Capítulo 23

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.Mundo Humano - En alguna parte de Francia.

.Granja del Lord Yalek - Patriarca de la Familia Valeforr.

En un rincón apartado de Francia, la naturaleza aún susurra historias pasadas, el cielo se extiende como un lienzo azul inmaculado y se erige la granja del Lord Yalek, el venerado patriarca de la estirpe demoníaca "Valeforr". Aquí, la vida transcurre con la cadencia de las estaciones, y cada amanecer trae consigo el eco de una existencia sencilla pero llena de significado. 

El aire se llena con el ritmo constante de un hacha que se encuentra con la madera, un sonido que habla de trabajo duro y determinación. Lord Yalek, un hombre cuya presencia es tan imponente como su espíritu, se encuentra en medio de su terreno, enfrentándose a un tronco obstinado que se resiste a ceder. A pesar de la ausencia de vestimenta que cubra su torso, marcado por el esfuerzo y la dedicación, no hay frío que pueda tocarlo. Su cabello, que alguna vez fue dorado como los campos de trigo, ahora lleva el testimonio del sudor y la tierra que lo rodea, revelando a un hombre cuyo corazón pertenece a su hogar y a los que en él habitan. Con ambas manos firmes sobre el mango del hacha, descarga golpe tras golpe, cada uno medido y poderoso, como si estuviera esculpiendo el destino mismo con cada movimiento.

A pocos pasos de él, una figura femenina se mueve con gracia entre las sombras y la luz, colgando prendas de ropa en una cuerda tensada entre dos postes robustos. La tela blanca, adornada con flores negras que simbolizan el legado de los Valeforr, ondea suavemente con la brisa. La joven, cuya belleza es tan serena como la melodía que tararea, parece estar en su propio mundo, uno lleno de notas y armonías que solo ella puede escuchar. Su sonrisa, discreta pero genuina, sugiere una conexión profunda con el hombre que labora cerca, su padre, Lord Yalek Valeforr, un titán entre los mortales, cuya vida es un faro de honor y devoción a su familia.

De repente, un zumbido creciente rompe la tranquilidad del momento, un presagio de cambio que se aproxima con la velocidad de un relámpago. La sábana se agita, revelando la llegada de una limusina negra, tan elegante como misteriosa, que avanza inexorablemente hacia la granja.

Lord Yalek, sintiendo el peso de la incertidumbre, deja el hacha incrustada en el tronco, como un guerrero que pausa antes de la batalla. Toma una respiración profunda, intentando leer las señales del momento. La luz del sol se refleja en la carrocería del vehículo, capturando su atención y provocando una sombra de inquietud en su mirada. Busca a su hija con la vista, y al encontrarla allí, erguida y atenta, siente un atisbo de alivio, aunque la tensión aún persiste en el aire.

Las risas de sus otras dos hijas, Ivanna y Anette, emergen de la cabaña, un recordatorio de la alegría que una vez reinó sin preocupaciones. Pero al cruzarse con la mirada seria y autoritaria de su padre, comprenden que algo ha cambiado. La jovialidad se desvanece, reemplazada por una sombra de preocupación que se dibuja en sus rostros.

—Ivanna, Anette, vuelvan adentro. —la voz de Lord Yalek resuena con la autoridad de quien ha comandado ejércitos, mientras se dirige a su hija mayor— Denisse, tráeme agua para lavarme, por favor.

Sus palabras, aunque simples, llevan el peso de un presagio, y en el aire queda suspendida la pregunta de qué traerá consigo la limusina negra y su desconocido pasajero.

Denisse, con un gesto de comprensión, se dirige con paso ligero hacia la bomba de agua, situada junto a la estructura de madera que llaman hogar. Sus manos, hábiles y acostumbradas al trabajo diario, se aferran al mango de la bomba y comienzan a moverlo con ritmo constante. El agua, inicialmente tímida, pronto se rinde ante su insistencia y brota con vigor, llenando el cuenco hasta el borde, algunas gotas rebeldes saltan y juegan sobre la superficie, mojando sus manos y salpicando su vestido.

Mientras tanto, el granjero, cuya figura se recorta contra el cielo abierto, toma asiento sobre la cepa del tronco que ha sido su oponente esta mañana. Con un pañuelo desgastado por el tiempo y el trabajo, seca el sudor de su frente, marcada por las líneas de una vida dedicada a la tierra. La espera se siente eterna, y en su mirada se refleja la sombra de una preocupación que va más allá de la llegada de la limusina. El emblema en el vehículo, un ojo carmesí y metálico, es un símbolo que cualquier ser de su mundo reconocería, un presagio que ha pesado sobre su familia durante un año entero, amenazando con ser el final de su linaje.

Denisse, completando su tarea, coloca el cuenco lleno de agua fresca en el antepecho de la ventana, su voz tiembla ligeramente al llamar a su padre.

