2. Mojigata.

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La noche perfecta, cielo estrellado y una brisa que cala los huesos. El silencio, el silencio que crea tu mente para concentrarse en kilómetros sobre una pista y tu vista, que no hace más que ignorar a todos y ver el final.

Tus manos, que yacen aferradas al manubrio. Tus dedos, que juguetean en el freno y tu cabello al aire, tan parecido al de un caballero en un cuento de hadas. Tu cuerpo, tenso, duro, firme, nervioso, pero listo a lo que el destino le marcará.

Y la adrenalina. Que sube como hormigas desde tus pies, hasta la punta de tu cabeza. El que hace que todo sea más bonito, más alentador, más único.

Rojo.

Pasión, muerte, amor, venganza.

Azul.

Paz, sabiduría, tranquilidad, profundidad.

Negro.

El color de los Leartled.

—¿Estás loco, Drake? —Tristán lo empuja desde su hombro. El susodicho pasa una mano por su cabello y lo detiene cuando intenta empujarlo de nuevo.

—Déjame pensar, mierda...lo arreglaré.

No, no lo iba a arreglar. Decidir por mí no arregla absolutamente nada.

—¡Mierda, no! ¿Qué quieres arreglar? —Dyan arrastra con su mano la copa de Bourbon que estaba en la mesa.

Drake no dice nada. Desfila de una punta hacia la otra, pasándose la mano por el cabello varias veces. Como si una idea creciera en su mente eleva su mirada hacia sus hermanos y sonríe.

—Ya sé, mierda, ¿Cómo no se me ocurrió antes? —Suspira. Tristán y Dyan vuelven a sus lugares e impacientes les entregan su atención—. Las carreras son de coches, tenemos el Audi.

—¿Esa es tu idea? —Tristán frunce su ceño. Dyan logra entender lo que su hermano quiso decir y chasquea su dedo antes de apuntarlo.

—Le diremos a Lyes que corra por Amunet.

« ¿Lyes?»

—¿Lyes? —Tristán los observa como si fueran dos grandes idiotas—. Le debemos un favor, ¿Quieren sumar otro a su lista?

—¿Quién es Lyes? —pregunto cuando todos se quedan en silencio. Dyan me mira y suspira.

—Lyes es uno de los hijos del mafioso ex dueño de estas calles. Como aún conserva un poco de esto, decide administrarlo desde su fantástica oscuridad —ironiza con una sonrisa sarcástica en sus labios.

Por lo poco que supe, fue que el único hijo de Edward —el difunto mafioso—, se llamaba Spricked o así se hacía llamar. Me habían dicho que era un adolescente y que aparte de vivir en NY, estudiaba en una universidad privilegiada. Por eso mismo había vendido su parte, porque no quería que las cosas ilegales de su padre interfieran en sus planes.

Pero jamás supe de él, de Lyes.

—¿Puedo opinar acerca de la decisión que están por tomar por mí? —Alzo mi mano en vista de los tres. Dyan pone sus ojos en blanco y se gira hacia Drake.

—Lo haremos, iré a hablar con Lyes.

Siempre había odiado la manera en la que me protegían. A veces parecían ser muy exagerados, pero en el fondo sabía que lo hacían porque me querían ver bien después de todo, así eso costará sus vidas.

Aún recuerdo mi primera pelea en las calles de Leartled. Dyan me había declarado como su chica delante de todos, delante de Elyas. Su intención no fue para nada mala, es más, hasta había agregado que si recibía un mínimo rasguño en mi rostro cualquiera se la vería con él.

Para ellos tres siempre fui, soy y seré su chica, la pequeña de sus ojos y la mujer que no tendrán.

Esas fueron las palabras de Drake y los otros dos estuvieron de acuerdo.

Hay mucha diferencia entre la amistad que tengo con los hermanos Coleman, con Cashie, con Maywer y los demás. Con ellos me es más fácil tomar mis propias decisiones, pensar por mí y cometer errores que quedarán para la vida. Por ejemplo, con ellos me hice mi primer tatuaje.

«Muy vergonzoso, por cierto.»

A comparación, con los hermanos Dawash todo es muy distinto. Ellos siempre están al pendiente de mí, de si cometo un estúpido error. Me tratan como si fuera una joya frágil, como si fuera el mismísimo aire escapando de sus manos.

Son mis hermanos, no de sangre, pero después de todo lo son. Los amo, pero con ellos no me suelo sentir libre. Con ellos estoy más que presa.

Me levanto de mi lugar sin prestarle atención a ninguno y ya cansada de la situación decido irme con los demás. Meto ambas manos en los bolsillos de mi chaqueta y bajando la mirada, me escabullo entre las personas al ver el cuerpo de Elyas cerca de donde estoy.

