014. don't spill the coffee

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chapter fourteen
014. don't spill the coffee

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NO ENTIENDO cómo nos va a llevar esto más cerca de nuestra persona desaparecida.

Pamela Daniels soltó un suspiro y clavó la mirada, nada divertida, en Sam Wilson, que caminaba a su lado. Los dos insólitos amigos caminaban por la abarrotada calle del Bajo Manhattan, colándose entre los peatones que pasaban; Pam guiaba la marcha, con los ojos fijos en un objetivo situado más adelante, cerca de la esquina de la calle. La ex-agente de S.H.I.E.L.D. se paseaba entre la gente de Nueva York sin que nadie le dedicara una segunda mirada. Incluso después de que todos los secretos de S.H.I.E.L.D. e HYDRA hubieran sido expuestos al público en general, incluida su identidad, Pamela Daniels se las ingeniaba para mezclarse entre el mar de gente sin ningún problema. Se le daba bien eso de hacerse invisible al ojo común. Pero incluso entonces, la persona que caminaba por estas calles ya no era una agente. Era Pamela Daniels. Simplemente Pamela Daniels desde hacía más de un año, y algunos dirían que eso le sentaba muy bien.

Pese a todo, Pamela Daniels siempre tenía un aspecto inolvidable. Tenía una belleza afilada, una mirada puntiaguda y una estructura facial definida; la mayoría de las veces tenía las cejas fruncidas. Su pelo rubio claro le caía justo por debajo de los hombros y su flequillo crecido suavizaba sus rasgos lo suficiente como para convertir su mirada de serpiente en la de cualquier otra joven de veintitantos años. Pamela aprendió muy pronto que el pelo puede esconder otros tantos secretos sin que se le escape una mentira de la lengua. Metió las manos en los bolsillos de su chaqueta utilitaria verde oscuro, manteniendo un ritmo parejo con vaqueros y botas junto a Sam. La Víbora Roja ya no era exactamente la Víbora Roja, pero seguía teniendo algo de veneno; sobre todo por la forma en que no podía evitar fijarse en cada reflejo por el que pasaban. Aunque se hubiera alejado de la vida que una vez tuvo para entrar en un nuevo capítulo... no podía escapar de su pasado, por mucho que lo intentara. Y ahora mismo, caminaban directamente hacia él.

Eso la puso un poco ansiosa y Sam Wilson se dio cuenta. Falcon no llevaba sus alas de hierro ni su traje de combate, pero caminaba con la determinación del pájaro que le daba nombre. Era alto, con una cara redonda marcada por la barba incipiente y el pelo negro, rizado y apretado. Pero a diferencia de la Víbora Roja que caminaba a su lado, Sam tenía un aire de entusiasmo. Tenía energía y millones de pensamientos; sobre todo, tenía corazón. Un corazón grande y acogedor, que se hinchaba cada vez que reía o hacía una broma, y que crecía hasta un tamaño en el que cabía cualquiera a su alrededor. No sólo llevaba su corazón a flor de piel, sino también su moral y su determinación.

Pero a pesar de lo diferentes que eran, Pamela Daniels y Sam Wilson se complementaban. Durante el último año, sus circunstancias y su determinación mutua de ayudar al Capitán América los unieron y, a pesar de sus diferencias, trabajaban muy bien juntos. Sam era amigo de Pamela, lo que al principio le resultó extraño de aceptar, pero ahora todo era natural. Pam congenió con Sam, y esa era la mejor manera en que podía describirlo.

Pamela miró brevemente a Sam mientras seguían caminando por la concurrida calle.

—Llevando persiguiendo pistas sin resolver durante más de un año —le dijo en voz baja. Ambos se mantuvieron en el borde interior de la acera, apartados, lo cual era fácil en Nueva York—. Nuestro amigo era difícil de encontrar cuando era un corrupto, y ahora es aún más difícil. Me he quedado sin nada. Estoy usando mi última carta.

—Ah —entendió Sam, asintiendo—. Estás desesperada, ¿eh?

Hizo una mueca, negando con la cabeza.

—No estoy desesperada. Sólo estoy reevaluando nuestras ideas estratégicas. Y... estoy optando por usar una muy anticuada.

Se hicieron a un lado para evitar a una familia, tratando de averiguar dónde estaban en los mapas de sus teléfonos. Una vez que pasaron, continuaron su conversación.

Sam bajó la voz y murmuró:

—¿Lo sabe Steve?

—Está ocupado —refutó Pamela torpemente, lo que significaba que no lo sabía. Ante la frente arqueada de Sam, Pam cedió—. Está bien, no lo sabe. Pero no quería molestarlo mientras tiene cosas más importantes que hacer. Además, podría no funcionar y no quiero darle falsas esperanzas.