—Aquí lo tienes, padre. —dice ella, su tono revela la tensión que siente—

—Gracias, tesoro. —responde el granjero, su voz se convierte en un refugio de calma en medio de la incertidumbre— Entra a la casa, y cuida a tus hermanas. No corras.

Ella asiente una vez más, su cabeza inclinándose en un gesto de obediencia y respeto. Con pasos mesurados, cargados de un nerviosismo apenas contenido, cruza el umbral de la casa y cierra la puerta tras ella, como si con ese simple acto pudiera proteger todo lo que ama.

El granjero, levantándose de su asiento improvisado, se acerca a la ventana donde el cuenco de agua aguarda. El sonido del motor de la limusina, cada vez más fuerte y ominoso, llena el aire.

Con movimientos deliberados, se vierte el agua sobre su rostro y pecho, la frescura del líquido contrastando con el calor de su piel trabajada por el sol. Se seca con una toalla que cuelga de un clavo solitario, su mirada fija en el vehículo que ahora se detiene en la entrada de su propiedad. Observa cómo una figura emerge del auto, la puerta se abre con un gesto practicado, y de ella desciende un hombre cuyo cabello plateado y porte elegante hablan de un mundo muy diferente al suyo.

Con cada paso que daba, el hombre disminuía la distancia entre ellos, su dominio del francés era tan impecable que parecía cortar el aire mismo con su claridad y precisión.

—¿Esta es la propiedad de Yalek Valeforr? —inquirió el hombre, con una voz que destilaba expectación y un matiz de autoridad, como si estuviera acostumbrado a que el mundo se plegara ante su presencia—

—Yo soy Yalek Valeforr. —declaró el granjero, su voz suena con una firmeza que no admite réplica, desprovisto de cualquier atisbo de amabilidad o bienvenida—

—Es un placer conocerlo, señor Valeforr. —expresó el recién llegado, extendiendo su mano en un gesto que, aunque era de cortesía, parecía más un movimiento ensayado de un juego de ajedrez social— Mi nombre es Ris-... —comenzó a decir, pero su presentación fue abruptamente interrumpida por la intervención del granjero—

—Sé quién es usted. —dijo el granjero, su apretón de manos muestra una reluctancia que iba más allá de la simple desconfianza, como si estuviera tocando algo que preferiría mantener a distancia—

—Oh, excelente. Entonces nuestra relación será mucho más llevadera. —concluyó el hombre elegante, su sonrisa es apenas disimulada, jugando en sus labios, como si disfrutara de un secreto que solo él conocía—

El apretón de manos entre ellos se convirtió en un duelo ferio e incómodamente largo, donde ninguno de los dos hacía ademán de soltar la mano del otro. Era evidente que estos dos personajes estaban destinados a tener una pelea dialéctica en toda regla, una batalla encarnizada no de puños sino de palabras y voluntades. Pero en este tipo de contiendas, son los gestos y los detalles los que determinan al ganador. El hombre elegante, con su apretón firme, logró percibir el pulso acelerado del granjero, una señal inequívoca de que estaba nervioso ante su presencia, aunque esto no le sorprendía; después de todo, cualquiera lo estaría.

En el fondo, casi como un observador silencioso, el hacha permanecía inmóvil, una pequeña muestra de poder de Yalek que ahora parecía minúscula en comparación con el juego de poder que se desarrollaba ante ella. Su fuerza física, representada por esa herramienta de trabajo y lucha, no le servía de nada en la pelea dialéctica que se avecinaba, en esa guerra de miradas y palabras donde el verdadero poder residía en la astucia y la influencia.

—¿Qué puedo hacer por usted, señor Nero? —preguntó el granjero, intentando finalizar el apretón de manos que se había prolongado más de lo socialmente aceptable, pero el hombre elegante, con una presión sutil pero firme, se lo impidió—

—Esperaba que pudiera invitarme a pasar, señor Valeforr. —respondió el hombre de traje formal, su agarre en la mano del granjero no disminuía, sino que parecía fortalecerse con cada palabra— Hay ciertos "asuntos" que me gustaría discutir con usted, asuntos de gran importancia.

La puerta de la vivienda de la granja se abrió, y el granjero hizo un gesto al hombre elegante para que entrara. Este misterioso personaje, con su cabello plateado que brillaba con un lustre casi sobrenatural, se encontró inmediatamente en presencia de las tres hijas del granjero, quienes estaban juntas en la cocina, ofreciéndole sonrisas que no alcanzaban a ocultar una cierta cautela. El granjero entró detrás de él y cerró la puerta con un golpe seco. Se colocó junto a la ventana, adoptando una postura que parecía querer proteger a su familia de la amenaza externa representada por la limusina negra que descansaba fuera, aunque el verdadero peligro, como bien sabía, ya había cruzado el umbral de su hogar, y ahora se encontraba bajo su propio techo. Sin embargo, antes de que el hombre misterioso pudiera siquiera pensar en acercarse a sus hijas, tendría que enfrentarse al toro que era Yalek, un hombre que no se doblegaba fácilmente.

