Conexión

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—¿No podrías haber inventado otra cosa? —le dije a mi madre, mientras juntaba sobre la mesada la ropa para lavar

—¿A que te refieres, hija?

—Dijiste que habías tenido problemas con las drogas. ¿No te pareció mucho?

—No hubiese querido perderme la emoción de estar frente a todos con sus vulnerabilidades a la vista, sin saber si los demás se ríen por ti o de ti. Dime que no fue una buena idea —dijo mi madre sin vacilación o temor.

—Mamá, eso no sonó muy grandioso.

—Aún así lo seguiré haciendo —dijo ella con la voz cortante—, el lavarropas se rompió, no te preocupes ya llamé al técnico.

—Mami, ¿nunca terminará esto? ¿Por qué seguir en el club de lectura? ¿Cuál es tu propósito?

—Sí, sí, un día dejaré todo esto, pero tendrá un fin horroroso como mi novela —contestó mamá siniestramente.

Así pasaron las semanas. Llegó el invierno y Clemente no había regresado. Sus mensajes eran cortos de poco contenido. Mamá admistraba el club, tratando de introducir a más personas para que conozcan su historia, pero todo pasaba con mucha lentitud. Beto, en una ocación, trajo a su sobrino nieto de 18 años y también cayó bajo el hechizo de ese enamoramiento repentino por mi vieja, entonces el Beto no lo volvió a traer.

Al mismo tiempo, Fabri seguía encantado saliendo con mi mamá y Beto, por Montserrat, incluso habían tenido citas dobles, aprovechando que supuestamente la dama de cabello rojo había tenido un impasse con el ministro de economía.

Pero gracias a Dios, a mi todo me resbalaba. Me apegué a Raquel y nos hicimos amigas. Como había estado con dolor de garganta y fiebre, no quise ir a la juntada del sábado pasado y estos se pensaron que estaba apestada como una leprosa. El médico estuvo en mi casa, me prescribió un antibiótico y compresas frías para bajar la temperatura.

Me sentía presa del delirio y no quería ni asomar la nariz por la ventana. Solo había estado charlando por teléfono con Raquel, que no paró de insistir que quiere conocer a Marcus.

Pasó una semana y ya me sentía bien de salud, hasta que que Ray apareció de sorpresa en mi casa. Yo estaba en el patio tendiendo la ropa pero él grito enseguida:

—¡Génesis!

Caminé hacía él y le dije:

—Tengo una enfermedad contagiosa, vete de aquí.

Él me miró con una mirada muy pálida y retrocedió un paso.

—¿Qué tienes?

—Es una infección terrible —dije casi sin voz.

Ray tenía los ojos grandes del espanto.

—¿De verdad? ¿Qué te está pasando?

Primero pensé en alguna enfermedad muy contagiosa.

—Tengo sarampión. —Empezó a ponerse triste. Sin poder contenerme y de forma involuntaria di un paso y abri la reja. El gritó: —No, ve a descansar ¡Entra a tu casa!
¡Me vas a contagiar!

Me detuve frente a él y lo besé en los labios.

—Muchas gracias, Génesis. Me has pegado tu horrible enfermedad —dijo con una voz quebrada.

—¡Disparates! No tengo sarampión.

Ray meneó su cabeza y se cubrió la boca con su mano.

—¿Me estás jodiendo, loca? —me preguntó sonriendo a través de sus lágrimas.

—Ya no estoy enferma y nunca tuve sarampión —dije— ¿Te asustaste cuando metí mi lengua en tu boca?

—¿Ya no estás enferma de verdad...?

—¡Ay..! Ya te dije que era una broma. Estoy bien, créeme por el amor de Satanás.

Ray me tomó de la mano y me dijo:

—Quiero que me ayudes a escribir.

—¿Escribir? —dije— ¿acaso no sabés escribir?

—Sí, pero... tu madre dice que me descargue la aplicación de libros y que pruebe —balbuceó.

Al oírlo puse mis ojos en blanco.

—Sobre esto no tengo la menor duda. Pues mamá es la nueva líder del club de lecturas y quiere que todo el mundo exponga su lado creativo... —dije sin dominio de mi misma.

Su sonrisa revoloteó por su rostro.

—¿Acaso estás celosa de Julie?

—Para vos es Julie, para los demás es mi hermana mayor y para mí es mi madre —le dije enfadada.

—Ante todo, tu madre es una mujer muy inteligente. No me digas que no, por favor. No tengo que meditar para saber que es una excelente estratega, ¿no?

—Perdóneme, excelencia, pero ya no tiene sentido que yo esté en ese club de lectura. Y agradezco mucho su visita, aunque no sé a que viniste.

—Ya te lo dije.

—¿Qué? Ya me olvidé —contesté.

—Vine por tu ayuda.

—¿Cuál ayuda? —exclamé en voz baja.

—Quiero escribir una historia —replicó.

—¿Qué tipo de historia?

Las preguntas parecían causarle confusión.

—Poesía libre.

—¿Qué? —murmuré.

—Poesía —volvió a decir.

—La poesía no es novela —le expliqué.

—No lo sé, necesito inspiración, una musa. —Hizo un pequeño intervalo. Tosió. —Solo vos me podés ayudar.

Miré al pelirrojo. De nuevo estaba pálido.

—¡Cállate la boca subnormal!, no quiero ser tu musa —reproché enojada.

—¡Ay! No te entiendo un pepino. Me acabas de besar y tu lengua bailó en mi boca —replicó Ray—. Yo quiero que seas mi musa porque aún...

—¿Aún? —repetí con énfasis.

—Nada.

—Dilo —insistí.

—No.

—Entonces me iré a dormir en este preciso momento —sentencié.

—No, no, es inútil ocultar lo que siento por vos —dijo con la voz temblorosa.

—Creo que dices puras huevadas —dije y negué con mi cabeza.

—¡Ay, Génesis! Ahora te hacés la fuerte, pero sé bien que te derretís con mis labios pegados a los tuyos —dijo Ray, replicándome.

—No tengo la menor idea de lo que decís, de todos modos te ayudaré. Pero lo haré para que seas parte del club de lecturas —dije— y mañana puede que empecemos.

—Contigo he ganado una batalla gigantesca —dijo él—. No te arrepentirás.

—Ten en cuenta que soy docente y tengo que descansar, la vida no es joda, Ray —suspiré.

—Yo también trabajo.

—Sí, lo sé —dije pensando que horario le podría dar para que venga a mi casa.

—Me gusta que hayamos vuelto a tener una conexión —dijo mientras encendía un cigarrillo.

—¡¡Qué conexión ni ocho cuartos!! —bromeé.

—En verdad sos una ex espantosa —dijo lanzando una carcajada.

—¡Porque no te vas a lavar el culo! —chillé y me crucé de brazos.

—Génesis, no seas tan desagradable. Me refiero que tenemos una conexión, aunque vos digas lo contrario... —dijo y me sonrió pícaramente.

—Bueno, tu poemario se llamará: Conexión.

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