—Vaya, y eso que mi hombro estaba mejorando —murmuró Sam sarcásticamente—. Toda esa fisioterapia para nada.

—Tu hombro estará bien —Pamela rodó los ojos—. Es sólo que... Esta persona no es la persona más agradable del mundo.

—¿Quieres decir menos agradable que tú?

—Sí.

Pamela inhaló hondo y decidió explicarle a Sam a quién iban a ver en voz más baja, no quería que nadie la oyera.

—Angel Kidd —murmuró, mirando el escaparate de la tienda por la que pasaban—. Estaba en mi equipo, me ayudó a localizar a Barnes la primera vez.

Los ojos de Sam se abrieron como platos. Su tono se volvió muy serio al darse cuenta de lo que estaba diciendo Pamela.

—¿No dijiste que fuiste la única en salir con vida?

Sacudió su cabeza. Pam tragó saliva, apretó la mandíbula y murmuró:

—Kidd también sobrevivió. Pero... no estamos en los mejores términos. No hemos hablado desde entonces.

—Pero sabes dónde está.

Pamela arqueó una ceja hacia Sam.

—Pues claro. El punto es que Kidd es buena en lo que hace. Quizás pueda ayudarnos... si quiere colaborar.

Sam miró a Pamela con el ceño fruncido. Poco a poco empezó a darse cuenta de algo.

—¿Y cómo nos ayudará? ¿Qué va a hacer que no hayamos intentado ya?

—Confía en mí, ¿de acuerdo? —ella encontró su mirada, y fue un poco suplicante.

—Confío en ti —la tranquilizó Sam. Pamela apretó los labios—. Sólo quiero saber en qué me estoy metiendo, ¿por qué no acudimos a Kidd desde un principio? ¿Por qué es tu última carta bajo la manga? No puede deberse sólo a que no estéis en buenos términos.

—Te sorprenderías —respondió la Víbora Roja—. Arruiné su vida —Sam frunció los labios y no dijo nada—. Como has dicho: estoy desesperada.

—¿Cómo le vas a explicar esto a Steve? —susurró Falcon—. Quieres agregar a alguien más al equipo.

—¿Tomando una taza de café? —ella se encogió de hombros, ciertamente nerviosa por la conversación que eventualmente tendría con el Capitán América. Sabía que Steve dudaría de esta idea si Pamela lo hubiera mencionado antes de arrastrar a Sam con ella, pero como él estaba ocupado con los Vengadores, les dio su confianza para tratar de encontrar a Bucky Barnes. Esta fue una decisión que Pamela no estaba tomando a la ligera.

Angel Kidd tenía talentos que igualaban los de Pam; tal vez era incluso mejor, aunque la Víbora Roja nunca lo admitiría en voz alta. La Agente Kidd había sido un activo increíble para S.H.I.E.L.D. antes de retirarse de forma anticipada. La Agente 45, más infamemente conocida como la Belladona, se centraba en la logística, el análisis de datos y el rastreo a primera vista, pero en realidad, sus habilidades con los puñales la hicieron pasar de ser una cara bonita en la administración a una de las agentes más letales de S.H.I.E.L.D. en la plantilla de Nick Fury.

Hasta que tomó la decisión de unirse a la Víbora Roja para encontrar al Soldado de Invierno. Su carrera terminó después de aquel día mortal en Australia. Nunca regresó después de su recuperación.

Escuchó a Sam suspirar una vez más y no lo culpó. A Steve no le gustaba que la gente le ocultara cosas, y Pamela no planeaba ocultárselo, pero él tampoco estaba exactamente en Nueva York. El Capitán América estaba en Sokovia con el resto de los Vengadores: Tony Stark (o Iron Man), la Viuda Negra, Ojo de Halcón, Bruce Banner (o Hulk) y Thor, un asgardiano que también es el Dios del Trueno. Rastreaban una de las últimas bases de HYDRA que quedaban, una que también los llevaba hasta el cetro de Loki.

Estaba muy ocupado en ese momento.

Pamela esperaba explicarle su plan una vez que él regresara (y una vez que estuviera segura de que su plan realmente podría funcionar.)

Al final, Sam cedió.

—Vale —decidió mientras se acercaban más y más a su destino—. Sabes que estoy contigo en esto, pero no te cubriré el trasero cuando Steve se entere.

Ella se rió entre dientes y asintió. Le envió a Sam una sonrisa agradecida.

—Lo sé —le dio un codazo mientras seguían caminando, y Sam le devolvió la sonrisa—. Gracias, Sam.

