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Marco odiaba los entierros.

Sólo había asistido a uno una vez, cuando su abuelo murió hacía cinco años. Él era tan sólo un niño de nueve años que aún no entendía bien el concepto de la muerte. Pero aun así, comprendía perfectamente que su familiar se había marchado para siempre, que no volvería a estar con él. Y detestó todos los discursos que se dieron en su honor, todas las palabras de pésame que salieron de la boca del cura en la iglesia que tan falsas le parecieron.

Ahora se encontraba ahí, sentado en el coche de su padre, vestido de traje negro y observando los paisajes a través de la ventana.

Era un día soleado y tranquilo. Un día perfecto para salir allí afuera a pasar el rato, a tomar unos helados, a...

"¡A luchar contra monstruos!"

El castaño esbozó una diminuta sonrisa al imaginarse a su mejor amiga exclamando esto con entusiasmo, girando sobre sí misma con una gran sonrisa en el rostro.

"A ella le encantaban los días como este..." —pensó Marco, viendo un pequeño parque en el que correteaban un par de niños entre risas.

Pocos minutos después, llegaron a la iglesia en la que se daría la misa en memoria a Star. Ella siempre había detestado todo esto, pero los señores Díaz querían darle una despedida religiosa.

La ceremonia pasó lenta y pesadamente. Marco no escuchaba al cura hablar, sino que observaba a toda la gente allí presente. Todos conocidos, por supuesto. Amigos de Star y suyos que habían estado siempre a su lado, como Janna y Ponyhead, y gente menos cercana como Brittany (¿Qué diantres hacía Brittany allí?) y la señorita Espantos.

El castaño pudo ver a toda la familia de Star en primera fila. Los reyes de Mewni sollozaban en silencio, vestidos con bonitas galas negras. Algo más atrás, estaban algunos seres de otras dimensiones que Marco reconoció rápidamente, y en la misma fila que él, a dos bancos a la derecha, junto a Janna... Jackie.

Habían roto el día anterior. Marco ya no sentía nada por ella, y se lo había dicho así. Ahora que Star se había ido para siempre, probablemente no sería capaz de enamorarse de nadie más... Porque sí, había estado enamorado de Star. Y sólo se había dado cuenta cuando esta se había encontrado entre sus brazos, moribunda, con pocos segundos de vida.

Cerró los ojos unos instantes, intentando recordar con exactitud sus últimos instantes junto a la rubia. Casi pudo sentir sus labios juntándose, y el extraño sabor a sangre que los de Star habían tenido en ese momento.

Separó los párpados, y le sorprendió encontrarse con la vista borrosa. Rápidamente, se secó los ojos con la manga del traje, sin entender por qué de pronto se había puesto a llorar.

—Marco, ¿estás bien? —le susurró su madre, con una sonrisa compasiva.

Él fue a responder de inmediato que sí, pero la palabra no le salió. Miró a los tristes ojos de la mujer, y sintió su labio inferior temblar levemente.

—No... —murmuró.

Al instante se vio envuelto por los brazos de su madre, justo cuando el cura daba por cerrada la misa.


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