Capítulo 20

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.Japón - Ciudad de Kuoh - Año 2010.

.Zona Desconocida - Diez minutos después.

El silencio reinaba en el vehículo, una quietud casi palpable que se extendía como una neblina invisible entre los dos ocupantes. Jacob Valerie, el sicario de origen neozelandés, conducía con una expresión impenetrable, con sus manos firmes en el volante. No había música que rompiera la tensión, no había sonido alguno salvo el murmullo del motor y el ocasional zumbido de las ruedas sobre el asfalto. Blake Valler, el mutante evolucionado, permanecía igualmente callado, su mirada estaba perdida en el horizonte, que se desplegaba ante ellos a través del parabrisas.

Fue Jacob quien finalmente decidió quebrar el silencio, su voz corta el aire con una gravedad que pareciera fuera de lugar en el espacio confinado del auto.

—Mira, esto debe permanecer solo entre nosotros, ¿de acuerdo? Pero... hay algo que me inquieta, una sospecha que me corroe y necesito tu ayuda para confirmarla. —dijo Jacob con una voz baja y urgente, girando su cabeza apenas perceptiblemente hacia Blake. Sus ojos escudriñaban el rostro de su interlocutor, buscando alguna microexpresión, un destello de verdad— Sin rodeos y sin mentiras, ¿fuiste tú quien acabó con la vida de ese ángel caído?

—¿A cuál te refieres? —respondió Blake con un tono desapegado, casi aburrido, como si la gravedad de la pregunta se disolviera en el aire—

—Gemyo. —especificó Jacob. Valler, por su parte, giró su cabeza lentamente hacia la izquierda, como si el mero acto de recordar trajera consigo ecos de un pasado cercano—

—¿Qué te hace suponer que fui yo el responsable de su muerte?

—Mis contratistas dijeron que el asesino dejó tras de sí el brazo ese ángel, cercenado con una precisión quirúrgica. Demasiado perfecto para ser obra de un arma mortal. —explicó Jacob, su sonrisa era tenue, casi imperceptible, como si disfrutara del juego mental que estaba desplegando— Estoy convencido de que ni la espada más finamente forjada por manos humanas, incluso con una calificación de veinte en la escala de filo, podría realizar un corte tan impecable.

—¿Qué estás insinuando? —preguntó Blake, su voz está teñida de una curiosidad apenas contenida—

—Conozco tus habilidades. Sé lo que realmente eres. —reveló Jacob, su tono era serio, casi acusatorio—

—Tschk, no tienes ni la menor idea. —Valler soltó un suspiro de exasperación—

—El virus Redlight que corre por tus venas, he observado su funcionamiento. Tu espada no es una creación humana, sino el producto de un virus. Posee un filo a nivel molecular que supera cualquier arma forjada por un ser humano. Tu espada podría cortar a través del hueso con la facilidad con que uno corta un trozo de mantequilla. Es la personificación de un corte limpio y perfecto. —comenta el sicario, con una sonrisa leve— La obsidiana es frágil al contacto con los huesos, pero tu espada no.

—También podría haber sido obra de una espada Sagrada o Demoníaca. —sugirió Blake, manteniendo su compostura—

—Así que, ¿niegas haberlo hecho? Vamos, las cosas serán mucho más simples para ambos si dejas de jugar al inocente. —presionó Jacob—

Blake se giró lentamente hacia Valerie, buscando en ella una aliada o quizás un testigo silencioso.

—Sí, fui yo quien lo mató. Al tonto ese con la espada de luz. —confesó Blake finalmente, regresando a su posición inicial con una indiferencia que parecía cuidadosamente ensayada— Fue en defensa propia. Ahora dime, ¿por qué te importa tanto?

—Porque la persona que me contrató está muy enojada contigo por ello. —explicó Jacob, retomando su postura de conductor, su mirada vuelve al camino que se desenrollaba frente a ellos— Diría que hasta le quitaste al amor de su vida. Realmente te quiere muerto.

—Hm, no sería la primera vez. —comentó Blake, su voz llevaba un matiz de resignación, como si estuviera acostumbrado a este tipo de situaciones—

—Oh, te entiendo, de verdad. —confesó Valerie, su voz bajó un tono, adquiriendo una calidad introspectiva— Cuando eres sicario, este tipo de cosas pasan. Te ganas el odio de un puñado de personas por hacer un trabajo deshonesto. Quitarle la vida a una persona que quizás no se lo merecía, a veces no me deja dormir.

—Ajá. —respondió Blake, su interés parecía haberse esfumado tan rápido como había aparecido— ... ¿Qué te ofrecieron por mi captura?

—Cosas. —dijo Jacob, su voz se tornó evasiva, como si las palabras mismas le pesaran— Curar mi enfermedad es una de ellas.

—Van a traicionarte. —afirmó Blake, girando su cabeza para mirar a Valerie, sus ojos brillaban con una certeza inquietante— Los ángeles caídos no son confiables.

—¿Y tú cómo sabes eso? —preguntó Jacob, su curiosidad despertada por la afirmación de Blake— ¿Eres o fuiste un ángel caído alguna vez?

—No, pero consumí a uno. —reveló Blake, con naturalidad— Sus recuerdos me lo permitieron ver, ellos se traicionan a sí mismos. Sus promesas vacías carecen de valor. En la primera oportunidad que tengan... te van a desechar como basura.

—No lo creo. —replicó Jacob, su voz se endureció, reflejando una mezcla de desafío y negación— Les soy útil, además... me tienen agarrado de las pelotas. No soy un peligro del todo.

—Eres útil ahora, pero en cuanto se den cuenta de lo poderoso que eres... te verán como un potencial enemigo. —advirtió Blake, su tono era el de alguien que ha visto demasiado, que ha vivido demasiado— Eres un mutante, quizás con capacidades ilimitadas. Si no pueden someterte a su manera, te eliminarán del tablero, así funciona la vida.

Un silencio se instaló entre ellos, varios segundos de quietud que parecían extenderse hasta el infinito.

—¿A quiénes tienen? —preguntó Blake, rompiendo el silencio con una pregunta que parecía cargar el peso del mundo—

—... A mi esposa, y a mi hija. —confesó Jacob, su tono se tornó grave, más serio que antes— No sé cómo dieron con ellas, pero conocen su ubicación. Si no coopero, si fallo... las matarán.

Valerie giró su cabeza para mirar a Blake, sus ojos reflejaban un conflicto interno profundo.

—No es nada personal contra ti, viejo... pero mi familia es primero, sin importar nada.

—Te mintieron. —declaró Blake, su voz era seca y cortante—

—¿Qué dices? —la pregunta de Jacob salió como un susurro, casi incrédulo—

—Ellos no tienen a tu familia. —afirmó Valler, su voz era firme, inquebrantable— Ellos no sabían de tu existencia hasta que arribaste a esta ciudad, no tienen tecnología de rastreo avanzada como la Blackwatch. Te han engañado en la cara, y tú les has creído como todo un tonto. Realmente no me sorprende.

—No te creo. —la negación de Jacob fue inmediata, casi instintiva—

—Me da igual lo que creas. —replicó Blake, su tono era desafiante, casi despectivo— Sólo digo, que es fácil lanzar el argumento de "tengo algo que te importa, y si no cooperas te lo quitaré". Los ángeles caídos son mentirosos y traicioneros... para este grupo, tú no existías hasta que apareciste. ¿Cómo sabrían donde vive tu familia?

Jacob se sumió en un silencio reflexivo, las palabras de Blake resonando en su mente. Había revelado su origen neozelandés mucho después de que le informaran que tenían a su familia. Todo apuntaba a un engaño, y Jacob se dio cuenta de que había caído en él tan fácilmente como una rata en una trampa para ratones.

—¿Qué gano confiando en ti? —interroga Jacob, su voz cargada de una seriedad que refleja la gravedad de su situación—

—Primero y principal, la oportunidad de liberarte de aquellos que ya han considerado traicionarte. Piénsalo como una "medida de precaución". —responde Valler con firmeza— Además, garantizaría la seguridad y el anonimato de tu familia de manera definitiva.

—¿Y cómo lograrías eso? ¿Acaso los protegerías tú mismo?