—Señor Risotto, le presento a mi familia. —dijo el granjero, su voz llevaba un tono de presentación, que era más un desafío que una bienvenida—

El hombre, conocido como Risotto, caminó con pasos medidos hasta la menor de las tres hijas, Ivanna. La ventana, que hasta hace un momento había sido un punto de vigilancia, ahora estaba descubierta; el granjero había cerrado la puerta detrás de sí. La protección física se había ido, dejando solo la tensión en el aire como barrera. Risotto le besó la mano a Ivanna mientras hablaba con un tono encantador, pero su mirada revelaba algo muy diferente, un depredador evaluando a una presa que se encontraba indefensa ante él.

—Risotto Nero, es un placer conocerla, señorita. Estoy a su servicio. —dijo con una amabilidad que no llegaba a sus ojos, que mostraban una intensidad fría y calculadora— Los rumores que he escuchado en el pueblo sobre su familia son ciertos, al parecer. —Ivanna tragó saliva, un gesto sutil que no pasó desapercibido para Nero, quien retrocedió un paso hacia el granjero, como si estuviera dando por terminado un examen preliminar— Señor Valeforr, sus hijas son, sin duda adorables.

Cinco segundos de absoluto silencio se apoderaron de la habitación, un silencio tan denso que parecía tener peso propio. Risotto mantenía una mirada analítica, como si estuviera desentrañando cada secreto que la familia guardaba. Nadie hablaba, nadie se movía, nadie respiraba; era como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante, y todos contuvieran el aliento, ahogando cualquier sonido antes de que pudiera nacer.

—Gracias. —respondió finalmente Yalek, su voz apenas es audible, en un intento de cortar la tensión que se había tejido en el aire, pero el esfuerzo fue en vano. Tras otros tres segundos de silencio que parecieron eternos, volvió a hablar con una voz que intentaba recuperar algo de control— Por favor, tome asiento, señor Nero. Hay mucho de lo que debemos hablar.

Risotto asintió con una gravedad que parecía desmentir la sonrisa amable que se formaba en su rostro. Se movió con una elegancia calculada hacia la silla de madera, la cual apartó con un gesto fluido antes de tomar asiento. Se acomodó con una comodidad que parecía ensayada, como si cada movimiento estuviera coreografiado para transmitir una mezcla de confianza y amenaza velada.

—Anette, sírvele vino al señor Nero, por favor. —solicitó Yalek, su voz denota con la autoridad de alguien que está acostumbrado a ser obedecido sin cuestionamientos—

La hija del medio, Anette, se dispuso a cumplir la petición de su padre, pero su trayecto fue interrumpido por Risotto, quien la detuvo con una sujeción peculiar en la muñeca. Con la precisión de un cazador, sus dedos capturaron el pulso acelerado de la joven, un indicativo claro de su nerviosismo, que, a diferencia de su padre, no lograba ocultar.

—Oh, no, no será necesario. —rechazó Nero con rapidez, liberando a Anette de su agarre con una suavidad que contrastaba con la firmeza previa— Muchas gracias, señor Valeforr, pero prescindiré del vino. —su mirada se desvió hacia Anette, quien parecía suplicar en silencio por una escapatoria de esa situación tensa— He oído que su familia se dedica a la producción de lácteos; asumo entonces que tendrán leche.

—Sí. —confirmó Anette con un asentimiento, su voz es apenas un susurro—

—Entonces, prefiero leche. —declaró Risotto, dando por concluido el tema del vino—

Mientras tanto, Ivanna, la hija menor, recibió una nueva instrucción de su padre, quien con su petición marcaba su dominio sobre la escena.

—Ivanna, cierra la ventana, por favor. —ordenó el granjero, dejando en claro que no era una simple solicitud—

La joven obedeció sin demora, cerrando la persiana con un movimiento que parecía sellar la habitación del mundo exterior. Se quedó junto a la ventana, sus manos entrelazadas en un gesto de contención.

El intercambio de miradas entre las hijas y su padre era un silencioso ballet de emociones contenidas. Una tras otra, sus ojos se encontraban y luego se apartaban, como si en ese silencio compartido se comunicaran más palabras que las que se habían pronunciado en voz alta. La irritación era palpable, como si la presencia del "Amo del Poder" hubiera convertido un día ordinario en un escenario de tensión y expectativa.

Anette, recuperando algo de compostura, sirvió un vaso de leche fresca y lo colocó ante el hombre elegante, quien observó el contenido con una curiosidad fingida antes de dirigir su mirada hacia la hija y luego de vuelta al vaso. Levantó el vaso en un brindis silencioso por la familia Valeforr y bebió la leche de un solo trago, con una lentitud que parecía desafiar a los presentes a interrumpirlo.

