Insatisfecho

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Tras la boda finalmente llegó el evento para celebrar la unión de la pareja mientras allá afuera la luna y las estrellas parecían bendecirlos también al iluminarlos. Los presentes iban a felicitar a los recién casados, charlaban, comían, bebían y la pasaban de maravilla, todos estaban muy felices.

Entonces al pasar un buen rato, la dama de honor, Angelica, se levantó de su asiento y con una cuchara tocó su copa, causando un ruido para llamar la atención de todos los presentes.

—¿Podrían pararle a la celebración un momento, por favor?—Preguntó en voz alta hasta que todos guardaron silencio.—Les agradezco por venir a este día muy especial que significa bastante para mi hermana y mi cuñado, quiénes espero que estén muy alegres.—Sonrió, para luego proseguir.

—Me gustaría decirles muchas cosas, sin embargo, tras hablarlo con el padrino hemos acordado que él sea el encargado de darles un discurso muy hermoso, así que dejemos que hable nadie más ni menos que...¡Alexander Hamilton!—Dicho aquello ella se hizo a un lado.

El mencionado fue recibido con aplausos mientras sonreía y se ponía enfrente del matrimonio que se veía muy feliz, quiénes estaban atentos ante lo que iba a decir al igual que los demás presentes en la habitación.

—De acuerdo, antes que nada, ¡un brindis por el novio!—Exclamó Alexander con mucha felicidad.

—¡Por el novio, por el novio!—Repitieron al unísono.

—¡Por la novia!—

—¡Por la novia, por la novia!—

—¡Por su unión!—

—¡Por su unión! ¡Por la revolución!—Agregó eso último alguno de los presentes, posiblemente Lafayette o Hercules.

—De parte del mejor amigo del novio.—Levantó la mano que contenía la copa de vino que traía.—Quiero decir que de verdad estoy muy contento por ustedes dos, más porque John tuvo la valentía de seguir cortejando a la bella Elizabeth, sino juro que me la hubiera robado yo.—Bromeó, seguido de las risas que provocó.

—Espero que sus vidas estén llenas de amor y alegría. Qué jamás les falte nada, puedan proveerse el uno al otro y sobretodo que...—Hizo una pausa.—Ninguno de ustedes llegue a sentirse insatisfecho.—

Insatisfecho.

Esa palabra hizo que para el padrino el tiempo se congelara por un segundo para después empezar a rebobinar. Causando que los recuerdos volvieran a su mente de nuevo, mientras escuchaba varias palabras que no paraban de repetirse una y otra vez, era como si un huracán violento y formado por tantas memorias acumuladas estuviera alrededor de él.

Aún lo recordaba.

Recordaba esa noche con exactitud.

Recordaba aquellas bellas damas en las que estaba interesado.

Recordaba que era una gran oportunidad para encontrar a una mujer con la que podría estar el resto de su vida.

Había coqueteado momentáneamente con varias mujeres atractivas, sin embargo, nunca olvidará la vez en la que la vio a ella.

Una hermosa joven pelinegra usando un vestido azul. Lo mejor es que al parecer se encontraba sola, así que no iba a desperdiciar su oportunidad.

Así que entonces se le acercó a su nuevo objetivo mientras mostraba una sonrisa con una seguridad total.

—Disculpe señorita, pero no pude evitar verla tan indefensa, así que vine a su rescate.—Le dijo.

Ella se giró hacía él y lo miró a los ojos, quedando totalmente paralizada por un momento, parecía haberla encantado. Finalmente ella reaccionó y empezó a hablarle.

—E-eh, lo lamento pero no sé de qué me está hablando.—Decía mientras apartaba la mirada hacia otro lado, completamente sonrojada.

—¿Segura? Porque yo estoy convincente de que sí.—Entonces tomó su mano y la besó.—Mi nombre es Alexander Hamilton.—Se presentó.

—Elizabeth Schuyler.—Le contó con algo de nervios ante el gesto.

—Elizabeth, es un hermoso nombre.—Le dio un cumplido.

—G-gracias.—Sonrió.—¿De dónde es usted, señor Hamilton?—

—No tiene importancia alguna.—Respondió con firmeza, no quería que se supiera de su pasado.—Solo soy un simple hombre insatisfecho.—Agregó.

—¿Insatisfecho?—Preguntó con impresión.

—Así es, siempre lo he estado.—

—Lo entiendo.—Comentó ante lo que le dijo. Luego su mirada se puso hacía los demás presentes.—Es un baile bonito, ¿no crees?—

—Sí, aunque la verdad es mi primera vez yendo a uno así.—Confesó.

—¿Enserio?—Dijo algo sorprendida.

