Estamos de vuelta

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—Lo siento, de veras, pero hoy no abriremos...

Más quejas y gritos fueron lanzados al pobre Soos, quien intentaba en vano calmar a la masa de turistas que se habían apiñado frente a la Cabaña del Misterio.

—¿Y se puede saber por qué? —exclamó una mujer, sacudiendo el puño frente a la nariz de Soos— ¡He pagado por cuatro entradas para mi familia, y pienso entrar a esta estúpida cabaña!

—¡Por favor, señora! —Soos alzó las manos a la altura de los hombros y retrocedió un paso— Mire, hoy permaneceremos cerrados por asuntos familiares. ¿No puede regresar mañana? ¡Para ese entonces estaremos disponibles, y atenderemos a su familia y al resto de ustedes con toda nuestra...!

—¡Te la has ganado, regordete! —El resto de las personas presentes lanzaron gritos de ánimo hacia la mujer, que se preparaba para pegarle un puñetazo a Soos, quien sólo podía protegerse la cara con las manos.

Soos gritó con todas sus fuerzas de verdadero espanto, hasta que un sonido parecido a la sirena de un coche de policías resonó por todo el lugar, haciendo a los presentes girar sus cabezas hacia la gran furgoneta azul de la que provenía una voz grave y autoritativa:

—Despejen la zona. Si se atreven a tocar un solo pelo del dueño de este lugar, no nos quedará otra que arrestarlos a todos.

La gente se miró, confusa, y casi al instante salió corriendo en todas direcciones, dejando solo a un Soos confuso junto a la furgoneta de policía.

La puerta del vehículo se abrió, saliendo de este un hombre ya mayor, de pelo gris lleno de canas y una barba mal afeitada. Vestía unas gafas algo rotas y una ropa que no pintaba demasiado con el cálido ambiente del lugar, compuesta principalmente por un jersey granate de cuello alto y un abrigo crema largo. Sin duda un tipo singular, aunque lo más destacable de  él eran, en realidad, sus manos grandes y callosas, de seis dedos cada una. Tras él salió un tipo bastante parecido a él, por no decir idéntico, sólo que con pelo algo más largo y descuidado y en mangas de camisa. Ambos sonreían a Soos, a quien, al reconocerlos, los ojos empezaron a brillarle de pura alegría.

—¡¡Señores Pines!!

El joven corrió hacia ellos, envolviéndolos en un cálido (y tal vez muy fuerte) abrazo.

-Vamos, Soos -rio incómodo Ford-. Nosotros también nos alegramos de verte, ya puedes dejarnos en el suelo.

—¡Me empezaba a preocupar que no fueran a venir! ¡Los he echado mucho de menos, de veras! ¡Me preguntaba si no se habrían olvidado, o si se habrían perdido en el viaje de vuelta...! —gritaba con entusiasmo Soos.

Los dos hermanos rieron.

—Perdona, Soos, nos costó hacernos con esta preciosidad —respondió Stan, apoyándose en la furgoneta.

—¡No me diga que la han robado!

—No exactamente... —Ford miró a su hermano con gracia— Digamos que la hemos tomada prestada sin decírselo a nadie.

Los tres rieron. Hacía casi un año desde la última vez que se habían visto.

—¿No han llegado aún? —preguntó Stan a Soos, separándose de la furgoneta y empezando a caminar hacia la cabaña, seguido de sus compañeros.

—No. —Soos se rascó la barbilla—. Pensé que los traerían con ustedes.

—Que yo sepa, vienen en autobús.

Se encogieron de hombros y entraron en la cabaña. Todo seguía tal y como Stan lo había dejado, sin un solo cambio, como si nunca hubiera pasado nada antes de marcharse. Al encontrarse de nuevo en casa, no pudo evitar dejar escapar un suspiro de felicidad. Se dejó caer en el que durante tantos años había sido su sillón y se dio el lujo de contemplar la sala durante unos momentos.

—Bueno, no creo que vayan a tardar demasiado —dijo Ford, mirando su reloj de pulsera—. Si salimos ahora, podríamos recogerlos en la estación.

—Tenemos que esperar a Wendy —recordó Soos.

—¿Quién me llama?

Todos se volvieron a la puerta de entrada, en cuyo marco se hallaba apoyada la pelirroja. Llevaba sobre la cabeza una gorra blanca y azul, con el estampado de un pino en la parte delantera.