—¿Dónde estuviste? Elyes estaba buscándote. —Elevo la mirada hacia él y mordisqueo mi labio inferior.

No era sorpresa para nadie el hecho de que los hermanos Dawash no toleraban a los gemelos Coleman y así mutuamente. Drake dice que Elyas me corrompe y él dice que los tres ya no me ven como la pequeña de antes.

La verdad es que no sé qué quiso decir con aquello o bueno sí. Y no es de adivinar que en esto estoy del lado de los hermanos Dawash, por eso mismo Elyas se enojó conmigo diciéndome que no quería ver lo que en realidad pasaba y decidimos tomar distancia.

Lo sé, fue hace mucho. Pero Elyas suele ser muy rencoroso.

—Quise ver si habían cambiado un poco el lugar. —Eso parece alcanzarle, ya que asiente con su cabeza y sigue hablando con la chica que permanece en su otro costado.

Paso mis manos sudadas por mi camiseta y me hago hacia atrás cuando anuncian que las carreras iniciarán. Elyas me da una mirada confundida y yo con un ademán de mano le hago saber que estoy bien.

«Okey, no creo que sea tan difícil.»

Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando dan el segundo anuncio y vuelvo a dar un paso hacia atrás. Elyas ya no está en mi campo visual y los nervios me carcomen el cuerpo entero. Llevo mis manos hasta los codos acariciando los antebrazos por arriba de la chaqueta y relamo mi labio inferior.

Vuelvo a dar varios pasos hacia atrás saliendo por completo del círculo cuando un grupo de chicos se adelantan. Doy un pequeño salto en mi lugar cuando las luces rojas aparecen y sin dudarlo comienzo a dar pasos hacia el coche de Drake cuando lo localizó con la vista.

Con el corazón dándome punzadas abro la puerta, meto mi cuerpo y escondo mi cabeza entre mis manos.

—Oh mierda, mierda, mierda —susurro, tratando de controlar el temblor de mi cuerpo.

—A tu favor, es un punto más a la lista de lo que puede hacer tu linda boquita.

Gritó y saltó en mi lugar cuando escuchó una voz varonil a mi costado. Un chico castaño, que no pasaba la edad de más de treinta, estaba cómodamente sentado a gusto con la situación.

—¿Qué haces aquí? —pregunto molesta al ver que aún conservaba su sonrisa burlona.

Arrugo mi nariz cuando lo veo alzar su mano derecha y darle una calada al cigarro. Tras la oscuridad del coche puedo ver algunos tatuajes en la mano donde sostiene su cigarro, algunos son parecidos a unos garabatos raros y las demás eran letras que no podía descifrar.

—Que mojigata.

Abro mi boca ofendida.

« ¿Acaba de...?»

—¿Acabas de llamarme mojigata?

Ríe entre dientes y se niega a contestar.

Sin poderlo evitar mi mirada lo analiza a la perfección con la poca iluminación que tenemos desde afuera. Por ejemplo, ese cabello lacio que se empeña en ser castaño tira más a un café. El tono de su piel, ese tono que parece haberse tomado con el mejor sol del Caribe, es tan jodidamente envidiable y atractivo.

Ni hablar de esos ojos que se apiada a su cabello y a su tono de piel, son sensacionales.

—Tienes dos opciones, la primera: me dejas de ver y te bajas, o la segunda: tenemos sexo y te vas, en ambas el final es el mismo. —Sin poderlo evitar elevo una de mis cejas—. Drake me dijo que me apure, así que nena...manos a la obra.

—¿De qué rayos hablas? —Él voltea a verme confundido. Abre su boca para decir algo, pero lo piensa mejor y pasa su dedo índice por su labio inferior rascándose.

—¿No eres Marilyn, no? —Relajo mi expresión y suspiro. Él tomó aquello como una respuesta y puso sus ojos en blanco—. Lo sabía, bájate. Estoy esperando a alguien.

Me ofendo al oír sus palabras, pero no lo dudo y pienso en salir. Apoyo mi mano en la manija y antes de poder abrirla me detengo al sentir el vibrar de mi móvil en mis pechos.

—¿Estás bien? No te veo por ninguna parte, pensé que íbamos a ver la carrera juntos —pregunta Tristán desde el otro lado de la línea. Pongo mis ojos en blanco cuando veo que el imbécil comienza a echarme con un ademán de mano y lo ignoro.

—Sí, estoy en cami... ¿Qué rayos haces? —preguntó de inmediato cuando pone en marcha el coche.

