CLUB DE LECTURA: la cuna de la controversia

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Nunca fue fácil ver como todo cambia al alrededor mientras sigues sintiéndote igual. Mi madre, Julie, terminó casándose con Fabri, algo que nunca hubiera imaginado cuando todo comenzó en aquel club de lectura. La boda fue sencilla, algo íntimo entre la familia y unos pocos amigos. Una boda de civil y luego un almuerzo en casa. Yo observaba desde la esquina, con una falsa sonrisa que intentaba mantener, pero que en el fondo me sentía rara.

Lo que me dejó más atónita fue lo rápido que se quedó embarazada. ¡A su edad! Con 40 años... Y ahí estaba yo, con veintitantos años, intentando asimilar que pronto tendría un hermanito o hermanita. No dejaba de preguntarme cómo sería tener un hermano bebé cuando yo misma ya era una adulta y debería tener una familia en proceso. La idea se sentía extraña, como si la vida estuviera jugando con las reglas del tiempo y el espacio.

—Génesis, ¿no es increíble? —me dijo mamá—. Es un nuevo comienzo para nuestra familia.

—Sí, mamá... —respondí, tratando de compartir su entusiasmo, aunque mi mente seguía atrapada en lo extraño que todo esto me parecía—. Solo espero que estés lista para lidiar con pañales llenos de popó y noches enteras sin dormir.

Mamá se rió, y aunque su risa era genuina, también podía ver el cansancio en sus ojos. Sabía que estaba emocionada, pero también sabía que esta etapa no sería fácil para ella. Mientras tanto, su esposo estaba radiante, lleno de felicidad por ser padre.

—Voy a ser un buen papá, lo sé —me dijo Fabri, mientras preparaba una guiso de lentejas y mondongo en casa—. Y aunque entiendo que esto sea rarito para vos, Génesis, espero que también puedas sentirte una buena hermana mayor.

—¿Mayor? Fabri tengo la edad de ser yo la madre... —me quejé— ¿Cuando decidieron tener un hijo?

—Bueno, pasó y eso es todo. —Y agregó—: Tienes que ayudarme a pintar la habitación del bebé.

Asentí, pero la realidad era que me sentía un poco triste. Mi vida estaba en pausa mientras todos los demás parecían avanzar. Y aunque me alegraba por ellos, no podía evitar sentir un vacío en mi pecho.

Todo esto se intensificó una noche cuando Marcus y yo estábamos cenando en la sala de estar. La televisión estaba encendida, más como ruido de fondo que otra cosa, cuando de repente, algo llamó nuestra atención.

—¡Ey, mira eso! —exclamó Marcus, señalando la pantalla con los ojos abiertos de par en par.

Levanté la mirada y ahí estaba: Ray, en MTV, con su banda. No podía creer lo que veía. Estaban tocando en vivo, con luces brillantes, una multitud gritando, y Ray en el centro de todo, con esa actitud de estrella de rock que siempre había querido proyectar. En ese momento, mi corazón se aceleró mucho.

—Wow, se ve diferente, ¿no? —dijo Marcus mientras continuaba mirando la pantalla—. Nunca pensé que Ray llegaría tan lejos, esta tan lookeado que parece otro...

—Sí... —murmuré, sintiendo una mezcla de felicidad y dolor. Había algo en verlo allí, rodeado de fama y éxito, que me hizo darme cuenta de lo lejos que estaba de esa persona que una vez fue parte de mi vida.

No pude evitar pensar en como podrían haber sido las cosas si nuestra historia hubiese funcionado.

Ahora, seguramente estará rodeado de chicas y fans, y yo solo seré un recuerdo en su mente. La idea de que podría haber sido yo, la que lo apoyara, la que estuviera a su lado en este momento, me llenó de un odio inesperado.

—¿Te imaginas estar con él ahora? —preguntó Marcus, como si leyera mis pensamientos.

—No sé, Marcus... Creo que ya es tarde para pensar en eso. Pero verlo así me hace preguntarme que podría haber pasado si las cosas hubieran sido diferentes. Pero ahora ya está —medité.

Marcus no dijo nada más. Sabía que no había respuestas claras para lo que me pasaba.

Mientras tanto, Montserrat y Beto también estaban lidiando con sus propios cambios. Decidieron vivir juntos en la casa de ella, algo que en principio parecía un sueño se estaba haciendo realidad.

Sin embargo, la situación se complicó cuando la ex mujer de Beto apareció exigiendo que él se llevara a su hijo de un año a vivir con ellos. Ella no podía mantener a los otros ocho hijos que tenía, ya que los padres apenas contribuían económicamente y le dijo que no podía trabajar con un bebé a cuestas.

