Capítulo 4

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.Día Cuatro de Julio - 11:30 de la mañana.

.Zona Desconocida.

En la penumbra, un ángel caído, cuya presencia resonaba con la oscuridad misma, desplegaba sus majestuosas alas negras en la quietud de la noche. Su semblante, labrado con la profundidad de los años, llevaba la marca de la eternidad, mientras su figura, revestida en un impecable traje blanco, contrastaba con la negrura de su piel. Portaba con elegancia varios anillos que relucían en la penumbra, añadiendo un toque de misterio a su imponente presencia. Las rastas que caían en cascada enmarcaban su rostro, otorgándole un aire de rebeldía que desafiaba tanto la luz como la sombra, revelando una esencia que trascendía lo mundano.

"Gemyo aún no ha regresado de su cacería. Su demora es notable".

Murmura con voz profunda, llenando el espacio con una resonancia que parecía contener siglos de experiencia.

A su lado, un demonio encarnado en la forma de un hombre de edad avanzada, con una cabeza lustrosa y una barba gris que irradiaba autoridad, se materializaba en la oscuridad. Su cuerpo, musculoso y envuelto en ropajes que evocaban la rebeldía de las carreteras, resonaba con un poderío palpable. Cada rasgo de su apariencia exudaba un aura de fuerza y determinación, desafiando las normas establecidas y despertando un temor ancestral en aquellos que se atrevían a cruzar su mirada.

"Sabes cómo es él, Grelpu. Le fascina jugar con sus presas antes de arrebatarles la vida, haciéndoles pasar cada instante como una interminable escena de suplicas y desesperación".

Respondió el demonio con voz grave, tejiendo sus palabras con la misma autoridad que su presencia imponente. Una sombra de preocupación cruzó el rostro del ángel caído mientras observaba el horizonte nocturno.

"Quizás debamos considerar buscarlo, Lamorac. Su ausencia me... perturba".

Añadió, dejando entrever una vulnerabilidad que rara vez se manifestaba en su ser.

Hasta que, en un instante, una voz femenina, cargada de angustia y desesperación, resonó a través del espacio, desgarrando la tranquilidad con su agudo grito. La mujer irrumpió en la estancia a través de una imponente puerta doble, sembrando el pánico entre los presentes. Los dos hombres se volvieron de inmediato hacia el origen del alboroto, pero uno de ellos, guiado por un impulso irresistible, se aproximó hacia la figura temblorosa que clamaba.

"¡Gemyo ha muerto!".

Anunció con voz entrecortada, lanzando una marea de consternación sobre los presentes.

—¿Gemyo qué? —inquirió el hombre de piel oscura, con su tono rebosante de compasión mientras sostenía con delicadeza a la mujer en sus brazos— U-un momento... ¿Qué quieres decir con que está muerto?

—¡Fue terrible, Grelpu! —exclamó ella, al borde de las lágrimas— ¡Le han arrebatado la vida a Gemyo, solo quedó su brazo como prueba de la tragedia!

En ese momento, una ángel caída, cuya belleza femenina rivalizaba con la de los mismos dioses, desplegó sus alas imponentes en el oscuro recinto. Su vestido, impregnado de un tono arena que resplandecía entre las sombras, se veía adornado con joyas que destellaban débilmente en la penumbra. El resplandor de su cabello rubio, cayendo en suaves ondas sobre sus hombros, añadía un toque de gracia celestial a su figura. Sin embargo, tras esa fachada de esplendor, sus ojos revelaban un enigma indescifrable y unas intenciones ocultas, un reflejo de su naturaleza caída.

—Por la sangre de Lucifer, no puedo creerlo. Gemyo es un cazador consumado, ¿quién se atrevería a desafiarlo? —interrogó otro miembro del grupo, el demonio Lamorac, con un dejo de incredulidad en su voz—

—N-no lo sé... n-no pude identificarlo. —susurró ella, cayendo de rodillas al suelo con un gesto de desamparo— D-debemos informarle al jefe.

Cathyx, incrédula, expresó su asombro ante la audacia de desafiar a Gemyo, un cazador consumado. Lamorac, otro miembro del grupo mostró su incredulidad al cuestionar quién se atrevería a enfrentarse a él. Cathyx, en un gesto de desamparo, cayó de rodillas al suelo mientras murmuraba que no pudo identificar al culpable y sugirió la necesidad de informar al jefe sobre lo sucedido.

"Nadie va a advertirle nada al jefe".

Sin embargo, una voz resonante y llena de determinación cortó la conversación. Era una voz masculina imbuida de autoridad, proveniente de un ángel cuya presencia irradiaba distinción y poder. Este ángel se erguía con elegancia en una silla de oficina, vestido con un traje formal de tono gris que resaltaba su aura de autoridad. Portaba una corbata negra impecable que complementaba su imponente presencia. Sostenía una manzana roja en su mano, símbolo eterno de tentación y sabiduría prohibida. Frente a él, un escritorio perfectamente ordenado denotaba la meticulosidad con la que abordaba sus asuntos. Aunque su semblante angelical sugería pureza, su mirada reflejaba una profundidad oculta, como si sus pensamientos se adentraran en los abismos más oscuros de la existencia.

—Gemyo tenía una misión clara: Cazar a portadores de Sacred Gears. —declaró otra voz, impregnada de autoridad, atrayendo la atención de las dos figuras que conversaban— Nadie va a informarle al "jefe". ¿Acaso quieren que nuestros planes se vean arruinados por una simple pérdida? —añadió, mientras daba un mordisco a la tentadora fruta carmesí— No, no lo creo. 

—M-mi señor Cerviel. —balbuceó el hombre demonio, su semblante refleja una mezcla de temor y determinación— D-debemos buscar justicia por nuestro amigo caído. Por favor, déjenos hacerlo.

—Hagan lo que quieran, pero sean discretos. Todo debe salir de acuerdo al plan del "jefe". Ha estado bastante... "decepcionado", desde la muerte de Kokabiel, a manos del traidor de Azazel. —afirmó el ángel mientras tomaba un sorbo de un exquisito vino tinto. Dirigiendo su atención hacia Cathyx. Cerviel se mostraba indiferente ante la pérdida de uno de sus soldados, quien, en vida, fue el amor de Cathyx. Luego preguntó con total despreocupación— Cathyx, ¿qué sabes acerca de esta... "penosa" situación?

Cathyx, una ángel caída, tomó asiento con cierto temor y respondió.

—No vi mucho. Pero una cosa es segura... no fueron los demonios o los ángeles del cielo. Hubiera reconocido al instante las marcas de los sellos demoníacos, o el aroma a perfume de ángel... es desagradable. —su voz reflejaba una sensación de desasosiego mientras relataba su limitada percepción de los acontecimientos—

—¿Cómo es eso posible? ¿Dices que ninguno de nuestros enemigos acabó con Gemyo? —Grelpu, manifestando su sorpresa, pregunta, incrédulo—

—Quien sea que haya sido, poseía una espada con un interesante filo. Fue un corte limpio. responde ella con un tono sombrío, revelando los detalles del desafortunado suceso— Pero... todo su cuerpo, incluyendo su espada dorada, desaparecieron de la existencia, sólo quedó el brazo derecho.

—O quiso enviar un mensaje, o... es más diabólico de lo que pensaba. —supone Lamorac, ligeramente asustado— ¿Creen que Gemyo haya dado nuestra ubicación, o algún detalle sobre los planes del "jefe"?

Cerviel, dando otro mordisco a su manzana y mostrando su astucia, comenta.

—Es posible. Gemyo sería capaz de decir lo que sea, con tal de salvar su propia e inútil vida. Realmente no me sorprendería que lo hiciera. —afirmó Cerviel con un tono de desdén hacia la presunta falta de integridad del caído Gemyo—

Acto seguido, se levantó de su asiento y se aproximó a la señorita de alas negras, cuyo rostro estaba marcado por las lágrimas que arruinaban su maquillaje. Con delicadeza, tomó su barbilla y, con una mirada penetrante, emitió una orden firme: 

—Nadie va a decirle nada al jefe. ¿Entendido? —los hombres asintieron ante la firmeza de sus palabras, mientras Cathyx, visiblemente aterrada, imploraba por compasión— Oh... cuanta belleza, cuanta delicadeza, y sin embargo... tanta inutilidad. 

