34. Blair es mi hija.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

L Y E S

— ¿Es tu hija? —pregunto, estúpidamente ya que era algo muy obvio.

Aunque no eran físicamente iguales, lo presentía, tenían los mismos gestos y un aire familiar que, aunque no tuviera nada de Amunet, me hacia recordarla solamente en ver a la nena. No había dudas, no solamente porque lo había escuchado, sus expresiones me lo habían confirmado sin ni siquiera preguntárselo.

Me sentía realmente patético, pensé que ella al igual que él confiaban en mí. No podía juzgarla, no cuando no la conocía, pero no habría cambiado nada saberlo antes como ahora sí. Porque ahora sabía que Amunet no confiaba en mí como para ofrecerme conocer su pasado oscuro.

No había conocido a Trevor, pero no hacía falta saber que aquella pequeña de ojos azules era su hija. No se lo pregunte, ni tampoco lo hare, no necesito saberlo cuando es algo obvio.

— ¿Me estas siguiendo? —responde con otra pregunta, apenas los cuerpos de Kai y la niña desaparecen de nuestra visión.

Absolutamente no. No tenía pensado verla después de lo que había sucedido, no ahora que no tenía ganas de recordarlo con todo lo que me estaba sucediendo, pero al parecer el jodido destino no tenía los mismos planes. Anoche, cuando me tome el vuelo, pensé que realmente podría dejar todo atrás. Una vez más. Amunet había decidido irse con él después de torturar mis recuerdos y hacerse un espacio en ellos.

Me había sentido tan usado, estúpido, enojado, que por primera vez en mi vida había pensado en mí solamente. Estaba agobiado, con un nudo de problemas en mi pecho que dolía y realmente ya no sabía porque. Todo estaba jodido, lo que pensé que tenía con ella, mi abuela que había tenido un infarto, volver a ver a mi hermano después de muchos años en el velorio dentro de unos días, los chicos, Leartled, realmente quería desaparecer.

Quería por primera vez en mi vida sentirme libre aunque estuviera detenido por miles de cadenas. Necesitaba respirar otro aires, ver, pensar en otra cosa que no sea lo que me atormentaba a diario, pero Amunet era el puto destino que nadie quería tener en su camino y aunque sea gracioso y masoquista, me encantaba tenerla en el.

—Sí, sabes, le he enviado un mensaje a mi abuela para que tuviera un infarto así podría tener una razón para venir a seguirte y no dejar sospechas —ironizo, no controlando mi dolor.

Amunet se sorprende, pero no se ve afectada, por su rostro deduzco que también tuvo una mala noche y mañana también.

—Lo siento, no lo sabía, ¿Está bien? —Baja un poco el tono de su voz.

—No, falleció. —Trato de restarle importancia para no quebrarme delante de ella—. Igual no quiero hablar de eso, ¿Me responderás?

No hace falta decir más para que entienda que es lo que quiero que me explique, así que me invita a ir por un café mientras marca a Kai. No sabía que ellos tenían una relación muy unida, en realidad no sabía que se conocían desde hace mucho, antes de yo lo conociera a él. No los conozco a ninguno de los dos y eso me estaría dejando en un ranking de estupidez muy buena.

Cuando llegamos a la cafetería del hospital, donde por suerte hay muy pocas personas, nos acercamos a una de las mesas que están atrás, un poco alejado de las pocas personas que están sumergidos en sus pensamientos y apenas nos sentamos, ella le encarga dos cafés cargados al mesero antes de volver a verme.

Verla nuevamente, después de aquella noche, me hacia revolver el estomago y aunque suene idiota me causaba cosquillas que quería desaparecer. Odiaba la sensación que su mirada podía provocar, odiaba tener el deseo de querer besarla, odiaba verla y pensar que es jodidamente perfecta, odiaba su cercanía porque odiaba quererla.

Odiaba sentir que esto podía acabarse tan rápido como podría empezar. Yo no sabía nada acerca de su vida y ella lo sabía todo de mi aunque fuera muy poco. Me frustraba saber que cuando resolvía uno de sus misterios, me daba cuenta que tenia millones más.

Me sentía patético, aunque no era su intención ella me hacía sentir así. Patéticamente enamorado. Enamorado de todo lo que odiaba de ella, de las idas y vueltas, del poco tiempo que teníamos, de la unión que nos hacia comprendernos en silencio, de nuestras miradas cómplices, de ella y de sus misterios.

Y saber que podría perderla en cualquier momento era la peor sensación que había experimentado en mi vida. Una mala sensación que me iba consumiéndome de apoco en mis malas elecciones.

—Blair es mi hija. —Rompe el silencio sin ninguna pregunta, curiosidad o mentira, si no con una afirmación—. Mía y de Trevor.

—Lo sé —confieso, sorprendiéndola—. Solamente lo deduje.

—Lo siento, no te lo conté antes porque es un tema que siempre prefiero evadir y mantenerlo en la privacidad —se disculpa, metiéndose un mechón detrás de la oreja cuando el mesero vuelve con el pedido—. Esto es difícil de contar y no lo sabe nadie más que Kai.

—Te entiendo y no soy quien para presionarte, lo único que quiero saber es porque me lo ocultaste. —Suspiro—. Pensé que confiabas en mí.

—No se trata de confianza —se apresura a decir—. Lyes, yo no puedo estar con mi hija, por lo que has visto ella no vive conmigo por temas delicados y me han impedido verla en estos siete años.

— ¿Quién?

—Mi madre. —Pone sus ojos en blanco—. Bueno, la madre de Trevor.

—Eso es absurdo. —Hundo mis cejas—. Si es tu hija, creo que harías hasta lo imposible por tenerla.

No soy consciente con cuanto fuego van disparadas aquellas palabras, pero cuando las recibe veo que es un tema que aún esta permanente y jodido.

—Yo no puedo tener a Blair, yo lo he decidido —confiesa, bajando su mirada—. Son cosas que prefiero evitar que Blair vea y cosas que no puedo cambiar.

— ¿Qué cosas?

—Lo siento.

—Descuida, no debí preguntar —me disculpo, apoyándome contra el respaldar de la silla.

— ¿Me crees? —Hunde sus cejas, llevándose la taza de café a los labios. Asiento sin decir nada y me cruzo de brazos—. ¿Y qué te sucede entonces?

— ¿Aparte de qué mi abuela murió? —Elevo una de mis cejas—. No se me olvida lo que sucedió la noche anterior con Elyas.

Amunet bufa, apartando a taza de café.

—Ya comprendo, tratas de ocultar todo ese dolor con peleas. —Sonríe irónica—. Lo siento Lyes, pero también tengo una vida jodida y de todas las opciones que tengo, jamás use la de convertirte en un saco de boxeo. Adiós.

—Espera. —La detengo cuando hace el amago de irse—. Perdóname

—No tengo nada que perdonarte, ven sígueme, tengo a la persona ideal para que te haga olvidar de este mal momento. —Me anima, meneando su cabeza en dirección a la salida después de dejar el dinero de los café en la mesa.

(...)

Habíamos pasado toda la tarde en la habitación donde la pequeña Blair se estaba recuperando. Al principio no podía dejar de sentirme incomodo cuando oía como la pequeña se dirigía a la persona que pensé conocer, pero después resulto sentirse cómodo y tornarse un momento hasta incluso agradable.

Era sorprenderte como la pequeña de ojos azules era capaz de hacerte olvidar de un momento, ya que, aparte de olvidarme lo que había sucedido con Elyes, también había olvidado por momentos la muerte de mi abuela.

Cuando el horario de visitas finalizo, Kai prometió quedarse con la pequeña por si acaso la madre, o lo que sea que era esa mujer, viniera a ver a Blair. Amunet no se opuso, deduzco que de huir está acostumbrada y le prometió a la pequeña de ojos cristalizados que mañana vendría a verla antes de que le dieran el alta.

En todo el trascurso de este día no le había dirigido ni una sola palabra a Kai aunque sentía su mirada sobre mí en varias ocasiones. Bien, entendía que había guardado el secreto para protegerlas, pero aunque sea me lo hubiese advertido porque ninguno de los dos sabía cuánto me había afectado aquella noticia.

No tenía nada en contra de que Blair fuera su hija, para nada, hasta la pequeña llego a agradarme más rápido que lo que me costó con mis amistades. Solamente es que no podía dejar de sentir rencor conmigo mismo. Rencor, odio, molestia porque pensé hace unos minutos que sabía todo sobre ella y de alguna forma me dolía saber que no.

Saber que la persona que quería a mi lado no la conocía ni lo mínimo que pensaba y aunque parecía estúpido y poco, no dejaba de atormentarme.

El día estaba terminando y aunque sabía que lo sano para mi juicio seria separarme de ella para irme al hotel, no quería e inconscientemente me moría por dentro esperando escuchar de sus labios la propuesta de pasar la noche con ella. No importaba donde, así mismo si fuera en uno de los bancos fuera del hospital estaba dispuesto a darle mi hombro para que descanse por mas traicionado que me sintiera por su parte.

Pasar tiempo con Amunet me había convertido en un jodido bipolar y temía que no hubiera remedio para eso tampoco.

—Gracias por no juzgarme —dice de repente, cuando apenas salimos del hospital. Amunet no me mira, pero no es necesario para saber que se retiene a decirme varias cosas que me dejan con intriga.

— ¿Te hubiese importado? —Tanteo mi bolsillo trasero y saco la cajetilla con el mechero.

—No. —Me observa de soslayo cuando hago un puente con mi mano y enciendo el cigarro—. Me hubiese dolido que venga de tu parte.

— ¿Por qué? —Le ofrezco el cigarro y ella acepta, dándole una calada desesperada.

—Porque aparte de Blair, eres una de las personas que más me interesan —confiesa, encogiéndose de hombros—. Tal vez porque tienes lo que nunca podría tener en mi vida.

— ¿Qué cosa?

—Felicidad.

Ambos quedamos en silencio. Las palabras se me atoran una detrás de otra y me encantaría poder decirle que sería capaz de entregarle mi vida entera, pero solamente serian palabras que se irían como el humo que sostiene en sus dedos. Decido quedarme en silencio, solamente observándola mientras mira hacia la nada sin ningún eje de felicidad en sus labios.

—Te invito a cenar —propongo, con el corazón hecho un manojo de nervios. Amunet ladea una sonrisa, antes de observarme con un brillo de sorpresa sobre sus ojos.

—Pensé que no lo dirías jamás. —Le da una calada profunda al cigarro, robándome una sonrisa y me lo entrega, antes de comenzar a caminar del lado contrario al hospital.

La sigo dando leves trotes cuando mi cuerpo no me responde y colocándome al lado suyo, tiro la colilla de mi cigarro antes de meter ambas manos a los bolsillos de mi chaqueta. De camino a un restaurante, que queda un poco lejos del hospital, vamos compartiendo una agradable conversación fuera de nuestras vidas personales.

No tocamos ni de casualidad el tema de Blair, ni el de Elyas, ni mucho menos el de mi abuela. Que aunque sabía que debería estar reunido con mi familia para consolar a los demás, no podía negar que prefería estar con Amunet mil veces. Momentos de paz para ambos eran tan pocos y lo irónico era que cada vez que el mundo estaba ardiendo a nuestro alrededor, nosotros encontrábamos esa tranquilidad para ambos estando juntos.

Al parecer, el infierno era nuestro lugar favorito para encontrar aquella paz que necesitábamos.

Cuando llegamos al restaurante solté un suspiro de alivio al ver que no estaba tan lleno e inmediatamente nos dieron una mesa cerca de un gran ventanal que daba hacia las calles de Paris.

—Hola mi nombre es Dier y hoy seré su mesero —saluda el chico, robándose nuestra atención—. ¿Algo que deseen para beber?

—Uno de sus mejores vinos, por favor —le pido, incitándolo a anotarlo en su libreta.

—Perfecto, ¿Y tienen algo en mente para la cena? —Eleva su mirada hacia nosotros nuevamente.

Miro a Amunet buscando respuesta y esta se encoge de hombros al estar en la misma situación.

—Su mejor platillo —pide Amunet, no dándole mucha importancia.

— ¿Y usted?

—Lo mismo —concuerdo.

El mesero asiente cuando termina de anotarlo y nos avisa que pronto lo traerá.

— ¿Ya has venido aquí? —pregunta dándole una mirada interesante al lugar.

—No, no solía ir a muchos restaurantes cuando vine. —Apoyo mi espalda en el respaldar—. ¿Y tú?

Amunet dibuja, sin intención, una mueca de disgusto.

—Aquí vivía y cuando me comprometí con Zack solíamos "salir" a varios restaurantes solo para afirmarles a los periodistas que estábamos juntos. —Revolotea sus ojos haciéndome sonreír—. Pero jamás he venido a este, deduzco que porque está lejos de la ciudad en sí.

—No lo había pensado, si quieres podemos ir al hotel donde estoy quedando —propongo, encogiéndome de hombros. Amunet me enseña una sonrisa picara que me hace estremecer.

— ¿Tan rápido me quieres llevar a la cama, Lyes? —Ladea su cabeza, dejándose ver más bonita de lo que ya es.

Trago saliva involuntariamente, sintiendo como todo mi cuerpo se pone a alerta.

—Más rápido de lo que crees, Amunet —contesto al final, solamente para estar a su altura.

—Perfecto, porque esta noche no tenía pensado pasarla en ninguna otra habitación que no fuera la tuya.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro