Capítulo 4

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Louis

Observar a mi alrededor de cómo la casa estaba patas arriba era debastador. Porque en primera todo lo que ahorramos y todo lo que logramos en mantener un poco la casa, y vivir en ella, como también el cuidar de nuestra madre hospitalizada hacia que todo sea aun más dificil.

Llamó a su hermano, pero este lo mandaba directo a buzon, y así estuvo por tres días sin saber nada de él, lo poco de dinero que conseguía en ese misero país para subsistir hacia que su preocupacion y su ansiedad aumentara.

—Por qué mierda no contestas, Lenny.

Una llamada fue lo que hizo que mirara extrañado su celular. Saltaba número desconocido. Atendió y pudo oír perfectamente la respiración de un hombre.

—Hola, Lenny. ¿Cómo te va? ¿Sabes en qué fecha estamos, no?

Extrañado, contestó qué día era hoy y su voz se vuelve agresiva, como también el que haya hecho algún ruido con las manos y le cortara la llamada.
El miedo empezó a corroer mi cuerpo, imaginándome lo peor para Lenny, su mellizo. Calculaba que se había equivocado de hermano, entonces la idea de que estuviera secuestrado se le pasó por la cabeza ya que, a veces él tenía la manía de irse de casa por dos días sin decir a dónde iba, y cuando aparecía siempre era con dinero que era mejor no preguntar de dónde lo estaba sacando. Tragó saliva. Su cabeza estaba por estallarle. Debía solo esperar que él entrara por esa puerta como siempre, riéndose, y sacando fajos de dinero para nuestra madre.

De tan solo perderlo a él también, se le nublaría el juicio. No quería ya pensar en posibilidades, necesitaba desesperadamente paz interior.

Había ido a comprar cerca de la plaza unas cuantas latas de pescado enlatado y un paquete de arroz, ya que era lo más barato que podía costearse. Su desaliñado cabello, la muda de ropa le quedaba grande, podía verse ya sus lamentables costillas, sus huesudos dedos... si podía reírse de sí mismo es que ya parecía una momia viviente. A excepción de las vendas, claro está.

—¿Por qué no te fijas, estúpido? —levantó la mirada y se disculpó.

El borracho le sonrió con sorna, y le pegó en el tabique diciendole lo maleducado que fue, que debía respetar a sus mayores y cosas banales de borracho. Mientras tanto, el que escapaba de sus palabras, con la nariz partida y la cabeza doliendole era yo en tanto me escondía de él, y sus gritos.

Pudo reírse bajito nuevamente de sí mismo, lo patético que era, en tanto parpadeaba para no desmayarse. Y en el momento de acomodar su nariz, escuchando el hueso moverse de dónde nunca debió salir de su lugar, el quejido lamentable hace que se tire en el pasto dónde le cubria mientras tanto un arbusto. Se recostó para cerrar sus ojos. Y lo único que supo fue oir una voz, lo demás ya no le importaba, menos que sea el borracho y acabara ya con su existencia.

Qué más daba, no podía aguantar la vida que tenía.

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