—Llevo esperando este día todo el año, ¿y creíais que llegaría tarde? —rio, acomodándose la gorra.

Ella tampoco había cambiado para nada, exceptuando que era tal vez un par de centímetros más alta y el pelo ni siquiera le llegaba a la altura de la barbilla.

Tras una nueva ronda de abrazos y saludos, todos subieron rápidamente a la furgoneta "prestada" y partieron hacia la estación de autobuses

***

—¡¡¡DIPPER!!! ¡¡MIRAMIRAMIRAAAA!!

Mabel se levantó de golpe de su asiento sin soltar a Waddles de entre sus brazos, despertando a su sobresaltado hermano, y señaló por la ventanilla del autobús. Dipper se incorporó para poder ver lo que señalaba su hermana, y una sonrisa se dibujó en su rostro al ver el cartel que les indicaba que estaban entrando en Gravity Falls.

—Por fin —suspiró, sintiendo su corazón aumentar la velocidad en su pecho.

Mabel se sentó de nuevo junto a Dipper, sin parar de mover los pies de un lado a otro.

—No me creo que de verdad ya sea verano... —dijo son una sonrisa de oreja a oreja— Parece que no ha pasado el tiempo desde que nos marchamos.

Quedaron en un silencio nervioso casi durante cinco minutos, hasta que, al fin, el autobús se detuvo en la parada que había en mitad del bosque, a pocos kilómetros de la Cabaña del Misterio.

Casi al momento de frenar el vehículo, los dos hermanos se levantaron de un salto y fueron a tomar velozmente sus equipajes. Una vez fuera del autobús, ambos miraron con nerviosismo hacia todos lados, buscando algún rostro familiar. Waddles se paseaba por los alrededores, olisqueando todo lo que encontraba a su paso. Parecía sentirse mucho más cómodo en Gravity Falls, de vuelta al que había sido su primer hogar.

Una bocina llamó su atención. Los hermanos se giraron a la vez hacia una furgoneta azul, cuyas ventanillas abiertas les permitían ver a sus tíos y a sus amigos. A la vez que los dos salían corriendo, las puertas del vehículo se abrieron. Todos se fundieron en un cálido abrazo de bienvenida mientras reían, por fin juntos de nuevo.

Soos ayudó a los chicos a cargar las maletas en la furgoneta para luego entrar junto a ellos en esta. Quedaron un poco apretujados, pero, realmente, aquello no importaba demasiado en ese momento.

Wendy miró a Dipper de reojo. Sobre su pelo castaño llevaba el gorro que año atrás ella le había dado. Con un gesto, le señaló su gorra azul, dándole a entender que la había conservado todo ese tiempo; que no se había olvidado de él.

—Bienvenido de nuevo —sonrió.

Dipper se ruborizó levemente y le devolvió la sonrisa. Pero aquel momento maravilloso duró poco, porque, de repente, Mabel se dejó caer de espaldas sobre el regazo de ambos y esbozó una gran sonrisa a Wendy, dejando ver todos sus dientes.

—Mira, Wendy —dijo sin dejar de sonreír.

Ella tardó poco en entender a la chica.

—¡Hey, pero si ya no tienes los brackets!

Mabel asintió frenéticamente.

—Ya soy toda una mujer —gritó con una voz absurda que despertó la risa en Wendy y Dipper.

—Dejaos de tonterías de adolescentes —ordenó Stan. La furgoneta frenó, y él abrió su puerta a la vez que Ford—. Vamos, vamos, ya hemos llegado.

Los demás también abrieron sus puertas y abandonaron la furgoneta. Dipper y Mabel tomaron su equipaje, y, seguidos de Waddles, caminaron tras Wendy hacia la Cabaña del Misterio, aquel mágico lugar donde tantas cosas les habían sucedido, su verdadero hogar.

Dipper le echó un vistazo a la fachada de la cabaña. Igual a como la recordaba: ni siquiera se habían molestado en recolocar la "S" caída de "Mystery Shack". Una leve sonrisa de emoción se le escapó de los labios.

—Estamos de vuelta —dijo, adentrándose en la que sería su casa durante los siguiente tres meses.


VU QUAQ XUQ OVAGUQ FE NOEXPI.

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