Capítulo 2

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.Dos días después - Año 2010.

.Oficinas de la Blackwatch - Downtown.

Al franquear el umbral de la entrada, el ambiente experimentaba una transformación sutil pero perceptible, impregnándose de una solemnidad distinguida. En el centro del despacho, un escritorio de imponente presencia dominaba el espacio, flanqueado con elegancia por dos sillas en primer plano y otra estratégicamente ubicada al fondo, reservada para el jefe, quien solía ocuparla con autoridad y temple. En aquel momento, su figura se erguía entre montañas de expedientes, documentos que contenían la llave de acceso a su causa secreta, revelada únicamente a los privilegiados.

Sentado en una silla de exquisita factura, se hallaba un hombre cuya presencia irradiaba refinamiento y sofisticación. Ataviado con un impecable esmoquin negro, resaltado por la pureza del blanco de su camisa y la vibrante intensidad de una corbata roja, extendía una bienvenida sutil pero inequívoca. Sus manos, dotadas de una destreza innata, se movían con precisión sobre los expedientes, desentrañando cada rincón en busca de información vital.

Al otro lado del escritorio, se encontraba un joven de semblante peculiar. Su ligera melena despeinada enmarcaba unos ojos celestes penetrantes, mientras que una leve barba adornaba su rostro. Los tatuajes que adornaban ambos brazos contaban historias silenciosas, complementadas por una cicatriz que aparecía debajo del ojo izquierdo en su rostro. Vestido con una chaqueta de cuero dorada y negra, pantalones meticulosamente diseñados con una raya en la pierna derecha que convergía en una unión artística en la rodilla, guantes negros sin dedos, zapatos grises, y una bolsa que descansaba a su lado, con el teléfono conectado a la correa, completaban su singular apariencia.

—¿Por qué cree usted, que es el mejor candidato para este trabajo? —pregunta el hombre empresario, juntando las manos con seriedad y expectación en su mirada, aguardando una respuesta que justifique su interés—

—Yo nunca dije eso. —responde el hombre de ojos celestes con una tranquilidad que roza lo enigmático, desviando momentáneamente su atención hacia el paisaje que se dibuja más allá de la ventana, como si buscara encontrar las palabras correctas en el horizonte distante—

—¿Disculpe? —inquiere el empresario, su confusión palpable en el entrecejo fruncido y los gestos dubitativos, tratando de descifrar la respuesta aparentemente esquiva de su interlocutor—

—Yo nunca dije eso. —reitera el hombre de tatuajes, con una naturalidad que sugiere una confianza arraigada en sus convicciones, sin un ápice de duda o vacilación en su tono de voz, como si la certeza de sus palabras fuera irrefutable—

—Lo ideal sería que contratemos al mejor. —responde el empresario con firmeza, reafirmando su convicción en la búsqueda de la excelencia, un deseo palpable de encontrar al candidato más destacado que pueda contribuir al éxito de la misión—

—¿Usted por qué se considera el mejor empresario del mundo? —interroga el muchacho de cabello castaño, su pregunta cargada de un matiz desafiante pero también de genuina curiosidad—

—Yo... nunca dije eso. —responde el empresario con un tono de desconcierto y ligera irritación, sus palabras envueltas en un velo de incredulidad ante la afirmación que parece contradecir su postura inicial—

—¿Disculpe? —pregunta el hombre de chaqueta dorada, su voz cargada de sorpresa y una pizca de incredulidad, mientras sus ojos escrutan el rostro del empresario en busca de alguna señal que aclare el desconcierto—

—Yo nunca dije eso. —contesta el hombre de traje elegante, su expresión imperturbable, como si la negación fuese una afirmación absoluta de su convicción—

—Lo ideal sería que usted trabaje para el mejor. —responde el hombre de ojos celestes, su voz resonando con una seguridad que no admite réplica, como si estuviera sentenciando una verdad incuestionable—

—¿Está bromeando conmigo? —pregunta el empresario, con una mirada seria que denota su frustración ante la aparente confusión que se cierne sobre la conversación, su tono ligeramente crispado por la incomodidad del momento—