Montserrat estaba enojadisima con la idea. No es que ella no quisiera ayudar, pero la responsabilidad de criar a un bebé no estaba en sus planes y no quería hacerlo.

—Esto es temporal, ¿verdad, Beto? —le preguntó Montserrat un día, con un tono más serio de lo habitual.

—Claro que no, amor. No quiero perderte por esto pero necesito hacerme cargo de mi hijo.

Montserrat lo miró con resignación. Amaba a Beto y estaba dispuesta a aceptar la situación, pero sabía que la vida que había imaginado con él ya no sería tan sencilla. Entonces contrató a una niñera con cama adentro. Era imprescindible para que ella no tuviese que lidiar con el pequeño.

Por otro lado, Angel estaba prosperando en México. Me enteraba de su vida por mensajes esporádicos y por lo que me contaba Fabri. Ahora trabajaba en una empresa de ferrocarriles en Acapulco y le iba de maravilla. Las fotos que compartía mostraban playas hermosas y un estilo de vida hermoso, lejos del caos de este país.

Clemente también tenía novedades. Su bebé estaba por nacer, y aunque estaba emocionado, ya planeaba su regreso al club de lectura en cuanto se estabilizara la situación en casa.

—Voy a ser papá, pero no quiero dejar de escribir —me dijo en un mensaje—. El club de lectura es parte de mí, y aunque tome un descanso, volveré con más historias.

Su entusiasmo me hizo sonreír. A pesar de todo, el club de lectura había sido la cuna de la controversia para muchos.

Raquel, por otro lado, seguía lidiando con su separación de Marcus. No había manera de reconciliarse mientras él no tomara la decisión de conseguir un empleo estable. Marcus estaba cómodo con su vida actual: entrenaba, jugaba fútbol y hacía prácticas, pero no parecía tener prisa por buscar un trabajo. Él con 20 años era el bebé de la casa y él que tenía lo que quería, pero eso estaría por cambiar...

—Prefiero perder a Raquel antes que hacer algo que no me gusta —me dijo Marcus con indiferencia—. Ya me conocés, no soy de esos que se venden por dinero.

—¿Y no te preocupa quedarte solo? —le pregunté, un poco frustrada por su actitud.

—Lo que me preocupa es perder mi libertad. Si Raquel no lo entiende, entonces no es para mí, puedo conseguir otra...—dijo y chasqueó sus dedos.

Suspiré, sabiendo que no había manera de hacerlo cambiar de opinión. Marcus siempre había sido terco en lo que quería y, aunque lo respetaba me dolía ver como arruinaba su relación con la pelirosa por orgullo.

Finalmente, mi madre decidió renunciar a su trabajo en la dietética para dedicarse por completo a su embarazo. Su esposo ya tenía un empleo fijo y podía mantenerlos a ambos, así que mi madre optó por concentrarse en preparar la llegada del bebé, ya que su obstetra le dijo que por su edad era un embarazo de riesgo.

—Voy a cumplir 41 años —dijo Julie con rabia mientras acariciaba su vientre, que ya comenzaba a mostrar los primeros signos de vida—. El tarado del obstetra piensa que tengo edad de ser una vieja chota. Yo quiero disfrutar esta etapa sin estrés, sin preocupaciones. Así que me quedaré en casa a joderles la vida a todos —dijo y lanzó una carcajada.

—Mamá nadie dice que seas una vieja chota...

Fabri me miró y se río.

—Mamá, te ves de 30 años, hasta mis amigos de fútbol quieren tener una cita con vos —dijo Marcus rápidamente.

—Lo sé —interrumpió bruscamente—. ¿Escuchaste Fabri?

—Sé que te ves joven por fuera, pero no sos una pendeja por dentro. Los órganos internos envejecen, eso te quiso decir el médico —contestó su esposo siniestramente.

—Mamá, ¿Nunca terminará esta discusión de mierda? ¿El obstetra no te dijo que hagas reposo? —exclamé nerviosa.

—Sí, sí, laven los platos y frieguen la cocina —contestó mamá con una voz gutural.

Mientras limpiaba con lavandina la mesada de la cocina pensaba que yo seguía aquí, atrapada entre el pasado y el presente, sin saber hacia dónde dirigir mis pasos.

Decidí sentarme en el sillón del comedor y observar a Fabri y a mi hermano limpiar. ¡Qué deleite para mis ojos! Los dos juntos, uno lavando los platos y el otro fregando el horno...

Así pasaron las semanas y las canciones de Ray comenzaron a escucharse en la radio. Esas letras parecían dirigidas a mí, los títulos de los hits eran: Te extraño, pero no te olvido y Corazón apuñalado. Poco a poco comencé a recibir mensajes muy breves de parte de él, hasta que un mensaje me interesó enormente: «Génesis, compré una casa y estoy solo».




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