Capítulo 26

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

En el vasto y majestuoso salón del trono, la grandeza y el poder se entrelazan en una danza silenciosa, pocos son los que se detienen a observar más allá de lo que sus ojos pueden captar a primera vista. Los candelabros, negros como la noche más oscura y goteando una sustancia que parece devorar la luz misma, se alzan como centinelas de un pasado sombrío. Los cuadros que adornan las paredes, retratos de épocas antiguas, están pintados con trazos tan grotescos que parecen retorcerse y cambiar con cada mirada furtiva. La alfombra, de un carmesí tan profundo que recuerda a la sangre fresca, está salpicada de manchas oscuras que cuentan historias de lágrimas derramadas, el eco de súplicas desesperadas por clemencia que fueron concedidas, aunque de formas inesperadas y a menudo, crueles.

Si uno pudiera deslizarse hacia los rincones más ocultos y prohibidos del salón, aquellos que yacen más allá de donde termina la vista, descubrirían secretos que el trono guarda celosamente. Y es que el salón del trono no es solo un final, sino también un umbral hacia lo desconocido, hacia lo que está estrictamente vedado a los mortales.

Imaginemos por un momento que uno pudiera metamorfosearse en una insignificante mosca y posarse silenciosamente en la pared. Desde esa perspectiva, se revelaría que el respaldo del trono se eleva, imponente y formidable, incrustado en la oscuridad que parece ser su misma esencia, y decorado con los huesos blanquecinos de aquellos que osaron desafiar al monarca. El diseño del trono no solo impone respeto, sino que también promete una comodidad rara vez disfrutada por los reyes, una comodidad que contrasta con la rigidez de su poder. El respaldo, amplio y a veces casi transparente, permite entrever la espalda del soberano, una visión que nadie ha tenido el privilegio de contemplar de cerca, pues acercarse demasiado sería firmar una sentencia de muerte. Detrás del trono no hay nada, ni nadie; el que se sienta en él no puede permitirse el lujo de exponer su espalda, ese punto débil donde una daga traicionera podría encontrar su hogar. Todo en este salón está meticulosamente diseñado para que nada escape a la vigilancia del que se sienta en el trono.

Al lado del trono, en el reposabrazos derecho, yace un brazo esculpido en la más profunda negrura, como si las llamas del mismo infierno lo hubieran forjado y la oscuridad le hubiera dado forma. La mano, de dedos largos y afilados como cuchillas, se erige como un emblema de poder absoluto e indiscutible. Aunque permanece inmóvil, su quietud es engañosa; incluso en su aparente reposo, irradia una presencia tan intensa que llena la estancia con una tensión palpable, capaz de cortar el aire como si fuera papel.

La piel del trono, apenas visible bajo la tenue luz que lucha por sobrevivir en el ambiente, parece murmurar antiguas maldiciones y relatar historias de dominios y conquistas que, a pesar del implacable paso del tiempo, se mantienen vivas en la memoria colectiva. Estas historias, que se siguen contando con fervor, nunca dejan de subrayar la autoridad y el poder del trono, una presencia tan imponente que incluso el más valiente de los guerreros sentiría un escalofrío recorriendo su espina dorsal.

—Una vez más te encuentras arrastrándote ante mí, como una rata herida que busca desesperadamente un refugio en medio de la tormenta. Moribundo y humillado, fuiste expulsado de tu propio hogar, despojado de tu honor hasta el último vestigio de dignidad. —pronunció el ente oscuro, su voz congela la sangre de aquellos desafortunados de escucharla, emitiendo una calma tan perturbadora, que el silencio mismo parecía retumbar como un grito en la vastedad del salón— Tal vez fue un error confiar en seres alados. Al final del día son criaturas tan volátiles y cambiantes como el viento mismo, está claro que no conocen de lealtades.

La voz del ente no era natural, distaba mucho de cualquier tono humano y claramente no pertenecía a este plano terrenal donde los humanos coexisten. Su hablar llenaba el espacio con una calma irónica, tan amenazante como el filo de una navaja recién afilada. Nunca se elevaba por encima de un murmullo, pero cada palabra llevaba el peso de mil amenazas ocultas, cada sílaba era una promesa velada de un tormento sin fin para aquellos que osaran fallarle. Su sarcasmo era cortante, cruel, una herramienta forjada con precisión quirúrgica, diseñada para desgarrar la última esperanza y sembrar un miedo profundo en los corazones de sus subordinados.

El trono, una vez más, se erigía imponente, pero ahora se podían apreciar unos escalones, pocos en número pero largos y solemnes, que conducían hacia la alfombra manchada con la deshonra de innumerables súplicas.

Los ojos, abiertos de par en par, brillaban cristalizados por las lágrimas de piedad y misericordia que tantos imploraban, revelando a un personaje que en tiempos pasados se consideraba fuerte. Invencible, audaz, astuto y mentalmente superior a la media... pero ahora... se encontraba en una posición de sumisión total, consumido por un terror absoluto. Su fortaleza, una vez imponente, se había desvanecido en la nada. Estaba arrodillado ante la majestuosidad de quien se sienta frente a él, reducido a una figura temblorosa y derrotada.

—M-mi señor... s-se lo suplico, d-deme otra oportunidad... n-no volveré a fallarle. —la voz de Cerviel era apenas un murmullo roto y tembloroso, una súplica desesperada que se desgranaba en cada palabra, como si con cada sílaba desprendiera un pedazo de su ser—

La atmósfera del salón del trono se carga con una tensión palpable, una tensión que no nace de lo visible, sino de lo insinuado, de lo que se percibe en la penumbra y en el silencio. La mano que descansa sobre el trono es la única conexión tangible con la entidad que lo ocupa, pero su influencia se extiende por cada oscuro rincón, se desliza en cada susurro y se refleja en cada mirada temerosa de aquellos que se hallan en su presencia. Es un ser que juega con sus presas, que se deleita tanto en la persecución como en la captura, un depredador en el más puro sentido de la palabra.

—Oh, ¿así que crees que mereces otra oportunidad? ¿Piensas qué, si te la concedo, esta vez serás capaz de marcar la diferencia? No... no lo creo. —pronunció el ente oscuro, su voz era un eco que congelaba la sangre, una calma tan inquietante que el silencio parecía gritar en comparación—

Un temblor recorre la sala, como si la misma tierra respondiera a la ira contenida del Demonio. Aunque su figura permanece oculta, su presencia se eleva desde el trono con un poder tan abrumador que incluso el aire parece espesarse, cargado de oscuros presagios.

—Tus planes y estrategias no han sido más que una pérdida de tiempo, un tiempo valioso, que no se puede recuperar. —su voz, ya de por sí profunda, desciende una octava, transformándose en un sonido casi incomprensible, tan grave, que parece retumbar los órganos de quien lo oye— Y ahora, es debido a tu fracaso, ¡a tu patético y estúpido fracaso, que me veo obligado a duplicar mis precauciones!

La voz del ente se eleva en un grito que resuena con tal potencia que los cimientos del lugar tiemblan, un rugido que parece surgir de las profundidades de la tierra. Cerviel, ya inclinado, intensifica su postura de sumisión. Su frente casi toca el frío suelo. El miedo se desprende de él como un aura tangible, una niebla de terror que lo envuelve completamente.

—¡Mi señor! He... he hecho todo lo posible para llevar a cabo su plan a la perfección, tal y como usted lo ordenó. Pero han surgido ciertos... "imprevistos" en el camino. Nuestros enemigos... se han reforzado con nuevos y poderosos aliados. —la voz de Cerviel es apenas un susurro roto y tembloroso, una súplica desesperada que se deshace en cada palabra—

La mano negra de la criatura, antes descansando sobre el trono, ahora se cierra en un puño cargado de una ira a punto de estallar. La tensión se incrementa con la fuerza de cada uno de sus dedos. El gesto se convierte en una ominosa advertencia de lo que está por venir, de lo que significa provocar la ira del Demonio Primordial.

—¿Imprevistos, dices? —la voz del Demonio adquiere un tono sarcástico, cruel, que corta como una navaja recién afilada— Excusas, siempre son excusas... ¿Qué acaso no te cansas de poner excusas, que son más trabas para el camino? ¿No te agobia esta "actuación" para intentar convencerme? Francamente, a mí me resulta tediosa y hasta insufrible.

—Reconozco mi fracaso, milord. —dice Cerviel, alzando su mirada con un esfuerzo que parece requerir toda su voluntad, en un gesto que es, quizás, el acto más valiente que ha realizado hasta ese momento. Intenta reivindicarse ante la imponente figura en el trono, pero su intento se desvanece en el aire, como si fuera absorbido por la oscuridad del salón. La debilidad y la súplica en su voz parecen ser una fuente de diversión para el hombre sentado en el trono— Sé que le he fallado, pero... gran parte de nuestro plan se ha llevado a cabo con éxito. Las sacred-... —su voz se quiebra cuando es interrumpido abruptamente—

—¿"Nuestro plan"? —pregunta el ente envuelto en sombras, su tono está impregnado de desdén y de una gracia venenosa. Una risa apenas perceptible se filtra entre sus palabras— Qué irónico que hables de "nuestro", como si hubiésemos diseñado juntos cada detalle. Si así fuera, tu fracaso también sería el mío, lo cual, claramente no es el caso.

El Demonio Primordial extiende su mano izquierda, y por la fuerza de su magia oscura y maldita, Cerviel es arrancado del suelo de manera abrupta, siendo arrastrado hacia la presencia que domina el salón. La mano del ente sujeta el cuello del ángel caído, apretándolo con una fuerza controlada, lo suficiente para no acabar con su vida... aún.

—No es el plan, sino quienes lo ejecutan. —responde el Demonio con una seriedad que hiela la sangre— Tú y tus secuaces han fracasado por su propia incompetencia. Tú decidiste confiarte, y esa arrogancia te ha llevado a la ruina. —su agarre se intensifica gradualmente— Si hay algo que detesto más que a los ángeles, es el fracaso. Y tú... has encarnado esa detestable palabra.

—M-mi señor... por favor... —suplica Cerviel, pero su voz se ahoga, su tráquea se cierra bajo la presión implacable de la mano que lo sostiene—

—Supongo que... si deseas que algo se haga bien... —la mirada del Demonio se fija en Cerviel, sus ojos, llenos de maldad y muerte, perforan los del ángel caído— Debes estar dispuesto a ensuciarte las manos tú mismo para conseguirlo.

Las palabras del ente son una condena inapelable. Con un movimiento decisivo, su mano aprieta el cuello de Cerviel con un furor ardiente, y las llamas de su ira consumen lo que queda de la vida del ángel. Su existencia se extingue, reducida a nada más que una pérdida de tiempo para el Demonio Primordial.

—Risotto. —invoca el Demonio Primordial con una voz que resuena a través de las vastas cámaras del inframundo, su tono está lleno de una autoridad que no admite réplica—

—¿Sí, mi señor? —la respuesta del Segundo Superior es inmediata, su voz es un eco de servidumbre, y su postura, rígida como una estatua, es la viva imagen de la obediencia y lealtad inquebrantables que ha jurado a su amo—

—Deshazte de este inútil. —ordena el Demonio con desdén, su voz es fría y desapegada, como si estuviera discutiendo el clima en lugar de la vida de un ser— No es más que carroña, pero incluso la carroña puede ser un festín adecuado para los sabuesos infernales. —su mirada, imperturbable e indiferente, se clava en su mayordomo, quien asiente con una reverencia profunda— Luego, contacta al líder de los Yakuza y a las familias demoníacas que se esconden en el país.

Continúa el Demonio, su voz adquiere un matiz de anticipación calculadora. Sus ojos se elevan lentamente, contemplando la alfombra carmesí que se extiende ante él y el majestuoso salón del trono que ha sido testigo de incontables conspiraciones y pactos

—Ha llegado el momento de cobrar algunos favores largamente adeudados, y no aceptaré un no por respuesta. Cuando el Demonio Primordial llama, debe ser atendido inmediatamente.

—Como usted ordene, mi señor. —Risotto responde con una inclinación de cabeza, su voz es firme y su determinación es clara en sus ojos—

—Ah, Risotto, una cosa más antes de que te marches. —añade el Demonio, deteniendo al Segundo Superior en su camino—

—¿Sí, mi amo? —Risotto se gira, su expresión es una máscara de curiosidad contenida—

—Puedes llevarte al inepto de mi hijo contigo en esta misión. —declara el Demonio Primordial, su voz se tiñe con un matiz de diversión maliciosa, una sonrisa apenas perceptible juguetea en las comisuras de sus labios mientras contempla la perspectiva de su heredero enfrentándose al mundo real— Quizás, y solo quizás, aprenda algo de valor saliendo de la zona de confort de estos muros antiguos. Diviértanse, pero no olvides mantenerlo a raya. No deseo incidentes... bien sabes cómo es mi familia, suele ser algo "volátil". —el emperador infernal hace una pausa dramática, sus ojos oscuros brillan con intensidad mientras invoca en su mano derecha una copa tallada de un cristal oscuro, llenándola con un vino tan costoso que su mera existencia es un rumor entre los mortales— Si tienes que aleccionarlo, o recordarle su lugar en este juego de poder, no dudes en hacerlo. Tienes mi permiso para actuar como lo consideres necesario. Un buen golpe no lo hará olvidar a quien sirve.

"A sus órdenes, mi Señor Emperador".

Responde Risotto, su voz es un susurro de acero y sombras, una promesa de lealtad y eficiencia mortal. Con una reverencia que denota respeto y un entendimiento profundo de la naturaleza de su tarea, se retira de la presencia de su señor, listo para ejecutar sus órdenes con la precisión de un maestro artesano.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro