-La última Luz

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El viento helado soplaba con fuerza, levantando pequeños remolinos de nieve que cubrían el desolado paisaje. Entre las sombras de un callejón, un pequeño gatito de pelaje gris veteado se movía con lentitud, dejando tras de sí huellas diminutas que pronto desaparecían bajo la blanca manta que se extendía por las calles.

El frío calaba profundamente en su frágil cuerpo, cada paso que daba parecía más pesado que el anterior. El hambre le revolvía las entrañas, pero por más que husmeara en los rincones oscuros o entre los contenedores de basura, no encontraba nada. Sus ojos, grandes y tristes, brillaban bajo la tenue luz de los faroles, como si estuviera pidiendo al cielo un poco de compasión.

Las luces de las casas y las decoraciones navideñas le resultaban lejanas, ajenas a su lucha silenciosa. Parecía que el mundo entero estaba envuelto en una calma abrumadora, mientras él, pequeño y vulnerable, vagaba sin rumbo bajo la tormenta de nieve. La soledad lo envolvía, tan fría como la noche misma.

Un leve maullido salió de su garganta, pero el viento se lo llevó rápidamente, sin que nadie lo escuchara. Seguía avanzando, temblando de frío, guiado solo por el instinto de supervivencia, mientras la noche se hacía cada vez más oscura y la esperanza se desvanecía poco a poco en sus diminutos pasos.

Después de horas de caminar sin rumbo, el gatito levantó la vista al sentir un cambio en el ambiente. Entre la espesa neblina de nieve, una luz cálida brillaba en la distancia, destacándose entre las sombras frías de la noche. Era diferente a las luces titilantes de las casas y adornos navideños. Esta luz, suave y acogedora, parecía llamarlo.

El pequeño gatito se quedó inmóvil por un momento, sintiendo el calor imaginario que emanaba de aquella luz. Sus patas temblorosas empezaron a moverse casi sin pensar, impulsadas por una esperanza que hacía tiempo no sentía. El aroma de algo delicioso llegó a su diminuta nariz, un leve susurro de comida a lo lejos. Podía ser su salvación, lo que lo ayudara a sobrevivir una noche más.

Pero para llegar hasta esa luz, primero debía cruzar la carretera. La nieve sobre el asfalto era traicionera, y los pocos coches que pasaban lo hacían a gran velocidad, sus faros brillando como monstruos fugaces en la noche. El gatito miró de un lado a otro, esperando el momento perfecto para atravesar. Su corazón, pequeño y rápido, latía con fuerza.

Finalmente, decidió que era el momento. Con decisión, sus patas blancas pisaron el asfalto, resbalando ligeramente en el hielo. El mundo parecía detenerse por un instante mientras él avanzaba, sus ojos fijos en la luz que lo esperaba al otro lado.

El pequeño gatito, tras varios titubeos, logró cruzar la carretera, sus patitas apenas rozando el asfalto congelado. El sonido distante de los autos fue sustituido por el susurro de la nieve cayendo a su alrededor. Al llegar al otro lado, la luz cálida que había visto se volvió más nítida. Era la luz de una pequeña lámpara que iluminaba la entrada de una casa modesta, pero acogedora.

Frente a la puerta, una anciana estaba de pie, con un grueso abrigo y una bufanda tejida cubriendo su cuello. Llevaba una pequeña bolsa en la mano, de la cual salía un aroma tentador. Sus ojos, suaves y llenos de comprensión, se encontraron con los del gatito. Sin decir nada, la anciana se agachó lentamente y dejó un poco de comida en el suelo, como si ya supiera que aquel pequeño visitante lo necesitaba.

El gatito, sin dudarlo, se acercó con cautela, aún desconfiado pero incapaz de resistir el hambre. Su hocico rozó la comida, y un pequeño ronroneo escapó de su garganta mientras devoraba los bocados. La anciana lo observaba en silencio, con una mezcla de tristeza y ternura en su mirada. Cuando el gatito terminó de comer, se le acercó con cuidado, acariciando su pelaje mojado por la nieve.

"Pobre criatura, ahora estarás bien, todo estará bien...", susurró la anciana, mientras lo levantaba con delicadeza. El gatito, sintiendo el calor de sus manos, se acurrucó contra ella, sintiéndose seguro por primera vez en mucho tiempo. En ese momento, el pequeño felino dejó de temblar, dejándose llevar por la comodidad de aquel abrazo cálido. La anciana, con una sonrisa, lo llevó hacia el interior de la casa, donde la luz era aún más cálida y acogedora.

Todo parecía haber cambiado. El gatito había encontrado finalmente un hogar.

La anciana, con el gatito acurrucado en sus brazos, entró lentamente en su casa, cerrando la puerta detrás de ella. El calor del interior contrastaba con el frío cortante de la noche. Mientras caminaba hacia una silla junto a la chimenea, el gatito se relajaba en sus brazos, ronroneando débilmente. Parecía que finalmente había encontrado un hogar, un lugar donde ya no tendría que preocuparse por el hambre ni el frío.

La anciana lo observaba con ternura, acariciando su suave pelaje, mientras sus viejos ojos se llenaban de una tranquilidad inesperada. Todo en la escena irradiaba calma y seguridad. El fuego chisporroteaba suavemente, la nieve seguía cayendo afuera, y por primera vez en lo que parecía una eternidad, el pequeño gatito estaba a salvo.

Pero entonces...

la imagen comenzó a desvanecerse.

La luz de la chimenea se fue apagando poco a poco, el ronroneo del gatito se detuvo, y el calor del hogar se tornó distante. La realidad, implacable, comenzó a revelarse.

Afuera, en la fría carretera cubierta de nieve, el pequeño cuerpo del gatito...








yacía inmóvil.







.

Apenas unos minutos antes de que pudiera cruzar por completo, un auto lo había alcanzado. El conductor, ajeno a lo que había ocurrido, siguió su camino, dejando al gatito tirado en el asfalto helado, con la nieve comenzando a cubrir su cuerpo.

La luz cálida, la comida, el abrazo de la anciana... todo había sido una ilusión, el último suspiro de un alma inocente que, en sus últimos momentos, había imaginado un final feliz. Un hogar, una caricia, un poco de comida. Algo que nunca llegó.

La nieve siguió cayendo en silencio sobre el pequeño cuerpo inerte, cubriéndolo lentamente, mientras la noche avanzaba. El mundo, indiferente, continuaba su marcha, y la luz cálida que el gatito había visto se desvanecía, junto con su frágil vida.

La nieve seguía cayendo, silenciosa, cubriendo cada rincón de la ciudad. La luz distante de un farol titilaba levemente, iluminando el pequeño cuerpo inerte del gatito en la carretera. A su alrededor, el mundo continuaba sin detenerse, ignorando la tragedia que se escondía en la oscuridad de la noche.

El pequeño, que había luchado tanto por un poco de calor y comida, ahora yacía inmóvil, como si hubiera encontrado al fin el descanso que tanto necesitaba. En sus últimos momentos, su mente le había regalado un sueño, un final que nunca llegó: el abrazo de una anciana, el calor de un hogar, y el sonido suave de una chimenea crepitando.

Pero la realidad era otra. La carretera se volvía cada vez más fría, la nieve cubría su frágil cuerpo, y la luz cálida que tanto había deseado se apagaba en la distancia. Sin embargo, en ese último suspiro, había conocido la paz. Había soñado con la bondad que nunca pudo encontrar en vida.

Y así, bajo el manto blanco de la nieve, el gatito finalmente descansaba, envuelto en su propio final, un sueño que lo acompañaría para siempre.

.

.

.

Fin...

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