Mia

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Ahora imagínense a un hombre incapaz de sentir miedo o tristeza, carente de aquellas emociones, mi vida cambio. Me gustaba como era, joder, me gustaba mucho.

Y como dije antes no soy un asesino, aunque fui capaz de herir. Mis acciones temerarias causaron dolor y preocupación allí donde se plantaban. Pero así seguía adelante, sin importarme nada más.

Así me enamoré otra vez, nunca me había creído ese cuento del único y verdadero amor. Mia era una mujer excitante de aquellas que vuelven tu corazón un remolino y aquella rebeldía habría causado miedo a quien la quisiera. Pero ya no sufría de aquello, no más. El preludio que acompaña siempre al amor, al inicio, delicioso y picante, no existió.

¿Por qué no lo podía sentir?

Claro, lo había matado.

Imposible para mí, era llorar o sentir algún tipo de miedo hacia cualquier cosa. Pero Mia me hacía sonreír, era feliz como nunca lo había sido. No podía equiparar aquellas inseguridades o sentirme conmovido a su llanto. Tanto como la amé y ella me amaba, eran tanto así como dolía. Quizás es más seguro el amor cuando somos precavidos y prestamos atención a nuestros miedos e inseguridades. Todo era más fácil cuando no tenía que deshacerme de este amor. Me volvía loco, llegue a despreciar mi perfecta relación.

Quizás para el amor es imprescindible la imperfección en lo amantes, en sus sentimientos. Estos últimos, en mi caso coexistían desbalanceados y siempre felices o irascibles.

Mia y yo seguimos por caminos separados, su fervor era dañino. Estos días en mi casa ha sido todo demasiado sencillo. Algunos recuerdos se desvanecieron, arrojados por el retrete. Su valor fue equitativo con el tiempo en que dude, ninguno. La ira se apoderó de mí muchas veces. Pero siempre permanecía seguro en aquella esquina oscura. Había dejado de comer. Cada vez era más descuidado. Las luces del sol no me veían desde hacía varios días.

El espejo me trajo recuerdos repugnantes y en parte dolorosos.

Nunca pensé que ocurriría. Quizás nunca escapé. Comencé a temblar y el repiqueteo de las gotas en la ventana me causó escalofríos. Antes de caer al suelo, solo pude sonreír para mí mismo.

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