riendas y la fijó en quien estaba parado en frente de él, su corazón dió un vuelco.

Legolas.

Y sonrió, como siempre lo había hecho, ocultando sus (por mas simples que fueran) sentimientos, y devolviendo el cariño que el otro le brindaba.

Nunca se sintió especial a los ojos del elfo, sin embargo, él lo era. Aunque... especial era una manera un tanto... pequeña, para referirse al joven. Para Aragorn, aquel chico rubio que se hallaba apoyado en la entrada del establo, era un ser angelical y maravilloso, que merecía todo lo bueno que podría haber en este mundo.

Y supo que quizas, Legolas le gustaba...

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