Pamela se alegró de que Sam estuviera aquí con ella porque sabía que no habría podido hacer esto sola.

Continuaron hasta que Pamela frenó y se detuvo frente a una pequeña y tranquila cafetería de la concurrida calle. A pesar del tráfico de primera hora de la mañana, en el interior de aquella pequeña y pintoresca tienda no había nadie sentado. En la fachada, los alféizares de las ventanas estaban decorados con bonitas y dulces flores. La propia puerta tenía una pintura rústica, que intentaba alejarse de la ajetreada metrópolis y adentrarse en lo que casi parecía la cabaña de un elfo en el bosque. Arriba, colgaba un cartel que decía: La Arboleda de Donna.

Pam compartió una mirada con Sam. Él asintió para indicarle que estaba listo. Ella inspiró profundo y empujó el picaporte de latón de imitación. La puerta crujió al abrirse y arriba sonó un timbre; Daniels se lo esperaba. La Belladona no era tan tonta como para no alertarse nunca de las visitas, ni siquiera después de tanto tiempo. Dentro, La Arboleda de Donna era una pequeña y acogedora zona de Nueva York. Las tarimas del suelo estaban empolvadas para parecer más viejas de lo que eran en realidad. De las paredes colgaban pequeñas baratijas y las estanterías estaban llenas de pequeñas esculturas decorativas, libros de jardinería y hierbas en frascos. Había un gran reloj antiguo que era más una obra de arte que otra cosa, una pieza central en la pared. Dondequiera que mirasen, había flores: pétalos secos en marcos, brotes en macetas e incluso ramas colgando del techo.

—Es como si hubiera caído de lleno en un agujero Hobbit —murmuró Sam, viendo a su alrededor.

Pamela se llevó un dedo a los labios para decirle que se callara. Sutilmente tomó el cartel de abierto y le dio la vuelta para decir cerrado a cualquiera que estuviera afuera. El pequeño y singular café parecía desierto; la Víbora Roja sabía que no era así.

Deslizó su mano detrás de su espalda y se levantó la chaqueta. Sus dedos se enredaron alrededor de la empuñadura de su arma.

La Víbora Roja mantuvo sus oídos atentos a cualquier sonido, incluso el ligero cambio en el aire debido al movimiento. Sam se quedó quieto y en silencio, escuchando también. Al darse cuenta de su comportamiento, se mantuvo en alerta. Daniels dio algunos pasos más sobre las tablas del suelo. Caminó de puntillas y no emitió ni un solo sonido.

Sus ojos encontraron el reflejo del mostrador de panadería, y la Víbora Roja contuvo una sonrisa de satisfacción cuando vio una ligera sombra cerca de la escalera que conducía a la vivienda situada encima de la cafetería. Hubo un destello, reflejado por la luz del sol exterior a través de las ventanas y sobre el mostrador, y Pamela supo exactamente dónde estaba su antigua compañera de trabajo.

Pamela se quedó donde estaba, captando la mirada de Sam al otro lado; hubo un intercambio silencioso entre ellos mientras ella le hacía saber que había encontrado a Belladona y que se quedara donde estaba.

La Víbora Roja se puso rígida cuando sintió el filo de un cuchillo clavarse amenazadoramente contra su costado segundos después, pero no se movió.

Detrás de ella, una voz murmuró:

—¿Por qué no me sorprende verte, Víbora?

Daniels levantó lentamente las manos, mostrándole a Belladonna que su dedo no estaba en el gatillo de su arma.

—Debes saber que si dejo que te acerques así, Bell, significa que no estoy aquí para pelear.

Belladona no movió su cuchillo del costado de Daniels, colocado en el lugar exacto en el que si hiciera el más mínimo movimiento, se clavaría en la caja torácica.

—Te conozco lo suficiente como para saber que no debo confiar en tu palabra. ¿Quién es tu amigo? —asintió hacia Sam.

—Es Sam —respondió Pamela con calma, fijando la mirada de Falcon una vez más para no hacer nada. Sam apretó la mandíbula pero mantuvo las manos alejadas de donde habían intentado alcanzar su arma.

Angel Kidd mantuvo sus penetrantes ojos marrones bajo los bucles castaño oscuro fijos en Sam Wilson durante un segundo más, asegurándose de que no iba a hacer nada antes de volver a centrarse en Daniels. Clavó la punta del cuchillo ligeramente, lo suficiente para que Daniels respirara agitadamente por la nariz.

—¿Qué quieres?

—Hablar —respondió Daniels bruscamente—. Necesito tu ayuda.

—No pienso ayudarte —Belladona no aflojó el agarre de su cuchillo—. Ahora, sal de aquí antes de que realmente me cabree.

La Víbora Roja suspiró. Pero cuando bajó las manos, como si fuera a aceptar las condiciones de la Belladona, cambió. En cuestión de segundos, agarró la muñeca de la agente retirada y apartó su cuerpo del cuchillo. Daniels retorció la muñeca de Kidd y le quitó el cuchillo de los dedos. Una vez lo consiguió, lo hizo girar entre sus dedos y lo arrojó por encima del mostrador.

—Estás oxidada —le dijo a Belladona—, y ya te he dicho que no estoy aquí para pelear. Sólo quiero hablar.

—¿Y si no quiero hablar? —Angel Kidd giró ligeramente la muñeca ante la incomodidad.

—Entonces escúchanos —dijo Pamela, con voz suave—. Sé que soy la última persona que quieres ver, pero... no acudiría a ti si realmente no necesitara tu ayuda —suspiró y murmuró—: Por favor, Angel.

La Belladona frunció los labios. Le frunció el ceño a la Víbora Roja con veneno, pero al final, bajó la guardia y dio un paso atrás.

—Te vi en las noticias —se dirigió hacia una de las mesas y tomó asiento. Pamela la siguió. Asintió a Sam para decirle que no había problema. Él seguía receloso, mirando de reojo a la Agente 45 mientras se sentaba junto a la Víbora Roja—. La implacable agente de S.H.I.E.L.D. que va en contra de su propia organización para ayudar al honrado Capitán América —Kidd se rió entre dientes y se reclinó en su silla, observándolos a ambos—. Ahora todo el mundo sabe exactamente quién es la Víbora Roja, todos sus secretos... ¿Cómo te sientes al respecto?

Pamela decidió no responder. Compartió otra mirada con Sam, quien apretó la mandíbula. Kidd lo notó e inclinó la cabeza, curiosa.

—¿En qué te convierte eso ahora? ¿Eres una Vengadora? Nunca te tomé por una superheroína.

—No soy una Vengadora —respondió la Víbora Roja, con la mandíbula apretada—. Solo ayudo.

—Al Capitán América —canturreó Kidd, muy divertida con lo que estaba oyendo—. No llegas al nivel de los peces gordos, pero al menos te tiene haciendo el trabajo sucio, ¿no? Siempre intentas impresionar a alguien, Pam, eso no ha cambiado.

—No intento impresionar a Steve —argumentó—. Y no voy a hacer su trabajo sucio; él no es así.

—Así que Steve, ¿eh? —Las cejas de su antiguo compañero de trabajo se alzaron, sorprendidas—. ¿Os tuteáis? Ahora sé sin duda que estás tratando de impresionarlo —Angel se cruzó de brazos—. Si no le estás haciendo el trabajo sucio, ¿dónde está él? —ante el silencio de Pamela, soltó otro suspiro burlón.

—Es un buen tipo —intervino Sam, y Angel Kidd lo miró.

—Pues claro —la forma en que lo dijo les hizo a ambos creer que Belladonna quería decir exactamente lo contrario—. Alto, grande, rubio y de ojos azules, saliendo con su escudo cubierto de barras y estrellas y ese disfraz para luchar y salvar el mundo. Es propaganda andante.

—Es más que eso —murmuró Pam antes de que pudiera detenerse—. Yo también solía pensar así, pero estaba equivocada. Vale la pena ayudar a Steve.

—Entonces, has venido a pedirme que lo ayude a él también, ¿verdad? —Kidd arqueó una ceja con desaprobación—. Porque... ¿qué? ¿Estás enamorada del Capitán América? ¿Tu crush de colegiala me va a convencer para que te ayude?

Pamela frunció y apretó la mandíbula, odiando cómo Angel Kidd parecía leerla mejor de lo que Pam jamás podría leerse a sí misma. Al notar la forma en que ella frunció el ceño y apartó la mirada, Sam se inclinó hacia adelante y avanzó la conversación.

—No pienses que el Capi necesita tu ayuda, ¿de acuerdo? Necesitamos tu ayuda para encontrar a alguien. Pamela piensa que se te da muy bien.

La Belladona movió su mirada hacia Falcon.

—Puede ser —decidió decir—. ¿Acaso la infame Víbora Roja no puede encontrar a alguien por sí misma? Debes estar muy desesperada si has venido a pedirme que haga tu trabajo.

—Angel —Pam cerró las manos en puños, con el corazón palpitando de nervios, negándose a mostrar el miedo que sentía; no por la Belladona, sino por el pasado que compartían juntas. Pamela odiaba incluso meter un dedo del pie en las aguas de su pasado, y aquí estaba nadando de lleno en ellas—. Necesito tu ayuda para encontrarlo otra vez.

