Indefensos (Parte 2)

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—Sinceramente te envidio John, ya quisiera estar ahora mismo recibiendo cartas de una bella dama como ella.—Comentó Hamilton.

—Sí John, eres muy afortunado en haberla conocido en el baile de invierno.—Dijo Lafayette mientras ponía su mano en el hombro de su pecoso amigo.

—Pues en realidad se lo tiene que deber a Alexander, el casamentero del año.—Decía Mulligan mientras empezaba a revolverle el cabello al inmigrante caribeño.

Laurens simplemente rió.

—Bueno, ¿podrían guardar silencio para dejar que termine de contestarle, por favor?—Les pidió amablemente, pues ahora mismo estaba terminando la carta que le iba a enviar a Elizabeth Schuyler, la joven había conocido hace poco en el baile de invierno hace una semana y con quién desde ese día no había dejado de mandarse cartas entre sí, además de visitarle a veces cuándo podía.

—Discúlpanos mon ami pero es que nos emociona mucho el hecho de que estés cortejando a una hermosa mademoiselle, quien además es una Schuyler.—Le dijo el francés.

—Aunque no lo parezca John de verdad estamos muy felices por ti.—Le sonrió Hamilton.—Sus cartas deben ser maravillosas, mostrando mediante aquellas palabras los sentimientos que tiene hacía ti.—

—Y no es que estemos totalmente seguros de eso porque a veces en secreto vamos a leer las cartas que ella te envía.—Dijo Hercules, aunque tras darse cuenta de lo que dijo vio como recibía unas miradas que decían "¿¡pero qué hiciste!?" por parte de Alexander y Lafayette.

—Sí, tienen razón. Ella es...fantástica.—Decía Laurens mientras con una sonrisa veía el sobre de la carta más reciente que le había enviado hasta que captó lo que dijo Mulligan.—Esperen, ¡¿qué!?—

[...]

—Eliza, eres la mujer más afortunada de este mundo.—Le dijo Peggy mientras veía como su hermana leía la carta de John que había recibido en la mañana.

—No exageres Peggy.—Dijo Eliza para luego soltar una pequeña risa.

—¡Pero si lo digo enserio! Ya quisiera yo tener a mi propio pecoso lindo.—Anheló con algo de romanticismo, imaginando que algún día encontraría al indicado.

—Estoy segura de que algún día lo encontrarás.—Le decía la pelinegra mientras abrazaba a su hermanita.

—¿Así como tú encontraste a John?—Preguntó la menor, haciendo que Eliza asintiera lentamente mientras un ligero rubor se encontraba en sus mejillas.

—Siendo honesta no sabía que pensar de él al principio, pero conforme nos fuimos conociendo me di cuenta de lo amable, dulce y noble que es.—Suspiró.—Y...—

—Si realmente nos quisieras lo compartirías.—La interrumpió Angelica, quién desde hace un rato estaba recargada en la entrada de la habitación con los brazos cruzados y una gran sonrisa en su rostro.

—¡Ja!—Rio Eliza como respuesta.—Además, ¿no que ti te gusta alguien más?—Arqueó una ceja mientras sonreía.

—¿De qué estás hablando?—

—No nos engañas Angelica, sabemos que en el baile de invierno no dejabas de ponerle ojos a ese amigo de John.—Decía Peggy con una cara pícara mientras se le acercaba a la morena.—¿Cuál era su nombre?—Miró hacía arriba tratando de recordarlo.

—Alexander Hamilton.—Respondió Eliza.

—¡Ah, sí! Alexander~—Movió ambas cejas.—Él te atrae, no lo niegues.—Al decir eso provocó que Angelica se sonrojara para luego apartar la vista inmediatamente.

—No me sorprende, él tiene unos ojos de ensueño.—Comentó la pelinegra.

—Oye, pero recuerda que tienes a John, no lo olvides.—Se dirigió nuevamente Peggy hacía ella.

—¡Jamás! Alexander y cientos de hombres son atractivos, no lo voy a negar, pero...—Tomó nuevamente la carta.—John es quién definitivamente me pone indefensa.—

Tras escuchar eso sus dos hermanas sonrieron con dulzura, era tierno ver a Eliza así.

—Bueno Eliza, sólo déjame decirte una cosa.—Se le acercó Angelica.—Ten cuidado con él,querida, seguramente hará lo que sea para sobrevivir.—

—No te preocupes, lo haré, pero estoy segura de que Jack no es ese tipo de persona.—

—¿Jack?—Preguntó la menor confundida.

—Es su apodo, desde hace poco comencé a llamarlo así.—Respondió alegremente, volviendo a ponerse en modo enamorada.

Angelica rodó los ojos y Peggy soltó un "aww", estando felices por su hermana en lo absoluto.

[...]

John y Eliza siguieron escribiéndose muchas cartas entre sí, disfrutando cada una sin parar. Y Laurens no podía evitar pensar que ella era muy especial, incluso le hacía sentir varias cosas. Al menos cuándo su padre se enteró del cortejo pareció alegrarse y hasta ya preguntaba cuándo sería la boda, cosa que lo llenaba de nervios.

Fue entonces que tras eso se puso pensarlo bien, quizás si llegaba al siguiente paso con Eliza podía hacer un gran cambio en su vida, y no solo eso, tal vez hasta podría probarse a sí mismo de que si era capaz de amar a una mujer.

Por lo tanto decidió armarse valor y pedir finalmente su mano.

[...]

Ya habían pasado dos semanas desde que se habían conocido, entonces Eliza le preguntó a su padre si John podía ir a cenar con ellos para preguntar algo importante, él accedió aunque ya tenía en mente de que podía tratarse.