—Señor, lo felicito por su familia y por sus vacas. —comentó, devolviendo el vaso vacío a su lugar con un gesto que parecía reclamar el centro de atención, demostrando que, en su posición, podía permitirse ciertas libertades—

—Gracias. —repitió el granjero, su mirada era seria y calculadora, como si evaluara al hombre frente a él—

—Por favor, sentémonos en la mesa. —sugirió Risotto, extendiendo ambas manos en un gesto que invitaba a la discusión. Yalek asintió con una gravedad que reflejaba la importancia del momento y se dirigió a la mesa para sentarse a la derecha del hombre elegante— Esta es su casa.

Risotto, sin levantarse de su asiento, se inclinó ligeramente hacia Yalek, su voz es un susurro conspirativo que, sin embargo, era lo suficientemente fuerte para que las hijas lo escucharan.

—Señor Valeforr, comprenderá la necesidad de privacidad en nuestra conversación. —murmuró el hombre de traje elegante— Por eso dejé a mis hombres afuera. Espero que no lo tome como una ofensa, pero ¿sería tan amable de pedir a las encantadoras damas que nos dejen solos? Sus presencias podrían distraernos de los asuntos que requieren de inmediata atención.

—Tiene razón. —Yalek asintió, su tono llevaba el peso de un hombre que sabía cuándo ceder el paso— Denisse, por favor, lleva a tus hermanas afuera. El señor Risotto y yo necesitamos hablar en privado.

Denisse, la hija mayor, con una mirada que reflejaba comprensión y una pizca de preocupación, guía a sus hermanas fuera de la casa, cerrando la puerta con suavidad tras ellas. Los dos hombres quedaron solos, enfrentados en la mesa de madera que había sido testigo de tantas comidas familiares, ahora convertida en el escenario de una conversación de consecuencias inciertas. Risotto había tendido un puente de confianza, y Yalek, reconociendo el gesto, lo cruzó sin vacilar.

—Señor Valeforr. —Risotto rompió el silencio que se había asentado entre ellos— Debo admitir que mi dominio del francés no es tan ilimitado como desearía. Si persisto en hablarlo, temo que solo lograré deshonrar tanto mi lengua como la suya. Prefiero que nuestra conversación fluya sin malentendidos ni errores de interpretación. —hizo una pausa, como si estuviera eligiendo sus palabras con cierto cuidado, la realidad era distinta— Pero tengo entendido que usted domina el español con fluidez, ¿me equivoco?

—No, no se equivoca. —respondió Yalek, cambiando al español con una facilidad que denotaba su familiaridad con el idioma—

—Entonces, con su permiso y sin ánimo de faltar al respeto, me gustaría que continuásemos nuestra conversación en español. —Risotto cambió también al español, su acento llevaba el sello de alguien que había aprendido el idioma por elección más que por necesidad— Creo que será lo mejor para ambos.

—Por supuesto, adelante. —dijo Yalek, dando su consentimiento con un gesto de la mano—

—Bien, aunque ya conozco algo de usted y su carismática familia, y dado que usted parece conocerme a mí, hay ciertas cosas que quizás necesiten ser aclaradas. —Risotto comenzó, su tono era el de alguien que estaba acostumbrado a que se le escuchara— ¿Le importa si hablamos de ello?

—No, hable. —respondió el granjero, su voz era firme y decidida—

—Excelente. —Nero sonrió levemente, como si estuviera satisfecho con la disposición del granjero— Supongo que, si conoce mi identidad, también estará al tanto de mi ocupación, de mi... propósito en esta vida. Mi trabajo, por así decirlo.

—Sí, estoy al tanto. —confirmó Yalek—

—Entonces, por favor, dígame qué es lo que ha oído sobre mí. —Risotto se inclinó hacia adelante, genuinamente interesado en la respuesta— Me intriga saber qué historias circulan por estos lares.

—He oído... —Yalek comenzó, eligiendo sus palabras con cautela— Que usted fue enviado por el Demonio Primordial para dar caza a aquellos demonios que se han rebelado contra él, o que representan una amenaza, directa o indirecta a su poder. Sin embargo, su reputación, señor Nero, no es la de un simple cazador de hombres.

—Así es. —Risotto asintió, y con un chasquido que parecía más un truco de magia que un gesto mundano, hizo aparecer un maletín de cuero negro sobre la mesa. Lo abrió con cuidado y extrajo una carpeta de su interior, junto con una estilográfica negra de aspecto costoso que sacó del bolsillo delantero de su chaqueta— Veamos qué podemos hacer al respecto.

—Sin embargo, el propósito de su repentina e inesperada visita, aunque es un honor tenerlo aquí, continúa siendo un misterio. —expresa el granjero con una mezcla de cortesía y sospecha. Mientras tanto, Risotto, con movimientos meticulosos y deliberados, rebusca en su maletín de cuero desgastado en busca de una libreta en particular— No es la primera vez que recibimos la visita de las autoridades infernales. Hace aproximadamente nueve meses, las fuerzas del orden irrumpieron en estas tierras, lideradas por Gaemoz el Depredador, en una cacería frenética de... criaturas de linaje demoníaco "imperfecto". Revolvieron cada rincón de esta cabaña, pero sus esfuerzos fueron en vano, no hallaron nada.

—Sí, estoy al tanto de ello. —responde Risotto con una voz serena, mientras finalmente encuentra la libreta y la coloca sobre la mesa con un gesto cuidadoso— He examinado los informes detallados de esos eventos. Pero, como suele suceder en nuestro oficio, cuando emergen nuevas pistas y las circunstancias se tornan más enigmáticas, se hace necesario realizar una revisión exhaustiva, una segunda mirada, por así decirlo, para verificar los hechos. A menudo, este tipo de procedimientos resulta ser una redundancia, una inversión de tiempo que rara vez resulta fructífera... sin embargo, es un deber que no podemos eludir. Las órdenes son órdenes, al fin y al cabo. —hace una pausa, permitiendo que sus palabras se asienten en el aire antes de continuar— Solo tengo algunas interrogantes que plantearle, nada más. Si tiene la amabilidad de responderlas, puedo garantizarle que cesaré mis investigaciones en esta región, y tanto usted como su familia serán eximidos de cualquier sospecha futura. Con la caída de Gaemoz el Depredador, las miradas se centran ahora en el individuo que ha tomado su lugar. Seguramente ha escuchado rumores sobre él, ¿no es así?

—¿Sería inoportuno... si enciendo mi pipa? —inquirió Yalek con un tono vacilante, mientras su garganta se apretaba ligeramente al tragar saliva—

—Oh, por supuesto que no, señor Valeforr. Usted está en su casa, hágase el favor de sentirse a gusto. —Risotto responde con un gesto de la mano que denota permisividad y una sonrisa cordial—

El granjero se pone de pie con una agilidad sorprendente para su edad y se dirige hacia una caja de madera tallada que reposa sobre la repisa. Al darse la vuelta, su mirada se posa brevemente en la libreta abierta de Risotto, donde un nombre resalta con letras garabateadas: "Lamorac de los Oh'mith". La pipa de Yalek, aunque modesta en su diseño de madera pulida, pequeña y sin adornos, parece ser un objeto de gran valor personal.

Con la solemnidad que amerita el momento, Risotto se dispone a abordar los temas de importancia. Con una voz que denota formalidad y seriedad, anuncia: 

—Bien, entonces procederé con las cuestiones pertinentes. —su mirada se endurece, como si estuviera preparado para cualquier respuesta que pudiera surgir ante su inminente interrogante— ¿Tiene conocimiento sobre la identidad del individuo que acabó con la vida de Gaemoz el Depredador? —la pregunta flota en el aire, cargada de expectativas y con un tono que sugiere que ya anticipa la respuesta—

Yalek, con una expresión que mezcla sorpresa y resignación, responde: 

—Lamorac de los Oh'mith. —su voz es firme, aunque revela una falta de familiaridad— No lo conozco personalmente, sólo he oído su nombre en susurros y algunos rumores.

Risotto, con una sonrisa que ilumina su rostro y una chispa de entusiasmo en sus ojos, exclama:

—¡Ah, me encantan los rumores! Los amo, ¿y sabe por qué? —su pregunta es retórica, llena de un fervor casi teatral— Los hechos pueden ser engañosos, siempre sujetos a la interpretación y al sesgo de la persona que los relate. En cambio, los rumores, ciertos o falsos, tienen ese factor humano del interés, el misterio, la ausencia de verdad o de información empírica. No se dan lugar a mentiras, a diferencia de los hechos. Suelen ser bastante reveladores. —hace una pausa dramática, dejando que sus palabras se asienten en la mente de su interlocutor— ¿Qué rumores oyó sobre el señor Lamorac? —su curiosidad es palpable, casi como si estuviera saboreando cada palabra que está por venir—

Yalek Valeforr retoma su asiento, rellena su pipa con tabaco de la mejor calidad, la enciende con una cerilla y, con una serie de inhalaciones profundas y meditadas, aviva la brasa hasta que brilla con un intenso color rojo. El hombre de aspecto distinguido observa con atención los documentos que tiene frente a sí, como si intentara descifrar un enigma oculto entre las líneas

—Se dice que era el hijo bastardo de Lord Sultanoth de los Oh'mith. —comienza Yalek, su tono ahora más reflexivo, como si estuviera recordando una historia antigua— Su familia siempre fue una competencia feroz para la mía, una rivalidad que se extendía como una sombra sobre nuestras casas. Todo cambió cuando Lamorac fue reconocido como el hijo legítimo de su padre, y luego, en un giro del destino, fue proclamado como Noveno Superior al haber acapado con Gaemoz el Depredador. —Yalek hace una pausa, su mirada se pierde en el horizonte de sus recuerdos— Dejé a mi hijo como príncipe del castillo y renuncié a mi lugar en el Consejo Infernal. Mi único deseo era vivir en el campo, rodeado de la tranquilidad de la naturaleza, con mi esposa y mis hijas, lejos de las intrigas y las luchas por el poder.