Así, el ceño divertido de Belladonna desapareció. Cada burla y cada defensa que construyó se desmoronó. Sus ojos se fijaron en los de la Víbora Roja... y el miedo los nubló como una tormenta de polvo que giraba sin cesar.

Hubo un largo y tenso silencio antes de que Angel murmurara:

—¿No aprendiste de lo que pasó la última vez?

—Las cosas han cambiado —dijo Pamela en el mismo tono suave—. No intento matarlo.

—¿Y qué intentas hacer? —hubo una chispa de furia en la lengua de Kidd e hizo que la Víbora Roja hiciera una mueca. Sam se sorprendió al ver a Pamela tan asustada por algo.

La Víbora Roja tragó saliva con dureza, pese a que sus palabras no tenían fuerza añadida, temblaban ligeramente.

—Él está... Nosotros intentamos encontrarlo y traerlo de vuelta. El Soldado de Invierno estaba bajo el control de HYDRA. Hizo todo lo que hizo porque le obligaron. No tuvo elección.

Angel respiró furiosamente por la nariz. También apretó la mandíbula

—Nuestros amigos, a quienes él asesinó... ¿ya no significan nada para ti?

Pamela respiró entrecortadamente y se quedó sin palabras. Tenía un sabor amargo en la lengua que no podía tragar mientras recordaba ese día; un sabor amargo de culpa.

—HYDRA los mató —logró decir al final.

—Y tú eras HYDRA, ¿verdad? —la Belladona la fulminó con la mirada, sus palabras trémulas de furia—. Eso es lo que dicen los archivos filtrados. ¿Eso significa que tú los mataste?

Ella sacudió su cabeza. Un sonido ahogado escapó de su garganta

cuando dijo:

—N-No... no lo sabía.

—Entonces, ¿quién los mató, Daniels? —Belladona se inclinó hacia delante, conteniendo sus propias lágrimas mientras miraba fijamente a la Víbora Roja—. Si no fue el Soldado de Invierno quien los mató, entonces fuiste tú y tu arrogancia al pensar que podrías haber acabado con él. No cometeré el mismo error de seguirte dos veces.

—Yo no los maté —Pamela se sintió muy pequeña. No quiso mirar a Sam, que estaba a su lado y escuchaba con cara de preocupación—. Y el Soldado de Invierno se vio obligado a hacer lo que hizo. Pero HYDRA nos tendió una trampa. Nos metieron en la boca del lobo, yo no sabía que eso pasaría. HYDRA puso al Soldado de Invierno allí. Pero su nombre real es Bucky Barnes, y estaba controlado y no tenía idea de lo que hacía. HYDRA le lavó el cerebro. Bucky Barnes es inocente, y necesito tu ayuda para descifrar los registros de HYDRA y encontrarlo.

—Él no es inocente —se enfureció Angel Kidd—. El hecho de que lo llames así es una falta de respeto a tu equipo, Daniels. Nuestros amigos. Que lo llames inocente hace que sus muertes no tengan sentido.

Pamela volvió a tragar saliva.

—Sus muertes no carecieron de sentido. Vengué sus muertes deteniendo a HYDRA...

—¿Vengaste sus muertes? —se burló la Belladona con una risa amarga—. ¿Te oyes a ti misma? No has vengado nada, Daniels. Te alimentas intentando redimir una conciencia culpable, persigues una redención que no recibirás. Deja de mentirte a ti misma, Pam.

La Víbora Roja no dijo nada al respecto. Porque sabía, en el fondo, que Belladonna tenía razón.

Angel Kidd se enderezó.

—Tengo que ocuparme de la cafetería, así que más os vale salir. Y no volver.

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PAM ESTABA de mal humor al volver a su apartamento con Sam a su lado. Buscaba las llaves con rabia, sin decir una palabra. No sabía lo que esperaba, sabía que Angel diría que no; sabía que se enfadaría, que se ensañaría con ella y que no querría volver a verle la cara. Pero Pam tenía la esperanza de que por alguna razón, su antigua compañera de trabajo diría que sí, que volvería a acompañarla en esto, y tal vez Pamela podría sentir realmente que podía remediar todo lo sucedido. Pero Angel tenía razón, Pam nunca encontraría la redención.

Una vez más, se quedaron sin pistas para encontrar al Soldado de Invierno. Un año entero y no lograron encontrar nada más que callejones sin salida.

Sam trató de mantener una actitud positiva hacia ella mientras la observaba luchar por poner la llave en la cerradura.

—Ya habrá otra formal. Está en alguna parte y lo encontraremos.

—Nos hubiera venido bien la ayuda —murmuró Pam, luchando con el pomo de la puerta hasta que suspiró y se dio cuenta de que ni siquiera estaba cerrada con llave—. Soy tan idiota.

—Yo no te llamaría idiota, solo diría que tienes problemas de ira —Sam se encogió de hombros, girando la manija para entrar.

Sólo cuando frunció el ceño se dio cuenta de que le había dado la razón. Pamela dejó la puerta abierta para que él entrara. La cerró tras de sí. Pam había conseguido encontrar aquel apartamento por pura suerte, algo muy poco habitual en ella. Al principio no se lo habría podido permitir. Se había quedado sin trabajo, varada y sin idea de adónde ir, pero entonces Coulson le envió una dirección de la nada para que la comprobara. Pamela pensó que había logrado conseguirlo para ella por... medios poco convencionales. Tras la caída de S.H.I.E.L.D., algunos agentes siguieron adelante. Se reconstruyeron de la nada. Coulson lo lideraba, y era un secreto que Pam no podía contarle a nadie. Un nuevo S.H.I.E.L.D. trabajaba en las sombras para seguir protegiendo el mundo como siempre debió hacerlo, y ahora que tenían a Coulson como director, Pamela sabía que estaban haciendo lo correcto. Coulson le había pedido que se uniera, pero ella se negó. Se había alejado de S.H.I.E.L.D., y aunque esta vez fuera diferente, Pamela no iba a retractarse de su decisión, estaba mejor así.

Le llevó mucho tiempo hacerse a la idea de que Coulson estaba vivo. Desde la batalla de Nueva York, hacía dos años que lo lloraba, pero había estado vivo todo el rato. ¿La única razón por la que Pamela nunca lo supo? Porque no era Nivel Siete. No había importado lo que Coulson significaba para ella. Lo que importaba era la compartimentación respecto a la pobre chica a quien él había orientado y dado una segunda oportunidad, que lloraba y lloraba y maldecía desde entonces... Ella merecía saber la verdad.

(Sí, Pam nunca quiere volver a poner un pie en S.H.I.E.L.D.)

Le llevó mucho tiempo acostumbrarse. Pero ahora las cosas mejoraban poco a poco. Pam comenzó a sentirse mejor, a sentirse tranquila sabiendo que en algún lugar, en las sombras, Coulson seguía cuidándola.

El apartamento era bonito. Tenía un cierto encanto en las paredes y los suelos de madera y el ladrillo visto entre el mobiliario contemporáneo. Pero a pesar de las delgadas encimeras de la cocina y las luces modernas, ese encanto no se iba. Traía calidez, en los viejos platos que Pamela había encontrado en una tienda de antigüedades no muy lejos de aquí, en la vieja lámpara que no funcionaba pero que dejó sobre la mesa del pasillo, en la colcha y el reloj que trajo de Washington. Incluso su compañera de piso sentía amor por la historia, por el encanto de los discos que había guardado junto al mueble de la televisión y que, según ella, le había legado su abuelo, por los libros desgastados de las estanterías y por el juego de té que adoraba y guardaba como un tesoro para las ocasiones especiales.

Pamela tenía una compañera de piso, lo cual también era algo increíblemente nuevo y que nunca antes había experimentado.

La encontró descansando en el salón, mirando la televisión con la mano atrapando migajas de galleta. Ellie miró hacia arriba, con el cabello rubio oscuro apartado de la cara. Tan pronto como los vio ,terminó de comerse su galleta.

—Buenas —ella rápidamente se levantó—. Qué pronto has vuelto. Dijiste que estarías fuera toda la tarde.

—Las cosas no fueron tan largas como pensaba —murmuró Pam, pasando junto a ella y dejando caer las llaves en la cestita del mostrador. No se explayó demasiado. Ellie no sabía mucho de lo que hacía Pam, pero sabía algunas cosas. Era difícil ocultar muchas cosas ahora que los archivos de S.H.I.E.L.D. estaban a disposición del público, aunque muchos estuvieran encriptados. Eso y que no había ninguna mentira que Pam pudiera haber explicado a Ellie cuando Steve Rogers se presentó en el apartamento para ayudar a Pamela a trasladar sus muebles. (Aunque ella dice que fue una experiencia divertida)—. Ah, y Sam está aquí.

Ellie sonrió y pasó junto al sofá para regresar a la cocina donde estaba Pam.

—Hola, Sam —fue todo lo que dijo antes de llegar a Pamela.

—Hola, Ellie —Sam la vio irse con una mirada un poco errante. Pam le dirigió una sutil mirada de desaprobación y él se encogió de hombros.

Pero como Ellie realmente sólo entendía la superficie de las cosas, Pamela no pudo evitar ser protectora con ella. No era una agente ni una superheroína, era simplemente una persona promedio. Ellie era violinista clásica y enseñaba a la gente a tocar. Era... bueno... demasiado amable para el mundo.

—¿Quieres pastel, Sam? —Ellie continuó, desapareciendo en la despensa—. Le enseñé a Pam cómo hacer uno y está bastante bueno.

Pamela levantó la vista hacia el techo en cuanto vio la amplia y encantadora mirada de Sam, llena de diversión ante la idea de que a Pamela le enseñaran a hacer un pastel. Sam contuvo una carcajada y asintió.

—Me encantaría probar la tarta que ha hecho Pam. ¿Seguro que no sabe a ladrillo?

Pam lo empujó cuando pasó por su lado, pero tomó un poco del pastel cuando Ellie se lo ofreció (porque estaba muy orgullosa de cómo logró hornear un pastel de chocolate). Sin embargo, al hacerlo, los pensamientos de Pamela volvieron a Belladonna y a lo que dijo. No podía quitárselo de la cabeza porque en el fondo estaba de acuerdo. Si el Soldado de Invierno no asesinó a todo su equipo... Entonces fue Pam, y esa revelación la hizo sentir como si alguien le hubiera puesto cemento en el corazón y lo estuviera endureciendo.

Mientras Ellie hablaba sobre el espectáculo que iba a presentar mañana por la noche junto al pastel que compartían, los ojos de Pamela se dirigieron al pequeño boceto, de algunos edificios fuera de la Torre de los Vengadores, que había enmarcado y colocado en la estantería. Pam sintió una vieja herida surgir en su pecho: la sensación de no ser lo suficientemente digna, después de todo lo que había hecho, para que Steve Rogers le confiara su amistad.

Sabía que no era lo suficientemente buena para él. Antes era una serpiente que se abría paso por la vida en una nueva piel y, aunque Pamela decía que le iba mejor que hacía mucho tiempo, seguía un poco perdida. No sabía exactamente qué hacer consigo misma, durante casi nueve años de su vida, se lo había dado todo a S.H.I.E.L.D. (o HYDRA)... y ahora se daba cuenta de que ni siquiera los años anteriores habían sido realmente suyos. Pamela no tenía mucha vida fuera de S.H.I.E.L.D. en la que no se sintiera perdida y sola... ahora que era libre de todo eso... averiguar qué debía hacer le daba miedo. Era fácil conseguir ropa nueva, un nuevo corte de pelo y un nuevo apartamento y seguir al Capitán América en la búsqueda de su mejor amigo... ¿pero después qué? ¿Qué ocurriría después? ¿Qué tenía que hacer Pam si no era luchar contra algo?

Sam se retiró poco después, y Pamela se puso a mirar el móvil, tratando de mantenerse ocupada. Cuando Ellie volvió a guardar el pastel, se dio cuenta de que Pam fruncía el ceño. Mordiéndose los labios, volvió a acercarse y tomó asiento en uno de los taburetes de la isla.

—Intuyo que lo que estabas haciendo no salió bien.

Pam se encontró con la mirada de Ellie. Había algo que le recordaba mucho a alguien, pero nunca pudo identificarlo. Suspiró y se frotó ligeramente la frente, sintiéndose cansada de repente.

—No. Pero me metí de lleno.

—Estoy segura de que lo resolverás —dijo Ellie, y Pamela logró esbozar una pequeña sonrisa rígida.

—Eso espero —murmuró. Miró su móvil y revisó sus notificaciones. Ellie arqueó una ceja y contuvo una sonrisa. Se inclinó sobre los codos y apoyó la barbilla en la palma de la mano.

—Dime —comenzó en un tono que Pam sabía demasiado bien que iba a causar problemas. Sonrió juguetona—. ¿Esperas un mensaje de alguien? No sé, ¿de un tal Capitán? —pronunció las sílabas del título con un cierto pop que hizo que Pam rodara los ojos. Se rió entre dientes—. En serio, sigo sin procesar que mi compañera de piso sea la novia de Steve Rogers.

—No soy... —Pam la miró fijamente, sorprendida. La palabra la hizo olvidar cómo hablar, tan desconcertada que incluso la diría. Eso la puso nerviosa por un momento, lo que sólo la hizo sentir más frustrada consigo misma—. Es sólo un amigo... una especie de compañero de trabajo. Y no... creo que él use palabras como esas.

Ellie simplemente arqueó una ceja. Luego tarareó, coincidiendo con su última afirmación.

—¿Qué decían en aquel entonces? ¿Que tenían 'novias' o usaban otra palabra...?

—No lo sé —rió Pam. Había una cosa de Ellie que realmente le gustaba: cómo podía aflojar a Pamela sin que se diera cuenta. Había un aire en Ellie que hacía imposible que no le agradara y no cayera en el encanto de su personalidad—. Pero sea lo que sea, yo no soy eso. No somos... —frunció los labios e hizo una mueca—. Es complicado —decidió decir.

Era complicado. Pamela no sabe lo que está pasando entre ella y Steve. Eran amigos, al menos, ella cree que son amigos. Pero al mismo tiempo, había pequeños momentos, cierto, pero momentos al fin y al cabo, en los que Pam sentía como si ella y Steve... fueran diferentes. Tal vez él sonreía un poco distinto, o ella se quedaba sin aliento cada vez que lo veía. Y seguramente él no le daba a su amiga bocetos al azar que había hecho, y los amigos definitivamente no los enmarcaban y guardaban.

Pamela no podía negar que las cosas eran diferentes para ella. Pero Steve era complicado. A veces sentía que conocía un lado de él que los demás desconocían, que se abría a ella y dejaba que lo conociera, y otras veces, lo único que mostraba era esa foto en blanco y negro con su ceño o su voz de Capitán América y todo era puramente profesional entre ellos. Aquello la ponía insegura y nerviosa. ¿Y si la única persona que Pamela conocía era el Capitán América? Era lo único que había sido siempre desde que salió del hielo. Era como si tuviera siempre puesto ese traje, incluso cuando no lo usaba. El peso de ese escudo siempre estaba en su espalda. Sabía que Steve Rogers y el Capitán América eran la misma persona. Ese escudo era tan simbólico para Steve como para el resto del mundo.

Pero Steve Rogers no era una persona abierta. No hablaba mucho sobre lo que le gustaba hacer en su tiempo libre, ni cuál era su color favorito. Las cosas que Pamela sabía sobre él siempre se hablaban en breves momentos entre ellos dos, y era como si hubiera probado lo que era ganar un billete de lotería, pero en realidad nunca le daban el dinero. ¿Todo lo demás? Era como si siguiera congelado, abandonado en ese avión en el océano.

Pamela no quería conocer sólo la imagen del Capitán América; ha visto esa foto demasiadas veces para contarlas. Quería conocer a Steve Rogers. Y eso lo hacía complicado porque se preguntaba si incluso Steve ya sabía quién era esa persona fuera del Capitán América.

—Yo sólo... —suspiró y volvió a mirar su móvil. Pamela admitió algo a Ellie que aún no había admitido a nadie más—. Sólo quiero que él dé el primer paso, si hay algo —afirmó tímidamente, encontrándose brevemente con la mirada de su compañera de piso—. Así... así podré asegurarme de que él lo quiere y no está... tratando de separarse de la vida que tenía antes de perderse en el hielo.

Pamela volvió a suspirar y sacudió la cabeza.

—No sé cómo explicarlo, El. Es... complicado. Él dejó algo atrás, y no creo que lo haya superado por completo. Quiero decir, tenía toda una vida y se la quitaron. Podría haber tenido toda una vida. ¿Cómo puedo competir con eso?

Puso los ojos en blanco.

—Y ahora siento como si acabara de dar un monólogo tonto de una película romántica. Yo no soy así.

Ellie se rió entre dientes y se encogió de hombros.

—No hay nada malo en eso. Sé que secretamente eres una fanática de las películas románticas cursis. Puedes ser cursi conmigo.

La Víbora Roja dirigió una mirada severa a su compañera y ésta volvió a reírse entre dientes. Ellie no se sentía intimidada por Pamela Daniels.

—No tienes que llevar armadura todo el tiempo, Pam —sus palabras fueron sorprendentemente sabias—. Se te permite tener un punto débil con ciertas personas. O sea, ¿no lo tienen todas las serpientes?

—Ja —dijo Pam secamente mientras jugaba con su antiguo nombre en clave—, eres tan lista.

—Sé que debajo de todo eso eres muy blanda —sonrió Ellie y Pamela puso los ojos en blanco—. El nombre 'Pamela' significa literalmente cariño, porque eres muy dulce.

—Te voy a pegar —respondió Pam, viendo cómo Ellie se reía y se encogía de hombros ante su amenaza—. No, sí que lo haré. Y puedo hacerte daño. Estoy entrenada. ¿Y cómo lo sabes? ¿En serio lo has buscado? —le preguntó, viendo cómo Ellie se bajaba del taburete y volvía al salón—. ¿De verdad te dedicas a eso en tu tiempo libre?

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