Cuándo el día ya estaba empezando a oscurecerse Laurens finalmente llegó, siendo recibido por uno de los sirvientes de la mansión para luego serlo por los miembros de la familia.

—John Laurens, es un gusto verlo nuevamente.—Le dijo Philip mientras le daba un apretón de manos.

—Lo mismo digo, señor.—Le contestó tratando de ser lo más educado posible, pues sabía que lo que iría a pedirle sería demasiado importante.

Tras saludar a Eliza y al resto de la familia, fue con ellos hacía el comedor, donde luego empezaron a cenar lo que les habían servido y a tener una plática, que tenía cierta tensión en el ambiente a diferencia de las otras pocas veces donde iba de visita.

—Bueno joven Laurens, mi hija me contó que el motivo de tu visita se debe a que tenías que hacerme una pregunta importante.—Comentó Philip acerca de ello finalmente, diciéndolo con un tono completamente neutral.

Eso llamó la curiosidad de la madre, mientras que Eliza y sus hermanas, quiénes ya sabían lo que iba a decir, se preparaban para lo que venía.

—A-ah, s-sí, pues verás, s-señor...—Respiró hondo para tranquilizarse.—Habrá notado que su hija y yo, pues, hemos empezado una relación desde hace un par de semanas. Así que después de pensarlo decidimos dar el siguiente paso.—

—Y ese es...—

—Casarnos. Me gustaría pedirle la mano de su hija en matrimonio, por favor.—

Un silencio que parecía eterno surgió.

El señor Schuyler ya no apartaba la vista de John para nada, hasta había cruzado los brazos tras oír eso. La cosa se había empezado a volver tensa y algo incomoda.

—Así que respecto a la respuesta señor, entonces...—Dijo Laurens rompiendo el hielo luego de un largo rato mientras trataba de esconder sus nervios, pues el hombre no dejaba de tener una cara seria, más bien, parecía casi no mostrar alguna emoción. Era algo de verdad intimidante.

—Hmmm...—Fue lo único que dijo el señor Schuyler, parecía estarlo meditando.

Eliza se encontraba sentada en medio de sus hermanas, quiénes por debajo de la mesa le tomaban las manos en un intento de calmarla, sabiendo que se encontraba igual de nerviosa que John. Se estaba preguntando si de verdad su padre accedería, aunque una parte de ella temía que estuvieran perdidos sabiendo cómo es su padre.

Entonces Philip se paró de su asiento para luego empezar a dirigirse a John, quién al notar eso también se levantó de inmediato. El señor se puso enfrente del joven para después darle otro apretón de manos y pronunciar las siguientes palabras.

—Se fiel.—

—...Sólo para estar seguro, es un sí, ¿verdad?—Preguntó Laurens.

El padre de las Schuyler simplemente asintió con una sonrisa, se le había hecho algo cómica la pregunta.

Después de eso todos empezaron a celebrar, siendo John y Eliza los primeros al darse un abrazo seguido por un beso que robado por la chica, sorprendiendo por completo a su ahora prometido, quién no tuvo tiempo de reaccionar al recibir abrazos de quiénes ahora serían sus futuras cuñadas. Más adelante nuevamente volvió con su pareja y la abrazó una vez más.

—¡Este chico es mío!—Exclamó con alegría, causando risas por toda la habitación.

[...]

John se encontraba frente al espejo viendo su reflejo para asegurarse una vez más de verse impecable el día de su boda, el cuál sería uno de los momentos más alegres e importantes de su vida. Iba a ser el inicio de una nueva etapa, donde de ahora en adelante pasaría el resto de su vida con Eliza.

No sabía si sentir felicidad, nervios, preocupación o una mezcla de esos tres sentimientos juntos, de todas formas sabía que al igual que cuándo Alexander estaba dirigiéndola hacía él no había marcha atrás.

—¿Ya estás listo para ir?—Le preguntó Hamilton, quién se encontraba atrás de él, causándole un pequeño susto.

—¿Desde cuándo estás ahí?—Preguntaba John mientras se aliviaba.

—Acabo de llegar, como tu padrino de bodas es mi deber ayudarte en todo lo que necesites.—Respondió para luego acercársele, haciendo que su amigo se sonrojara un poco y después desviara la mirada por unos segundos.—¿Estás bien? Te veo algo alterado.—

—Bueno, es que dentro de poco me voy a casar y no estoy seguro si vaya a poder ser un buen esposo.—Comentó.

Alexander rió.

—Oh John, debes estar bromeando, vas a ser un gran esposo, mucho mejor de lo que crees.—Le decía mientras acomodaba una parte del traje de su mejor amigo.—Tu vida estará bien porque Eliza está en ella.—

John simplemente asintió y al lado de su amigo se puso en marcha.

[...]

Una hora después, cuándo todos los invitados ya estaban ahí, la novia finalmente llegó a la ceremonia siendo acompañada por su padre. Se veía muy hermosa con su vestido y velo blanco, todos los presentes no dejaban de mirarla, en cambio ella no podía dejar de ver al novio mientras cada vez se le acercaba más hasta ponerse finalmente enfrente de él.

Todos los espectadores sonreían, en especial el padrino y la dama de honor, siendo esta última Angelica.

Finalmente después de una larga espera, intercambiaron anillos y el cura pronunció la dichosa frase "Ya puedes besar a la novia". Al escuchar eso Laurens le levantó el velo y mostró un ligero rubor al igual que ella.

—Chico, me tienes indefensa.—Le susurró Eliza, quién ahora portaba el apellido Laurens con orgullo.

Y por fin dieron su primer beso como marido y mujer.

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