Murmuró Cerviel, apretando su agarre y dejando entrever un destello de desprecio en su rostro. Ante la súplica de Cathyx, el ángel reiteró su orden con determinación.

—¿Saben? Hay dos cosas que realmente odio de este mundo: el jugo de manzana... y la deslealtad. —añadió Cerviel después de un silencio tenso que se prolongó durante varios segundos. Su voz resonó con un tono grave y cargado de significado, destacando su aversión hacia la traición y la falta de lealtad— Quiero que lo encuentren. —declaró Cerviel, liberando su agarre y regresando a su escritorio con paso firme. Dirigiéndose a sus siervos con autoridad, ordenó— Encuentren a este asesino, y tráiganmelo ante mí... con vida.

Sus palabras resonaron con una seriedad inquebrantable, instando a la acción inmediata de sus subordinados y dejando en claro la importancia de llevar a cabo su mandato sin demora.

[...]

.Almacén Abandonado - Más tarde en ese mismo día.

El almacén abandonado se extendía ante el grupo, una vasta extensión de misterio envuelta en sombras que susurraban secretos antiguos. La mujer de cabello carmesí, líder indiscutible del equipo, avanzaba con determinación, seguida de cerca por sus leales compañeros. A su lado, otra mujer con cabello negro profundo, cuyos ojos penetrantes exploraban cada recoveco en busca de pistas del pasado. Una adolescente rubia, de mirada inocente, y un joven serio, parecido en aspecto, la acompañaban. Junto a ellos, una joven de cabello azul y otra de cabello blanco, completaban el grupo, junto con el joven castaño de dieciocho años. Todos compartían la misma inquietud palpable que se manifestaba en el aire denso del lugar.

—Este sitio me pone los pelos de punta... —comentó el joven castaño y con su voz temblorosa, que revelaba una mezcla de miedo y confusión mientras exploraba el entorno con cautela— Me da la sensación de que... algo no anda bien aquí.

El más joven del grupo, el corazón impetuoso que latía en medio de la tensión no podía evitar sentir un escalofrío que le recorría la espalda desde el momento en que habían cruzado el umbral del almacén. Sus palabras rompieron el silencio, dejando al descubierto la inquietud que los envolvía.

—Todos estamos juntos, Issei. —intervino el joven rubio, su mano reposaba sobre la empuñadura de su espada, lista para cualquier eventualidad— Pero debo admitir que, este lugar... tampoco me inspira mucha confianza.

Issei, un adolescente de estatura media con cabello castaño corto que caía sobre sus cejas, destacaba entre el grupo con su uniforme personalizado de la Academia Kuoh. Llevaba una camiseta roja debajo de su chaqueta y camisa blancas, y sus zapatillas deportivas blancas y azules contrastaban con el tradicional calzado. Su apariencia, aunque única, se fundía con la seriedad del momento mientras exploraban el almacén abandonado.

Yuuto, de cabello rubio corto y ojos grises, se mantenía junto a Issei y las demás chicas, vistiendo el uniforme escolar masculino estándar de la Academia Kuoh. La chaqueta negra con detalles blancos, la camisa blanca de mangas largas y el lazo negro resaltaban sobre sus pantalones oscuros y zapatos marrones.

Fue la mujer de cabello negro quien, con su percepción aguda, captó la esencia del ambiente cargado. No dudó en compartir sus impresiones con la líder del grupo.

—El aire se siente extraño aquí... —susurró ella, su voz es apenas perceptible en la atmósfera tensa del almacén— Se ha derramado sangre divina en este lugar. —sus palabras resonaron con un eco profundo en la oscuridad del recinto, atrayendo las miradas de todos hacia el suelo donde se desplegaba un panorama macabro— ¿A quién se le ocurriría dejar un brazo desmembrado donde murió alguien divino?