—¿Con quién estás? ¿Amunet? Mierda, ¿Estás ahí? —Con mis manos torpes le cuelgo la llamada y me enfoco en el camino que toma el extraño a mi lado.

—Tengo que correr, no tengo tiempo de darte un aventón —se burla. Trato de abrir la puerta al ver que iba en una mínima velocidad, pero este se precipita y las traba—. ¿Tirarte del coche? No pensé que eras de esas.

—Prefiero tirarme antes de pasar una carrera contigo —farfulló.

—Un kilómetro conmigo, nena, es un pasaje al paraíso. —Me guiña su ojo izquierdo y acelera el coche.

Aferro mis manos al asiento cuando frena de golpe en la zona de salida y baja la ventanilla para apoyar su antebrazo en el marco. Con mucha preocupación viajó mi mirada hacia las calles y me altero cuando veo que comienzan a echarles sustancias.

Era una tradición, colocar sustancias en las primeras calles para complicar más las cosas. Al principio los de Leartled quisieron sacarlo, pero luego supieron que no era lo mismo sin aquello y lo dejaron.

—Dime mojigata, ¿Alguna vez has estado en una carrera? —Su voz me llega y me saca de mis pensamientos.

"¿Alguna vez has estado en una carrera?"

«—Las carreras es esto Mun, es nuestra casa.»

Cierro mis ojos y niego con la cabeza.

—Es mi primera vez. —Trago saliva.

—Descuida, será fantástico.

Quedamos en silencio cuando vemos el cuerpo de una mujer asomarse en la pista y como se coloca en el medio. Saca de su escote el primer pañuelo rojo, lo que hace rugir los motores de los coches con tranquilidad.

El azul motiva más, los motores casi explotan. Y el negro, da paso hacia la muerte. El extraño a mi lado no duda en acelerar el coche a una velocidad casi prudente para pasar la calle llena de sustancia.

Las ruedas del Audi suelen ser peores que las demás. Estas con mucha facilidad se desvían gracias a la velocidad, era igual o casi peor que las del Ferrari y por eso mismo nadie quería lucirse con esos coches aquí.

Cuando salimos de aquella calle él se acomoda en su asiento y dando leves golpecitos en el volante apoya su pie en el acelerador. Éramos los últimos, pero los más inteligentes.

Nos manteníamos a una distancia muy buena de los demás, ya que como había dicho; aquellas sustancias se encargaban de resbalar las ruedas de los demás y a esta altura, algunos coches ya comenzaban a irse de sí.

Maniobró muy bien cuando llegamos a la altura de los demás. Los pasó en un abrir y cerrar de ojos, pero aún con un fuerte oponente delante de nosotros no apartó su pie del acelerador.

La manera en que conducía, en cómo jugaba y se divertía a la hora planificar cómo salir vivo de estas calles, era envidiable. Cada uno de los corredores tenía que tener una salida de escape, algo que los ayudará a ganar, a no perder o a no morir.

Eran pocos los que en verdad disfrutaban la adrenalina que la velocidad podía dar, eran pocos a los que en verdad le gustaba tener la muerte sobre la mano y él, el extraño a mi lado, era ese uno de pocos que lo disfrutaba.

El tablero del coche ya estaba por llegar a su máxima velocidad, los números crecían y no tenían intenciones de querer bajar. Cuando el extraño a mi lado quiso reducir la velocidad para poder girar el coche, lo dudo y no lo hizo.

El coche dio una media vuelta aún en su lugar, mi cuerpo cayó por completo encima del suyo pero así mismo él no se detuvo y volvió a acelerar.

—Muy linda posición, pero si no me vas a dar una mamada prefiero que vuelvas a tu sitio.

Al oír aquello ni siquiera lo pensé y me reincorporé en mi lugar nerviosa. La vergüenza subió hasta mi rostro y suspire fastidiaba al sentir mis mejillas ardientes. Traté de ignorar aquello y me acomodé en mi lugar cuando vi que solo éramos dos.

La carrera estaba muy jugada, al principio la victoria parecía ser otorgada para nosotros, pero ahora que estábamos de vuelta la tensión se sentía. El extraño estaba tenso, tenía sus manos aferradas al volante como si aquello fuera su enemigo y su pie se mantenía sobre el acelerador.

Y lo comprendo, estábamos muy lejos del oponente.

Me desesperé al ver que no lo estaba haciendo bien, que de un momento a otro hasta podíamos estrellarnos contra los bloques que estaban a nuestros costados y le temía aquello, porque no podía disfrutar la adrenalina.

Tomándolo desprevenido me levanto de mi asiento y me siento en su regazo.

—¿Qué crees que haces? ¡Bájate! ¡Nos matarás! —me grita. Pone sus manos en mi cintura cuando le arrebató el volante e intenta tumbarme hacia el asiento de copiloto.

—Hazme un favor y mantén el pie en el acelerador. Por nada del mundo lo apartes hasta que te lo ordene.

—Nos matarás —repite.

—Descuida, será fantástico —saboreo sus palabras.

Calme los nervios de mi cuerpo cuando se acomodó en su asiento y el mío arriba del suyo. Tuve que agachar un poco mi cabeza al sentir el roce con el techo del coche, pero en ningún momento aparte la vista de mi oponente.

Y pasó.

Sentí aquella adrenalina que hace mucho tiempo no sentía, sentí los nervios recorrer mi cuerpo y jugar con mi vida a mi manera.

Cuánto había extrañado esto.

(...)

—¡¿Estás loca?! —Drake aparta a Dyan y apoya sus manos en mis hombros. Aún con una sonrisa tranquila en sus labios mira a los chicos y luego a mí.

—Chicos, no fue para tanto... hay que exhalar y, ¡¿Qué carajos acabas de hacer?! —Como si el grito no fuera suficiente al no darme tiempo a contestar, me zarandea—. ¡¿Acaso me quieres matar?! ¡Estuve a punto de sacarme las bolas del lugar! ¡Mierda!

—No fue para tanto... —Me libero de sus manos. Muerdo mi labio inferior y suspiro con una sonrisa radiante en mis labios—. Fue fantástico, fue maravilloso, fue...

—Fue un error, Amunet...prométeme, no mejor júrame, que jamás lo volverás hacer.

Un nudo se instala sin previo aviso en mi estómago y mirando las puntas de mis tenis asiento con mi cabeza. Me cruzo de brazos, suspiro cuando mis ojos se llenan de lágrimas y muerdo mi labio inferior.

Mierda, detesto ser tan sensible.

—Nena, te queremos ver bien. Esta porquería no es para ti, no lo tiene que ser. —Drake levanta mi rostro. Me da leves caricias en mis mejillas y sonríe—. Eres la mejor estrella que tenemos en este cielo tan negro.

—Drake tiene razón. No queremos que nada te suceda, te queremos ver bien, sonriendo y viviendo fuera de esto. —Se suma Dyan.

—¿Vivir fuera de esto? —Apartó la lágrima de mi mejilla y hundo mis cejas—. Las últimas palabras de Trevor fueron; "Las carreras es esto Mun, es nuestra casa."—Drake suelta mi mentón—. Y de la casa no se puede escapar. Se supone que nuestro hogar es un sitio donde podemos ir para sentirnos seguros, no para ser juzgados, ni mucho menos para sentirnos más cobardes.

—No eres una cobarde —habla Tristán por primera vez. Doy un paso hacia atrás.

—Así es como me hacen sentir ustedes. Incapaz de poder tomar una decisión y mierda, lo lamento si esto los decepciona, pero estar en aquella pista fue lo mejor que pude haber hecho.

Con la mirada de los tres puesta en mí giré sobre mis talones dando por terminado el sermón. Con pasos apresurados comencé a buscar a Elyes entre la multitud de personas. Decidí esperar a que un poco de personas se vayan y me senté en uno de los contenedores.

Saqué mi móvil de la parte de mis pechos y resoplé cuando intenté encenderlo y vi que no tenía pila. El día estaba terminando como la mierda y lo único que quería era poder ir al departamento de los Coleman.

—Mojigata. —Involuntariamente pongo mis ojos en blanco—. ¿No es un poco tarde para que estés por aquí?

—No pensé que el señor; "Si no me harás una mamada" se preocupara por alguien o algo —ironizó sin mirarlo.

—La oferta aún está en pie —me comenta. Lo miro sin ninguna pizca de gracia y él comienza a reír—. Es una broma mojigata, ¿No tienes sentido del humor?

—Lo conservó para las personas que me agradan. —Bajo mi trasero del contenedor y sacudo mi ropa.

—¿No te agrado?

—Para nada.

—Pensé que después de lo que vivimos me darías tu nombre por cortesía. —Se adelanta y se coloca delante de mí antes de que pudiera irme. Me río.

—Lo único que puedo darte de cortesía son unos buenos consejos.

—¿Tú a mi?—Ladea su cabeza arrogante.

—Sí y siéntete muy honrado. No se los suelo dar a cualquiera. —Me encojo de hombros.

—Ajá, dámelos. —Se cruza de brazos, ahora con una expresión más seria.

—Cuando conduzca procura no... —intento hablar, pero apenas comienzo él me interrumpe con unas simples palabras.

—Una cita. Tú y yo.

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