—No, eso está fuera de discusión. —replica Blake con un tono que no admite réplica— Pero poseo un contacto muy especializado. Si hago una llamada, podría hacer que tu familia desaparezca de la vista del mundo, excepto para su país natal. —hace una pausa significativa— Para el resto del planeta, los Valerie simplemente dejarían de existir, eliminando cualquier rastro por el cual puedan ser encontrados.

—Ellos afirmaron que su objetivo era prevenir la Segunda Guerra Celestial. ¿Por qué habrían de mentirme tan descaradamente? —Jacob lanza la pregunta con un atisbo de desesperación—

—Porque eso es lo que hacen, venden ilusiones para ganarse la confianza de la gente. Están allanando el camino para la Segunda Guerra. Gemyo era una pieza clave en un plan ambicioso destinado a eliminar a ciertos ángeles celestiales, y al haberlo asesinado... sus planes se vieron obligados a cambiar. —explica Blake con una convicción que parece provenir de un conocimiento profundo— ¿Tienes alguna razón para creer que yo te mentiría?

—Podría ser para ganarte mi lealtad.

—Esa es una elección que te corresponde hacer. —afirma Blake con una calma que contrasta con la tensión del momento— Si me llevas a la base de los Primeros Hijos, me encargaré personalmente de ellos. Tienes la libertad de decidir: puedes quedarte a mi lado, apoyarlos a ellos y enfrentar las consecuencias, o regresar a tu hogar. La decisión es enteramente tuya. —dice, con una tranquilidad que parece inquebrantable— ... ¿Cuántos son?

—Cuatro. —revela Jacob, su voz baja pero llena de advertencia— Si fuera tú, tendría cuidado.

—Si yo fuera tú, no me subestimaría. —concluye Blake, con una seguridad que parece emanar de cada palabra— Cuatro miserables no van a acabar conmigo tan fácilmente.

[...]

.Base de los Primeros Hijos - Territorio Enemigo.

El vehículo de Jacob Valerie se detuvo con un suave zumbido frente a la fachada de lo que parecía ser un edificio rectangular, una estructura austera y monolítica que evocaba la imagen de un almacén privado. Blake, con una agilidad que desafiaba la gravedad, abrió la puerta del copiloto en el mismo instante en que Jacob cortaba el motor. Salió del vehículo y cerró la puerta con un golpe seco, un sonido final que resonó en el silencio circundante. Luego, con un gesto mecánico y deliberado, se tronó los nudillos, un preludio a lo que estaba por venir.

—¿Has tomado ya una decisión? —inquirió el hombre de cabello negro como la noche, su mirada yace fija en el sicario neozelandés, como si intentara descifrar los pensamientos ocultos tras sus ojos—

—Sí. —respondió Jacob con una voz que no admitía réplica. Tomó las manos de Valler y, con un movimiento fluido y experto, las colocó en su espalda baja, aprisionándolas con esposas hechas del más sólido concreto, robándole así el uso de sus brazos— Lamento esto. Ya entiendes, son las formalidades del empleo.

—Entonces, me temo que has sellado tu propio destino. —replicó Blake, su voz impregnada de una indiferencia glacial, mientras daba inicio a una marcha inexorable en línea recta hacia lo desconocido— Me oirás decir "te lo dije".

La puerta se abrió con un chirrido que parecía anunciar el cambio de escena. Ambos hombres, prisionero y captor, avanzaron por un pasillo estrecho y opresivo. Tras un breve lapso que pareció extenderse en el tiempo, llegaron a un vasto almacén. El espacio estaba desprovisto de contenido, salvo por un escritorio solitario en su epicentro. Cerviel, el administrador de los Primeros Hijos, se encontraba allí, con los pies despectivamente posados sobre la madera pulida del escritorio, saboreando un vino tinto de aroma embriagador y mordisqueando una manzana con una actitud que destilaba arrogancia. Grelpu y Cathyx, figuras silenciosas y expectantes, ocupaban sus asientos, mientras que Lamorac, ahora conocido como el Noveno Demonio Superior, fungía como guardián de la única vía de entrada y salida del complejo.

Los ojos del demonio, de un gris ceniciento, se dilataron en una expresión de reconocimiento y sorpresa. Aquella figura, aquel porte, no le eran desconocidos. Era la segunda torre de Rías Gremory, un rostro que había visto antes y que había contribuido a confirmar sus sospechas durante una confesión en el salón de la mencionada familia. Ahora, ante él, se presentaba Blake Valler, escoltado por Jacob Valerie, maniatado con esposas de concreto. El Sujeto de Pruebas Once había desentrañado su plan, y Lamorac estaba listo para actuar, pero el sicario neozelandés había sido más rápido.

—Jacob Valerie. —saludó Cerviel con una sonrisa que irradiaba triunfo, como si la victoria ya estuviera asegurada en su nombre— Dichosos los ojos que te ven, al fin.

—He cumplido con lo acordado. —Jacob empuja a Blake hacia adelante, quien sostiene una mirada intensa y calculadora, como la de un depredador a punto de romper sus cadenas y desatar el caos— Aquí tienes al Sujeto de Pruebas Once, el verdugo de Gemyo.

—Hmm, excelente trabajo. —el líder de los Primeros Hijos se gira con una elegancia calculada hacia Lamorac— Tu premonición fue acertada, me complace que, por una vez en tu existencia, hayas atinado en algo. —su voz, que antes destilaba una confianza casual, se endurece con un matiz de gravedad—

—Tú... —Cathyx se levanta con una furia que parece consumirla, y se planta frente a Blake Valler, cuya mirada de superioridad parece minimizarla aún más, dada su baja estatura— ¡Tú me lo arrebataste, todo! ¡Eliminaste al único ser que significaba algo para mí!

—Así es, yo lo hice. —responde Blake con una seriedad imperturbable, su rostro es un enigma sin emociones— Él se lo buscó por sí mismo.

—¿Cómo puedes...? —Cathyx cierra los puños con fuerza, y despliega un par de alas negras que reflejan su ira multiplicada— ¡Él me pertenecía!

—Se enfrentó a quien no debía. —replica Valler con firmeza— Si te consuela, extraje muy buena información valiosa de él. No fue en vano su miserable final.

—¡Eres un...! —Cathyx levanta la mano, lista para impartir justicia por su propia mano, pero de repente, su líder sujeta su muñeca con autoridad—

—Él no te pertenece. —Cerviel aparta a Cathyx con un movimiento de su brazo, y ella cae en los brazos de Grelpu— Entonces, este es el famoso asesino de Gemyo.

—Parece que he ganado cierta notoriedad. —comenta Blake con una sonrisa torcida— Así que tú eres el célebre líder de los Primeros Hijos.

—Un título bastante original, ¿no te parece? —Cerviel imita la sonrisa de Blake y luego dirige su atención a Jacob— Puede marcharse, señor Valerie. A partir de este momento, yo me encargaré de él.

—Lo que me prometió. —exige Jacob con una voz que no admite réplicas— Espero que cumpla su palabra.

—Por supuesto, siempre cumplo lo que prometo. —afirma Cerviel con una seguridad inquebrantable— Pero primero, debo ocuparme de este asesino.

—Ahora. —insiste Valerie, posando su mano sobre el hombro de Blake— De lo contrario, temo que me lo llevaré.

Blake eleva una ceja con curiosidad y dirige su mirada hacia su hombro derecho. Jacob mantiene una sonrisa desafiante, mientras que Cerviel muestra una expresión de ira apenas contenida.

—Muy bien, señor Valerie. —Cerviel se enfrenta al sicario, ambos de igual estatura, en un duelo silencioso de miradas— Aquí tiene su tan ansiada recompensa.

Con un gesto repentino, extiende su mano hacia el pecho de Jacob. Dos segundos más tarde, el mutante con poderes de concreto es lanzado por una onda expansiva que lo proyecta a más de quince metros fuera del almacén. Cerviel permanece impasible, retomando su posición inicial.

—Lamorac, elimina a nuestro antiguo aliado. Ya no nos es de utilidad. —el ángel muerde su manzana con desdén, frente al Sujeto de Pruebas número Once— Tengo grandes planes para ti. Me pregunto por dónde debería empezar.

—Te lo dije. —dice Blake, mirando por encima de su hombro derecho—

En ese momento crítico, Valler, con una concentración feroz, canaliza la totalidad de su fuerza vital y, con un rugido que resuena en el aire, hace añicos las esposas de concreto que Jacob Valerie, su captor, le había impuesto. Cerviel, el estratega del grupo, retrocede dos pasos, su rostro pasando de una confianza implacable a una sorpresa palpable. Grelpu y Cathyx, guerreros de luz, se colocan en posición de ataque, sus cuerpos tensos y listos para la batalla, y ambos invocan lanzas de luz que brillan con una intensidad cegadora.

Mientras tanto, Blake, con su sonar viral, una habilidad que le permite percibir su entorno con una precisión sobrenatural, escanea meticulosamente el área. No detecta la presencia de más enemigos alrededor, solo a Lamorac, quien, con movimientos sigilosos y una intención asesina, planea atacarlo por la espalda.

—Tres contra uno. —dice Blake, mirando fijamente a Cerviel con una seriedad que corta el aire como una hoja afilada— Estaba claro que no puedes pelear sin tus novias. Qué cobarde. —su voz es un gruñido bajo, y su expresión se transforma, volviéndose agresiva y desafiante—

—Quiero su Sacred Gear. —declara Cerviel con autoridad, cruzándose de brazos ante su pecho. Una mueca de desprecio y de incredulidad se dibuja en su rostro, como si la idea de que alguien pudiera desafiarlo fuera inconcebible— No sean imprudentes.

Blake, con una calma que contrasta con la tensión del momento, mueve los ojos de izquierda a derecha, evaluando a sus oponentes. Siente cómo el material genético en su interior comienza a reaccionar, a moldearse en un par de garras mortales, transformando sus brazos en armas letales. El evolucionado del Redlight se queda de pie, impasible, esperando a que sus enemigos lancen el primer ataque.

Y así es. Cathyx, la más impulsiva y temeraria de los Primeros Hijos, se lanza en una avalancha con su lanza de luz, apuntando a golpear a Blake con una fuerza devastadora. Él, que se había enfrentado a las armas divinas-celestiales en innumerables ocasiones, sabía bien cómo actuar. Se giró hacia la derecha, esquivando por poco el ataque, pero en ese instante, Grelpu atacó con una velocidad fulminante.

Un salto ágil y calculado por parte de Valler le hizo ganar la distancia necesaria. Se posicionó detrás de Lamorac, y con una patada certera en el centro de la espalda, lo mandó a volar hacia sus dos compañeros. El Noveno Superior se levantó furioso, la ira palpable en cada línea de su cuerpo, mientras sus compañeros recuperaban las posturas, preparándose para continuar la lucha.

—Todos ustedes contra mí solo. —Blake extiende ambos brazos garra a sus lados, su postura irradiando un egocentrismo desafiante— ¿Qué esperan? Vamos. —su invitación es un desafío, una provocación que resuena en el silencio que se ha apoderado del campo de batalla—

La confrontación con Desmond Tyler había sido una lección brutal pero valiosa para Blake, una que había grabado en su memoria con la precisión de un cincel en piedra. Le enseñó a no subestimar a sus adversarios, especialmente si estos poseían un poder que desafiaba la comprensión común. Con este conocimiento fresco en su mente, Blake se preparó para el enfrentamiento inminente. Conocía las habilidades y tácticas de sus oponentes, lo que le daba una ventaja estratégica crucial. Se mantuvo sereno y calculador, esperando el momento oportuno para actuar.

Lamorac, conocido por su fuerza bruta más que por su agilidad, se lanzó al combate con la confianza de un guerrero experimentado. Sus golpes, aunque poderosos, eran predecibles para alguien de la destreza de Blake. Con movimientos que fluían como el agua, Blake esquivaba y contraatacaba, sus garras dejando un rastro de cortes precisos en el aire. En un giro fluido, aprovechó un descuido de Lamorac para asestarle un rodillazo en la cabeza, un golpe que resonó con la certeza de un destino cumplido.

Grelpu, con un grito que parecía invocar la furia de los cielos, y Cathyx, cuyas alas eran su mayor orgullo, tomaron ventaja de su habilidad de vuelo. Se elevaron con la gracia de aves de presa y se lanzaron en picada desde la cima del almacén, sus figuras recortadas contra el cielo. Descendieron hacia Blake con la velocidad de meteoros, seguros de su victoria. El impacto sacudió la tierra, levantando una cortina de polvo que oscureció el sol. La ángel de cabello dorado y su compañero de piel oscura se buscaron entre sí con la mirada, esperando ver a Blake derrotado bajo ellos.

Pero Blake no era un adversario que se rendiría tan fácilmente.

Desde su posición en el suelo, Blake sonreía con una malicia que helaría la sangre de cualquier observador. Con un gesto teatral, extendió sus garras hacia la tierra, y así dio inicio al "Cementerio de Púas". La biomasa dentro de él respondió a su voluntad, fluyendo hacia sus manos. Enterró los dedos en el suelo, y como si respondieran a una antigua llamada, estacas enormes de material genético emergieron con violencia. Las estacas, tan afiladas como la voluntad de Blake, se clavaron en las alas de los ángeles, arrancándoles gritos de agonía. Las heridas infligidas eran graves, y sus alas maltrechas ya no les permitirían buscar refugio en el cielo. La distracción fue tal que sus armas de luz se desvanecieron, incapaces de mantenerse ante la pérdida de concentración.

Blake se puso de pie, sus garras ahora un reflejo de su determinación feroz. Se acercó a Grelpu, quien luchaba en vano por liberarse de las estacas que lo aprisionaban. La desesperación se reflejaba en cada intento fallido de retraer sus alas, dejándolo vulnerable y casi completamente inmovilizado.

—¡Bastardo mal nacido! —gritó Grelpu, su voz un torbellino de furia y dolor. Se retorcía en un intento fútil de escapar, pero las estacas solo desgarraban más su carne, provocando gritos que se mezclaban con el viento— ¡Vas a sufrir, te lo juro!

—Sí, veo cuánto me haces sufrir. —respondió Blake con una indiferencia que era en sí misma una forma de crueldad. Sin vacilar, clavó sus garras en el pecho de Grelpu, quien emitió un grito desgarrador. La sangre brotó como un oscuro presagio— Espero que, al igual que tu amigo Gemyo, me des información valiosa.

Y con esas palabras, Blake consumió a su enemigo, cerrando el capítulo de un enfrentamiento que sería recordado en los anales de la guerra eterna.

La batalla no da tregua. Cathyx, con una determinación que raya en la desesperación, toma la drástica decisión de desgarrar sus propias alas. La acción es brutal y el dolor inimaginable, pero aún en su debilitado estado, ella no se rinde. Con la mirada nublada por el sufrimiento, pero encendida por la furia, agarra un fierro abandonado en el suelo. Con un grito que es tanto de guerra como de agonía, golpea con la barra de metal el lateral izquierdo de la cara de Blake.

Pero Blake, cuya evolución lo ha llevado más allá de la mera carne y hueso, no siente el impacto. La barra de metal se dobla inútilmente contra su piel endurecida. Se da vuelta lentamente, su indiferencia es un insulto más cortante que cualquier arma. Sus ojos, fríos y calculadores, se fijan en Cathyx.

—Eso fue un error. —dice con una voz que no contiene ni ira ni burla, sino una simple constatación de la realidad. En ese momento, Cathyx comprende la magnitud de su equivocación, enfrentando a un ser que ha trascendido su propia humanidad—

La tensión en el aire es palpable, como una cuerda estirada al límite de su resistencia. Blake, con la paciencia de un depredador que conoce su superioridad, observa a Cathyx. Ella, con las alas desgarradas y la desesperación pintada en su rostro, sostiene el fierro doblado, su último recurso en una lucha que parece perdida.

—Un grave error. —repite Blake, su voz tan inmutable como el acero. No hay rastro de emoción en su tono, solo la certeza de que el próximo movimiento será decisivo—

Cathyx, con la respiración entrecortada y el dolor latiendo en cada fibra de su ser, levanta la vista hacia Blake. Sus ojos, una vez llenos de la luz de la batalla, ahora reflejan una mezcla de miedo y determinación. Sabe que su próximo acto podría ser el último, pero también sabe que no se rendirá sin luchar.

Con un grito que brota de lo más profundo de su alma herida, Cathyx se lanza hacia adelante, el fierro en alto, dispuesta a asestar un golpe final. Pero Blake es demasiado rápido, demasiado fuerte. Con un movimiento fluido, esquiva el ataque desesperado y agarra el brazo de Cathyx, torciéndolo con una fuerza sobrenatural. El metal cae al suelo con un sonido sordo, y Cathyx queda expuesta, vulnerable.

Blake se inclina hacia ella, sus garras listas para terminar la contienda. Pero en ese momento, una chispa de algo inesperado brilla en los ojos de Cathyx. Es la chispa de quien ha encontrado una razón para seguir luchando, incluso contra toda esperanza.

—¡No importa lo que pase, no me rendiré ante ti! —dice con voz temblorosa pero firme—

Blake se detiene, una pausa en el flujo constante de la batalla. Hay un reconocimiento tácito en su mirada, un reconocimiento del coraje que incluso él, en su evolución, no puede ignorar.

—Tu valentía es admirable, pero inútil. —responde Blake, su voz baja pero clara—

En un último esfuerzo, Cathyx intenta liberarse, pero la fuerza de Blake es inquebrantable. Con un movimiento final, él cierra sus garras alrededor de su cuello, y con una presión que no deja lugar a dudas, termina la resistencia de Cathyx. Su cuerpo cae al suelo, y Blake se yergue, victorioso, pero no satisfecho.

La batalla ha terminado, pero la guerra continúa. Blake mira al horizonte, sabiendo que este es solo un paso más en su camino. Un camino que, aunque solitario, está lleno de desafíos que solo él puede enfrentar.

Lamorac, paralizado por el miedo y la incredulidad, había sido un espectador impotente de la aniquilación de sus camaradas. La escena ante sus ojos era una que jamás habría imaginado posible: sus amigos y aliados, seres de poder inmenso, reducidos a nada en cuestión de segundos. La urgencia de la supervivencia lo golpeó como un rayo, y con un instinto primario, decidió huir. Sus piernas se movieron con una velocidad que desafiaba la lógica, llevándolo hacia la salida del almacén.

Pero el destino, caprichoso y cruel, tenía otros planes. En un giro inesperado y dramático, una gran pared de concreto emergió del suelo, sellando la salida y la entrada con la finalidad de un verdugo que cierra la puerta de una celda. Lamorac, con su corazón latiendo como un tambor de guerra en su pecho, se volteó para enfrentar su realidad cambiada.

Jacob Valerie, el arquitecto de aquel muro improvisado, hizo su entrada triunfal a través de los escombros de la pared que había derribado. Su furia era evidente en cada paso que daba, su cuerpo marcado por heridas que aún sangraban, testimonio de una batalla reciente y feroz. Cerviel, quien hasta ese momento había mantenido una postura de arrogante indiferencia, ahora mostraba signos de irritación. Con un grito que resonaba con la autoridad de un líder traicionado, desplegó sus alas y proclamó su amenaza:

—El jefe sabrá de esto, ustedes van a perder. Él irá por ustedes, y los destruirá. —su voz, aunque llena de convicción, no podía ocultar el temblor de quien sabe que ha sido superado—

Sin esperar respuesta, Cerviel se lanzó al cielo, abandonando el campo de batalla en una retirada que algunos llamarían estratégica y otros, simplemente, cobarde.

Blake y Jacob, ahora los únicos dueños de aquel escenario de destrucción intercambiaron miradas. Una comprensión no verbal se estableció entre ellos, una que solo los guerreros pueden compartir después de haber enfrentado juntos al enemigo. Blake, con una sonrisa que era tanto de victoria como de camaradería, estaba a punto de pronunciar las palabras que ambos sabían que vendrían.

Valerie, anticipándose, levantó una mano en un gesto de advertencia:

—Ni se te ocurra decirlo... —dijo, su voz cargada con la fatiga de la batalla y la anticipación de las consecuencias que vendrían—

Pero Blake Valler, con la gracia de quien ha ganado el derecho de tener la última palabra, simplemente respondió:

"Te lo advertí".

Y con esa breve pero significativa frase, sellaron el entendimiento entre ellos. La batalla había terminado, pero la guerra... la guerra apenas comenzaba.

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Poderes de Blake Valler: (Cementerio de Púas)

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