—Enserio.—Afirmó.—Ni siquiera he tenido la oportunidad de bailar con una linda dama.—

—¿Qué te parece tenerla ahora?—Le preguntó para luego ponerse roja como un tomate.—¡S-si usted lo desea también, claro! Y con también, no me refiero a que amaría bailar con usted ¡No eso! Es decir, si, lo juro, me encantaría aunque no es que... —Dicho eso se cubrió el rostro con las manos al pensar que ya había arruinado el momento.

Sin embargo a él le pareció muy tierno y no pudo evitar soltar una risa.

—Sería todo un placer.—La tomó de la mano para luego llevarla al salón, donde la agarró de la cintura y se preparó para empezar.

—No se preocupe, yo soy buena en esto, te puedo guiar si quieres.—Le dijo.

—Me encantaría.—

Tras esto comenzaron a bailar, al principio se notaba que Alexander si tenía algunos fallos, pero Elizabeth lo ayudó lo suficiente como para que ya tomara el ritmo. Terminaron teniendo un bello baile, y aunque había muchas personas alrededor, ambos sentían que eran los únicos presentes en ese momento.

Alexander no dejaba de pensar en lo hermosa que se veía la joven, sonriendo y divirtiéndose en ese momento. Entonces se dio cuenta en ese instante que había empezado a sentirse indefenso también.

Por ella.

Por desgracia eso tuvo que acabar y se separaron.

—Gracias por esta experiencia señorita Schuyler.—Dijo.—Su ayuda fue de mucha utilidad, le encanta bailar, ¿no es así?—Preguntó.

—Así es, aunque me apasiona más tocar el piano, en especial contar en francés al hacerlo.—Respondió.

—Interesante.—Comentó para luego no parar de verle totalmente embobado.

Tras unos minutos ella miró hacia otro lado.

—Mis hermanas me esperan, sin embargo espero verlo otra vez.—Hizo una reverencia.

—Lo mismo digo.—También la hizo como señal de despedida.

Cielos, estaba seguro de que definitivamente había encontrado a la indicada. Era hermosa, inteligente, dulce y venía de una buena familia, ¿qué más podía pedir? ¡Era como un bello ángel! ¿Acaso era posible conquistarlo sin ninguna intención de hacerlo con tan solo un baile que tuvo dos o tres minutos de duración? Era algo tímida, pero no le importaba en lo absoluto. Y lo que más lo cautivaba era esa hermosa sonrisa, cada vez que la veía sentía como si le dispararan directo al corazón.

Se preguntaba si había una trampa... lamentablemente así era.

Después de aquello, fue a buscar a sus amigos.

—¡Alexander! ¿Dónde estabas?.—Preguntó Hercules, quién se encontraba al lado de Lafayette.

—Digamos que justo acabo de conocer a...—Les iba a contar cuando notó que Laurens se estaba acercando.

—¡Laurens!—Exclamó Lafayette al ver también que se aproximaba.—Ya eras el único que faltaba, también te nos habías desaparecido como Alexander.—

—Perdonen.—Fue lo único que dijo ante eso.—Es que, me preguntaba si podían ayudarme con algo.—

—¿Qué sucede amigo? ¿Todo bien?—Preguntó Mulligan.

—Sí, es solo que hay alguien que llamó mi atención.—Dicho eso sus tres amigos se entusiasmaron de repente, como si ya hubieran ganado la guerra.

—¿Enserio Jack? Pensaba que no estabas interesado en eso.—Dijo Alexander.

—Lo sé, pero... ustedes entienden, ella es muy bella.—Sonrió de lado.

—Pues sólo dime quién es y te la presentaré por ti, ¿de acuerdo?—Comentó.

—Muy bien...—

Dicho eso Laurens lo condujo hacia donde se encontraba la mujer que le atraía. Aunque entre tantas personas era difícil adivinar cuál era.

—A ver John, ¿cuál de todas es?—

—Es ella.—Señaló a un trío del cual ya les habían hablado antes, las hermanas Schuyler. Por un momento Alexander pensó que se podía referir a la del vestido rojo o a la del amarillo, sin embargo la realidad le dio un gran golpe cuando escuchó las siguientes palabras.—La del vestido azul.—

Sintió su corazón partirse en millones de pedazos.

Su mejor amigo, aquél al que le tenía un gran cariño especial, se había fijado en la misma mujer que él.

Entonces, tres verdades le llegaron al mismo tiempo.

—Espera aquí.—Le hizo un guiño a su amigo para luego dirigirse hacia la hermana de en medio, quién no tardó en notar su llegada.

—¡S-señor Hamilton! Que grata sorpresa.—Sonrió.

—Disculpa mi repentina intervención señorita Schuyler, sobre todo debido a que hace poco tuvimos un encuentro, sin embargo me gustaría que me acompañara, no tardará mucho.—

—B-bueno, yo...—Volteó a ver a sus hermanas, la del vestido amarillo alzó un pulgar en alto con una gran sonrisa como una forma de decirle que aceptara, en cambio la del rojo tenía una cara que mostraba que no se confiaba de las intenciones del joven, sin embargo luego rodó los ojos y también sonrió como un gesto diciendo que fuera de una vez.—Está bien.—Dicho eso tomó su brazo y lo acompañó.

—¿A dónde piensa llevarme?—Le preguntó con curiosidad.

—Digamos que cambiaré su vida por completo.—Le respondió con seguridad.

Primero. Él era un huérfano bastardo, hijo de una "prostituta" sin tierras a su nombre. Ni siquiera tenía mucho dinero. Seguramente si llegaba a casarse con Eliza no le haría ningún bien, eran de mundos completamente diferentes. Aunque eso no cambiaba lo que sentía.

—Elizabeth Schuyler, me gustaría presentarle a mi buen amigo, John Laurens.—La soltó.

—Oh.—Fue lo único que dijo ante la impresión de que no era lo que esperaba, sin embargo volvió a sonreír.—Es un gusto conocerlo.—Hizo una reverencia educada.

—El p-placer es m-mío.—Le dijo el de pelo rizado para luego besarle la mano con algo de nerviosismo.

Segundo. Sería más conveniente para ella casarse con alguien de su mismo estatus, tal vez por eso también le presentó a John. Él también venía de una familia rica, por lo tanto sería más beneficioso para ambos y harían una buena pareja. Y justo terminaron siendo marido y mujer.

"Bien hecho Alexander, ahora nunca dejarás de sentirte insatisfecho".

—Muchas gracias por sus servicios.—Le agradeció amablemente.

—N-no tiene que agradecer nada, solo hago mi deber.—Contestó.—Anhelo con que todos seamos libres, sin ninguna excepción.—Sonrió, haciendo referencia a su sueño de que todos los esclavos tuvieran derechos y libertad absoluta algún día.

—Es muy generoso de tu parte, espero que cumplas tu objetivo.—Le devolvió la sonrisa.

Alexander al notar esto simplemente suspiró y se fue no sin antes decirle a su amigo.

—Te la encargo.—

Tercero. Conocía a su mejor amigo mejor que a sí mismo, a pesar de haberse sorprendido ante el hecho de que también había caído ante el encanto de la dulce Eliza por ciertas razones, solo quería que también fuera feliz y respetaba sus sentimientos y decisiones. Después de todo, él era la persona más confiable y servicial que había conocido en toda su vida, no solo estaba a la misma altura que Eliza en economía, sino también en amabilidad y bondad. De decirle que estaba enamorado de la misma persona que él se echaría a un lado y fingiría estar bien, cuándo por dentro estaría sufriendo. En pocas palabras, haría lo mismo si sus papeles estuvieran invertidos.

Ahora Alexander siempre imaginaba cada noche como hubieran sido las cosas si él fuera con quién Eliza contrajo nupcias recientemente, soñando con su sonrisa cada vez que podía. Al menos su querido John era su marido ahora, y podía tener la sonrisa de ella en su vida de alguna forma.

—¿Alexander, te encuentras bien?—Lafayette le murmuró, interrumpiendo sus pensamientos de inmediato.

Eso lo hizo reaccionar, dándose cuenta que se había quedado callado mirando al vacío por unos segundos. Miró a su alrededor, todos tenían cara de preocupación al parecer, incluyendo a la pareja de esposos. En ese momento se dio cuenta que debía proteger la felicidad de ambos de cualquier forma, lo último que quería en ese instante era no verlos contentos.

—Perdonen, solo pensaba en el gran futuro que les espera.—Alzó nuevamente la copa.—¡Borren esas caras y demos otro brindis más!—Rió.

—¡Por el novio!—Gritó con emoción.

—¡Por el novio!—Volvieron a exclamar en unísono.

—¡Por la novia!—

—¡Por la novia!—

—Les deseo lo mejor, y que nunca estén insatisfechos.—Se acercó a John y lo abrazó.—Te felicito.—Le dijo al oído con una sonrisa.

Finalmente se separó para ver como su amigo miraba a su esposa fijamente a los ojos, después este le acarició la mejilla y le dio un tierno beso en los labios. Con eso bastó para que Alexander sintiera nuevamente que le disparaban al corazón, pero esa vez no de una buena manera. Por lo tanto tras pasar un rato decidió irse hacía el balcón y nadie se dio cuenta de ello, bueno, nadie a excepción de la hermana mayor de la novia, quién comenzó a notar que se había comportado de una forma extraña.

Tras llegar y mirar las estrellas el inmigrante caribeño se puso a pensar en que sabía que su mejor amigo estaba destinado a ser un gran esposo, mejor que el que pudo haber sido él para ella. De todas formas algo le decía que...

—Ellos estarán insatisfechos. Yo siempre estaré insatisfecho.—Murmuró mientras unas lágrimas comenzaron a derramarse por sus mejillas.

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