—No lo sé, ¿usted se cree el mejor en su campo? —pregunta el hombre de chaqueta, su voz teñida de curiosidad genuina, como si estuviera explorando las motivaciones detrás de las palabras del empresario—

—Por supuesto que no, ¿usted se cree el mejor en el suyo? —replica el empresario, su tono desafiante pero también cargado de incredulidad, como si cuestionara las afirmaciones del hombre de chaqueta dorada—

—Por supuesto que sí, uno siempre debe que creerse el mejor en todo. —concluye el hombre de chaqueta con una seguridad que bordea la arrogancia, como si fuera un axioma incuestionable en su filosofía de vida—

—Oh, qué humilde de su parte. —comenta el empresario con un deje de ironía en su tono, sus palabras resonando con una mezcla de sorpresa y sarcasmo ante la aparente modestia del interlocutor—

—¿No estaban buscando al mejor? —pregunta el hombre de ojos celestes, su voz cargada de una lógica implacable que desafía la pretensión del empresario, como si estuviera señalando una contradicción evidente en su argumento—

—Sólo digo, qué muchos afirman que la humildad... es la virtud más honrada. —prosigue el empresario con una afirmación que suena a consejo moral, sus palabras impregnadas de una convicción que busca imponer un sentido de rectitud en la conversación—

—Meh, prefiero el orgullo. —responde el hombre de chaqueta dorada con un desdén apenas disimulado, su voz revelando una preferencia clara por la autoafirmación y la confianza en sí mismo, por encima de cualquier otra consideración—

—El orgullo es la pantalla de los cobardes. —contradice el hombre trajeado con una contundencia que sugiere una convicción arraigada en sus principios, como si estuviera desafiando las percepciones convencionales sobre la virtud del orgullo—

—Yo creo que usted es un cobarde. —espeta el hombre de chaqueta, su acusación directa y punzante, como un desafío lanzado al corazón mismo del empresario, cuestionando su integridad con una franqueza que no admite dilaciones—

—Ajá, mire usted. —responde el empresario, notablemente molesto, su voz cargada de una indignación apenas contenida, como si las palabras del hombre de chaqueta hubieran tocado una fibra sensible en su orgullo herido—

—Pero bien. —concluye el hombre de chaqueta con una resignación que sugiere una aceptación momentánea de la situación, como si reconociera la futilidad de continuar el debate en ese momento—

—Hm, a ver... ¿Cómo sería un cobarde "bien"? —plantea el empresario con una nota de curiosidad en su voz, como si estuviera explorando un territorio desconocido en busca de respuestas que desafíen sus propias convicciones—

—No lo sé... entrevista a las personas. —responde el hombre de chaqueta dorada con una ligera sonrisa irónica, sus palabras cargadas de un sarcasmo sutil que añade un matiz de provocación a la conversación, como si estuviera desafiando al empresario a reflexionar sobre sus propias acciones—

—Ja. Qué simpático de su parte. —responde el empresario, su tono teñido de irritación contenida, sus palabras resonando con una amargura apenas disimulada ante la insolencia del hombre de chaqueta dorada—

—Si me lo permite, me gustaría desarrollar un poco esa "humildad" de la que tanto avala usted. —interviene el hombre de ojos celestes con un tono calmado pero firme, como si estuviera señalando una discrepancia entre las palabras y las acciones del empresario, su solicitud cargada de un deseo genuino de explorar más allá de las apariencias—

—Oh, por favor. Adelante. —concede el empresario con un gesto de impaciencia apenas perceptible, como si estuviera resignado a seguir el curso de la conversación, aunque no estuviera del todo convencido de la dirección que tomaría—

—Vuelva a formularme la primera pregunta. —pide el hombre de chaqueta dorada con una determinación que revela su intención de desafiar las expectativas del empresario, su solicitud cargada de un deseo de profundizar en la naturaleza misma de la entrevista—

—¿Por qué cree usted, que es el mejor para este trabajo? —reitera el empresario con un tono que denota su persistencia en obtener una respuesta satisfactoria, aunque ahora con una nota de expectativa ante la posibilidad de una revelación inesperada—

—¿Yo? No... yo soy un inútil, un asqueroso idiota que no sabe lo que hace. Seguramente le haga perder muchísimo dinero y meterse en miles de problemas. No, no tiene que contratarme ni de chiste. —afirma el hombre de ojos celestes con una sonrisa leve, su tono cargado de auto depreciación y sarcasmo, como si estuviera revelando sus propias inseguridades con una franqueza desconcertante—

Un silencio incómodo se cierne sobre la habitación, llenando el espacio con una tensión palpable, mientras el empresario procesa las palabras del hombre de ojos celestes, su rostro revelando una mezcla de sorpresa y perplejidad ante la respuesta inesperada.

—Está contratado. —finalmente, rompe el empresario el silencio con la declaración que lo sorprende incluso a él mismo, su tono firme y decidido, como si estuviera desafiando las convenciones establecidas y siguiendo un instinto que va más allá de la lógica convencional—

—Excelente. —responde el hombre de chaqueta, su voz resonando con una nota de satisfacción y determinación mientras se levanta del asiento, su postura erguida y segura, como si estuviera listo para enfrentar cualquier desafío que se presente en su nuevo rol— Muchas gracias.

Una vez concluida la entrevista de trabajo, el joven de la chaqueta dorada, cuyos pasos resonaban con firmeza y determinación, se encaminó hacia el ascensor del piso cincuentaiuno de las imponentes oficinas de la Blackwatch. Con paso seguro, atravesó el umbral del habitáculo metálico y, con una confianza palpable, pulsó el botón que indicaba la planta baja. Mientras el ascensor iniciaba su descenso hacia las profundidades del edificio, una melodía tenue y reconfortante llenaba el espacio, acompañando el vaivén del movimiento descendente.

Con destreza, el joven manipuló una lata de metal rectangular de fino grosor, revelando su contenido: una pastilla mitad roja y mitad negra. Sin vacilación alguna, llevó el objeto a sus labios y dejó que el amargo sabor invadiera su paladar, mientras un gesto de relajación se dibujaba en sus hombros.

"El sabor de esta cosa es simplemente desagradable. Pero es lo único que me mantiene aferrado a la vida. De no ser por este producto de dudosa procedencia de Gentek, tal vez la enfermedad ya habría acabado conmigo".

Reflexionó el hombre, mientras las puertas del ascensor se deslizaban finalmente, anunciando su llegada a la planta baja de las oficinas de la Blackwatch.

.Cambio de Narrativa a Primera Persona.

.Punto de vista del hombre con chaqueta.

Mi nombre es Jacob Valerie, soy originario de Nueva Zelanda y tengo veintisiete años. Me gano la vida trabajando como un sicario de calidad. Soy el tipo al que llamas cuando necesitas que alguien desaparezca de manera rápida, discreta y efectiva. Sin embargo, mi existencia dio un giro inesperado hace cuestión de dos años, cuando me diagnosticaron un tumor infeccioso cercano a mis pulmones, uno que, de no ser tratado, acabaría con mi vida. Desde entonces, mi esposa y yo estuvimos buscando desesperadamente una cura, hasta que aparecieron ellos... "Gentek", con una oferta tentadora y difícil de rechazar: una cura para mi situación, a cambio de someterme a sus misteriosas "pruebas científicas".

No tengo la certeza sobre qué experimentos llevaron a cabo en mi cuerpo, o qué demonios me inyectaron, pero lo cierto es que adquirí habilidades sobrenaturales. Sin embargo, estas "bendiciones", si se las puede llamar de alguna manera, vienen acompañadas de una contrapartida jodida: debo tomar unas despreciables y asquerosas pastillas cada cuatro horas para mantener a raya a mi enfermedad, y, a su vez, conservar mis poderes. 

En aquel momento, desconocía el terreno en el que me estaba metiendo, estaba desesperado. Si hubiera sabido lo que me esperaba, tal vez habría optado por otro camino. Ahora, me encuentro en Nueva York, atrapado en toda esta mierda. Hay rumores sobre un científico que liberó un virus raro en Penn Station. Llegaron a mis oídos incluso desde Michigan. Por eso decidí trasladarme aquí, confiado de que, si la cabeza de ese científico tenía precio, podría obtener un buen pago por el trabajo.

Fue entonces cuando recibí una llamada de un tal: "Edwin Patton", supuesto director de la Blackwatch. Joder, estos tipos están por doquier. Das vuelta en una esquina y te cruzas a cinco antes de que te registren de pies a cabeza. Según Patton, había un hombre importante: Brian Wallace, quien había desaparecido hacía dos días sin dejar rastro alguno. Su importancia era notable, lo suficiente como para que dejase Nueva York y se dirigiera a Washington D.C, en una misión, según Patton: "Clasificada". Estoy seguro de que este tipo quiso alejarse de todo el caos de la ciudad para no morir. En fin, no es mi problema.

Edwin ofreció cubrir los gastos de mi vuelo y me dejó solo con una misión clara, por la cual, si tenía éxito, sería recompensado con una suma de dinero muy grande, más de la que podría contar con mis dedos: capturar al Sujeto de Pruebas Número Once, preferiblemente vivo.

Pero... como dijo Albert Einstein: "Todo en este mundo es relativo".

[...]

.Cambio de Narrativa a Tercera Persona.

.Japón - Ciudad de Kuoh.

"¿Tu viaje fue placentero?"

Una voz masculina inició la conversación con un toque de ligereza, buscando indagar sobre la experiencia de Blake en su reciente travesía. Sentado frente al pequeño café japonés, Valler rechazó cualquier atisbo de disfrute en su viaje con una franqueza directa, evidenciando el tormento que había experimentado.

—Deja de bromear, Mercer. —respondió Blake con un matiz de seriedad desde el otro lado del teléfono, mientras se acomodaba en una silla frente al apacible café japonés. Sus ojos, con un brillo peculiar, exploraban el vaivén de la calle, pasando desapercibido entre el tumulto urbano— Fue más bien una tortura.

"Cuéntame sobre tu recorrido, despierta mi interés".

Insistió Mercer, con una nota de anticipación en su tono.

—Consumí a Brian Wallace, me dirigí al aeropuerto internacional. Volé rumbo a Washington D.C, y a partir de ahí, tuve que improvisar. Casi me descubren, pero logré esquivarlos. —relató Blake, sacando con parsimonia otro chicle de menta de su bolsillo, y llevándoselo a la boca— Es asombroso lo sencillo que resulta engañar a la gente. Ni siquiera sospecharon cuando consumí al tipo adinerado.

Los ojos singulares de Blake observaban con calma el ir y venir de los ciudadanos, en un escenario donde parecía ser un observador invisible entre el bullicio urbano. Ante la insistencia de Mercer, Blake, detalló con seriedad su periplo.

"¿A qué adinerado te refieres? ¿Era alguien relevante?".

Indagó Mercer, con un destello de intriga en su voz.

—Un japonés, un tal Tsukino... algo. —respondió Blake, sumergiéndose en sus recuerdos— Un millonario que viajaba hacia Japón para visitar a una de sus numerosas amantes en su jet privado. El viaje fue largo, apenas llegué ayer. El idioma fue sencillo; es sorprendente la cantidad de criminales que operan durante la noche.

"¿Qué? ¿Ahora estás desempeñando el papel del Martillo de Hierro?".

—Para nada. No soy como Joel. —respondió Blake con determinación— Él está jugando a ser The Punisher. Yo, por otro lado, tengo otros asuntos más importantes en mente. —tras un breve silencio, prosiguió— ¿Cómo se supone que averigüe la ubicación de alguno de "Los Ocho"? Nadie aquí parece saber una mierda acerca de Gentek y la Blackwatch.

La curiosidad de Mercer se tornó más intensa al escuchar sobre el presunto paralelismo entre Blake y el enigmático Martillo de Hierro. Valler, sin embargo, desestimó la comparación con su conocido Joel, aclarando que sus intereses y motivaciones divergían considerablemente de los del oscuro personaje al que hacía referencia Mercer.

"Consumiendo tanto a soldados como a científicos por igual. No es tan complicado, ya lo has hecho antes". 

Sugirió Mercer, con una nota de confianza en su tono.

—El problema es que ellos se mezclan demasiado bien entre la multitud... —admitió Blake, reflexivo— Te llamaré cuando descubra algo relevante.

"Hasta entonces".

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Apariencia de Jacob Valerie:

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