Akeno Himejima, una joven voluptuosa de la misma edad que su líder, destacaba con su largo cabello negro y ojos violetas. Su característica cola de caballo, que caía hasta sus piernas, estaba sujeta con un lazo naranja, mientras que dos antenas se alzaban hacia atrás con gracia. Como la mayoría de las chicas de la Academia Kuoh, lucía el uniforme escolar femenino, complementado con calcetines negros hasta la rodilla.

—¿Qué es esto? —exclamó Issei con su voz cargada de sorpresa al tropezar con algo en el suelo— ¡¡Ahh!!

Un brazo desmembrado descansaba sobre el suelo, un macabro vestigio de un pasado sangriento. Issei, presa del miedo, buscó refugio tras la figura estoica de la joven peliblanca, cuya compostura permanecía inalterable ante la escena perturbadora. En medio del silencio tenso, la pregunta inevitable brotó:

—Presidenta, ¿a quién le pertenecía este brazo? —inquirió la joven de cabello blanco—

Koenko Tojuou, una chica de apenas 15 años, se destacaba con su cabello blanco y ojos avellana. Su distintivo peinado incluía dos largos flequillos frontales que caían más allá de sus hombros, mientras que mechones sueltos adornaban su frente. En la parte trasera, llevaba el cabello corto, adornado con broches en forma de gato negro a cada lado de la cabeza. Su atuendo consistía en el uniforme femenino de la Academia Kuoh, aunque sin la capa de los hombros.

—Rías, ¿tienes idea de quién pudo haber hecho esto? —inquirió Yuuto con seriedad, su voz resonaba con preocupación mientras su mirada escudriñaba los alrededores—

Rías, con su mente aguda, examinó detenidamente los indicios dispersos por el suelo.

—No estoy segura, pero el brazo parece pertenecerle a un ángel caído. Los anillos en la mano, y las plumas desperdigadas sugieren su presencia aquí. —respondió, su tono denota una mezcla de asombro y preocupación—

En aquel almacén abandonado, donde el eco de un combate olvidado aún resonaba, emergía un misterio oscuro y peligroso que los envolvía en un aura de lo desconocido y lo inquietante. La joven rubia, Asia, con sus quince o dieciséis años de edad, se aferraba al brazo del castaño con un gesto de protección evidente. Sus palabras temblorosas revelaban el palpable temor que embargaba su ser ante aquel lugar lúgubre y hostil.

—Isse-san... t-tengo miedo. —expresó, buscando en su compañero una sensación de seguridad en medio de la oscuridad que los rodeaba—

Su cabello rubio, largo y ondeante, enmarcaba unos ojos verdes llenos de inquietud. Cada mechón parecía danzar con la ligera brisa que se filtraba entre las grietas del edificio abandonado.

Issei, con su tono dulce y protector, respondió con palabras reconfortantes, acariciando suavemente la cabeza de la joven rubia. Su gesto denotaba una preocupación genuina por el bienestar de su amiga en aquella situación desconcertante.

—No te preocupes, Asia. Estoy aquí para protegerte. No dejaré que nada te pase. —aseguró Issei, tratando de infundirle valor en medio de la oscuridad que los rodeaba—

Mientras tanto, la mujer de cabello celeste, llamada Xenovia, analizaba con detenimiento el escenario. Sus palabras resonaban con el eco del misterio que envolvía aquel lugar en ruinas. La presencia del brazo desmembrado ante ellas evocaba una sensación de intriga y peligro latente.

—Quien sea que haya sido... es un hábil espadachín. —elogiaba Xenovia, destacando la destreza implícita en el corte preciso que había dejado aquel miembro separado del cuerpo al que pertenecía— Kiba, deberías ver esto. Creo que te encontramos a un rival.

En el grupo, Xenovia destacaba con su presencia imponente. Aunque de una edad similar a Issei, su apariencia y aura irradiaban determinación y fuerza. Su cabello corto, teñido de un azul claro con un mechón verde que se alzaba sobre su frente, enmarcaba unos ojos café profundos que reflejaban su intensidad interior.

Vestida con el traje de batalla de la Iglesia, Xenovia portaba una indumentaria que denotaba su compromiso con la lucha contra las fuerzas oscuras. El leotardo ceñido de manga corta, adornado con hombreras y largos guantes sin dedos que se extendían hasta sus bíceps, conferían a su figura una apariencia poderosa y ágil. Las botas hasta los muslos completaban su atuendo, cada detalle resaltado por cintas que añadían un toque de elegancia a su vestimenta. Sobre este conjunto, portaba un manto blanco con capucha, adornado con detalles en oro y azul, que conferían un aire de autoridad y misterio a su figura. Un crucifijo solía reposar alrededor de su cuello, símbolo de su fe y compromiso con la causa de la Iglesia en la lucha contra el mal.

Sin embargo, tras su transferencia a la Academia Kuoh y su integración en el Club de Investigación de lo Oculto, Xenovia adaptó su vestimenta al uniforme escolar femenino de la academia. Aunque su apariencia había cambiado, su determinación y habilidades seguían siendo tan formidables como siempre, listas para enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino hacia la verdad y la justicia.

Rías, con su elegancia innata, extendió la mano con determinación, dispuesta a examinar de cerca la evidencia que yacía ante ellas. Su gesto revelaba una determinación inquebrantable, como si estuviera lista para enfrentar cualquier desafío que se presentara en su camino.

—Déjame verlo. —solicitó la jefa, mientras sostenía el brazo desmembrado en sus manos— Es de un hombre, eso queda claro. —mientras inspeccionaba, encontró un anillo con un símbolo extraño— Qué raro... nunca había visto ese símbolo antes.

—¿Puede representar a algún clan de los Ángeles Caídos? —inquirió Akeno, buscando alguna pista que pudiera arrojar luz sobre la situación—

—No debería hacerlo. —respondió Rías, alzando la mirada con una expresión de desconcierto— Se supone que son un único clan, controlado por Azazel. En cualquier caso, debemos tener cuidado. Quienquiera que sea el responsable de esto... temo no está lejos. 

Advirtió Rías, con un tono serio pero decidido, instando a sus compañeros a mantenerse alerta ante cualquier peligro que pudiera acechar en las sombras del abandonado almacén. Sus palabras resonaban con un sentido de urgencia, recordando a todos la importancia de permanecer vigilantes en aquel entorno cargado de misterio y peligro.

Akeno Himejima, conocida por su aguda percepción, detecta algo inusual, algo que incluso su jefa, Rías Gremory, no había logrado percibir. Un objeto aparentemente ordinario captura su atención. Con manos diestras, la mujer de cabello negro recoge el objeto del suelo, revelándose como un brazalete de cuero negro adornado con un rubí incrustado en su centro. Bajo la suave luz de la luna, Akeno examina el brazalete con detenimiento, dejando que sus ojos absorban cada detalle durante unos momentos preciosos.

Justo en ese instante, la voz de su jefa interrumpe su contemplación: 

—Akeno, ¿estás bien? —inquiere Rías, con una mirada de preocupación dirigida hacia su amiga—

Akeno recompone su compostura y responde con voz algo entrecortada.

—S-sí, presidenta. —volteándose hacia Rías y sosteniendo el objeto en su mano extendida—Encontré esto. —informa, ofreciéndole el brazalete a su superior—

Rías recibe el brazalete con curiosidad y lo examina con detenimiento, su expresión denotando un interés creciente. Luego, dirige su atención nuevamente hacia Akeno con una mirada inquisitiva.

—¿Dónde lo hallaste? —pregunta con un dejo de intriga en su voz—

—Estaba en el suelo. —responde Akeno— ¿Crees que le pertenece a la persona que acabó con el ángel caído?

Rías reflexiona por un momento, su mente maquinando posibilidades antes de ofrecer una respuesta: 

—No estoy segura. Volvamos al club, allí podremos investigarlo mejor.

Akeno asiente con determinación, mostrando su acuerdo con la propuesta de su líder:

"Sí, presidenta".

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Apariencia de Cerviel:

Apariencia de Cathyx:

Apariencia de Grelpu:

Apariencia de Lamorac de los Oh'mith:

El Séquito de Rías Gremory:

El Brazalete Misterioso:

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