Risotto asiente con comprensión, su voz adquiere un tono de respeto: 

—Sí, he oído que el señor Sirzechs-Lucifer le cedió este terreno a su familia por sus valiosas contribuciones a las reformas Infernales. —su mirada se torna distante, como si estuviera visualizando la grandeza de tales actos— Su familia fue, por muchos años, un pilar fundamental y un gran aporte a la corona. Sus esfuerzos y sacrificios no pasaron desapercibidos, y han sido bien recompensados, desde luego. —Risotto asiente, desviando su mirada hacia el vaso de leche que reposa sobre la mesa— ¿Sería tan amable de ofrecerme un poco de esa leche? Su aspecto es realmente tentador —el granjero asiente con un gesto de cabeza y, antes de dar la primera calada a su pipa, sirve cuidadosamente un vaso de leche fresca— Dígame, Monsieur Valeforr. ¿Está al tanto de cuál es mi sobrenombre oficial?

—No estoy interesado en tales trivialidades. —responde el granjero con un tono que denota indiferencia—

—Sin embargo, usted es conocedor el apelativo por el cual me llaman. —insiste Risotto, con una mirada penetrante—

—El "Amo del Poder". —comienza el patriarca Valeforr, su voz teñida de un respeto y temor que se entrelazan en una danza delicada— Es un título que evoca tanto admiración como precaución entre aquellos que lo escuchan.

—Efectivamente. —responde el señor Nero, su voz resuena con una autoridad innegable y un eco de verdad inquebrantable— Comprendo la dualidad de emociones que acompaña su pronunciación. No es un temor infundado, y sería compartido por muchos, si me permite la franqueza. Entre nosotros, los Demonios Superiores, los títulos no son meras herencias; son emblemas forjados en las llamas de nuestras propias acciones y decisiones. Damian Wells, por ejemplo, parece aborrecer el apodo que el infierno le ha conferido: "El Señor de la Locura". A pesar de que fue él quien lo persiguió con fervor, ahora lo desprecia. En contraste a eso, yo abrazo mi designación oficial con orgullo, es una insignia la cuál he labrado con mis propios esfuerzos. —Risotto hace una pausa, llevando el vaso de leche a sus labios con una lentitud calculada, saboreando el líquido como si fuera el néctar de la victoria— El "Amo del Poder", sí, es un título que resuena con la promesa del dominio absoluto, de un control total sobre las habilidades que uno posee. Verá, no me considero un cazador en el sentido tradicional; prefiero la conquista de mis adversarios a través de un duelo intelectual, un ajedrez mental donde cada movimiento es un paso hacia la victoria. Me gusta pensar en mí mismo como un cazador de "ratas", aquellos que se escabullen en las sombras, pensando que pueden evadir la justicia infernal.

Yalek, con una expresión que apenas disimula su escepticismo, interviene: 

—Es una reflexión intrigante, señor Nero. —su tono es cortés, pero subyace una corriente de desinterés fingido, una máscara de cortesía que apenas oculta su verdadera percepción del discurso del hombre ante él—

—Permítame plantearle una pregunta que considero de particular interés. —continúa Risotto, su voz impregnada de un tono juguetón y provocador— Si una rata se atreviera a invadir su morada en este preciso momento, ¿la recibiría con un plato de su exquisita leche, o la confrontaría con la ferocidad de un depredador al acecho?

—La confrontaría sin dudarlo. —responde Yalek con determinación—

—Como era de esperar. La rata huiría ante su presencia, es su reacción instintiva. —explica Risotto, inclinándose hacia adelante con un aire de confidencia— Buscaría refugio, un lugar seguro donde el peligro no pueda alcanzarla... pero, ciertamente, no se ocultaría en lugares predecibles como la alacena, el ático o un armario. No, la rata buscaría un escondite más ingenioso, un rincón al que personas ordinarias, como usted o sus adorables hijas, no se les ocurriría mirar, como el subsuelo que yace bajo esta misma casa. —Risotto señala sutilmente hacia las tablas del suelo, su gesto es apenas perceptible, pero el señor Valeforr no muestra signo alguno de reacción— Como mencioné anteriormente, no soy un cazador en el sentido convencional del término. Sin embargo, mi especialidad radica en descubrir a los intrusos en los lugares más insólitos, aquellos rincones que la mayoría pasaría por alto sin siquiera considerarlos. Esa, señor Valeforr, es mi verdadera maestría. —su voz se torna más grave, más solemne— Las ratas son una plaga, y yo... podría considerarme el exterminador más eficaz del Infierno. Por supuesto, no estaría aquí si no fuera por la voluntad de mi señor, el Demonio Primordial. —Risotto lanza una mirada inquisitiva, su pregunta es directa, pero teñida de una curiosidad casi filosófica— Dígame, ¿alguna vez una rata le ha infligido un daño tan grande que justifique el desdén que siente hacia ellas? No, por supuesto que no. Pero son criaturas repulsivas, ¿verdad?

—Son portadoras de enfermedades, y tienen la tendencia a morder a las personas. —concluye Yalek, su voz lleva un tono de finalidad, como si con esas palabras sellara el destino de las criaturas en cuestión—

—Solo si alguien es lo suficientemente insensato como para intentar capturar una viva, las ratas no suelen morder a los humanos. Las ratas fueron responsables de la peste bubónica, pero eso es historia antigua. En todos los años que ha vivido, ¿alguna vez una rata ha sido la causa de que usted enfermara ni siquiera por un día? —hace una pausa, dejando que sus palabras calen en el ambiente— Le diré algo: cualquier enfermedad que una rata pueda propagar, también puede ser transmitida por una ardilla. Sin embargo, supongo que no siente la misma animadversión hacia las ardillas que hacia las ratas, ¿me equivoco? —Nero plantea la pregunta con un tono que sugiere que ya conoce la respuesta— Usted las recibiría con hostilidad, ¿no es así? La rata no le ha hecho nada personalmente... pero, aun así, le resultan desagradables. Permítame reformular la pregunta: si una ardilla se introdujera en su casa, ¿la recibiría con amabilidad? —Yalek permanece en silencio— Tomaré eso como un sí. ¿Y por qué sería? ¿Por su aspecto adorable, por su cola esponjosa, porque se perciben como criaturas encantadoras? —Risotto hace otra pausa— Las ardillas también son capaces de transmitir enfermedades, al igual que las ratas. La sociedad se ha encargado de etiquetar lo que es bueno y lo que es malo basándose únicamente en la apariencia, sin tener en cuenta las zonas grises... o el hecho de que, al final del día... todos somos seres vivos compartiendo el mismo mundo. —Risotto termina su vaso de leche— ¿Le importaría si yo también enciendo mi pipa?

—Por supuesto que no. —responde Yalek con un gesto de asentimiento— Siéntase como en su propia casa.

—Se lo agradezco. —dice Risotto, mientras extrae una pipa y una bolsita con accesorios para fumar. La pipa, curiosamente, es una calabaza de color amarillo pálido y forma de S, reminiscente de la que Sherlock Holmes popularizó. Mientras el segundo demonio superior prepara su pipa, continúa la conversación en la mesa del granjero francés— Permítame plantearle una cuestión más. En estos tiempos de guerra e incertidumbre, ¿cuál considera que es su obligación primordial? ¿Es acaso luchar contra los Ángeles y los Caídos en nombre del inframundo, hasta su último aliento? ¿Es quizás su deber hostigar, con todas sus fuerzas, a la facción invasora? ¿Es su responsabilidad proteger a las desafortunadas víctimas de esta guerra, aquellas que son incapaces de defenderse por sí mismas? ¿O acaso su deber más sagrado, en estos días de derramamiento de sangre, es salvaguardar a las preciosas damas que conforman su familia?

Risotto formula la pregunta con una sonrisa astuta. El señor Valeforr frunce el ceño, su cuerpo comienza a temblar ligeramente, sus manos se agitan. Comprime sus labios y realiza un esfuerzo hercúleo para mantener la mirada fija en el Segundo Superior. La sonrisa en su rostro se desvanece muy lentamente, reemplazada por una expresión de ira, seriedad y un sadismo sutilmente disimulado.

El coronel espera pacientemente a que el peso de sus palabras surta efecto.

—Era una pregunta, Monsieur Valeforr. —insiste Risotto con una voz que impone respeto— En estos tiempos de conflicto, ¿cuál es, según su criterio, su deber más esencial?

—Proteger a mi familia. —responde el granjero con firmeza—

—Como corresponde a cualquier hombre de bien, por supuesto. —Risotto concede con un tono de aprobación genuina— Ahora bien, mi deber inmediato es realizar una inspección minuciosa en esta propiedad. Si mis búsquedas resultan infructuosas, estaré en posición de eliminar cualquier sospecha que pese sobre su familia. Y si no surge ningún hallazgo que despierte mi curiosidad, puede tener la certeza de que su nombre será borrado de mi lista. A menos, claro está, que usted tenga algo que revelar que pueda hacer innecesaria tal inspección. —hace una pausa, permitiendo que la tensión se acumule en el ambiente— Además, debo añadir que cualquier dato que usted proporcione, y que facilite la ejecución de mis tareas, no será motivo de castigo. Al contrario, será motivo de recompensa. Y dicha recompensa será que las fuerzas infernales cesarán de importunar a su familia de cualquier manera durante el resto de nuestra existencia, o la suya.

El humo de la pipa del granjero se elevaba en espirales, entrelazándose con la tensión que colgaba en el aire de la estancia. La mirada que intercambiaban los dos hombres era tan densa y cargada como el ambiente mismo. Yalek, con la pipa aún humeante entre sus labios, sostenía la mirada de su interlocutor italiano, un hombre de aspecto severo y mirada penetrante, desde su posición al otro lado de la mesa. El silencio que se había formado era tan profundo que el sonido de Yalek aspirando profundamente del tabaco resonaba en la habitación, seguido por el sonido de su deglución, audible y marcado.

—Usted está dando refugio a un enemigo del Inframundo, ¿no es así? —interrogó Risotto, su pregunta era directa, casi acusatoria, cortando el silencio como un cuchillo afilado—

Yalek, por un momento, parecía una estatua, inmóvil excepto por el ligero temblor de sus manos. No emitió palabra alguna, su rostro se contorsionaba ligeramente, como si luchara con las emociones que amenazaban con desbordarse. Finalmente, inspiró una bocanada de aire y asintió con la cabeza, un gesto simple pero lleno de significado. Las lágrimas comenzaron a surcar sus mejillas, trazando caminos de humedad en su piel curtida por el sol. La culpa lo embargaba, una culpa pesada y fría, pues con ese gesto, acabó de confirmar las sospechas que Risotto había albergado.

—Lo tiene oculto bajo las tablas del suelo, ¿verdad? —Risotto insistió con la pregunta, su voz ahora estaba cargada de una gravedad implacable, como si cada palabra fuera un peso que Yalek tendría que cargar—

—S-sí. —la voz de Yalek se quiebra al responder, revelando su angustia, una angustia que parecía consumirlo desde dentro, dejando solo la cáscara de un hombre que una vez fue fuerte—

—Indíqueme el lugar exacto. —demandó Risotto, su tono era firme y autoritario, no admitía réplicas ni vacilaciones—

El granjero, con un esfuerzo visible, extendió su mano temblorosa y señaló la sección del suelo bajo la cual se ocultaba el traidor infernal, la "rata" que había traído la desgracia a su hogar.

—Dado que no he percibido ningún ruido, supongo que, incluso si estuviera escuchando, no comprende el idioma español, ¿correcto? —Risotto formuló la pregunta con una mezcla de curiosidad y cautela, como si cada palabra fuera un paso en un campo minado—

—Así es. —confirmó Yalek, su voz era un susurro, un hilo de sonido que apenas lograba cortar el silencio—

—Bien. Ahora retomaré el francés, y espero que usted continúe con esta representación. ¿Hemos quedado claros? —Risotto dio la orden con una expectativa clara, como si estuviera dirigiendo una obra de teatro y Yalek fuera su actor más importante—

—Entendido. —respondió Yalek, su voz era apenas un susurro, un susurro que llevaba el peso de la resignación y la aceptación de su papel en este drama—

Risotto Nero se puso de pie con una elegancia que desmentía la tensión del momento. Su rostro, antes serio y cargado de autoridad, cambió repentinamente a uno jovial y gentil, como se había presentado originalmente. Cambiando al francés con fluidez, se dirigió a Yalek:

—Monsieur Valeforr, le estoy profundamente agradecido por la leche y su hospitalidad; me parece que hemos concluido satisfactoriamente nuestro asunto aquí. —su voz resuena con un tono final, mientras se dirige hacia el lugar indicado por el granjero— Aprecio sinceramente el tiempo que me ha brindado. No habrá más molestias para su familia. Por lo tanto, Monsieur, les presento mi "adié".

Con una dramática y teatral inclinación de su cuerpo, Risotto extendió la palma de su mano hacia el suelo de madera, que crujía bajo la tensión del momento. En un instante que parecía suspendido en el tiempo, estacas de hierro brotaron de su mano con una fuerza sobrenatural, como proyectiles disparados por una ametralladora invisible, y se abalanzaron sobre el suelo con una ferocidad inusitada. La acción fue tan repentina y violenta que el suelo comenzó a destrozarse, como si una fuerza implacable lo estuviera desgarrando desde dentro.

La pequeña casa del granjero, antes un refugio de tranquilidad se transformó en un caos de humo, polvo y astillas que volaban en todas direcciones, creando un torbellino de destrucción. Los gritos de dolor, agudos y desgarradores se mezclaban con el inconfundible aroma metálico de la sangre que comenzaba a impregnar el aire, un olor que hablaba de violencia y muerte.

"Le informo que he acabado a la rata, señor Valeforr".

Anunció Risotto con una calma que contrastaba de manera perturbadora con la violencia de sus acciones. Su voz, imperturbable y fría, resonaba en la habitación como el eco de un veredicto final.

Con un movimiento preciso y calculado, lanzó una estaca de hierro hacia el pecho de un hombre que yacía oculto bajo el suelo destrozado. El proyectil, guiado por una precisión quirúrgica, se clavó directamente en su corazón con una eficiencia mortal. La figura que se reveló ante los ojos de los presentes era la de un anciano con rasgos demoníacos, cuya apariencia hablaba de una vida que se extendía más allá de los límites humanos. Vestido con una chaqueta de cuero negra, su mirada era la de alguien que había visto el paso de incontables años y secretos oscuros. Él era Lamorac de los Oh'mith, el Noveno Superior, una entidad de poder y misterio, quien ahora yacía inmóvil... muerto, su final fue marcado por la traición y el hierro.

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